Sobre cuestiones como Protestantismo o Reforma, proviniendo de tradición católica española, se suele crecer absorbiendo información cuasi “monolítica” de no interactuar con otros puntos de vista alternativos a una narrativa que, por ejemplo, define el origen de la Reforma así: “El punto principal de la discusión fue la autoridad del PAPA”[1], y luego ya, si eso y en un lugar secundario, cabría también alguna cuestioncilla teológica.
No se nos explica que, aunque en ocasiones poderosos de ambos bandos los utilizaran, estos movimientos no fueron solo luchas de poder y tuvieron una razón teológica. O que su trazabilidad se sitúa siglos antes de Lutero, en sus precursores, que, desde el seno de la misma Iglesia Católica, a la que Martín también perteneció, denunciaron su disconformidad con una institución que estaba dolorosamente alejada del Evangelio y de Cristo.
Me propongo atestiguar una rastreabilidad, evidente para unos y tan desconocida para otros, señalando aspectos que impregnan la predicación y reivindicaciones de Lutero y averiguando si realmente fue ligamento y catalizador en el siglo XVI, de ideas que, en parte, ya se planteaban en el XIV dentro de la propia Iglesia Católica.
La respuesta no es tan obvia para muchas personas en España, que ni siquiera conocen que Lutero fue católico antes que protestante, o que nunca han escuchado hablar de Juan de Hus, otro católico, al que el propio Unamuno definió como “un héroe religioso”[2].
Como punto de partida tenemos a un teólogo, filósofo y sacerdote católico como Jan Huss (Reino de Bohemia, 1374-1415) predicando. Por otra parte, otro teólogo, filósofo y fraile católico agustino llamado Lutero (Alemania, 1483-1546) precursor, con el Luteranismo primero y luego con el Protestantismo, del periodo histórico conocido como “La Reforma” y sus tradiciones, y que cambió para siempre la historia del cristianismo.
Se me hace necesario reiterar que existieron precursores reformistas previos que, desde sus respectivas posiciones, tenían el único objetivo de devolver a la Iglesia Romana al centro del Evangelio. La mayoría nacían del seno de la propia Iglesia y eran personas profundamente comprometidas con sus principios cristianos.
Por ello, y aun a riesgo de terminar en una hoguera, denunciaban la situación de amoralidad institucionalizada que se traducía en el mal uso y la acumulación de riquezas, las intrigas políticas, los abusos de autoridad, el uso y abuso de las indulgencias como herramienta coercitiva, o el tráfico de sacramentos y la simonía, que permitía la compraventa de cargos eclesiales sin ningún reparo. En definitiva, los precursores eran gentes que no eran capaces de “mirar para otro lado”. Entendían que una Iglesia que ostentaba un poder universal de coerción, y que a la vez articulaba y legitimaba mecanismos por los que, en nombre de Dios, hasta un hombre, si era adinerado, pudiera elegir a otro para que cumpliera una dura penitencia en su lugar[3], quedaba muy lejos del Evangelio predicado por Jesús.
Por eso, tempranamente, desde las ordenes monacales o el predicador itinerante francés Pedro Valdo con su grupo de renovación laica, que en cronología y espíritu no estaban muy lejos de los Franciscanos aunque sí de la aceptación papal, o después el propio Huss con Jerónimo de Praga, denunciaron todos estos excesos tan alejados del kerigma de los evangelios. Pero, por el objetivo y la extensión del presente trabajo, baste con haber expuesto este dato y señalar que, en el caso del precursor elegido para ilustrar de forma sencilla la trazabilidad de estas denuncias anteriores en siglos a las de la Reforma, Juan de Hus, tuvo capital importancia el teólogo John Wyclif (Inglaterra, 1324-1384). Huss, junto con ideales reformistas propios, promocionó sus ideas en la capilla de Belén (Praga), donde fue aceptado en 1402[4], hasta dos veces al día ante multitudes.
Sobre una tabla, mostraré 12 coincidencias en las líneas del pensamiento teológico de ambos que entiendo significativas, así como algunas de las posibles motivaciones que originaron sus reivindicaciones y “protestas”, que se formalizaron en esas posiciones teológicas.
También me referiré a algún ejemplo concreto de sus plasmaciones prácticas en el caso del Protestantismo o la Reforma, como muestra de esa causa-efecto, y, así, visibilizar de forma clara y sencilla la relación de Juan de Hus con Lutero y, por propiedad transitiva, la de Hus con la Reforma. Adicionalmente, también me referiré a cuestiones que, originadas en los tiempos de Huss, llegaron hasta los de Lutero y que se implementaron en las Iglesias Luteranas y de tradición reformada, y que también, finalmente, han sido implementadas por la Iglesia Católica como gesto de “modernidad” ya en el siglo XX, 600 años después de que se propusieran para hacer una iglesia más de Cristo, y menos de los hombres, conforme a Juan 18:36.
Además de las coincidencias obvias, o matices de aspectos de la filosofía de cada uno, como que Lutero sería nominalista[5] mientras que a Huss se le identificaba con el realismo “escotista”, es importante señalar que, como teólogos, se autopercibían dentro de la ortodoxia del momento y, simplemente, encabezaban una “llamada” a reconducir esa misma Iglesia a la que pertenecían, nunca a romperla.
Tanto Huss como después haría Lutero y los más insignes artífices de la Reforma posterior, creían en que la Biblia, la Palabra, debía de ser predicada a todos los estratos sociales sin clase o distinción y de manera que la pudieran entender. Por eso, Huss en el siglo XV ya predicaba en checo. Lutero lo hacía en alemán y así empezaría a suceder en las iglesias de la Reforma, donde la lengua vernácula de cada comunidad era la protagonista del culto. Como fecha histórica de referencia, en abril de 1524 se cantará la primera misa en alemán en la catedral de Estrasburgo[6]. Hubo que esperar 445 años, a 1969, para que en el Vaticano se celebrara una misa en italiano.[7]
La cuestión de la predicación “popular” también acarreaba otra derivada, porque hasta el siglo XVI el Papa era el único que tenía derecho a interpretar la Biblia[8] y, por tanto, el único que dictaba qué es lo que había de predicarse. Esta postura fue fuertemente denunciada por cristianos como Huss, Lutero o los posteriores reformadores Zwinglio, Bucero y Calvino, en el XVI, esgrimiendo razones basadas en la decadencia moral del papado y presentando a Cristo como fundamento natural de la Iglesia.
No era un capricho, era indisoluble a sus posiciones teológicas, que defendían la Biblia como la norma suprema y suficiente a la que cualquiera debería poder acceder, pero con método. Dotados de la prudencia de una hermenéutica concreta, que pasaba por trabajar con un texto fiable y entender la lógica de esta. Hus, en concreto, apelaba a comparar la Escritura con la Escritura, a interpretar y ejercer siempre con una palabra de humildad en todo propósito, y esperar que de todo ello entonces, brotara la correcta interpretación de forma natural. En este sentido, Lutero y también la tradición reformada, en líneas generales, dieron continuidad a ese “método” promovido por Huss. Lutero, probablemente, sostuvo técnicas de exegesis bastantes continuistas con las que manejara Huss ya que “por más interés que Lutero haya demostrado en los detalles técnicos del hebreo, y a pesar del énfasis en el sensus historicus, en la práctica de su interpretación de la Biblia sigue siendo deudor de sus predecesores medievales”[9]. Si Lutero basó sus textos más relevantes e influyentes para la Reforma, como el Catecismo Mayor o el Menor, en su exégesis personal, parece que la capilaridad entre el primer periodo (Edad Media) y el tercero (Reforma) sería plausible, también por esta vía.
Por eso, cuando Lutero llevó al extremo en lo más práctico y efectivo la idea de “democratizar” la Palabra, para que todos la pudieran entender como Hus anhelaba, traduciendo la Biblia al alemán, tampoco fue un capricho, sino un ejercicio de coherencia teológica. Huss animaba a la participación de los laicos en el ministerio por su creencia en el sacerdocio de todos los creyentes, pero para eso debían poder conocer La Palabra del Señor a través de la Biblia. Lutero defendió esa misma tesis enunciando una de las más famosas de todas las frases de la reforma: “el sacerdocio de todos los creyentes”[10]. Es relevante mencionar que Wyclif tradujo parte de la Biblia también al inglés común, pero la suya no tuvo ni la difusión ni el impacto de la de Lutero al alemán, de la cual entre 1522 y 1546 se distribuyeron cerca de medio millón de ejemplares.[11]
Es oportuno recordar que la cuestión de poder leer la Biblia, y además en su lengua, al católico medio actual le parecerá una obviedad. Sin embargo, estuvo prohibida su propia lectura por el pueblo, y después la traducción a lengua vulgar por el Papa, hasta el siglo XVIII, en concreto en España hasta 1757[12]. De nuevo una reclamación justa y cristiana del siglo XV se incorpora a la tradición reformada en el XVI, y a la católica con un desfase de 200 años.
Huss no repudió los siete sacramentos, pero como Lutero, denunció el abuso que se hacía de ellos. En referencia a las indulgencias, criticó duramente que sirvieran de moneda de cambio para granjearse aliados en la guerra[13], mientras que Lutero, además, por motivos relacionados con la herramienta de extorsión psicológica que suponían[14].
Hubo una cuestión que bien podría distinguir la postura de Huss-Lutero de los otros reformadores, ya que Huss nunca defendió las tesis de Wyclif contra la transubstanciación[15], y que estarían mucho más cerca de las que posteriormente mantuvieran algunas tradiciones reformistas, al entender la eucaristía como una “Conmemoración” o con un enfoque más espiritual. En el caso de Lutero, se limitó a reformularla en lo que se vino a denominar como “consubstanciación” o, según sus críticos “Impanación”[16], sin que supusiera una enmienda a la totalidad de lo sostenido por la Iglesia de Roma, al mantener elementos coincidentes.[17]
En lo que ambos coincidieron, también con las iglesias reformadas, sería en la vuelta a la comunión en las dos especies ya que, en una de ellas, la copa había sido reservada por los cristianos alemanes solamente para los clérigos en la Bohemia de Huss. Esta cuestión, dejando a un lado el carácter combativo y nacionalista que tuvo en su caso, ciertamente, es otro ejemplo de cómo algo que se revindicaba ya en el siglo XV, porque mantenerlo era injusto, primero fue incorporado en el protestantismo y luego en la tradición de las iglesias reformadas y católicas “no romanas”. De nuevo, y como muestra de fecha histórica de referencia tenemos la catedral de Estrasburgo, en la que en 1524 se ofreció la comunión en dos especies y con plena participación laica[18]. Todavía, en la IC, los casos en los que un laico o una mujer es digna de comulgar en los mismos términos que el sacerdote están muy restringidos.[19]
La eclesiología de Huss se circunscribiría al concepto de “iglesia invisible”, en términos generales, lo que le obligaba a denunciar sin reservas, pero no por una cuestión política sino de coherencia teológica, que la autoridad en la que se fundamenta la Iglesia de Cristo, es Cristo y no el Papa. Una institución, el papado, que, por lo demás, tampoco es infalible. Por capilaridad, defendió igualmente que la práctica de la inmoralidad del clero llevaba a que perdieran el derecho sobre su rebaño.
De la postura de Lutero sobre su concepto de iglesia, para el propósito de este trabajo, bastará con señalar que Wyclif y Huss formularon una concepción eclesiológica cuyos elementos esenciales los hizo propios, dándoles también una fundamentación teológica acorde con los principios de la Reforma[20].
Respecto a la “salvación”, Huss, como Wyclif, se situaba en San Agustín como fuente primaria de su doctrina y establecía la pureza moral como señal de haber sido elegido “salvo” (predestinado) por Dios, de modo que tus “obras” debían corresponderse con esa condición de predestinado. Lutero, igualmente, creía que la justicia de Dios exigía una respuesta de rectitud activa por nuestra parte, tenemos que ser santos para agradar a Dios[21]. Aunque, en líneas generales, era imposible saber quién era justo o injusto a los ojos de Dios, ya que esa decisión quedaba en sus manos siempre, incluso por encima del perdón de la Iglesia, el compromiso con tu conducta moral cristiana era irrenunciable, conforme a Mateo 5:16.
Repasadas estas doce coincidencias relevantes y sus formas de traslación a lo largo de la historia, creo que la conclusión está clara y se ha generado por sí misma a lo largo de la exposición de hechos. El exclusivismo es un peligro que siempre amenaza el ecumenismo, y tiene muchas formas. La Reforma y sus Iglesias, o la propia Iglesia Católica en sus muchos o pocos avances, no le pertenecen a personaje histórico alguno. Le pertenece al Dios de Abraham y de Moisés que no soporta la injusticia, el sometimiento de los débiles y el orgullo ostentoso de algunos poderosos y que, por eso, a través de Jesús y del Espíritu, inspiró a tantos precursores de la misma Iglesia, la de Cristo, para devolverla a su Palabra.
Esta Reforma a la que me refiero, nunca acaba, y es distinta a La Reforma en términos historiográficos, aunque una se deduzca de la otra.
BIBLIOGRAFÍA:
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Pierce Beaver, R; Bergman, J; Langley, Myrtle S; Mertz, Wulf; Romarheim, A; Walls, A; Withycombe, R; Wootton, R. W. F. “El mundo de las religiones”, Ed. Verbo Divino, Ediciones Paulinas, 1985.
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Sevin, M; Morin, D; Bauwens, M., “La Biblia 50claves para saber, para comprender, para leer”, traducción de Ramírez Rubio, F. Ediciones Bayard, 2002.
Southern, R. W. “La sociedad occidental y la Iglesia en la Edad Media”. Londres: Penguin Books, 1970. Edición de SEUT.
ARTÍCULOS Y OTRAS FUENTES DOCUMENTALES Y DE CONSULTA:
Gómez Navarro, S. “La eucaristía en el corazón del siglo XVI”, Hispania Sacra LVIII, 2006.
Kourim, Z. “Unamuno y Checoslovaquia”. Catedra Miguel de Unamuno. Cuadernos, 1964, vol. 14.
Álvarez Palenzuela, V. A. “Wyclif y Hus: La reforma heterodoxa”. Clio & Crimen, 2004, no 1.
ec.aciprensa.com
www.parroquiadesanfranciscodeasis.org
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[1] Pierce Beaver, R; Bergman, J; Langley, Myrtle S; Mertz, Wulf; Romarheim, A; Walls, A; Withycombe, R; Wootton, R. W. F. “El mundo de las religiones”, Ed. Verbo Divino, Ediciones Paulinas, 1985. 427.
[2] Kourim, Z. “Unamuno y Checoslovaquia”. Catedra Miguel de Unamuno. Cuadernos, 1964, vol. 14, p. 73-76.
[3] Southern, R. W. “La sociedad occidental y la Iglesia en la Edad Media”. Londres: Penguin Books, 1970. Edición de SEUT p.109.
[4] Álvarez Palenzuela, V. A. “Wyclif y Hus: La reforma heterodoxa”. Clio & Crimen, 2004, no 1, p. 250.
[5] www.infocatolica.com/blog/praeclara.php/2111030555-lutero-y-el-nominalismo [ult.acceso: 28/05/24].
[6] SEUT, “Historia del cristianismo II. Reforma e Ilustración”, Grado de Teología, curso académico 2023-2024, Unidad 3, p.22.
[7] www.parroquiadesanfranciscodeasis.org/2015/03/hace-50-anos-de-la-primera-misa-en-la-lengua-del-pueblo [ult.acceso: 28/05/24].
[8] SEUT, Ibid, Unidad 2, p.9.
[9] De Wit, H. “En la dispersión el texto es patria”. Universidad Bíblica Latinoamericana, 2ª Edición 2010 reimpresión 2017, p. 79.
[10] SEUT, Ibid, Unidad 1, p. 36.
[11] Martínez de Codes, R. M; Chaparro Gómez, C. “El mundo de Carlos V: 500 años de protestantismo. El impacto de la Reforma en la Europa Imperial y actual”. Fundación Academia Europea e Iberoamericana de Yuste, 2018.p. 13.
[12] Sevin ,M; Morin, D; Bauwens, M. “La Biblia 50claves para saber, para comprender, para leer”, traducción de Fausto Ramírez Rubio, Ediciones Bayard, 2002, p.19.
[13] Álvarez Palenzuela, V. A, Ibid, p.253
[14] SEUT, Ibid, Unidad 1, p. 35.
[15] Álvarez Palenzuela, V. A, Ibid, p.253.
[16] Gómez Navarro, S. “La eucaristía en el corazón del siglo XVI”, Hispania Sacra LVIII, 2006, p 504.
[17] Enciclopedia Católica Online: ec.aciprensa.com/wiki/Impanación [ult. Acceso: 29/05/24]
[18] SEUT, Ibid, Unidad 3, p.22.
[19] Ritus communionis sub utraque specie, ASS 1965, pp. 51-57. Eucharisticum Mysterium, 25.V.1967, n. 32: AAS 59 (1967) 558 (entre otros) en es.catholic.net [ult.acceso: 02/06/24]
[20] Antón, A. “El concepto de Iglesia en Martín Lutero” (521-553), en “El misterio de la Iglesia. Evolución histórica de las ideas eclesiológicas I. En busca de una eclesiología y de la reforma de la Iglesia”, Madrid 1986, p. 521.
[21] SEUT, Ibid, Unidad1, p.33.