La crítica. El crítico. Lo criticado o los criticados (II)
2. El crítico
No hay crítica sin crítico. Hombre o mujer. Sin distingos de edad ni de ninguna otra naturaleza.
Cuando Aristóteles dice, al comienzo de su Metafísica, que todo hombre busca, por naturaleza, saber, nos está diciendo también que todo ser humano es, además, por naturaleza, crítico. Porque para “saber” se requiere ejercer un cierto grado de criticidad, a menos que a uno no le importe tener un potpurrí (o, dicho en canario, un potaje) en su cerebro, como acumulación desordenada de datos inconexos. En más de un sentido, “criticar” es también ordenar.
A pesar de lo dicho, es necesario hacer, como en las discusiones escolásticas medievales, algunos “distingos”. Hay salvedades que deben tenerse en consideración.
Primero, toda persona tiene derecho a expresar sus opiniones. Si es sabia, opinará de lo que sabe. Si no lo es, se expondrá a hacer el ridículo. No obstante, hacer el ridículo es también derecho de la persona.
La Reforma del siglo 16 afirmó este principio al sostener el derecho de todo cristiano de tener acceso directo a las Sagradas Escrituras en su propia lengua. Principio, dicho sea con claridad, a veces malintencionadamente interpretado por los enemigos del protestantismo, que solo toman en cuenta una parte como si fuera el todo y cometen así la falacia conocida como de pars pro toto; puédese también cometer el “pecado” de juicio temerario, al juzgar de este tema sin tener a mano todos los datos indispensables para hacerlo. Para ser justos, añadamos así mismo que ese es principio malinterpretado por algunos de nuestra propia casa, que han abierto las Escrituras y han disparado disparates.
Ni un extremo ni el otro dan pie para coartar el derecho a la libre expresión del propio pensamiento. Se ha de exigir de unos, integridad en la argumentación; y de otros, seriedad y responsabilidad en la interpretación.
Segundo, para todo ser humano, pero especialmente para el cristiano, el límite del derecho propio es el derecho del otro (o de la otra; es decir, del prójimo). También esto es aplicable a la crítica. Y si se diera el caso de que ambos derechos chocaran, la respuesta siempre ha de ser de respeto, aunque esa respuesta sea también firme. Pero nunca coartar el principio antes establecido.
Tercero, el crítico ha de ser responsable. Una cosa es emitir una opinión o un parecer a la ligera y otra ser capaz de fundamentar razonadamente esa opinión. Hacer lo primero es estacionarse en el ámbito del comentario intrascendente o insubstancial… si es que no se cae en la esfera de la habladuría o del chisme plano y llano.
La responsabilidad del crítico depende de la seriedad con que haga la crítica. Esa seriedad, a su vez, ha de tomar en cuenta el conocimiento que el propio crítico tenga tanto del tema o asunto general al que pertenezca lo que critica, como del aspecto específico que critica. Permítasenos ilustrar esto con unas experiencias personales (y, por ende, que hablemos en primera persona singular).
Fui invitado, hace ya años, a presentar un estudio bíblico a un grupo de unos cien pastores, en San José (Costa Rica). Al tratar de explicar lo que, en el contexto de Mateo, significa que Jesús se sentó cuando iba a dar inicio el llamado “Sermón de la montaña”, hice alusión a la doctrina católica romana –que los protestantes no aceptamos– de la infalibilidad papal. Y antes de llegar “a lo que iba”, pregunté a los presentes qué enseña esa doctrina. Varios se atrevieron a expresar su “opinión” sobre el tema, pero lo cierto fue que ninguno supo explicar qué dice realmente la Iglesia Católica sobre la infalibilidad del papa. Por supuesto, yo iba tras la expresión “ex cáthedra”, que se relaciona con el sentarse (lo que, referido a Jesús, era objeto de nuestra reflexión). En vista de la situación planteada en la reunión, les dije a los pastores que una de las primeras cosas que uno tiene que hacer, si va a hablar de lo que creen otros, es saber, con certeza, lo que esos otros creen. Y para saberlo no hay que escudriñar lo que escriban acerca de ellos quienes son contrarios o enemigos teológicos o ideaológicos, sino que hay que analizar lo que escriban aquellos de cuya enseñanza queremos enterarnos. Como protestante, considero que el ideal es que si en un seminario católico se habla del protestantismo, inviten a un protestante a hacer la exposición correspondiente. (Después pueden hacerse todas las críticas que se consideren oportunas). De hecho, a los pocos años de iniciada mi carrera docente en un instituto bíblico, en mi patria adoptiva, y ya que se me había asignado un curso que solía denominarse “Romanismo”, fui a hablar con el Director de la institución para hacerle dos solicitudes: la primera, que se le cambiara el nombre al curso referido y se lo denominara “Catolicismo Romano”; y la segunda, que me diera autorización para invitar a sacerdotes católicos de reconocida formación académica, para que expusieran ante los alumnos algunas de las doctrinas fundamentales de la ICAR. El Director, comprensivo y de mentalidad muy abierta, me autorizó hacer ambas cosas. Tuvimos entonces el privilegio de escuchar la exposición, entre otros, de un teólogo que luego fue nada más y nada menos que uno de los asesores teológicos de la reunión del CELAM en Medellín.
Expuso su tema y dialogamos con él, con todo respeto y con mucha franqueza. Después, la clase siguió haciendo su propia crítica, pero no con base en lo que un profesor protestante dijo de lo que cree la Iglesia Católica, sino con base en lo que un teólogo católico expuso.
Pero dejemos esta digresión anecdótica.
Cuarto, el crítico ha de evitar, en la medida de lo posible, los prejuicios, aunque no pueda eliminar sus pre-juicios. Nos explicamos. Para ello acudimos al diccionario, donde leemos:
Prejuicio: “Juicio que se tiene formado sobre una cosa antes de conocerla. *Generalmente, tiene sentido peyorativo, significando «idea preconcebida» que desvía del juicio exacto”. [María Moliner, Diccionario de uso del español]
Prejuicio: “Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”. [Diccionario de la Real Academia Española]
Nótese el carácter negativo que en ambas obras se le asigna a la palabra en cuestión. Eso es lo que hay que evitar.
Pero resulta que, en la realidad, nosotros no podemos liberarnos en forma absoluta de los “pre-juicios”. Es decir, no podemos, en ningún momento, poner nuestra mente en blanco como si fuéramos una tabula rasa en la que se inscriban, cada vez y de nuevo, las novísimas experiencias que tengamos. El bagaje que uno va echándose encima –o que le van echando a uno encima– se convierte en parte constitutiva del yo, del ser de uno mismo. Y eso no puede eliminarse. Ni es deseable eliminarlo, pues corresponde a la subjetividad propia de quien no solo es sujeto sino que quiere ser sujeto y no ser cosificado (objetivado, reificado). Ese bagaje está constituido por todo lo que contribuye a que uno sea lo que es en cada momento de su vida: la experiencia en el hogar, los amigos de la niñez, la escuela y toda la formación académica, las lecturas, etc.
Característico del sujeto, o sea, del ser humano, es el tener la capacidad de ponerse frente a sí, como si al mirarse en un espejo no viera reflejado en él simplemente su figura, su exterior, su “geometría” (la res extensa cartesiana), sino que viese, además, su interioridad, sus pensamientos y sus sentimientos, su bagaje académico, intelectual, artístico y emocional, sus virtudes y sus vicios, a fin de cuentas: sus pre juicios. Al hacerlo será capaz también de hacer crítica de sí mismo, por lo que, sin negar esos pre juicios, podrá asumirlos y superarlos en lo que sea necesario. Podrá así, también, sin negar su subjetividad evitar caer en el simple subjetivismo.
El buen crítico es aquel que es capaz, al hacer la crítica, de ser consciente de sus propias posiciones y de las debilidades y limitaciones que estas tengan o pudieran tener. El crítico debe hacerse una pregunta de este tipo: si yo fuera aquel a quien se le presenta la crítica que hago, ¿como respondería? En otras palabras, el buen crítico hace crítica de su propia crítica.
Como apuntamos en la nota anterior al hablar de la crítica y al destacar nuestro desacuerdo con lo que cierto diccionario da como definición del verbo “criticar”, este verbo no tiene carácter solamente negativo.
Ese hecho es el que marca la línea fronteriza que diferencia al crítico del criticón. Este ve únicamente lo negativo de aquello (o de aquel) que es objeto de su crítica. Hay en el criticón como un sentimiento de superioridad (¿o será de inferioridad?) que lo lleva a considerar que en los demás no hay nada digno de elogio (o nada digno de mencionarse que implique aceptación o aplauso); o que los demás nada hacen bien hecho, por lo que se limitan a señalar solo lo que ellos estiman defectuoso, incompleto o inapropiado.
El crítico, por su parte, consciente de su propia subjetividad y de sus propios pre juicios, trata de ver el conjunto de lo que critica y de percibir en esa totalidad tanto lo negativamente criticable como lo positivamente destacable (¡y hasta rescatable!). Verá no solo el trazo o rasgo (reales o metafóricos) mal hechos, sino también los bien logrados.
Es muy fácil ser criticón (criticador, criticastro). Es, más bien, difícil, ser crítico y responsable.
Los latinos decían: De gustibus et coloribus non est disputandum. No hay discusión posible sobre gustos y colores. Por eso, el crítico, en tanto crítico, no se entretiene en lo que es mera cuestión de gustos, ya que acerca de esto no hay discusión posible…, aunque el dicho popular sostenga que “hay gustos que merecen palos” (pero es “el gusto” el que los merece; no “el gustador”).
Añadamos, para terminar esta sección, dos aspectos adicionales:
**Aunque no siempre es posible (o, dicho de mejor manera: siempre que sea posible), el crítico ha de distinguir entre aquello que critica y el sujeto responsable (fuente u originador) de ello. Por ejemplo, la crítica positiva o negativa (en este caso, más bien negativa) de una obra literaria de cualquier naturaleza, nunca debe caer en el argumento ad hóminen, es decir, en el ataque a la persona en cuanto persona. Sí podría hacerse, pensamos, una crítica ad auctorem; es decir, una crítica a la persona no en tanto persona sino en tanto autora responsable de aquello que se critica.
**Hay asuntos humanos o pertenecientes a una determinada colectividad que exigen que se le respete, sin reserva ni remilgos, a cualquier ser humano o a cualquier miembro de esa colectividad, el derecho de expresar su opinión crítica respecto de cualquier asunto que le concierna, siempre dentro de un marco de respeto, como queda dicho.