Vale, el dinero no hace la felicidad y tú estás convencido de eso. Pero ahora, vamos a suponer que un día cualquiera te sientes muy infeliz, estás deprimido y sumergido en la angustia. No aguantas más. Entonces, yo vengo y te digo: Aquí en mi mano derecha tengo una pastilla que te va a hacer mucho bien. Y en la otra mano, sostengo un maletón con un millón de euros dentro, pero sólo puedes escoger una de las dos cosas ¿Cuál eliges? ¿Se te aclaran las ideas? ¿Verdad que el dinero es un poderoso antidepresivo universal?[1] ¿A que el amor a “George” (*) funciona?
El poder seductor de “George” ejerce un encanto irresistible y fascinante. El sonido melodioso de una moneda, el crujido discreto de un cheque… y se derrumban como un castillo de naipes principios morales mantenidos como irrenunciables y se arrinconan valores solemnemente declarados “no negociables”. Personas “de una pieza” que parecían insobornables, ante el inconfundible sonido de “George” se sumergen en la podredumbre más desoladora. Juran por lo más sagrado que nunca les ocurrirá una cosa semejante, pero va y resulta que sucede ¿Será que, a pesar de todas las profesiones de fe anti-“George”, en el fondo le amamos mucho más de lo que creemos?
- Judas traicionó a Jesús por treinta monedas de plata. Mt. 26:14-16.
- El siervo de la parábola, por una cantidad mísera que le debía un pobre, se convirtió en protagonista de una escena impresentable. Mt. 18:23-35.
- Los viñadores de la primera hora de la mañana protestaron contra el empresario porque consideraban que su trabajo merecía más salario que el de los demás. Mt. 20:1-16.
- Los soldados que guardaban el sepulcro del Señor se dejaron corromper por unas cuantas monedas y propagaron el rumor del robo del cadáver de Jesús. Mt. 28:13-15[2].
- Pongamos un ejemplo más cercano. Hace unos pocos años viste una casa que te gustó. El banco envió a su tasador, que tasó la casa. El banco te hizo una hipoteca para comprarla, conociendo tu situación económica. Tú, pagaste cada mes tu cuota hasta que te quedaste en paro. Le dijiste al banco que, como no podías pagar, se quedase con la casa. El banco mandó a su mismo tasador que ahora tasó la casa en la mitad. En resumen: No tienes casa y adeudas una enorme cantidad de “George” al banco. Ellos especulan y tú eres el culpable[3]. Tú pierdes y ellos ganan. Un “sacrificio” más en el altar de “George”.
Es curioso lo transformador que puede ser el apego a “George”. Cuando de él se trata, hay gente dispuesta a odiar, mentir, estafar, traicionar, explotar, hacer sufrir, poner una mordaza a la conciencia y realizar las vilezas más repugnantes. Amistades destruidas, confianzas traicionadas, promesas incumplidas sentimientos pisoteados y envidias corrosivas son, entre otros muchos, los demoledores resultados de este amor. No es de extrañar que un gran analista de la condición humana como el apóstol Pablo, en el otoño de su vida, cuando el “kilometraje” de la experiencia alumbra el discernimiento, afirmase:
“Raíz de todos los males es el amor a “George”. 1ª Tim. 6:10
La primera víctima de “George” es el propio ser humano.
El amor a “George” nos hace desearlo cada día un poco más. Queremos más y más y más y mucho más, todo a nuestro alrededor es una invitación a hacerlo. Nos lo cuenta “el púlpito televisivo”; nos lo sugieren los anuncios radiofónicos; nos estimulan las revistas y, sobre todo, lo exhiben descaradamente nuestros líderes de opinión, aquellos con quiénes nos identificamos porque representan nuestras aspiraciones. Es el sueño del consumo total: “Hazte rico y disfruta. Ahora se puede”.
¿Quién puede resistirse a la tentación de propuestas tan sugestivas y variadas con mensajes tan irrebatiblemente convincentes? Y a eso hay que añadir sus necesarios acompañantes históricos que nos ayudarán al logro de los fines propuestos: Ambición, codicia, egolatría, soberbia…[4] ¿Verdad que es una gozada que tu vecino se entere de que te has comprado una nueva casa porque dispones de mucho “George”?
La devoción perruna que le profesamos a “George” puede ser desagradable y rastrera, pero lo que “George” puede hacer con nosotros por dentro es demoledor, espantoso y horrible. Porque, una vez logra nuestra insobornable lealtad, el paso siguiente consiste en sujetarnos a su “Sermón del Monte”: La existencia de todo fundamento ético representa la mayor limitación imaginable a la libertad de trabajar para los propios y más sublimes fines egoístas de uno mismo. ¿Que surge la oportunidad de manejar un beneficio indebido? Liberal tolerante, golpe de pecho y siempre mucho propósito de enmienda que eso calma, cura y cierra irritaciones éticas finales[5]. En el fondo, muy en el fondo, si es que lo queremos ver, lo que ha sucedido es que “George”, con el espejismo de dárnoslo todo, nos lo ha quitado todo, porque nos ha ocultado la realidad apartándonos de ella. La realidad quiere tomar la palabra, pero hay que dejarla hablar y una vez que ha hablado, es necesario respetar su palabra:
Lc. 12:16-21 – “También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”.
El hombre en la opulencia no comprende. El amor a “George” entontece, provoca una especie de chochez, embota la inteligencia y se termina por no comprender nada fuera de los propios intereses, confundiendo el sentido de las cosas y perdiendo el contacto con la realidad. A todo aquel que confunde la jerarquía de amores, Jesús lo llama necio, insensato, porque puede que disfrute de bienes materiales de sobra, pero ha perdido el cerebro y se le ha parado el corazón.
El hombre rico hace inventario de su fortuna; planifica la ampliación de sus negocios; la confianza en sus riquezas actúa a modo de tranquilizante y le proporciona inmunidad y estabilidad. Pero todas sus seguridades chocan contra un muro infranqueable: La noche:
“Esta noche vienen a pedir tu alma/vida, y lo que has provisto ¿de quién será?
Si la vida apuesta todos sus intereses, sus afanes y sed de sentido sobre algo que puede venirse abajo como un castillo de naipes, es que se ha hecho con ella una mala elección. Porque de lo que se ha de dar cuenta no es de la cantidad de “George” que se posee, sino de la vida en sí misma, sin valores añadidos. Y la vida no tiene su consistencia en la abundancia de los bienes que se poseen. La vida siempre es más y tiene un significado que ninguna cosa material podrá llenar jamás. Lo que sucede es que, a base de no vivir como se piensa, se acaba pensando como se vive.
No podemos servir a Dios y a “George”. Hay que elegir. Pero, a la vez, no basta con escoger a quien se sirve, es necesario no equivocarse de amo. Porque donde esté nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón.
Mr. 12:28-31 – “¿Cuál es el primer mandamiento de todos? Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos”.
Eduardo Delás
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