Posted On 04/06/2012 By In Libros, Opinión With 1772 Views

1984 en 2012

«-El Hermano Mayor Existe?

-Naturalmente, él existe.  El partido existe.  El Hermano Mayor es la personificación del Partido.

-Existe de la misma manera que yo existo?

-Usted no existe, dice O Brien.» ( Orwell, «1984», Paris: Gallimard, Coll. Folio, 1983)

Corre el año 1948.  La tuberculosis avanza mientras George Orwell escribe un nuevo libro.  Sabe que será el último y quiere que sea el más combativo, el más explicito, el más convincente.  Su última obra describe una sociedad en la que la máquina y el Estado han triunfado sobre el hombre y la mujer individual.

En esas páginas estarán las cosas que le ha tocado vivir.  El colonialismo inglés en la India y Birmania, los medios de comunicación convirtiendo la mentira en verdad y a los amigos en enemigos durante la Guerra Civil Española, las demencias lúcidas del nacismo, el fascismo, el stalinismo.

Víctor Rey RiquelmeA los cuarenta y cinco años, está viejo y enfermo.  George Orwell, cuyo nombre original era Eric Blair, nació en una modesto hogar anglosajón en Motihari, India.  El hombre que abandonó su nombre a los treinta años de edad, después de graduarse en Eton y patrullar con uniforme blanco y sombrero cucalón las calles de Rangoon, para emprender una carrera de proletario escritor.  Flaco y alargado, con aire de sacerdote, dos mechones de pelo bailando sobre la frente llena de arrugas.  George Orwell, individualista, agnóstico, maniático de la limpieza, carente de vanidad, eternamente mal vestido, ausente, de ademanes rudos.  Un rebelde más que un revolucionario, siempre consecuente, siempre coherente, siempre decente consigo mismo y con los demás.

No le gustaba el mundo y quiso cambiarlo.  Reclamó contra la deshonestidad y la ola de mentiras en todos sus ensayos y artículos periodísticos, combatió junto a los trotskistas en la Guerra Civil Española y defendió a los anarquistas en «Homenaje a Cataluña» (1938).  En plena Segunda Guerra Mundial denunció los desesperanzadores resultados de la revolución soviética, escribiendo la fábula satírica «Rebelión en la Granja», donde dijo:  «Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros».

Terminada la guerra, la paz no llegó.  Orwell advirtió los gérmenes del totalitarismo presentes en todas las sociedades del mundo.  Instuyó que el planeta se dividiría en bloques inexorablemente antagónicos, que la permanente pugna entre esos bloques justificaría todo tipo de atropellos a los derechos humanos, que el poder se concentraría cada vez más, que el mundo podía llegar a convertirse en una dictadura irreversible.

Contra eso gritó.  Su libro «1984» fue publicado siete meses antes de su muerte en Londres en 1950, y constituye más una advertencia que una profecía.  La novela señala un camino que no debemos recorrer.  Y como tal nunca perderá vigencia, mientras existan la humanidad y la tentación del poder.

En julio del año 1984 fuimos desafiados a leer la novela «1984»,  por el teólogo peruano Samuel Escobar quién  visitaba Chile.  En enero del 2002 seis meses después de volver a Chile y al revisar mis libros que había dejado por diez años, me volví a encontrar con el viejo ejemplar de una edición soviética de este libro.  Lo volví a leer ahora, que ya no existe la «Guerra Fría»,  en estos tiempos de globalización, neoliberalismo y postmodernidad.  He constatado con asombro que la vigencia que tiene y la importancia de volver a leerlo y estudiarlo, ya que da muchas luces sobre esta nueva época y lecciones que podemos aprender para la Iglesia.

Este famoso libro escrito por el inglés George Orwell,  es una obra de ficción en la cual el autor se imaginaba el futuro.  Cuando él la escribió al finalizar la Segunda Guerra Mundial, no pensó que iba a transcurrir tan rápido el tiempo.  «1984» era una fecha lejana en la que todo iba a ser posible.  Lo que Orwell hizo fue tomar algunas tendencias de su época y mostrar como se iban a desarrollar en el transcurso del tiempo.

Algunas de estas profecías se han cumplido, otras no.  Como algunas cosas horribles que parecían muy distantes, son ahora cosa de todos los días.  Son parte de la escena mundial que aceptamos con naturalidad.

Quiero nombrar tres elementos de este libro que me parecen importantes:

Primero: Una cosa que Orwell da a conocer con insistencia, es lo referente a la manipulación de la historia.

El personaje llamado Winston Smith, trabajaba en el «Ministerio de la Verdad» y una cosa que tenía que hacer cada día, era revisar la historia, leer los periódicos y libros, para acomodarlo a lo que el partido había dicho en esos días.  Existía un partido que dominaba la sociedad y había que demostrar que la ideología  que estaba escrita en los libros se cumplía en la realidad, y si no era así, había que cambiar la teoría, borrar los discursos, los periódicos y para eso se recurría a las técnicas modernas.  La función del personaje central era la de acomodar la historia a los intereses del partido.

Una situación así, asusta.  Pero en América Latina hemos visto estos ejemplos con mucha frecuencia.  Una de las cosas que hoy particularmente se está dando en América Latina y en el mundo es justamente la revisión de la historia.

Todo grupo que  se encuentra en el poder, no sólo tiene el poder de manejar la historia hacia delante, sino que también hacia el pasado.  En América Latina se está enseñando la historia desde una perspectiva en la cual se da primacía a lo económico por encima de otras áreas de la vida y todo aquello que no tiene trascendencia económica se deja de lado como poco importante.

En una visión de la historia así, hablar de la Iglesia, de la espiritualidad, de Dios, viene a ser hablar de la Iglesia solamente como una fuerza económica, puesta al servicio de la economía.

Segundo: Otra cosa que nos advertía Orwell, es que iba existir una forma de lenguaje ambiguo.  En lo cual lo negro es blanco, la paz es guerra, libertad es esclavitud, ignorancia es fuerza, la verdad es mentira.  Se manipulaba el vocabulario.  Las palabras no significaban lo que significaban originalmente.

En nuestros días asistimos a una situación parecida, en la cual las palabras, verdad, libertad, igualdad, democracia, etc. Se manipulan de acuerdo al gobierno de turno que se encuentra en el poder.

Tercero: Una expresión famosa del libro de Orwell era; «El hermano mayor te está vigilando».  El mundo de pesadilla que imagino Orwell, es un mundo en el cual la vida privada, la interioridad, la vida individual, ya no es posible.  Había todo un sistema de espionaje a través de la electrónica, de manera que las acciones de una persona estaban controladas por el estado, a través de una red de investigación.

El personaje de la novela de Orwell se da cuenta que no puede pensar por su cuenta.  Todo está vigilado.  Por todas partes el «Hermano mayor te está vigilando», por lo tanto debe autocensurarse.  Esta situación hoy es una realidad.  Vemos como las grandes potencias tienen información acerca de todos los países del mundo, a través de satélites y otros mecanismos sofisticados. Todos somos vigilados.  El ejemplo del Perú a través de las múltiples grabaciones a través de videos que hizo el asesor  Vladimiro Montesinos del Presidente Fujimori, es un ejemplo reciente, de lo que estamos diciendo.  En Chile un político joven vio frustradas sus posibilidades de ser candidato a la presidencia de la República, porque se descubrió que sus conversaciones eran escuchadas y grabadas por personal del ejército.  Y el Pentágono pretende poner en operaciones un sistema computacional capaz de rastrear todas las comunicaciones que se realicen en el mundo vía internet.  Desde transacciones bancarias hasta contactos personales por e-mail, todo podrá ser revisado por el nuevo sistema, sin necesidad de una orden judicial.

Un pensador cristiano francés, Jacques Ellul, dijo que la propaganda, la publicidad, es un fenómeno característico de nuestra época.  Dijo que la propaganda es una realidad porqué todo estado cualquiera que sea su signo, lo necesita.  Y la Iglesia esta tentada a utilizar la propaganda, el marketing, la influencia de los medios de comunicación, para transformar el mensaje de Jesucristo solamente en una propaganda.  Esto da que pensar.

Gracias a este libro «1984» no es «1984»… todavía.

Víctor Rey Riquelme
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