“Un momento político ocurre cuando la temporalidad del consenso es interrumpida… La política no necesita barricadas para existir. Pero sí necesita que una manera de describir la situación se oponga a otra, y que se oponga significativamente” Jacques Ranciere
El pasado 24 de marzo participé, como todos los años, de la marcha por la memoria que se realiza en Capital Federal, en conmemoración del golpe de Estado que sufrió el país en 1976, que trajo consigo miles de muertes, desapariciones y un cambio de matriz social que aún continuamos sufriendo. Es una marcha que se lleva a cabo en la simbólica Avenida de Mayo, desde la casa de Congreso hasta la mítica Plaza de Mayo.
El “espectáculo” que se vislumbra es siempre peculiar y atractivo. Decenas de agrupaciones políticas de todos los espectros y partidos, cada cual haciendo despliegue estético de su espacio identitario: banderas, pancartas, revistas, murgas, cantos acompañados de orquestas propias y hasta bailes coreografiados al ritmo de tambores y redoblantes. Todo un escenario donde se contempla la diversidad de la militancia política en su múltiple colorido.
Todo esto muestra que la política es mucho más que burocracia institucional. Ella tiene que ver también con el movimiento de los cuerpos, con la multiplicidad de colores y de formas artísticas que evocan los sentidos más profundos de los sujetos y las comunidades en busca de significados, identificaciones y memorias. Es en la pluralidad estética que se pone en juego tras el despliegue de percepciones individuales y comunitarias donde lo político cobra una fuerza propulsora, promoviendo la creación de espacios de participación, de imaginación y de inclusión en los espectros más variados.
Por algo los sistemas totalitarios y dictatoriales se caracterizan por una estética fría, con formas lineales, de colores oscuros. Cercenan la creatividad. Aplacan la líbido de los cuerpos para encorsetar cualquier proyectiva imaginativa a un mundo simbólico cerrado en sí mismo.
Volviendo a la marcha por la memoria, también me llamó la atención su despliegue espacial. Las distribuciones topológicas hablan mucho sobre las construcciones sociales y políticas. Cada agrupación creó un cerco de personas, por una simple cuestión de orden y diferenciación. El espacio, entonces, se dibujaba entre grandes círculos humanos, cada cual con su propio color, música y cantos. Por momentos, los “cercos” se miraban entre sí con cierta suspicacia. ¡Hasta parecía que los cantos elevaban cada vez más su volumen para sobrepasar al del frente!
Pero el topos no quedaba allí. Entre los diversos grupos se podían ver pasillos entre los cuales transitaban todo tipo de personas. Algunos/as caminando lentamente para contemplar el espectáculo. Otros/as haciéndolo más rápidamente para moverse de un lugar a otro. Y también aquellos/as cuyo lugar se dibuja en esa dinámica “de paso”: haciendo presencia caminando entre las particularidades presentes. Esos pasillos eran el transitar de muchos y muchas que ven la política como algo distinto a la pertenencia a una agrupación (¡aunque esto último es totalmente válido y necesario! Si no, ¿de qué pluralidad hablamos?)
Nuevamente, esto nos muestra mucho sobre lo político. Tal ejercicio se proyecta cuando se lo comprende desde una dimensión nómade, en un transitar constante que hace presencia en medio de los asuntos más importantes de la polis, pero en un paseo que contribuye a la práctica, no desde un sitio concreto (¿existen tales sitios en forma pura?) sino abriendo pasillos y caminando entre ellos. Lo político de una sociedad se fosiliza cuando tales pasillos no existen, donde el ejercicio ciudadano queda encerrado entre paredes rígidas, sin puertas, sin ventanas, sin luz, sin ventilaciones. Y es en tal movimiento, en la potencia de la decisión de caminar y en el descubrir la diversidad de colores del lugar, donde lo político cobra una dinámica proyectiva de posibilidades, particularidades, ejercicios y propuestas, y donde la prioridad se centra en la imaginación de los sujetos en tanto ciudadanos y ciudadanas, dueños/as de su propia historia.