Posted On 18/08/2011 By In Biblia, Teología With 18099 Views

12 tesis bíblico-teológicas sobre los ministerios de la mujer en la Iglesia

Emmanuel Flores-Rojas*

Tesis 1

La doctrina de la imago Dei (Gn 1), aplicada a hombres y mujeres, tiene implicaciones directas en los órdenes ministeriales de la Iglesia.

Toda mi vida he oído que la aceptación de mujeres predicadoras era un tímido acomodo al feminismo. Sin embargo, la exclusión de la mujer del ministerio, es realmente un acomodo pecaminoso a una cultura que no difiere mucho de la judía, dominada por el varón, que Jesús vino a abolir. No es que el feminismo esté afectando a la iglesia, es que la iglesia ha permitido a la cultura privarle de la obra redentora de Cristo es pro de la mujer.

David Johnson[1]

Preámbulo

Empezamos nuestra tarea teológica con ese epígrafe que nos permite dilucidar un tema que causa todavía hoy, mucha controversia dentro de las filas de la Iglesia Presbiteriana mexicana. Caminaremos en caminos sobre los que otros han andado ya, y en cuyo encaminamiento han dejando huellas indelebles. Pero este nuestro andar si bien es cierto que recorre las mismas sendas otrora andadas por aquellos que nos han precedido en el trabajo teológico y eclesiástico, significa también y por ello mismo, un enjuiciamiento que haga posible abrir nuevos horizontes de sentido sobre lo ya pensado y vivido. Caminar sobre caminos ya andados nos permite nutrirnos de la rica tradición que nuestros Padres en la fe, -a los que como bien dice Karl Barth, les debemos honra y respeto- han contribuido a forjar. Pero también y del mismo modo, nos permite recrear y repensar eso que ellos ya han dicho, para así responder en este nuestro presente, a este horizonte que se nos abre y demanda un compromiso de nuestra parte, horizonte que nosotros hemos de llenar de sentido.

Por ello, dado que no se escoge ser ministro de Jesucristo, como escogeríamos ser licenciados en tal o cual materia, maestros, ingenieros, arquitectos, etc. Sino que se es ministro esencialmente por un designio de Dios, por un llamamiento santo de Dios; por una vocación personal, sí, pero operada por el Espíritu Santo; debemos preguntarnos si es verdad que el ministerio ordenado está reservado única y exclusivamente al varón; en tanto que a la mujer le está negado por completo “por designio divino”. Como Iglesia Presbiteriana perteneciente a la rica tradición reformada, debemos responder a la cuestión de si Jesucristo, en tanto, Señor de la Iglesia, escoge solamente a varones, a hombres, para que sean éstos quienes ministren dentro de la Iglesia de una forma ordenada, mientras que la mujer tenga un lugar secundario dentro de la misma. Aquí es importante resaltar que la deseada ordenación de la mujer no es buscada como un derecho, tampoco como una obligación de la iglesia para con las mujeres y ni siquiera como un privilegio, menos como resultado de la lucha a favor de la igualdad de las mujeres y los hombres, sino como una manifestación de “la multiforme gracia de Dios” (1 P 4:10). Porque todo en la iglesia es gracia. Von Allmen comenta acertadamente: “Se aborda muy mal el problema [de la ordenación de las mujeres] tratándolo desde el ángulo de los derechos que se reivindican. Nadie, ni hombre ni mujer, tiene el derecho de ser pastor. Esto es siempre una gracia…”.[2] Puesto que las ordenes ministeriales son una gracia de Dios es importante que reflexionemos sin embargo, sobre lo siguiente:

Dado que se es “llamado por Dios” al ministerio, no se elige ser ministro tal como se opta por una profesión. Se debe recibir el llamado y la iglesia debe confirmar el llamado. La cuestión es, pues, si Dios llama a las mujeres, tal como hace con los hombres, a ser ministros en su nombre… Dejemos que quienes tienen escrúpulos que sólo consideren lo que ha costado a la iglesia no servirse de los talentos de la mujer. Cualquiera puede consultar el libro de los himnos y ver lo que las poetisas… han enseñado a cantar al pueblo de Dios. Que luego pregunte qué significaría si a esas mujeres se les permitiera pasar del relativo anonimato de los himnos a la plena visibilidad de la que han gozado los hombres en la iglesia como evangelistas, predicadores y maestros.[3]

Las objeciones a la ordenación de las mujeres al santo ministerio, no son un asunto nuevo en la vida de la Iglesia, de hecho, ni siquiera son un capítulo cerrado al interior de la misma, y ciertamente es un asunto que enciende toda clase de sentimientos encontrados, desde los de rechazo obcecado, hasta los de plena aceptación. Unos y otros esgrimen pros y contras, unos y otros creen tener la razón, unos y otros fundan su conclusión —dicen— en la autoridad de las Sagradas Escrituras, unos y otros presentan ejemplos bíblicos, históricos, teológicos,[4] etc. Sin embargo, todavía hoy en buena medida, la Escritura es leída desde una postura dogmática, que muchas veces la despoja de su verdadero sentido o se cometen anacronismos fatales en aras de un pretendido respeto al texto sagrado. Pero a pesar de eso, como Iglesia estamos llamados constantemente a repensar lo pensado, a reactualizar el mensaje bíblico y sobre todo, a responder de una forma eficaz y pertinente a las grandes transformaciones de nuestro tiempo. Sobre todo, porque una iglesia que no se reforma termina deformándose. En el pasado quizá no haya sido necesario abordar este tema del todo escabroso, pero ya va siendo hora de que en verdad nos cuestionemos sobre el papel secundario que le ha sido dado a la mujer dentro de la Iglesia, y si ese papel debe ser actuado del mismo modo por nuestras hermanas.

Como Iglesia Reformada, estamos impelidos necesaria e indefectiblemente a entrar a una dinámica de constante reforma, buscando la voluntad de Dios también para nuestros días. Es bien sabido que la reforma de la iglesia no está del todo acabada, en tanto que la comunidad creyente está llamada constantemente a preguntarse no sólo sobre la eficacia de su actuar en el mundo, sino sobre todo, a responder acerca del testimonio que está dando de Jesucristo endógena y exógenamente, en medio de un mundo que cambia constantemente. Ahora bien, todo cambio, toda reforma, al interior de la Iglesia, debe hacerse necesaria y exclusivamente, sobre la base de que la Biblia es el canon, es decir, la regla que ha de normar necesariamente el ser de la Iglesia en el mundo. Es ella como palabra de Dios, la que nos ha de conducir a tomar los derroteros correctos en toda cuestión de fe y práctica. Ella ha de encaminarnos siempre por el sendero correcto. Por ello, nuestra dilucidación acerca del ministerio ordenado de la mujer ha de apelar necesariamente a la autoridad primaria y última de la Sagrada Escritura.

Dejemos pues, que sea ella, quien nos hable, ya que el mensaje de la Biblia no está agotado. El texto bíblico se abre a nosotros dándonos la posibilidad de escuchar lo todavía no dicho y en espera de ser escuchado. Vayamos una vez más, a esa veta, para descubrir lo que ella tiene que decirnos en cuanto a la ordenación de la mujer a los tres oficios de la iglesia. Si es cierto que el hombre y la mujer, gozan del mismo favor y de la misma igualdad delante de Dios, debemos preguntarnos entonces por qué razón no hay igualdad de oportunidades en el liderazgo y en la toma de decisiones dentro de la iglesia presbiteriana de México para nuestras compañeras mujeres.

1. ¡Sola Scriptura!

Quienes estamos convencidos de la ordenación de las mujeres a los tres oficios de la Iglesia (diaconado, ancianato y pastorado) reconocemos la autoridad suprema de las Sagradas Escrituras en cuestiones de fe y práctica, por lo que deseamos ser también nosotros fieles a la revelación divina. Asimismo, suscribimos las diversas y variadas Confesiones de fe calvinistas que configuran nuestro pensamiento reformado. En ese sentido, una de las notas características del confesionalismo reformado es aquella que sostiene que las Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento son igual de autoritativas para los creyentes, en tanto que ambos Testamentos contienen la totalidad de la revelación bíblica. Por ello, en la presente ponencia se problematizara el tema de la ordenación de la mujer desde la doctrina veterotestamentaria de la imago Dei.

No es necesario decir que casi la totalidad de la discusión en torno a la posible ordenación femenina se ha centrado básicamente en los estudios y análisis del Nuevo Testamento, como si el Antiguo Testamento no tuviera nada qué decir en la actual coyuntura histórica y teológica. Así pues, es necesario acudir a los textos veterotestamentarios para encontrar también en ellos, las orientaciones que guíen nuestro estudio sobre lo femenino y lo masculino; y, en última instancia sobre lo humano, puesto que el tema de la imago Dei cae invariablemente en el campo de la antropología teológica. Hay que rescatar por tanto el tema de la teología de la encarnación, ya que “una teología de la encarnación o embodiment, recupera para la agenda feminista y para el discurso teológico la importancia de la realidad material de las mujeres condenadas al olvido precisamente por ser objeto de seducción, encarnación del mal y fuente de innumerables tabúes y prohibiciones”.[5]

Uno de los lemas de la Reforma del siglo XVI fue Sola Scriptura, siendo uno de los principios fundamentales del protestantismo, que dicta que sólo la Biblia y solamente ella es el criterio de la verdad cristiana para los creyentes. Pero no debemos olvidar que los reformadores entendieron ese principio regulador también como Tota Scriptura, es decir, toda la Escritura como norma de interpretación, ya que ella es intérprete de sí misma. Ante esta realidad tenemos que preguntarnos con mucha seriedad cómo debemos resolver las cuestiones acerca esa verdad, sobre todo, cuando los textos bíblicos no son lo bastante claros al respecto, resultan controversiales, o cuando la Biblia habla con más de una voz sobre el mismo tema. En este sentido, los números 1 y 2 del volumen 49 de Mundo Reformado, revista oficial de la entonces ARM (Alianza Reformada Mundial), titulado Las mujeres y el ministerio ordenado, se comentaba lo siguiente:

Cuando planteamos la cuestión de la ordenación de las mujeres para el ministerio de la palabra y el sacramento, o en sentido más general, de la relación correcta entre hombres y mujeres en la iglesia y en la sociedad, ¿escuchamos a Génesis 1, cuando Dios crea tanto al hombre como a la mujer a imagen de Dios? ¿o a Génesis 2, que al menos permite, si bien no implica, la subordinación de las mujeres a los hombres? ¿Estamos del lado de los gálatas, que rechazan las divisiones entre judíos y gentiles, varón y mujer, esclavo y libre? ¿o con la defensa de la “subordinación” hecha por los efesios, los colosenses y las epístolas católicas?[6]

Resulta que la ordenación de la mujer no debe rechazarse en torno a dos o tres textos paulinos controversiales, que tratan problemas eclesiásticos particulares, para luego universalizarlos sobre la totalidad de la cristiandad, sino que debemos contar con el testimonio general que nos da la Biblia en torno a este punto.

2. La igualdad primigenia

Dado que el lugar secundario que tiene la mujer, dentro de la Iglesia, viene dado en buena medida por el trato que el propio varón le da a ésta dentro de la congregación, es razonable pensar, que esta situación se da, por la consideración-concepto que el varón tiene de la mujer. La forma en como el varón ve y considera a la mujer, se traduce en el trato que le brinda no sólo en el hogar, sino también en la Iglesia, y por supuesto en la sociedad. Esta visión particular que el varón tiene de la mujer, nace dentro de un contexto particular mediado por la matriz cultural de la que provenimos. Nuestro hablar y nuestro actuar está condicionado necesariamente por el contexto socio-cultural en el cual nos movemos y somos. Como latinoamericanos estamos condicionados por todo aquel cúmulo de experiencias ancestrales y actuales, de forma que nadie negará que somos el producto de la fusión de al menos, tres distintas culturas; tenemos por una parte toda aquella gama de culturas prehispánicas de la Mesoamérica precolombina, la cultura hispana de los conquistadores, y finalmente también la influencia árabe que llega a nosotros a través de los españoles que estuvieron sometidos a su dominio durante varios siglos. “De esta forma, nuestra propia comprensión está circunscrita en y por un x horizonte dado; en y por una tradición determinada: Occidente. Tal horizonte-tradición, y o bien historia “destinada”, cointegra modelos culturales de comprensión: griego, cristiano, moderno…, y, en la contemporaneidad de nuestro siglo, modelos de carácter existencialista, estructuralista y neomarxista…”.[7]

Nuestra realidad esta articulada e íntimamente relacionada por el contexto latinoamericano en el que vivimos, pero insertados también, en el más amplio horizonte-tradición que es Occidente mismo. El impacto que la sociedad tiene sobre nuestras vidas es claro y evidente en el trato que la mujer recibe en todos los ámbitos de nuestro acontecer diario. Por supuesto, que esto se ve reflejado al interior de nuestras comunidades de fe, donde la Iglesia cual espejo viviente de la sociedad en que está insertada, refleja indefectiblemente usos y costumbres, normas, modelos, criterios, tradiciones y demás productos culturales propios del Occidente Latinoamericano en que estamos. De esta forma, muchas veces la Iglesia misma se ha constituido en cómplice de la injusticia que caracteriza a nuestra sociedad en relación con el estatus que las mujeres tienen al interior de la misma. En buena medida, ese lugar que ellas ocupan esta dado por el tipo de teologías que se desarrollaron y se desarrollan en nuestras comunidades cristianas. Teologías que las más de las veces, las han relegado a un segundo plano, donde tácitamente no se afirma ni se dice que sean creyentes de segunda clase, pero que en la práctica se susurra y se piensa. Dichas teologías alienantes-enajenantes, mantienen en un segundo plano a las mujeres, por considerarlas indignas de contar con los mismos privilegios que los varones. En buena medida esas teologías han permitido la proliferación de la injusticia de género para nuestras compañeras mujeres. En este sentido, tenemos un ejemplo clarísimo en el libro de MacDonald, titulado: Cristo amó a la Iglesia: Un Bosquejo de los Principios de la Iglesia Neotestamentaria, donde podemos notar muy bien, ese carácter sexista y machista que ese tipo de teologías-ideologías, le conceden a las mujeres. Dicha obra no es reformada, pero nos sirve para ejemplificar ese lado oscuro y obtuso de muchas de nuestras teologías. También resulta claro, que es una teología ciertamente no latinoamericana, pero cuya obra es leída y aplicada en ámbitos latinoamericanos. Entre sus postulados, esta obra afirma bien, el hecho de que la Iglesia es entre otras cosas: la esposa de Cristo, que es el cuerpo de Cristo, que todos los creyentes son miembros del cuerpo, que todos los creyentes son sacerdotes de Dios, etcétera[8]. No bien acaba de decir esto último, cuando a continuación dice lo siguiente:

En el Antiguo Testamento sólo cierto grupo de hombres podía aspirar al sacerdocio: los de la tribu de Leví y la familia de Aaron (Éx. 28:1). En la actualidad no hay clase especial de hombres apartados de sus semejantes, con vestimentas señaladas y privilegios particulares. Todos los hijos de Dios son Sus sacerdotes y disfrutan de todos los privilegios y las responsabilidades que acompañan a tal nombre[9].

Parece un discurso “normal” dicho por cualquiera de nuestros pastores y/o líderes, pero el problema radica en el hecho de que, al parecer, el último enunciado designa únicamente a los hombres, como hijos de Dios, en tanto que varones. Este contenido sexista, parece confirmarse, por lo que él mismo escribe en una de sus notas aclaratorias, ahí, hablando de los dones espirituales menciona: “En 1 Corintios 12 los dones son investiduras o habilidades, que no necesitan estar limitadas a ciertos individuos, sino que el Espíritu Santo las puede otorgar a cualquier miembro del cuerpo de Cristo cuando así le plazca. Por ejemplo, cualquier varón cristiano puede “dar una palabra de sabiduría” o una “palabra de ciencia” bajo la dirección del Espíritu…”.[10]. Nuevamente podemos notar, esta inclinación, por identificar cualquier miembro del cuerpo de Cristo con cualquier varón cristiano; bajo está lógica no podemos pensar en las mujeres cristianas. Como si las mujeres, no ejercieran también ellas el Sacerdocio Universal, o como si ellas no pudieran ser también utilizadas poderosamente por el Espíritu de Dios, que “sopla por donde quiere” (Jn. 3:8). Los ejemplos respecto al segundo lugar dejado para las mujeres podrían multiplicarse en dicha obra citada, pero basta con leer el apartado que habla sobre “El ministerio de la mujer”, pp. 141ss., para darse cuenta de la tremenda misoginia que caracteriza a estas teologías-ideologías. Para efectos del presente apartado sólo tomaremos los ejemplos citados hasta aquí, sin embargo, más adelante abordaremos las ulteriores implicaciones que estas posturas sexistas, tienen para el actual desarrollo de la Iglesia de Jesucristo.

Por ello mismo, en este apartado y en los subsiguientes, intentaremos mostrar que al menos desde el punto de vista bíblico-teológico, no es posible fundar cierto tipo de teologías que sigan el mismo camino de relegar a segundo plano a las mujeres. De entrada, en los dos relatos de la creación, el yahvista y el sacerdotal, encontramos siempre una igualdad de condiciones en las relaciones entre varones y mujeres. En ninguno de los dos relatos de la creación encontramos jamás una superioridad de alguno de los dos sexos. El primer relato de la creación (Gn 1:1-2:4a) es de la denominada tradición Sacerdotal (P), una de las características principales de esta fuente es que usa el nombre genérico del Dios de Israel, Elohim, además de que le atribuye el calificativo de El Shaddai, a menudo traducido como Dios Omnipotente, aunque tampoco hay que descartar “el Montañés”. El segundo relato (Gn 2:4b-3:24) es atribuido a la tradición Yahvista (J), esta fuente nombra a Dios Yahvé y lo presenta con rasgos más antropomórficos. La fuente P, puede ser fechada alrededor del siglo VI a.C. (período exílico y pos-exílico); mientras que la fuente J, podría datarse durante los siglos X o IX, en plena monarquía. Empecemos, pues, nuestro pequeño intento de reflexión teológica sobre los textos de la creación del libro de los orígenes por antonomasia, el Génesis.

 

3. Hombre-mujer en el diseño de Dios

Si se hace una lectura atenta de los primeros capítulos de la Biblia, pronto se descubrirá que el Génesis narra la Creación en dos relatos particulares y específicos. La revelación divina quiso que la narración de los orígenes viniera dada en dos relatos con énfasis teológicos particulares, que lejos de oponerse entre sí, se complementan mutuamente. El primero de ellos nos trasmite la creación del ser humano como “hombre y mujer” desde el principio. El segundo nos presenta la creación o formación del hombre en etapas cronológicamente diferentes, primero como varón y luego como mujer. “Varón y mujer, son creados, según Génesis 1, en un único acto creador, mientras que en Génesis 2 describe en etapas –cronológicamente diferentes-, la creación primero del varón y posteriormente de la mujer (Gn 2:7-24). Si ambos pasajes se leen ambos (sic) literalmente parecen contradictorios. Sin embargo, la Biblia no se puede contradecir. ¿Cómo salir de esta aparente paradoja?”.[11]

Para Agustín de Hipona el relato del capítulo dos del Génesis era uno de los pasajes más oscuros de toda la Biblia.[12] Con todo, él llegó a afirmar lo siguiente: “Según el Génesis la naturaleza humana en cuanto tal fue creada a imagen de Dios, naturaleza que existe en uno y otro sexo y no permite situar a la mujer aparte, cuando se trata de comprender lo que es imagen de Dios”.[13]

3.1 El relato sacerdotal (P) de los orígenes (Gen. 1:1-2:4a)

Del llamado primer relato de la creación podemos sacar muchas enseñanzas importantísimas para profundizar sobre el tema de la ordenación femenina. Ya que la doctrina de la imago Dei (Gn 1), aplicada tanto a hombres como mujeres, tiene implicaciones directas en los ordenes ministeriales de la Iglesia, como veremos a continuación.

La pareja-imagen: varón y mujer “desde el principio”

Entonces dijo Dios: “Hagamos al hombre [ser humano] a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias, sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra”.

Y creó Dios al hombre [ser humano] a su imagen,

A imagen de Dios lo creó;

Varón y hembra los creó.

Los bendijo Dios y les dijo: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. Después dijo Dios: “Mirad, os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, así como todo árbol en que hay fruto y da semilla. De todo esto podréis comer…”. Y fue así. Y vio Dios todo cuanto había hecho, y era bueno en gran manera.

Génesis 1:26-29, 30c-31.[14]

A partir de este primer relato de la creación, que nos habla del ser humano como imagen divina, constituido en la unidad indisoluble de la pareja primigenia, podemos partir para nuestra presente reflexión sobre el estatus de la mujer dentro de la familia, la iglesia y la sociedad. Esta porción de la Escritura, revela un tremendo paradigma de igualdad para el hombre de todos los tiempos, pero de forma especial para nosotros que estamos sumergidos en una sociedad machista y androcéntrica.

En primer lugar, nos encontramos con la frase “Hagamos…”, muchos han querido ver en esta frase una revelación del ser de Dios en la Trinidad, como algunos Padres de la Iglesia lo intuyeron ya, en los albores del cristianismo, lo cual es posible; aunque también podemos encontrarnos ante un plural mayestático (pluralis maiestatis), un plural de realeza o majestad, digno desde el principio, para la majestuosa grandeza de Yahvé, como Dios cósmico. Aunque otros ven, no un plural mayestático, sino un plural deliberativo, donde Dios habla consigo mismo.

Se han dado varias explicaciones para este uso, pero a la luz de Génesis 1.1-3, donde se describe a Dios como Padre diseñador del cosmos (v.1), como Espíritu sustentador y protector (v.2), y como Palabra creativa (v.3), los pronombres plurales que se usan para Dios parecen referirse a la multipersonalidad del Dios Trino. En otras palabras, Dios en la totalidad de su ser, con la participación activa de las tres personas de la Trinidad, se involucra en la creación del ser humano. Inevitablemente, algo de la pluralidad que caracteriza la naturaleza de Dios se reflejará en las criaturas que llevan su imagen. Que el ser humano aparezca como varón y hembra es el reflejo de un aspecto esencial de la Trinidad dentro del ser de Dios.[15]

Lo importante es resaltar que hasta aquí, Dios no había hecho nada semejante, ni dicho algo parecido. A partir de este momento se rompe el ritmo y la cadencia del texto bíblico: “dijo Dios, creó Dios, hizo Dios”; para introducirnos en una nueva perspectiva creacional. “El Dios bíblico no tiene evidentemente a quién dirigirse. De hecho, su primer “diálogo” será con este hombre que se dispone a crear. Notamos, por tanto, que esta forma de hablar revela algo pensado y reflexionado. Y siendo Palabra de Dios, es eficaz”.[16] Es indudable que como el ser humano es demasiado enigma, ahora no puede darse una palabra imperativa, como anteriormente se había venido dando con el resto de la creación. Ahora hace falta más que una simple orden, es imprescindible que en la creación de los seres humanos medie más que aquella palabra imperativa de Dios, como se había venido desarrollando hasta aquí, en el relato bíblico. “El hombre es demasiado ‘enigma’ y ‘pregunta’ como para que satisfaga una fórmula como esta: ‘que exista el hombre sobre la tierra… y así sucedió’. El hombre necesita explicarse a sí mismo yendo más allá de un reconocimiento del poder creacional de la Palabra que lo pone en el mundo”.[17] Entonces aparecen dos verbos en el pasaje bíblico en cuestión, asáh (hagamos) y bará (creó):

Es interesante notar la combinación de los dos verbos. Generalmente se nos ha enseñado que bará es el verbo hebreo que se emplea exclusivamente para designar un acto exclusivo de creación divina. Pero en el texto original se complementan estos dos verbos asáh y bará. Pues Elohim determina “hacer” al hombre y a la mujer, luego los “crea”. No es posible encontrar diferentes niveles de calidad en esta distinción lingüística, pues siempre es Elohim el que actúa. Claro, en el v.27 aparece tres veces bará, pero la decisión es hacer al ser humano. Y esta decisión es la que nos interesa.[18]

Y todo, porque Dios está a punto de crear su obra maestra, un ser que sea imagen y semejanza de Él. Los dos vocablos hebreos que son traducidos así son: sélem (imagen) y dmut (semejanza), y es muy posible que constituyan un paralelismo sinónimo, ya que ambos términos se complementan. El ser humano no es la “imagen más semejante” de Dios, sino como el texto dice: “imagen y semejanza”. Que el autor los toma como sinónimos lo confirma el hecho de que más adelante en 5:3 son invertidos: “y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen”.

Desde el punto de vista lexical, sélem se refiere más a la forma física, al cuerpo, y se entiende frecuentemente de la estatua; dmut orienta a algo más interior o espiritual. Sélem es más visual, como lo indica su posible etimología de “sombra”; tal vez los semitas no tenían una representación más concreta y plástica que la de la sombra, que “dibuja” espontánea y perfectamente al objeto y es inseparable de él; los dos términos se complementan en cuanto establecen una relación de unidad y “aproximación” entre dos seres u objetos.

Podemos profundizar aún más estas significaciones; la “imagen” “viene” del primer analogado; no existe sin él (sin el árbol, por ejemplo, no existe su sombra); toda su realidad consiste en ser copia, y en una “contemporaneidad” con el paradigma; así, por tanto, sin Dios no existe el hombre-“imagen”, ni en su origen, ni en su presente; la imagen es un “existir” (más no como génesis, ya que no implica la idea del nacimiento o de proceso). La “semejanza” en cambio “sale” del segundo analogado, que “se acerca” al otro; es como un “ir” al arquetipo; pero éste no es su razón de ser; los dos analogados tienen su propia existencia, pero se descubre que “se dicen” mutuamente, o también que el “ser así” del segundo manifiesta al primero; la semejanza es un “encuentro” y, por eso, una clarificación y un “hacerse inteligible”, como cuando dos personas “sintonizan” profundamente en la amistad o en el amor.

El pasaje de Génesis intenta definir al hombre por algo muy profundo, el ser “completado” por Dios, su origen, arquetipo de su ser y de su “modo de ser”; por su esencia, el hombre “sintoniza” con su Creador.[19]

A la luz de esto, la mujer no estaría impedida ni física ni espiritualmente hablando, para desarrollar el ministerio pastoral plenamente en igualdad de oportunidades y condiciones junto con el varón, como tampoco los otros dos oficios como anciana y diaconisa, porque ella también es “imagen” y “semejanza” de Dios. La mujer, igual que el hombre, son teomorfos. Se podría argumentar en contra de esta conclusión que el pecado borró, destruyó o minimizó esta imagen, pero la Biblia claramente enseña que eso no es cierto (Stg 3:9). “En Génesis 1:26s en cambio se afirma la semejanza divina de todo hombre y en 5:1ss. […] se deja bien claro que el pecado no la borra ni disminuye. No es un don, o un atributo accidental, sino que define la esencia misma del hombre. Dicho en dos palabras: el hombre, y todo hombre, es “imagen” de Dios. Es “teomorfo””.[20]

Con todo esto de por medio, afirmamos categóricamente que la imago Dei es tan sólo uno de los fundamentos veterotestamentarios de la ordenación femenina a los tres oficios de la iglesia (pastorado, ancianato y diaconado). No podemos menos que condenar una interrogante como la siguiente: “¿Cómo veríamos a una mujer embarazada de unos 7 meses subiendo a un púlpito para predicar? La realidad es que lo veríamos anti estético (sic), anti bíblico (sic), anti… todo”.[21] Pero lo cierto es que lo antibíblico no es que una mujer embazada pueda predicar o administrar los sacramentos, porque aún en ese caso, la imago Dei está salvada, sino que lo antibíblico se encuentra en un argumento tan pobre como el de la pregunta y su respuesta. Una interrogante como esa, encuentra su condenación en la propia Escritura (Stg 3:7-9) que dice: “7Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana;8 pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. 9 Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios” (énfasis agregado).

Por otra parte, hay que puntualizar que el ser humano que será creado, surge de la voluntad soberana del Trino Dios, y esto también tiene una importancia inusitada en la interpretación de los dos relatos de la creación porque “… si en Dios las [tres] Personas son co-eternas, es decir, su procedencia entre ellas no implica separación en el tiempo, ¿no ocurrirá algo analógico entre los dos seres humanos?”.[22] Esta es la hipótesis de trabajo que guiará la ulterior interpretación de los textos de la creación. No hay que esforzarse mucho para ir aventurando una posible respuesta ante lo que San Agustín consideraba uno de los textos más oscuros de toda la Biblia (Gn 2). Por lo pronto, quedémonos con la siguiente intuición de la teóloga y antropóloga española Blanca Castilla: “Si Dios creó al ser humano varón y mujer, a imagen de Dios Trino, podría ser que el origen de Eva del costado de Adán estuviera revelando, que entre las personas humanas hay una diferencia parecida a la que hay entre las Personas divinas por las procesiones que hay en ellas”.[23] Es decir, el hecho de que el Espíritu Santo “proceda” del Padre y del Hijo tal como fue formulado en el Credo Niceno-Constantinopolitano y en el Símbolo de Atanasio, nunca significa subordinación sino igualdad.

El ser humano es tan importante dentro de la creación divina en tanto corona de ésta, que Dios decide en su ser más íntimo crear y dar forma a ese hombre, de una manera diferente al del resto de la creación. Esto le da ya, un estatuto distinto que lo llena pletóricamente de dignidad; y por eso mismo, de una responsabilidad más alta y sublime ante Dios: la de ser creador y formador. Esta palabra-designio de Yahvé coloca al ser humano delante de Dios mismo, como reflejo de sí. Ningún otro ser de la creación ocupa tan alto rango distintivo y semejantes rasgos característicos del ser que a continuación crea, nadie más ha sido investido de carácter tan particular y singular, entre todas las obras de la creación. El Salmo 8, por eso afirma contundente: “lo coronaste de gloria y de honra; lo entronizaste sobre la obra de tus manos, ¡todo lo sometiste a su dominio! (v. 5b-6, NVI).

Sin embargo, es importante hacer notar que cuando el texto habla de hombre, no se está refiriendo únicamente al varón, sino que el texto bíblico se está refiriendo claramente a los seres humanos, a la humanidad toda; manifestada en el varón y la mujer; ellos en cuanto pareja,[24] son la auténtica y completa imagen de Dios. No un hombre, en cuanto tal, sino el ser humano en la dualidad de varón-mujer. De que el texto está hablando en estos términos, no cabe la menor duda, por todos los plurales que el texto bíblico utiliza: varón y hembra los creó, los bendijo, y les dijo, os he dado, etc. Todos esos plurales designan ya, que se trata no de la creación del varón, y ni siquiera de algún hombre, sino de la creación del ser humano, en cuanto pareja. “El contexto dice que no se piensa en absoluto en un individuo. La continuación en 1:26b ‘(hagamos, `adam) para que ellos dominen’ indica que se trata de un plural. Indudablemente hay que entender `adam colectivamente: Dios quiere hacer una humanidad”.[25] Nuestro texto “llama” `adam, al ser humano en la unidad de la pareja primigenia: “El hebreo pone de manifiesto que la forma verbal “para que dominen”, en plural, tiene un sujeto (hombre) colectivo: bien sea la humanidad, bien sea el varón y la mujer. Y al crearlo a su imagen (de Dios Trino) lo hizo varón y mujer (cfr. Gn 1:27)”.[26] Más adelante el propio Génesis confirmará esta tesis: “Ésta es la lista de los descendientes de Adán. Cuando Dios creó al ser humano, lo hizo a semejanza de Dios mismo. Los creó hombre y mujer, y los bendijo. El día que fueron creados los llamó ‘seres humanos’” (Gn 5:1-2, NVI). El Génesis insiste en que “llamó el nombre de ellos Adán, el día en que fueron creados” (Gn 5:1-2)

En este sentido, no debe olvidarse que el término hebreo `adam, no designa únicamente un nombre propio, sino también un nombre genérico, hombre en el sentido de humanidad. La palabra hebrea ha’adam utilizada en el original hebreo no hace nunca alusión al sexo masculino (en el sentido de varón) sino a la especie humana en general, es decir, al ser humano. A la luz de todo lo anterior, podemos decir que la humanidad y no el hombre, es el punto cumbre de toda la creación. Humanidad que se manifiesta singular y completa en la unidad de la pareja humana. Nuestro texto, lejos de ser individualista, se coloca desde el principio como un texto comunitario, que presenta la igualdad del varón y la mujer delante del Dios Trino, compartiendo las mismas bendiciones y responsabilidades. Sin embargo, esta armonía primordial, se verá rota más adelante por el pecado, no de la mujer exclusivamente, sino de todos los seres humanos. El comentario de la Biblia Latinoamericana, confirma todo lo dicho hasta este momento:

Hombre y mujer los creó. Aquí viene la dignidad de la pareja. Al que Dios crea no es el hombre solo ni la mujer sola, sino la pareja. Y, por más que esto nos sorprenda en una cultura machista, no hay desigualdad entre el hombre y la mujer. Con la Biblia escapamos de las imágenes simplistas de las teorías materialistas: la división de los sexos no sería más que el producto del azar en la mutación de los cromosomas, y luego el amor resultaría de aquella división de los sexos. En cambio afirmamos que el amor estuvo primero en el plan de Dios, y la larga evolución de la sexualidad fue su preparación.[27]

Desde el punto de vista de este primer relato de la creación no podemos fundar una supeditación de la mujer al varón, ni viceversa. Dios no estaba pensando en un hombre en solitario, sino en la fecundidad de la pareja humana, de ahí que inmediatamente a su creación, viene una bendición de fecundidad. Ellos, en cuanto pareja, reflejan “ambos” la imagen de Dios en el mundo. La imagen de Dios, siempre se manifestará en la unidad de la pareja, nunca en solitario. El varón no es más imagen de Dios que la mujer. Para este efecto, es también paradigmática la comunión de la Trinidad en el ser más íntimo de Dios. El ser humano ha sido creado para manifestar también él, en tanto imagen, esa comunión al igual que el Ser creador de donde proviene.

Dios hizo tanto al hombre como a la mujer a su imagen. Ninguno de los dos fue hecho más a la imagen de Dios que el otro. Tanto el uno como el otro es la cumbre de la creación de Dios. Ninguno de los dos sexos es exaltado ni despreciado.

Hombre y mujer comparten la imagen de Dios:

  • Su naturaleza espiritual 
  • La capacidad de tener comunión con el creador 
  • La capacidad de amarle y obedecerle 
  • Capacidad creativa 
  • Libre albedrío 
  • Eternidad en sus corazones[28] 

Este relato del origen, al igual que el otro, no nos hablará de algo que aconteció en los orígenes, sino que ante todo, trata de explicar de una forma magistral la actual situación. Como palabra de Dios, es un relato que interpela al hombre de allí y entonces, pero que al hacerlo nos habla a nosotros, los seres humanos de aquí y ahora. Si habla del pecado del primer hombre, es para interpelar al Israel pecador en su condición de hijo infiel, frente a su siempre fiel Dios, Yahvé. Si habla de los peligros de la falsa “sabiduría” es para hacer notar que la fama de sabio que tenía Salomón, no era sino una insensatez, porque precisamente esa sabiduría debía reflejarse en el actuar fiel del impío rey Salomón. Así, deja traslucir una cierta estructura de la vida de todos los hombres, pero mejor aún, de la estructura de la historia como: Mhytos, Utopía e Ideología. Ante el resquebrajamiento del presente se hace necesario un reflexionar que explique el actual estadio de las cosas. Así, se mira al pasado (Mhytos) para encontrar la raíz de todos los males que aquejan el presente; pero también se pone la mirada en el futuro, en un mañana mejor que el presente (Utopía), las cosas no pueden seguir igual siempre; mientras tanto, en el acontecer actual se manifiesta una forma particular de concebir la situación (Ideología). Nuestro relato puede muy bien encajar en este tipo de estructura histórica. Como relato original, usa un lenguaje simbólico, no queramos ver en la narración una “historia” contada como efectivamente acontecieron las cosas. Nuestro relato no es un reportaje presencial; sino una forma de narrar, explicando la situación siempre presente, cuyo pasado ausente permite mirarlo como una edad de oro, donde las cosas seguramente no eran así. “Lo narrado no es entonces lo sucedido, sino la exploración del sentido de lo que sucede en otro lugar. (…) El hombre religioso siempre hablará en símbolos y siempre construirá mitos. Al teólogo toca ayudar a entenderlos, no a vaciarlos; a explorar su verdad, no ha malinterpretarlos como falsedad”.[29]

El lenguaje de lo religioso es siempre un lenguaje simbólico, no podría ser de otra forma, cuando lo que se quiere transmitir es algo intransmitible con otro tipo de lenguaje. La finalidad de nuestro relato es interpretar y de esta forma entender una realidad presente. Cómo hacerlo sino a través de la riqueza del lenguaje simbólico. También por ello, el hombre del que hablan los relatos bíblicos del origen-creación no es un hombre concreto identificado con un ser originario, sino que es un hombre arquetípico. Ese hombre de allí, somos todos nosotros; al menos aquí, Adán somos todos. No es acaso la experiencia de aquella pareja arquetípica la misma experiencia de todos nosotros. Acaso no seguimos escuchando muchas veces nosotros aquí, una voz que no es la voz de Yahvé, acaso no seguimos poniendo en entredicho esa misma Palabra.

“Para resumir: Gn 1-2 no es “historia” de acontecimientos sucedidos en la forma como están contados. Lo histórico, que los relatos interpretan y dilucidan, está en la vida del pueblo de Israel de la época de la formación de estos. Se trata… de relatos de estructura mítica, al servicio de una cosmovisión que ya ha roto con el mito pero que no puede evitar su forma lingüística”.[30] Dicho esto, podemos pasar ahora sí, a la consideración del estatus que nos presenta el relato J, en cuanto al papel de la mujer.

Tesis 2

La igualdad originaria de los géneros, establecida por Dios, se desarrolla también en los dones y ministerios que Él mismo estableció (Gn 1-2).

Quiérase o no, el menoscabo de la mujer en relación a su ordenación tiene resabios patriarcales veterotestamentarios, al apelarse al segundo relato de la creación para fundar a partir de él una supuesta sumisión femenina. Esta visión es reafirmada en el NT cuando se lee al apóstol Pablo (1 Tm 2:11-15) sin entenderle del todo, y tratando de aplicar una situación eclesiástica particular a toda la iglesia en general. Las instrucciones de Pablo contenidas en los vv. 11 al 15, tienen por ejemplo, “una interpretación de las Escrituras (Génesis) a favor de la preeminencia del varón (2:13-14) y una afirmación teológica para legitimar el mandato (2:15)”.[31] Dicha afirmación teológica recurre a la ideología patriarcal del AT para legitimarse. Ideología que sigue señalándose como la soberana voluntad de Dios para la mujer. 

4. El relato Yahvista (J) de los orígenes (Gen 2:4b-24)

4.1 Hombre y mujer: el encuentro humano en la pareja

Debido al hecho de que en buena medida, algunas interpretaciones se basan en el texto de Génesis 2 y 3, para fundar y otorgar un lugar secundario que supedita a la mujer a la autoridad del varón, nos parece importante revalorizar el sentido primario de este texto. Como antropogonía, el relato J, se centra más, no ya en la creación y constitución del mundo sino en la formación específica del ser humano. De entrada nos encontramos que si bien Yahvé ha creado y hecho los cielos y la tierra, el texto menciona que “no había aún en la tierra arbusto alguno del campo, y ninguna hierba del campo había germinado todavía, pues Yahvé Dios no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre que labrara el suelo” (Gn 2:5, Biblia de Jerusalén). Nos encontramos ante una tierra desértica, no hay todavía nada sobre la faz de la tierra creada, ésta se encuentra completamente vacía, no sólo porque no ha llovido sobre ella; sino sobre todo, porque aún no existe un hombre que le dé pleno sentido a esta tierra.

La tierra aparece en función del hombre y no viceversa, es él, el que puede darle pleno sentido a esa tierra deshabitada. Ella, la tierra, será la habitación del ser humano, ella será su casa. Aunque existe un manantial que hace regar la faz de la tierra, (v. 6) sin embargo, ésta todavía no está lista para producir, porque no existe el hombre; todavía no es fértil, porque el ser humano aún no entra en escena. Esta breve narración muestra la necesidad que tiene la tierra del hombre, para que éste le dé su sentido completo, sin él, la tierra no es más que un desierto. La Biblia Latinoamericana, traducirá por ello, los versículos 5 y 6 de la siguiente manera: “y tampoco había hombre que cultivara el suelo e hiciera subir el agua para regar toda la superficie del suelo”. El punto de focalización de nuestro texto, es ahora el de la tierra estéril porque no hay hombre que la labre, su fertilidad dependerá de la eficacia y del obrar del ser humano en relación con ella. El ser humano le da pleno sentido a la creación de la tierra: “Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en su nariz aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2:7, Biblia de Jerusalén).

A la luz de estos textos, el trabajo del hombre, su función y su vocación primaria será desde siempre, “la de ser un colaborador de Dios en la tarea de hacer que la tierra produzca y alimente la vida. Dios creó la tierra y el agua que la fertiliza; pero, es el hombre quien debe crear las condiciones para que sea fértil y produzca lo necesario”[32]. El trabajo, lejos de ser una maldición[33], es desde el principio, una hermosa bendición de Dios, que le permite al hombre transformar su entorno, y al hacer esto, transformarse el mismo. El texto continúa diciendo: “Luego plantó Yahvé Dios en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado” (v.8). El versículo 15, nos indica cuál fue la razón por la que Dios puso al hombre en el huerto recién plantado: “Tomó, pues, Yahvé Dios al hombre y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase”. Hasta aquí, el trabajo, tampoco se presenta como un castigo, sino como aquella actividad que le permite al ser humano cumplir con la alta responsabilidad en el mantenimiento y ulterior desarrollo del mundo, y por supuesto, en la plena realización de sí mismo. Dios quiere que el ser humano cultive el jardín para crear cultura y a través de esta actividad le rinda culto. La vocación del ser humano-imagen es la que en la teología reformada se ha llamado mandato cultural:

La cultura es, pues, el resultado del cultivo o desarrollo de todo lo que el ser humano toca. El ser humano interactúa con el mundo y lo cambia, lo transforma, lo cultiva, y así aparece la cultura. Intrínseca a nuestra naturaleza está la inclinación a cultivar todo lo que está a nuestro alrededor. Además, Dios pone a Adán en el huerto para que “lo guardase”. Aquí este verbo tiene el sentido de “preservar, cuidar”. Esto indica que el mandato cultural no debe poner en peligro la integridad de la creación [ni mucho menos de la mujer]. Cuando Dios le dice al hombre que sojuzgue y señoree sobre la tierra, no le permite que la explote y oprima destruyendo el ecosistema. La imagen de Dios sólo se hace presente en aquellas actividades culturales que desarrollen el potencial de la creación en una forma que resalte su belleza, lozanía y vitalidad. Esto implica que las acciones de cultivar y de guardar necesitan la normativa ética que viene de Dios mediante su revelación natural y especial. Como criatura de Dios, el ser humano no es autónomo, no es ley para sí mismo, sino que debe ejercer su mandato cultural bajo la dirección de Dios. El papel del ser humano es uno de mayordomo bajo Dios, no de tirano absoluto (cf. Mt 25:14-30; Lc 12:41-48).[34]

Los dones y ministerios están estrechamente entrelazados con el mandato cultural que Dios encargó a los seres humanos, por ello, cuando a la mitad de la humanidad representada por las mujeres, no se le deja ejercer y desarrollar el mandato cultural, se está atentando con la igualdad originaria de los géneros. Esto lo encontramos no sólo aquí, sino también en el primer relato de la creación, el relato P, del que ya hablamos. En este sentido, la afirmación bergsoniana de que “Dios ha creado creadores para asociarse con ellos”, es apoyada por el Génesis (1:26-28; 2:5); porque precisamente, es hasta que Dios ha creado al hombre, que puede entrar en su reposo y descansar de toda la obra que había hecho en la creación (2:1-3). Ello, porque ahora ha creado a aquellos que pueden continuar creando: el ser humano imagen como varón y mujer. El será desde su creación-constitución, el único encargado, ahora, de transformar su entorno, de “labrar y cuidar” la tierra, y al hacer esto, mostrar también el ser imagen y semejanza de ese Dios creador. A la pregunta de por qué el hombre es creativo, el pensamiento bíblico responderá siempre, que es así, porque el hombre es imagen de Dios, y como tal está investido de la misma creatividad de ese Dios creador.

Pero ante ese panorama desolador y deshabitado, Dios no se queda impávido, él tiene que actuar, para transformar las cosas. Dios responde a esa necesidad apremiante que tiene la adamah del adam. “Entonces Yahvé Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente” (v. 7). El hombre es formado de la tierra misma, ¿qué es el hombre, en la antropología bíblica, sino una casa de adobe, un ser frágil? (cfr. Job 4:19ss.). El hombre (ha`âdam) proviene del suelo, viene de la tierra (`adâmah), a la cual dará sentido pleno, y a ella misma volverá tarde o temprano (3:19).

Nótese como el texto bíblico, no nos está hablando todavía de Adán (como nombre propio), sino que está utilizando un término colectivo que sólo después y más adelante, adquirirá la connotación de nombre propio para el primer varón. De hecho será hasta el lejano versículo 4:25, que la palabra hebrea traducida como hombre o ser humano se usará también como nombre propio, ya que incluso 3:20 y 4:1 no debe traducirse como Adán, tal como no lo hacen las modernas traducciones bíblicas como la TLA. Es importante que no olvidemos el hecho de que “en la Biblia hebrea adam significa simplemente hombre, y se utiliza, en la mayor parte de los textos, como un nombre común. Sólo en textos tardíos (Sabiduría 2, 24; 10, 1; Eccli. 25, 23) y en la tradición judía posbíblica se utiliza la palabra Adán como un nombre propio, lo que ha dado lugar a las especulaciones sobre el primer Adán y el segundo Adán”.[35] Bíblicamente hablando, Adán, pues, somos todos nosotros, hombre y mujer (Gn 5:1ss).

4.2 ¿Fue creado el varón antes que la mujer?

En la tesis anterior dejamos asentada una intuición teológica, que como dijimos ahí, sustentaría la interpretación de esta segunda tesis. Esa intuición es la de que si el hombre fue creado como imagen del Trino Dios, entonces, eso significaría que la creación de la mujer de la “costilla” del hombre, no implica necesariamente sumisión, ni dependencia pero tampoco una especie de segunda clase o categoría. Expliquémonos por partes:

  1. El primer relato de la creación asienta que en el origen, el hombre-imagen fue creado desde el principio y en un primer acto creador como varón y mujer.
  2. El varón y la mujer comparten “igualmente”, la imago Dei en toda su plenitud.
  3. Si el ser humano (varón y mujer) son imagen del Dios Trino, analógicamente hablando, eso implicaría que el segundo relato de la creación no está enseñando “subordinación” de la mujer respecto del hombre.
  4. La interpretación del segundo relato de la creación debe estar sujeta a lo anteriormente afirmado en el primer relato, según lo cual el ser humano-imagen fue creado en un mismo acto como varón y mujer.

Siguiendo el principio protestante de que la Biblia es intérprete de sí misma, tenemos que recurrir a lo que el apóstol Pablo dice en 1 Tm 2:13, “Porque Adán fue formado primero, después Eva”. Una lectura superficial del texto alegaría que se trata ni más ni menos que de la correcta interpretación del relato bíblico de Génesis 2, sobre la subordinación de la mujer al varón. ¿Qué más prueba bíblica podríamos tener los que abogamos por la ordenación de la mujer, sino la contundencia apostólica para no hacerlo? Pero como ha mostrado Elsa Tamez, eso no se sigue de la lectura de dicho texto:

Para subordinar a la mujer el autor recurre a una lectura común y muy conocida sobre Gn 2, condicionada por la ideología patriarcal jerárquica: Adán fue formado primero, y después Eva. Es interesante que el texto de 1 Tm no diga que Eva fue formada del varón. Aquí el verbo plassein (“formar”, “moldear”) es utilizado para los dos, pues al autor le interesa el orden de la creación. La oración da a entender que Dios formó a ambos.[36]

Aquí, el hecho de que la mujer haya sido supuestamente creada en “segundo” lugar, no implica dominación y sometimiento o superioridad e inferioridad. Porque siguiendo la lógica de este argumento, eso significaría que puesto que los animales fueron creados antes que el ser humano, aunque el mismo día sexto, entonces los hombres seríamos inferiores a los animales. Por supuesto ya sabemos la respuesta. Para quienes creen que segundo implica inferior, tienen que encontrar una justificación filosófica y no teológica o bíblica, porque desde una perspectiva filosófica “lo que es anterior es más valioso que lo que viene después; en consecuencia, puesto que la mujer fue creada después que el hombre y a partir de su cuerpo, está menos próxima a la fuente divina. Por tanto, en cierto modo es menos digna que el varón”.[37] Para salvar este tipo de interpretaciones gratuitas, un criterio de interpretación que debemos seguir es que tenemos que leer Gn 2 a la luz de lo ya afirmado en Gn 1, de lo contrario, podríamos caer en una petición de principio y hacer aseveraciones erróneas como las siguientes:

  1. La mujer ha sido sacada del hombre, después que él y para ayudarle. Por tanto, depende de él y sólo por su mediación es imagen de Dios.
  2. La mujer es el cuerpo del hombre, el cual es la cabeza y, por ello, le debe estar sujeta en todo. […]
  3. La mujer fue quién sucumbió a la tentación, como se relata en Génesis 3; ella es la “culpable” de la caída del varón, entonces, tenemos los presupuestos para proyectar –como se ha hecho en muchas ocasiones- el relato del pecado sobre el de la Creación y obtener una justificación bíblica de la misoginia.[38]

Lo cierto es que en este segundo relato de la creación tampoco podemos encontrar la subordinación querida por los que están en contra de la ordenación de la mujer. Porque si aplicamos el principio de interpretación que hemos señalado, este segundo relato deriva de lo que ya se asentó en el primer relato. Además, siguiendo la analogía trinitaria, aquí tenemos lo que bien podría llamarse: unidualidad.[39] Entonces, ¿cómo puede explicarse la no-contradicción entre los dos relatos bíblicos de la creación del ser humano? “Para explicar que no existe tan contradicción es preciso descubrir que Génesis 2 no anula lo afirmado ya en Génesis 1. Es decir, que no está revelando cronológicamente el modo en que acontecieron los hechos”.[40]

Además de todo esto, es importante que consideremos la temporalidad de los dos relatos; como hemos señalado anteriormente, los dos textos que relatan la creación, uno como cosmogonía y el otro como antropogonía, son de épocas distintas y llevan en sí su propia impronta. Resulta importante subrayar esto, porque el relato (P) que hoy aparece en “primer lugar” (Gn 1:1-2:4a), realmente es el más reciente cronológicamente hablando, y de hecho, es el teológicamente más elaborado; y el que aparece en “segundo lugar” (Gn 2:4b-3:24), relato (J), es de más antigua confección. Es decir, el primer relato de la creación fue escrito “después” del segundo, por lo menos 400 o 500 años más tarde.

Y de un modo parecido a como el Nuevo Testamento aporta luz para penetrar en el sentido más profundo del Antiguo Testamento, en este caso se podría decir que el texto más antiguo, colocado en segundo lugar se aclara leyéndolo a la luz del primero. Hoy al poder determinarse con más precisión la relación que se da entre estos dos textos, se advierte que Génesis 1 indica cuál es la verdadera intención del texto más antiguo: debe entenderse, por tanto, como interpretación de Génesis 2.[41]

A través de esta interpretación que no olvida la polisemia del texto bíblico, se da un giro copernicano en nuestra lectura teológica de los relatos de la creación. “En consecuencia, para desentrañar adecuadamente el mensaje escondido en Génesis 2 es preciso leer este pasaje con las “claves” aportadas por Génesis 1”.[42] ¿Qué es entonces lo propio de Génesis 2?

[…] Hay otro aspecto de la imagen de Dios en el ser humano, que aunque constatado no está explicitado en Génesis 1 sino en Génesis 2. En Génesis 1, recordamos, Dios habla en plural: “Hagamos un hombre a nuestra imagen” (Gn 1:26). Interesa no pasar por alto estas sucintas palabras. Es Dios Trino quien plasma su imagen en el ser humano: varón y mujer. Dios en su intimidad no está solo, la intimidad del único Dios acoge la pluralidad en Personas, que al ser en cierto modo complementarias entre ellas son las Tres Uno. Por eso, Dios no quiere que el hombre esté sólo y lo hace varón y mujer (pluralidad de personas).

En el segundo relato no se habla de la “imagen de Dios” expresamente, sin embargo, su contenido consiste en una explicitación de en qué consiste la “imagen de Dios” en el hombre, en el sentido de que la imagen de Dios en el ser humano, acoge, como en Dios, pluralidad de personas: al menos dos. […]

Estas dos características son las dos reflejo de la “imagen de Dios” en el hombre. Reflejo no sólo de Dios Uno sino también de Dios Trino, en cuanto que en Dios se da Unidad de Naturaleza y Comunión de Tres Personas distintas. […]

Pero la imagen no acaba en la común naturaleza, sino que llega hasta la pluralidad de personas. El ser humano también es plural, desde su inicio, en él hay pluralidad de personas: al menos de dos, desde el principio, varón y mujer.[43]

Todo esto nos lleva a concluir que Dios no tenía planeado que la mujer fuera inferior al varón, o que ella no pudiera ejercer en igualdad de condiciones algún ministerio u oficio. También se ha dicho erróneamente que la mujer es “ayuda idónea” del hombre, cuando en realidad lo que el texto bíblico es que el uno para el otro son esa ayuda idónea, no sólo la mujer frente al hombre, sino también viceversa. Aún cuando aceptáramos que la mujer exclusivamente es la ayuda idónea del varón, eso tampoco la colocaría en un lugar inferior respecto de él, porque hay que recordar que la palabra hrebrea ´ezer, traducida como “ayuda idónea” (2:18) nunca sugiere subordinación o inferioridad, dado que ese vocablo se usa frecuentemente en el texto hebreo para describir a Dios como el “ser superior” que crea y salva a Israel (cfr. Ex 18:4; Dt 26:29; 33:7; Sal 33:20; 115:9-11; 121:2; 124:8; 146:5, etc.), lógicamente eso no significa que Dios sea inferior al hombre, sino todo lo contrario.

4.3 Relación hombre-mujer bajo el régimen del pecado

Ahora bien, las cosas cambiaron completamente después de que el pecado se introdujo en la creación a través de la desobediencia de los seres humanos, entonces las cosas ya no fueron las mismas. Todo cambio. La relación con Dios, con la naturaleza, y por supuesto, también la relación entre la primera pareja humana. Ese primer encuentro de gozo del hombre, ante el descubrimiento de la mujer, expresado en la locución, “¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Será llamada “Mujer”, porque del hombre fue tomada” (Gn 2:23); muy pronto, pero ya bajo el régimen del pecado, cambia por la de “la mujer que me diste por compañera…” (Gn 3:12). Cuando Yahvé –como el amigo del novio- presenta la mujer al hombre, este responde con una expresión de profunda alegría, “esta sí que es”, —los animales, no lo eran— y lo hace, equiparándola con él, él reconoce en ella a su verdadero complemento. Nadie puede llenar esa parte, que él necesita, sólo ella puede suplir el vacío, y viceversa. Adán, no muestra ningún rasgo de querer someter a la mujer, de ningunearla, rebajarla o menospreciarla por ser mujer, o por su aparente creación después de él. Todo lo contrario, él puede seguir reconociéndose en ella, porque ella es “hueso de mis huesos y carne de mi carne”. Esta expresión en hebreo, designa consanguinidad: “En la antropología bíblica el cuerpo era considerado como manifestación exterior de la personalidad. […] Se puede entender, pues, “hueso de los huesos” en sentido relacional, como “ser del ser”; “carne de la carne” significa que aún teniendo diversas características físicas, la mujer presenta la misma personalidad que posee el hombre”.[44]

¿No está acaso esto, en consonancia con lo que el apóstol Pablo enseña a la iglesia de Éfeso, cuando les dice que “los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos” porque “el que ama a su mujer a sí mismo se ama, pues nadie odio jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida”? (Ef 5:28-29). ¿Dónde encuentran la inferioridad de la mujer, respecto del hombre, aquellos que siguen sustentando su visión del papel relegado de la mujer dentro de la Iglesia? ¿No es sólo cuando el pecado se ha introducido que esa relación cambia radicalmente? Es entonces, cuando el Adán dice de la mujer, para tratar de justificarse delante de Dios, que ella es la responsable de todo. Pero aún en medio de esa situación introducida en el mundo caído, el hombre puede reconocer en la mujer a su “compañera”. Aún bajo el régimen del pecado, el hombre puede todavía reconocer el importantísimo papel de la mujer como su auténtica compañera. ¿No es acaso esto, lo que se sigue demandando de la Iglesia de Jesucristo en la actualidad? Ese reconocimiento y estatuto de paridad, de igualdad y de compañerismo incluso también en los ministerios y oficios de la iglesia.

4.3 ¿Qué significa: “él se enseñoreará de ti”?

Pero qué de la cita bíblica de Gn 3:16, ¿no constituye acaso, este versículo una clara superioridad del hombre sobre la mujer? ¿Acaso no ubico aquí Dios por debajo del hombre? Veamos que nos enseña este texto. “A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido[45], y el se enseñoreara de ti”. A partir del relato de la creación que cuenta que la mujer fue primero tentada para comer del fruto prohibido y después convido a su marido, se ha sacado la conclusión, de que ella es la verdadera culpable de la condición humana actual. Incluso Pablo apoya esa relectura (1 Tm 2:13-14). Ello le ha valido numerosas vejaciones y un sinnúmero de acusaciones, así como chistes de humor francamente negro. Nuestro texto inicia diciendo: Multiplicaré en gran manera…, con lo cual se quiere decir que habrá un incremento o empeoramiento de la situación original.

Con ello, vemos que el dolor sería más agudo de lo que podría haber sido en determinado momento. Resulta claro que una situación, no puede ser empeorada, a menos que haya algo previamente de esa misma situación. El dolor sin duda, se manifestaría, auque no tan intensamente, ahora vemos un incremento. El texto continua diciendo, con dolor darás a luz los hijos… los hijos vendrían pero sin mayor dolor, ahora han de venir con un intenso dolor[46]. El deseo del que se habla más adelante, sin duda, también existía previamente, pero bajo las nuevas condiciones de pecado, jugará un papel importantísimo. Ello, porque la traumática experiencia por la que tenía que atravesar la mujer, en medio de sus embarazos, pero sobre todo al momento de dar a luz, podría ocasionar que la mujer perdiera todo deseo sexual. Eso sería entonces un problema para la propagación de la especie, para el desarrollo de la bendición de Dios de multiplicarse. Al respecto, LaCocque, menciona que ante “tan graves condiciones impuestas a la “maternidad” podrían acabar quizás en una paralización de las relaciones sexuales… porque el resultado del acto amoroso no es para él [para el hombre] comparable con el resultado que supone para la mujer”[47].

Así las cosas, el texto, lejos de ser un estatuto de superioridad del hombre sobre la mujer, es más bien un pasaje que intenta salvaguardar el mandato de Dios de fructificar, multiplicar y llenar la tierra con la especie humana. El argumento, va pues, encaminado a cumplir con la voluntad de Dios que ha concedido al ser humano (varón y mujer) el alto honor de ser su representante y mayordomo fiel, como señor de la creación. En este sentido, no debemos soslayar el hecho, de que dicho privilegio (el también llamado mandato cultural) fue concedido a ambos, varón y mujer, esto es, al ser humano en tanto pareja.

Por ello, Génesis 3, 16d no constituye ninguna aseveración general y solemne del dominio masculino (y mucho menos de la “superioridad”) sobre la mujer. Más bien es una aseveración que debe ser leída dentro del contexto inmediato que le dan las líneas que anteceden. De máxima importancia es que el “dominio” del varón lo garantice la mujer misma en la relación sexual. No es que sea un acto de buena voluntad por parte de la mujer, pues el varón ejerce sobre ella (igual que ésta sobre el varón, pero con resultados muy distintos) una atracción irresistible, y la mujer es consciente de las posibles y poco gratas consecuencias tanto físicas como morales y emocionales que acompañan a la (deseada) preñes y parto. No hay tampoco aquí ninguna superioridad “natural” del varón que pudiera afirmarse chovinísticamente como de derecho divino por una sociedad patriarcal. El “dominio” en cuestión es aquí descrito como sumamente paradójico, pero es la única explicación –la única etiología sapiencial- que puede dar razón del supuesto riesgo asumido por la mujer en la relación sexual. Debería por tanto entenderse la frase bíblica de la siguiente manera: “pero él [y los peligros que representa su relación] prevalecerá sobre ti [y tus temores]”[48].

Aunque las relaciones actuales, entre hombres y mujeres se dan ya no en el terreno de Gn 1 y 2, sino de Gn 3, en un mundo donde el pecado se ha introducido, sin embargo, la novedad evangélica introducida por la obra redentora del Señor Jesucristo viene a poner nuevamente las cosas en su justa dimensión. No hay que olvidar que:

Aun la “cultura bíblica” está marcada por el pecado: la prostitución, la poligamia, el harén del jeque oriental, el patriarcado, el machismo basado en la teoría de la superioridad masculina y la subordinación de la mujer. Las leyes del Antiguo Testamento, dadas para fijar límites al pecado, y aun la religión judía, con la práctica del sacerdocio exclusivamente masculino, responden a las condiciones de vida bajo el pecado. Vivimos bajo Génesis 3, no Génesis 1.[49]

Empero, aunque es cierto que vivimos bajo las consecuencias del pecado, no es menos cierto, que se debe luchar para superar esa relación quebrantada por el pecado, porque Jesucristo apareció para deshacer las obras del diablo. La realidad evangélica introducida por Cristo, viene a redimir todo lo que el pecado amenazó. Y eso significa, que la Iglesia debe estar combatiendo hoy, contra todo lo que se oponga al atropello de la dignidad concedida por Dios a los seres humanos, y especialmente a la mujer. Esto es así, porque en la era del Reino, inaugurado por Jesucristo, “28Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. 29Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa.” (Gal 3:28-29). Amén.

Conclusión

Sobre los argumentos antes expuestos a favor del ministerio ordenado de la mujer y ante la decisión que ha de tomar esta Asamblea General referente a la ordenación femenina, sería bueno que no soslayara la siguiente anécdota: “Pero un argumento nunca convirtió a nadie. En una célebre carta a la Asamblea General de la Iglesia de Escocia realizada en 1650, Oliver Cromwell suplicó así a la Asamblea: “les imploro, por las entrañas de Cristo, piensen que es posible que estén equivocados.” Pero ni siquiera la elocuencia de Cromwell los conmovió”.[50]

 

Epílogo poético

Theotókos

Obed Juan Vizcaíno Nájera

¡Señor, ten compasión de mí!

Sepultamos tu alma mujer,

en la imposibilidad del dialogo,

quienes hemos construido en ausencia de ti,

la ideología de ser superiores por nuestro sexo,

mejores por nuestra fuerza y violencia.

“No está bien quitarles el pan a los hijos,

y dárselo a los perros, a las perras”.

Perdida quedó tu alma entre los olvidos de las bulas,

de encíclicas infalibles y milenarias,

te rebajamos a la condición de compañera sumisa y callada,

objeto de uso con escaso valor comercial.

Buscan pretexto en la biblia para invisibilizarte:

“Dios nos ha enviado solamente

a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”

Y el pueblo de Israel todavía sigue perdido

entre el odio, la barbarie y el sionismo,

condenando al pueblo palestino,

a quienes ellos han arrebatado con la patria,

toda esperanza posible da vida digna,

felicidad y paz.

Siguiendo principios inhumanos que les niega el alma

al pueblo que lucha por su liberación,

muchos en nuestras iglesias todavía oramos así:

“Dios te doy gracias que no nací gentil, ni esclavo, ni mujer…”

infamia de una religión Patriarcal y machista

que desea predicar el amor hacia afuera,

pero mantener la opresión hacia dentro,

excusándonos delante de un Dios macho:

“Las mujeres que nos diste por compañera,

nos dieron de ese fruto del pecado”.

Mujer, te culpamos todavía de la expulsión del paraíso,

creemos que nos condenaste a una vida larga de trabajo.

Vivimos en el siglo veintiuno con ideas medievales,

sembradas en nuestras mentes por religiones muertas,

por doctrinas que oprimen nuestro entendimiento

con cadenas de desprecio.

Nos olvidamos que eres madre Como la tierra,

a la cual también maltratamos y ofendemos,

perdiendo la ternura al creernos superiores a ambas.

-¡Mujer, qué grande es tu fe!-Dice Jesús,

Porque para Dios no importa el ser nacional o extranjero,

esclavo o libre, hombre o mujer,

unidos a Jesús,

somos un solo pueblo,

la iglesia.

Mujeres, madres de la Humanidad,

protagonistas de todo hecho salvífico.

El Señor está con ustedes,

como con la madre casi niña,

también humana,

que albergó en su seno al salvador,

llena de la gracia infinita.

Mujer cada día,

intentamos sepultar tu alma,

en la imposibilidad del dialogo,

quienes hemos construido en ausencia de ti,

Un mundo de odios y guerras,

iglesias sin amor ni igualdad,

carentes de sororidad,

sin solidaridad.

Mujer de tus labios de madres, hermanas,

esposas e hijas hemos oído el mandato divino

de construir un mundo nuevo de confianza,

fidelidad, apoyo y reconocimiento.

Siempre escucharemos la voz de Jesús diciendo:

-“Mujer, qué grande es tu fe,

tu sacrificio,

tu amor,

hágase como quieres”- .

(Maracaibo, Venezuela, 15 de agosto de 2011. Dedicado a todos y todas quienes Somos miembros de AIPRAL, Con motivo de su XI Asamblea realizada en la ciudad de Guatemala del 8 al 14 de Agosto del 2011)

 


* Miembro del Presbiterio del Estado de México. Licenciado en Psicología y Filosofía.

[1] Cit. por Loren Cunningham, David Joel Hamilton y Janice Rogers. ¿Por qué no a la mujer? Una nueva perspectiva bíblica sobre a mujer en la misión, el ministerio y el liderazgo. Seattle, JUCUM, 2003, p. 23.

[2] J.J. von Allmen. Ministerio sagrado. Estudios de teología ecuménica. Salamanca, Sígueme, 1968, p. 139.

[3] Paul. K. Jewett, citado por Páraic Réamon en la Introducción de Mundo Reformado, vol. 49, números 1 y 2, “Las mujeres y el ministerio ordenado”, ARM, Ginebra, 1999, p. 1

[4] Para un ejemplo en contra de la ordenación de la mujer, véase el libelo de Bernabé V. Bautista Reyes, La ordenación de las mujeres. Desde una perspectiva bíblica, histórica y teológica. México, Manantial, 1988.

[5] Sonia Villegas López. El sexo olvidado. Introducción a la teología feminista. Sevilla, Alfar, 2005, p. 93

[6] Páraic Réamon, en la Introducción de Mundo Reformado, p. 1.

[7] Manuel Velázquez Mejía. Hermenéutica filosofía genealogía. 2ª ed. Toluca, UAEM, 2002, p. 28.

[8] Cf., pp. 5ss. El subrayado es mío.

[9] MacDonald, Cristo amó a la Iglesia: Un bosquejo de los principios de la Iglesia Neotestamentaria, p. 14. Nuevamente el subrayado es mío.

[10] Ídem., p. 15. El subrayado en negritas es mío.

[11] Blanca Castilla de Cortázar. ¿Fue creado el varón antes que la mujer? Reflexiones en torno a la antropología de la Creación. Madrid, Rialp, Madrid, 2005, p. 49.

[12] Ibid., p. 32.

[13] Cit. por B. Castilla de Cortázar, p. 40.

[14] Es preferible la siguiente traducción, porque ella mantiene el plural “que ellos dominen” y no el singular “tenga potestad” de RV. “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que ellos dominen los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos y todos los reptiles. Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo Dios: Crezcan, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que reptan sobre la tierra” (Gn 1:26-28). L. Alonso Schökel y Juan Mateos.

[15] Gilbert Bilezikian. El lugar de la mujer en la iglesia y la familia. Lo que la Biblia dice. Buenos Aires-Grand Rapids, Nueva Creación- Eerdmans, 1995, pp. 22-23.

[16] José Severino Croatto. El hombre en el mundo-1. Creación y designio. Estudio de Génesis 1:1-2:3. Buenos Aires, La Aurora, 1974, p. 170.

[17] J.S. Croatto, op. cit., p. 170.

[18] Heriberto Poganatz. Hombre y mujer imagen de Dios (Gen 1,26-31), p. 3, en http://escuelafieide.net/wp-content/uploads/downloads/2011/06/Hombre-y-Mujer-Imagen-de-Dios-Gen-126-31.pdf

[19] J.S. Croatto, op. cit., pp. 172-173.

[20] J.S. Croatto, op. cit., p. 175.

[21] B.V. Bautista Reyes, op. cit., pp. 32-33.

[22] B. Castilla, op. cit., p. 48.

[23] Ibíd., pp. 47-48.

[24] En la dualidad humana bíblica, no se presenta algo parecido a lo descrito por Platón en el mito del andrógino, presentado en su famoso diálogo del Banquete. Cuando la Biblia presenta a la pareja-imagen, lo hace, entendiéndolo; en el caso de una persona, como alguien que hace par con ella, de ahí la paridad delante de Dios, del hombre y de la mujer, como iguales y semejantes.

[25] Walter, Antropología del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca, 1997, p. 218.

[26] Blanca Castilla. Op. cit., p. 58.

[27] La Biblia Latinoamericana, p. 5.

[28] Heriberto Poganatz. Op. cit., p. 5.

[29] Croatto, Crear y amar en libertad, p. 25.

[30] Ibíd., pp. 27ss.

[31] Elsa Tamez. Las luchas de poder en los orígenes del cristianismo. Un estudio de la Primera Carta a Timoteo, Santander, Sal Terrae, 2005 (Presencia teológica), p. 31.

[32] Balancín y Storniolo, Cómo leer el libro de Génesis: origen de la vida y de la historia. Bogotá, Paulinas, 1993, p. 16.

[33] Es sólo después de que el pecado se ha introducido, que el trabajo adquiere connotaciones difíciles, ya que sólo bajo el régimen del pecado adquiere las características de un penoso esfuerzo, cfr. Gn 3:17-19.

[34] Humberto Casanova Roberts en el “Prólogo” de Principios teológicos y políticos del pensamiento reformado. Grand Rapids, Libros Desafío, 2001, p. 11.

[35] Tresmontant, C., San Pablo, Salvat, Barcelona, 1986, p. 24.

[36] Elsa Tamez. Op. cit., p. 80.

[37] Blanca Castilla. Op. cit., p. 39.

[38] Ibíd., pp. 38-39.

[39] El concepto es de Juan Pablo II en su Carta a las mujeres.

[40] B. Castilla, op. cit., p. 52.

[41] Ibíd., p. 53.

[42] Ibíd., p. 57. Las cursivas están en el original.

[43] Ibíd., pp. 60-61.

[44] Juan Pablo II citado por Blanca Castilla de Cortázar en op. cit., pp. 76-77.

[45] O, tu voluntad será sujeta a tu marido.

[46] Es interesante notar la presente afirmación de Shlain, quien en su obra, El alfabeto contra la diosa. Madrid, Debate, 2000, menciona lo siguiente: “… el creciente tamaño del cerebro de los recién nacidos hacía que el parto, muy sencillo en otros animales vivíparos, se convirtiese en una peligrosa prueba para los homínidos. El parto se fue haciendo cada vez más traumático. Por vez primera entre los mamíferos, el parto se convirtió en la primera causa de muerte de las hembras” (p. 29).

[47] P. Ricoeur y A. LaCocque, Pensar la Biblia: estudios exegéticos y hermenéuticos. Barcelona, Herder, 2001, p. 48.

[48] Ibíd., p. 49.

[49] Catalina F. de Padilla, La relación hombre-mujer en perspectiva cristiana, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2002, p. 17.

[50] Citado por Páraic Réamon en la Introducción a Mundo Reformado, p. 2.

Lupa Protestante

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