Posted On 14/02/2013 By In Opinión With 1583 Views

Me permito discrepar

Pues sí. Me permito discrepar de todos los que piensan que el dimisionario Benedicto XVI, cuándo sólo era el Cardenal Ratzinger, fue algo así como el papa en la sombra de Juan Pablo II, el cerebro gris que planeó todos los movimientos del papa polaco.

Me permito discrepar porque, por motivos laborales, durante casi todo el pontificado de Karol Wojtyla tuve que estudiar a fondo prácticamente todas las encíclicas y muchos de los documentos “de alto nivel” procedentes de la Curia vaticana, incluso una gran cantidad de “catequesis de los miércoles” de las que pronunciaba el papa. No digo que durante todo ese tiempo el papa no tuviera “negros” a su servicio, que le ayudaran en la redacción de sus escritos. Pero todo lo que firmó fue (es) expresión del mismo pensamiento que ya se dejó ver en las discusiones y votaciones del Concilio Vaticano II. Allí, según contaron en su momento “fuentes bien informadas” presentes en tan magno acontecimiento, el Arzobispo de Cracovia ya se distinguió como aglutinador del voto del NO a aquellos documentos que pretendían abrir las ventanas de la Iglesia de Roma para que pudiera entrar el Espíritu Santo.

Me permito discrepar. Tal vez soy demasiado maquiavélico, pero pienso en aquello de que “si no puedes vencer a tu enemigo, alíate con él”. Tal vez el teólogo de Tubinga era el único que podía haber hecho sombra, aunque fuera desde el campo más o menos “conservador”, al teólogo polaco. Tal vez era el único que podía haber contestado, desde una oposición interna o al menos moderada, al aluvión que durante veinticinco años entró por los ventanales vaticanos y que no fue precisamente lo que Roncalli esperaba cuando convocó el Concilio. Aunque algunos son demasiado dados al culto a la personalidad, y nunca sabremos exactamente qué era lo que esperaba Juan XXIII.

Me permito discrepar, porque si hay alguna manera de impedir de manera absoluta que un teólogo católico-romano pueda expresar su auténtico pensamiento es nombrarlo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ex Santo Oficio, que tiene como misión velar por la ortodoxia no a partir de la propia teología sino según la Tradición de la Iglesia de Roma, que en cuanto tal es inamovible, y que por definición no puede ser removida ni siquiera por el más ecuménico de los concilios. En su cargo, el cardenal Ratzinger no sólo tuvo que dejar de ser profesor, sino incluso teólogo.

Cuando los cardenales de Juan Pablo II lo elevaron al pontificado, Benedicto XVI era ya un anciano de salud delicada, incapaz de oponerse al colegio cardenalicio que lo había elegido y a toda la curia vaticana, en la que el último de los “monseñores” puede tener más poder de maniobra y de decisión que muchos obispos diocesanos. Le han faltado las fuerzas no ya para innovar, sino ni siquiera para impedir el avance de la reacción. Para saber cuál ha sido verdaderamente su pensamiento, habrá que leer sus escritos anteriores a su nombramiento episcopal, y los últimos que ha escrito firmados por Joseph Ratzinger. Y poco más.

Gerson Amat

Valencia, 14 de febrero de 2013

Gerson Amat
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