Hablar del paradigma de la resurrección es hablar de transformación y liberación. Si quisiéramos tener una definición más o menos cercana a un concepto que es evidentemente recurrente en la fe cristiana, deberíamos decir que la Resurrección es “el paso de una condición marcada por el pecado y la desesperanza a una vida nueva que conlleva la transformación integral del hombre”
Ahora bien, ¿qué relación existe entre la Resurrección y los conflictos sociales? No podemos negar que nuestra sociedad vive momentos históricos. Toda una generación está levantando su voz y exigiendo demandas que por su misma naturaleza son justas. Estos acontecimientos y discernidos en clave teológica se pueden identificar con los llamados signos de los tiempos, es decir y haciendo eco de las palabras de los Obispos reunidos en Aparecida, con “los grandes cambios que afectan profundamente las vidas humanas” (DA 33), y que aparecen como voz profética del Espíritu que se manifiesta en la historia.
El mensaje de Jesucristo trae consigo una nueva ética y una nueva justicia las cuales van en directo beneficio de los más pequeños entre los hermanos (Cf. Mt 25,35-40), de los excluidos, de los nuevos rostros sufrientes que en nuestro mundo en general y de nuestra América morena en particular. Abundan y sobreabundan en diferentes personalidades: la mujer, el obrero, el campesino, el estudiante, el enfermo, en definitiva los distintos, los otros. Es en medio de estos signos de muerte y de crisis en donde los esfuerzos evangelizadores, la misión permanente, los llamados proféticos evocando la Doctrina Social de la Iglesia, el cruzar a la orilla de los ‘extraños’ deben significar los signos resurreccionales que como iglesias debemos llevar a cumplimiento.
La resurrección y la renovación y liberación integral del hombre, están expuestas por el Magisterio Latinoamericano. Nos dicen los Obispos reunidos el 2007 en Aparecida, Brasil: “el proceso evangelizador implica la promoción humana y la auténtica liberación, ‘sin la cual no es posible un orden justo de la sociedad. La verdadera promoción humana debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre” (DA 399), y en otro punto agrega: “Dios en Cristo no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los seres humanos” (DA 359)
La renovación y los signos de la resurrección deben comenzar pues en esta vida para que lleguen a su plenitud en la eternidad. La resurrección de Jesús, acaece en un momento determinado de la historia, pero la trasciende. En esta situación metahistórica aparecen marcadamente signos de esperanza y de vida, signos que deben comenzar desde una promoción y una defensa renovada de los derechos fundamentales del hombre y de la mujer. Debe provocarse pues una ratificación de la dignidad inviolable de toda persona humana. Cada acto justo debe perseguir la solución a las necesidades de la comunidad y por medio de ellos los creyentes podamos ver un signo claro de la salvación que viene para que de esta manera y como nos dice el libro de Apocalipsis el Señor “enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado. Mira que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,4-5).
(Crédito para la ilustración: Wikimedia)