Sabernos perdonadas, perdonados, lo cambia todo o debería cambiarlo todo.
Saber que hemos andado mal un camino y que merecemos juicio, amonestación o castigo y en lugar de ser sancionados, recibir el perdón -siempre inmerecido- lo cambia todo, o debería cambiarlo todo.
Pero no siempre es así. A veces no cambia nada. Sin reconocimiento del mal causado y sincero arrepentimiento, nos pueden perdonar una y mil veces y mil veces seguiremos en nuestras vilezas y en nuestras malas prácticas y viejas mañas.
Para que el perdón nos transforme, primero debemos reconocer el mal hecho, debemos ver que hemos causado dolor y que eso hirió y lastimó a personas concretas, dañó relaciones y afectó a la comunidad. Y Junto a esto también debemos notar que el mal hecho, la palabra hiriente, la acción violenta, la deshonestidad, hiere a la víctima, pero también en muchos sentidos daña la vida de la persona que ocasiona el mal, distorsionando su visión de la vida y de sí mismo/a.
Sin embargo, el proceso de ser perdonados, de perdonar al otro, o de perdonarnos a nosotros mismos, lo cambia todo cuando al recibir el perdón inmerecido experimentamos la gratitud de darnos cuenta que, lo que hemos recibido no lo merecíamos bajo ninguna circunstancia y por tanto, a fin de cuentas, somos “deudores» de ese amor tan generoso que se nos ha dado.
Con el perdón las cuentas que nos agobiaban son saldadas, ya no nos pesan y nos permiten ubicarnos en un nuevo lugar, caminar más aliviados, más aliviadas, en el sendero nuevo del amor, de la misericordia y de la bondad. De ese amor habló Jesús muchas veces y -en una sociedad que se manejaba mucho por la venganza y el juicio- habló del perdón y lo hizo radicalmente, diciendo que perdonar tiene mucho que ver, incluso, con la entrada al Reino de Dios.
En una ocasión Jesús contó una parábola respecto al tema del perdón de ofensas y de deudas. Los relatos en parábolas son una de las metodologías de enseñanza preferidas por Jesús. Por medio de las parábolas Jesús cuenta una historia, que bien podría ser real, para presentar un asunto en cuestión a sus oyentes y ponerlos en la situación de definir ellas y ellos cómo aplicar la historia o la enseñanza a sus vidas. Las historias de las parábolas resultan muy familiares a su auditorio y muchas veces las mismas terminan con un aforismo, una sentencia breve que resume el punto y se plantea como regla o como sentencia final.
Pueden leer la parábola de referencia en Mateo18: 21- 35 (Nueva Traducción Viviente). Es la parábola de los dos deudores y el Señor misericordioso. Esta parábola es contada a raíz de la pregunta sobre ¿Cuántas veces se debe perdonar?
Cuando Pedro con su lógica tan matemática le pregunta a Jesús sobre los límites del perdón, Jesús le dice que sus expectativas son mayores a las de su época. En los tiempos de Jesús muchas personas y pueblos definían sus conflictos con la ley del Talión -ojo por ojo, diente por diente- con su clásica lógica del odio y la venganza.
En tanto en las sinagogas, los rabinos enseñaban que se debía perdonar hasta tres veces. Esta tradición se ve reflejada en el Talmud: “Si ofendéis a vuestro prójimo, implorad su perdón; si os rechaza, pídanle hasta tres veces que os perdone; y si aún así se rehúsa a perdonar, vosotros ya cumplisteis con vuestro deber” (Tratado de Yomá 87).
En ese contexto, perdonar siete veces sería digno de elogio y cumpliría con las expectativas que Jesús tenía de sus seguidores y seguidoras. En el Evangelio de Lucas 17: 3-4 (Nueva Traducción Viviente) está expresado uno de los dichos de Jesús sobre el perdón donde habla de las siete veces en cuestión. Dice:
“Si un creyente peca, repréndelo; luego, si hay arrepentimiento, perdónalo. Aun si la persona te agravia siete veces al día y cada vez regresa y te pide perdón, debes perdonarla”.
En ese contexto la pregunta de Pedro parece válida, pero la respuesta de Jesús proviene de una lógica diferente a la del templo, diferente a la del imperio y diferente a cualquier “normalidad” de su tiempo respecto al amor y al perdón de ofensas y deudas.
Jesús radicaliza su enseñanza y propone perdonar hasta setenta veces siete, es decir 490 veces. Recordemos la fuerza del número simbología judía en la cual el número 7 significaba perfección y el setenta (7 x 10) tiene que ver con la totalidad (número 10) multiplicada hasta la perfección. Setenta veces siete, perdonar sin límites.
Pedro se acerca con una pregunta que espera elogios por una respuesta, y se encuentra con una enseñanza totalmente nueva y desafiante que llama a perdonar, perdonar y volver a perdonar, saldar las deudas y abrir las prisiones.
Es la lógica de la liberación, una lógica a la que las seguidoras y los seguidores de Jesús son invitados bajo advertencia, no vaya a ser que seamos como aquel deudor de doble vara que quería misericordia y perdón para sí y juicio pero castigo y condena para los demás. Hay algunas teologías y modelos de iglesia que adolecen de este mismo mal. Por eso Jesús enfatiza que en los asuntos de su proyecto, al que llama Reino, no se puede actuar desde la lógica del templo o el imperio.
En la perspectiva de la comunidad de seguimiento a Jesús no hay lugar para dobles estándares, para la lógica del egoísmo y el interés y el menosprecio de las y los demás. En Lucas 22:26 Jesús dice “no sea así entre ustedes”. En la nueva comunidad fraterno/sororal no hay espacio para la lógica de la misericordia sólo para mí o para algunos, ni para la lógica del juicio, el castigo y la venganza o la lógica de la justicia tomada en nuestras propias manos.
La lógica del mundo nuevo posible -al que Jesús llama reino- nace de la experiencia de la misericordia y el amor transformador que moviliza a la comunidad al amor y la búsqueda de la justicia que libera. Es una lógica nueva y diferente, radical, que se basa en la gratitud, en la gratuidad y en una insistente y perseverante invitación la bondad.
Por esto, en la perspectiva del mundo a la manera de Jesús la “medida” de la bondad y la misericordia – ¿cuántas veces debemos perdonar?- es 70 veces 7, lo cual puede parecernos una exageración; pero más que una exageración es una llamada a la opción radical por el amor y no el odio, opción radical por la vida antes que la muerte, opción radical por la misericordia y la tolerancia, antes que el juicio y la exclusión. Esta es la lógica que libera y da vida.
A la vez, todos sabemos -y Jesús también lo sabía- que hay situaciones que resultan “imperdonables”, por las que no quisiéramos que nadie pase, situaciones que nos hacen preguntar a Dios si habrá quizás otro camino, ¿debo beber de la copa amarga?
Imagínense cuánto sabía Jesús de cosas imperdonables que terminó experimentando la cruz, la traición y el abandono, al punto de rememorar las palabras del salmista cuando siente la ausencia de Dios y exclama: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? El Salmo 22 que Jesús recuerda en aquel día imperdonable, termina afirmando con mucha fuerza que Dios «no ha pasado por alto ni ha tenido en menos el sufrimiento de los necesitados; no les dio la espalda, sino que ha escuchado sus gritos de auxilio» (v. 24) por lo cual aún “a los que aún no han nacido [se] les contarán de sus actos de justicia; [y] ellos oirán de todo lo que él ha hecho»(v. 31).
Jesús mostró con toda su vida que el amor siempre debe tener la última palabra, por lo cual consuma su obra -consumado es- pidiendo al Padre: perdónalos, aún cuando no saben lo que hacen o prometiendo el reino a un criminal que está en su última hora colgando de una cruz a su lado.
Se trata del amor, el perdón y la misericordia que están en el corazón de Dios y de Jesús y son capaces de transformar, sanar y movilizar la vida de toda su creación. Hay situaciones “imperdonables» -y seguramente lo son- pero aún ante ellas llegado el caso lo único que libera es el perdón, el ejercicio de la misericordia inmerecida que no excusa la ofensa o el pecado pero que trasforma la vida desde el amor que libera.
Éste es el camino al que es desafiado Pedro y la comunidad de las seguidoras y seguidores de Jesús, un camino de vida que nos aleja de lógica del imperio y del templo, lógicas de la rigurosidad, la ley, la venganza y el odio que nunca resultan edificantes para la comunidad.
Es la lógica que descubre la madre de Lourdes Guzmán de Jesús, una niña de 13 años de origen Puertorriqueño a quien un jovencito de tan solo 15 años la mató en un bus escolar en Florida (USA) mientras mostraba a sus amigos el arma de su padrastro, que a escondidas llevaba a la escuela. El dolor de la familia fue tan grande que, unas semanas después de semejante perdida, el padre de la niña se suicidó incapaz de manejar tanto dolor.
Tiempo después el día del juicio del joven Jordyn Howe, la mamá de Lourdes sorprendió a todos en la Sala del Tribunal al levantarse de su silla, caminar hacia el muchacho, abrazarlo y pedir a la jueza que tenga misericordia de Él .
La madre de Lourdes pidió que el joven no sea ingresado a la cárcel y que se le de una oportunidad de enmendar su error, llevando charlas a las escuelas para que los niños sepan sobre el peligro de las armas en las manos de los menores.
La madre perdonó y pidió misericordia para el asesino de su hija. Y así lo ordenó la jueza. Y el joven dio las charlas y la madre de Lourdes acompañó al joven en su labor comunitaria porque comprendió que el dolor había que transformarlo y que lo único que podía dar paz a su inmenso dolor era el perdón, así lo expresó ella.
Es también la historia de Génesis 50,15-21, Nueva Traducción Viviente (NTV), donde se relata la escena en la que los hermanos de José -quienes habían tratado con tanta crueldad a su hermano- y se acercan atemorizados a él para informarle que su padre ha muerto, temiendo que ante la ausencia del padre, José actuase con la lógica de la venganza, por lo cual le suplican el perdón de sus pecados poniendo en labios de su padre muerto estas palabras: “Por favor, perdona a tus hermanos por el gran mal que te hicieron, por el pecado de haberte tratado con tanta crueldad”. Por eso nosotros, los siervos del Dios de tu padre, te suplicamos que perdones nuestro pecado».
Dice el texto que:
«Cuando José recibió el mensaje, perdió el control y se echó a llorar.
Entonces sus hermanos llegaron, y se arrojaron al suelo delante de José y dijeron:
—Mira, ¡somos tus esclavos!
Pero José les respondió:
—No me tengan miedo. ¿Acaso soy Dios para castigarlos? Ustedes se propusieron hacerme mal, pero Dios dispuso todo para bien. Él me puso en este cargo para que yo pudiera salvar la vida de muchas personas. No, no tengan miedo. Yo seguiré cuidando de ustedes y de sus hijos. Así que hablándoles con ternura y bondad, los reconfortó.”
En esta historia es el perdón que José otorgó lo que hace posible que él pudiese tratar con ternura, bondad y protección a los mismos que lo maltrataron, vendiéndole como esclavo. Ellos, los ofensores, se presentaron ante José pidiendo perdón, pero lo hacen más por temor que por arrepentimiento. Los hermanos crueles aún actúan desde la lógica del engaño y ponen palabras en la boca de su padre muerto buscando evitarse un castigo.
Pero aún así, lo que el perdón había hecho en el corazón de José le permite a él, que es la víctima, volver a llorar su dolor y -trascendiendo sus heridas, sin negarlas- actuar con ternura.
José actúa con la lógica que libera, en la convicción que Dios nunca lo dejó, y les dice a sus hermanos: ustedes se propusieron hacerme mal pero Dios dispuso todo para bien. Y más aún, Dios me puso en un lugar donde ya no soy víctima, porque ahora yo puedo ser un instrumento de salvación para otras personas que sufren. Por tanto no tengan miedo -dijo José- actuando a contracorriente de la lógica de la venganza, porque su mirada ahora es desde el amor que transforma y la ternura misericordiosa que propone la bondad por encima del odio y el rencor.
Qué importante es lo que el perdón hace en la vida de las personas, cuando les permite salir del lugar de las víctimas y transformarse en agentes de cambio y de resguardo de la integridad de la vida de las demás personas y de la comunidad.
Es la historia de Nelson Mandela -uno de los presos políticos que estuvo más tiempo encarcelado por la lucha contra el Apartheid y la discriminación racial- que luego de ser electo Presidente de Sudáfrica recuerda aquel día maravilloso diciendo:
Después de convertirme en presidente, le pedí a algunos miembros de mi protección cercana que pasearan conmigo en la ciudad para almorzar en un restaurante. Nos sentamos en uno de los restaurantes del centro y todos pedimos comida. Después de un tiempo, el camarero nos trajo nuestras solicitudes, me di cuenta que había alguien sentado frente a mi mesa esperando comida.
Cuando fue servido, le dije a uno de los soldados: Ve a pedirle a esa persona que se una a nosotros con su comida y coma con nosotros. El soldado fue y expresó mi solicitud al hombre. Este levantó su comida y se sentó a mi lado. Mientras comemos sus manos temblaban constantemente, hasta que cada uno termina de comer y el hombre se marcha.
El soldado me dijo:
– El hombre aparentemente estaba muy enfermo. Sus manos temblaban mientras comía.
– No, en absoluto dijo Mandela.
Ese hombre era el guardián de la cárcel donde yo estaba encarcelado. A menudo, después de la tortura a la que estaba sometido, gritaba pidiendo un poco de agua. Ese mismo hombre venía cada vez y orinaba en mi cabeza en lugar de darme agua.
Por lo tanto, estaba asustado y temblando, esperando que yo le hiciera lo mismo, ya sea torturándolo o encarcelándolo, ya que ahora soy el presidente del Estado de Sudáfrica. Pero este no es mi carácter ni parte de mi ética. La mentalidad de venganza destruye los estados mientras que la mentalidad de reconciliación construye naciones.
¿Cuál debe ser la medida de nuestra bondad y misericordia? ¿Tres, siete o setenta veces siete? Todo depende de la lógica que apliquemos para responder.
En la lógica que libera Jesús nos desafía a vivir amando y misericordiando -como dice el Papa Francisco con este nuevo gerundio que ha puesto de moda- porque el amor es el único camino hacia el nuevo mundo posible que la comunidad de seguidores y seguidoras de Jesús debe anticipar.
Que el amor, la ternura, la bondad y la misericordia lo cambie todo.
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