“Volvieron a llamar al que había sido ciego y le dijeron: –Reconoce la verdad delante de Dios: nosotros sabemos que ese hombre (Jesús) es pecador. Él les contestó: –Yo no sé si es pecador o no. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo” (Jn. 9:24,25 –Versión Popular-)
Desde hace años me voy encontrando y conversando con personas que me comentan que están atravesando por una crisis de fe. Sienten como si todo su mundo de seguridades religiosas se les hubiera venido abajo. Sus pies ya no tienen un piso firme por el que caminar.
Cuando hablo con ellos, o con ellas, atisbo algo de suma importancia: la crisis que muchos de ellos están experimentando no es necesariamente de fe, sino es una crisis que guarda relación con la teología en la que han sido formados. La cosmovisión teológica que por años les ha sostenido ha naufragado. Ahí se encuentra el meollo de la cuestión.
El problema que algunos tienen, o hemos tenido, nada tiene que ver con la seducción que nos produce –o produjo- la praxis y la persona de Jesús. Más bien tiene que ver con lo que alguien denominó “la idolatría de la escritura”, la idolatría de la letra teológica, tallada en piedra, en la que hemos crecido. Hemos confundido a Jesús de Nazaret con la letra, convirtiendo a ésta en un ídolo al que adoramos y servimos. Dicho en pocas palabras, posiblemente es el edificio teológico en el que hemos habitado por años el que se ha venido abajo, no el mensaje liberador de Jesús.
Curiosa la relación que Jesús sostuvo con las personas que la ortodoxia teológica contemporánea calificaba de “pecadores”. En sus conversaciones con “pecadores” no se intuye ningún test teológico que éstos tuvieran que superar antes de acceder a su compañía, a comer en su mesa y a experimentar en sus personas la liberación existencial y social (salvación/sanación) que les traía el Galileo. No. Antes bien, les exhortaba a iniciar un viaje existencial sobre los raíles de la justicia y la misericordia que les conduciría a un mundo nuevo (lo que él llamaba “reino de Dios”). Eso es lo verdaderamente importante, no lo otro.
Ser cristiano nos consiste en entrar –para quedarse- en un determinado edificio teológico, por muy bien construido que esté, o por muy sólido que sea. Ser cristiano significa decir sí a Jesús y al estilo de vida que él nos propuso mediante su práctica cotidiana. A partir de ese “sí”, y en el proceso de caminar siguiendo la justicia y la misericordia, vendrá el encuentro con lo transcendente, con lo que no entendemos, con lo que sólo intuimos… el encuentro con el Dios, padre de Jesús.
De ahí que, en mi opinión falible, te sugiera, si es que estás pasando por lo que experimentas como un crisis de fe, que separes tu fe en Jesús del armazón teológico en el que, posiblemente, lo has secuestrado. Deja que se hunda definitivamente el edificio, y trata de seguir a Jesús, sólo a Jesús. Llegarás a la convicción que no estás atravesando por ninguna crisis de fe, sino que estás atravesando por una crisis del filtro que has venido utilizando por años para leer e interpretar la persona y el mensaje del profeta de Galilea.
Diré más, si me autorizas me gustaría acompañarte en el proceso de demolición de la teología que te ha encaminado a tu experiencia de crisis para encontrarte cara a cara con Jesús de Nazaret. Te aseguro que hay vida más allá de los dogmas y de la teología sistemática, no importa el apellido que ésta tenga.
Ignacio Simal, 9 de febrero de 2012 (publicado en el espacio web de la Iglesia Evangélica Betel –Entrar en web Betel-)
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