Posted On 12/09/2018 By In Biblia, portada With 6295 Views

«25 enigmas de la Biblia». Nuevo Libro de Máximo García Ruiz

El conjunto de libros que forman la Biblia nos introduce en lo más destacado de la historia, de la literatura y de la cultura hebrea y es, por otra parte, el fundamento teológico de la religión cristiana.

Su lectura nos abre los arcanos de un pueblo cuya fortaleza ha consistido y consiste en sentirse pueblo elegido, protegido y conducido por Dios; un Dios interpretado por ese pueblo de forma endógena y exclusiva que, finalmente, por la intervención en la historia de Jesús, el Cristo, hijo y palabra encarnada de Dios, es proyectado mesiánicamente para alcanzar una nueva dimensión y dar paso a la creación de un pueblo sin fronteras, con una misión que identifica y da sentido a la Iglesia cristiana universal.

Dado el papel relevante que ocupa la Biblia en la formación del cristianismo, por entender que a través de ella Dios se comunica con los seres humanos, es necesario tener una visión diáfana de su contenido, así como de su diversidad. Por ese motivo, en tiempos de gran confusión teológica como los que nos toca vivir, en los que surgen con profusión “profetas” y “apóstoles” de muy diversos credos, que se presentan como intérpretes de Dios en base a una lectura subjetiva de la Biblia, reivindicamos una teología cristocéntrica, que se apoye en dos axiomas esenciales: 1) Un Dios inmaterial creador de la materia en todas sus manifestaciones; y 2) Jesucristo como Palabra de Dios encarnada.

Este convencimiento nos lleva a defender la necesidad de aproximarnos a la Biblia mediante una relectura capaz de extraer de ella la enseñanza que encierra, para lo cual es preciso separar el grano de la paja, es decir, hay que saber priorizar unos textos con respecto a otros, aprendiendo a identificar los mitos y leyendas con los que frecuentemente se arropan determinados mensajes, dándoles un tratamiento diferente al que se da al contenido básico de la revelación divina. Y éste es el propósito del libro, que acabamos de publicar compuesto por veinticinco historias bíblicas anteriormente ofrecidas en su mayoría en Actualidad Evangélica, que sometemos a una reflexión serena, sirviéndonos de la enseñanza que nos brindan tanto las ciencias naturales como las sociales, sin perder de vista las ciencias bíblicas y, por otra parte, sin desviarnos en ningún momento del magnetismo que supone saber que nos encontramos ante un libro, la Biblia, que al menos un tercio de la población mundial, afirma que pone al ser humano en comunicación con Dios. Y lo haremos en un lenguaje sencillo, que sea capaz de hacerse comprensible fuera del ámbito profesional de la teología.

Para cumplir el objetivo señalado anteriormente, es necesario redescubrir la Palabra, lo que es equivalente a decir que hay que aprender a leer la Biblia, a cuyos efectos nos remitimos a otro de nuestro libro recientemente publicado Redescubrir la Palabra. Cómo leer la Biblia [1] en el que ofrecemos algunas claves hermenéuticas que pueden ayudar al lector interesado a lograr ese objetivo. Lo que pretendemos con ambos ensayos es ofrecer un homenaje a la Palabra de Dios, liberándola de quienes, consciente o inconscientemente, la han secuestrado y se han erigido en administradores de su enseñanza y contenido. Y lo hacemos desde el convencimiento de que la teología, el teólogo, a fin de cuentas, es como un minero que pica la roca en busca de oro, sabiendo que esos trozos de metal precioso van a aparecer envueltos en ganga inservible, por lo que hay que someterlos a un proceso de limpieza y depuración antes de que aparezcan, luminosos y atractivos, convertidos en refulgentes joyas, expuestas en los escaparates de una lujosa orfebrería. Dicho con otras palaras, la misión del teólogo es ofrecer una respuesta razonada, honesta y libre de prejuicios a las grandes incógnitas que plantea la teología, es decir, la reflexión en torno a Dios, en un lenguaje común y accesible. Una actitud que nos induce a dejar constancia de una especie de credo personal que sintetice nuestra postura al respecto:

Creo en un Dios universal, sin fronteras, que no hace distinción entre personas a causa de su sexo, de su origen racial, de su procedencia o de sus peculiaridades religiosas.

Creo en la soberanía de Dios y en la gracia con la que él se ocupa de sus criaturas.

Creo en un Dios cuyo poder es ilimitado, pero que no actúa arbitrariamente a demanda de los seres humanos y no rompe las reglas con las que él mismo ha dotado a la naturaleza. Un Dios que se manifiesta a través de la Creación (“los cielos y la tierra proclaman la gloria de Dios”, Salmo19:1).

Creo en un Dios que también se manifiesta mediante experiencias personales no prefijadas ni controladas por ningún credo religioso, que escapan al control humano y que, al producirse en el ámbito personal, no pueden ni deben elevarse a normativa universal ni ser objeto de imposición a otras personas.

Creo en un Dios que no está confinado en un libro, ningún libro, por mucho que ese libro haya sido y siga siendo un medio a través del cual Dios se manifiesta y los seres humanos pueden encontrar en él, y encuentran, palabra de Dios.

Creo en un Dios que no está confinado a ninguna iglesia, templo, sinagoga, mezquita, pagoda, oratorio o capilla en particular.

Creo, como cristiano, aunque sin pretender ningún tipo de apoyo racional, que Dios se ha revelado en Jesucristo, convertido en Palabra de Dios encarnada.

Creo que los errores de los hombres, aunque estos hombres se auto proclamen o sean proclamados mensajeros divinos, no deben ser atribuidos a Dios. Por este motivo cuestionamos que determinadas historias, leyendas, alegorías, fábulas o metáforas que aparecen en la Biblia sean consideradas literalmente como “palabra de Dios”, a no ser que nos limitemos a extraer de ellas la enseñanza ontológica, admonición o consejo que pudiera encerrar a partir de una interpretación despojada de condicionantes literales.

Creo, por fin, en la misericordia de Dios para con todas sus criaturas.

[1] Máximo García Ruiz, Redescubrir la Palabra. Como leer la Biblia, Ed. Clie (Viladecaballs, Barcelona: 2016)

Máximo García Ruiz

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