Posted On 12/04/2013 By In Teología With 4770 Views

Kierkegaard. ¿Una filosofía para el protestantismo?

Próximos a celebrar el bicentenario del nacimiento de Søren Kierkegaard, puede valer la pena considerar una pregunta que unos ochenta años atrás era frecuentemente discutida, la cuestión de si acaso este pensador danés debía ser visto como una figura intelectual en torno a la cual articular todo un pensamiento protestante, al estilo como el catolicismo romano parecía poseer en Tomás de Aquino una suerte de “filosofía oficial”. Así lo proponía, entre varios otros, Emil Brunner, quien en Razón y revelación presentaba a Kierkegaard como “un filósofo cristiano de primer rango”, pero de una naturaleza apropiada para el protestantismo y totalmente distinta del tipo de acceso racional a Dios que ha sido cultivado en la tradición católica[1]. Uno bien puede discutir si acaso la idea de “filosofía oficial” es adecuada para describir el papel que ha desempeñado el aquinate en el catolicismo, pero en el mencionado contraste desde luego hay cierto acertado diagnóstico respecto del carácter coherente (no por eso homogéneo) de la tradición intelectual católica, que se contrasta con un protestantismo intelectualmente desorientado, siempre siguiendo al último filósofo que sirva de ancilla theologiae.

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Kierkegaard por supuesto no ha sido el único en ser presentado como candidato para solucionar este problema. De Calvino a Kuyper pasando por Kant y Schleiermacher, la lista de candidatos a pensador paradigmático del protestantismo es abundante y variopinta. Pero incluso en un horizonte así de variado, resulta peculiar que Kierkegaard sea incluido, pues él podría ser un candidato más bien para desmantelar el protestantismo. Kierkegaard, después de todo, es conocido por su voraz crítica al estado de la iglesia danesa a mediados del siglo XIX, y en ese contexto cabe notar que tiene sobre el protestantismo tesis más duras que el más virulento de los polemistas católicos. No es poco frecuente que, en consecuencia, autores católicos destaquen en él rasgos que llevan a percibirlo como un autor en realidad cercano a Roma, como alguien que “iba hacia la Iglesia e incluso hacia el tomismo”[2]. Entre los grandes renovadores del catolicismo en el siglo XX abundaron, en efecto, los ávidos lectores de Kierkegaard, como puede verse en el caso de Hans Urs von Balthasar, Eugen Biser, Romano Guardini, Theodor Haecker, Erich Przywara o Cornelio Fabro, por nombrar sólo a algunos[3]. Incluso Juan Pablo II recomendaba en su encíclica Fides et Ratio a Kierkegaard entre el tipo de autores que como Pablo, los padres de la iglesia y Pascal, realizan para la filosofía cristiana el trabajo positivo de “purificación de la razón por parte de la fe”, en particular liberando a la razón de la presunción[4]. Así, no son poco comunes en el catolicismo las voces que han especulado sobre la conversión que Kierkegaard tendría que haber tenido en caso de vivir más años. Para sus tempranos críticos seculares como Georg Brandes la cuestión también se veía así: de haber vivido más, Kierkegaard tendría que haberse dirigido al “librepensamiento” o al “negro abismo católico”[5]. En lo que ambos lados están de acuerdo es que al menos no podría haber seguido siendo protestante.

Pero en la polémica de Kierkegaard contra el protestantismo otros han querido ver un tipo de reforma interna del protestantismo, de un modo que no sólo no aparta a Kierkegaard del mismo, sino que lo vuelve una figura protestante paradigmática. Ahora bien, cuando se plantea la cuestión así, suele ser entendiendo al protestantismo como una tradición en la que se acentúa el carácter paradojal de la fe cristiana. Así ocurre, por ejemplo, en un temprano ensayo de Bonhoeffer que habla sobre “la locura de la idea cristiana de Dios, de la cual testifica todo pensamiento genuinamente cristiano, desde Pablo a Agustín, Lutero, Kierkegaard y Barth”[6]. Pero para evaluar este tipo de llamados, conviene notar que éstos nos ponen ante una pregunta que puede y debe ser abordada también al margen de Kierkegaard: la cuestión de si acaso es deseable o razonable buscar un “pensamiento protestante” (y, por extensión, de si acaso se puede alinear de un modo tan sencillo a los autores citados por Bonhoeffer).

Pero “pensamiento protestante” puede significar cosas muy distintas. Puede significar, y frecuentemente significa, un proyecto excluyente, en el sentido de que pretenda ser una alternativa a un pensamiento católico. ¿Tiene sentido desear o promover algo semejante? ¿Sería Kierkegaard un buen candidato a levantar en tal caso? Para responder a eso nos vemos obligados a considerar la tensa relación de Kierkegaard con el protestantismo. Porque la tensión en cuestión se relaciona con el hecho de que Kierkegaard fuera particularmente crítico con la idea del protestantismo como algo capaz de existencia independiente.

Algunos intentan por supuesto mitigar las críticas de Kierkegaard al protestantismo con la idea de que estaba enfrentándose a un estado particularmente decadente del protestantismo en Dinamarca en la primera mitad del siglo XIX, algo que el resto no experimentaríamos. Hay razón para acentuar esto, pues Kierkegaard frecuentemente escribe así: “el problema del protestantismo, especialmente en Dinamarca…”[7]. De hecho, sus juicios suelen tener no sólo esa referencia geográfica particular, sino que suelen estar dirigidos muy explícitamente al cristianismo en estado de degeneración: “Cuando el catolicismo degenera, ¿cuál es la corrupción de más probable aparición? La apariencia de santidad. Cuando degenera el protestantismo, ¿qué tipo de corrupción hará su aparición? La respuesta es fácil: una mundanidad carente de espíritu”[8]. En ese tipo de balance el protestantismo suele salir peor parado que el catolicismo: del uno quedaría la fachada, del otro nada. Tal vez tenga poco sentido comparar dos fenómenos sólo a partir de sus formas degeneradas, corrompidas. Pero Kierkegaard no parece pensar así. Pues a lo que esto le abre el camino es a preguntar por el carácter dependiente del protestantismo. El protestantismo es por supuesto rechazado en su forma degenerada, pero no para simplemente elogiarlo en su forma no corrompida, sino para notar que en dicha forma no corrompida es y debe ser siempre un “correctivo”, y un correctivo siempre lo es respecto de una norma. El protestantismo puede entonces ser algo legítimo, pero siempre que esté dispuesto a existir “en tensión” respecto de algo distinto de sí mismo.

En el comienzo de la historia esto no es problema alguno, porque la Reforma es precisamente una situación de tensión. Lutero es ocasionalmente objeto de comentarios mordaces de parte de Kierkegaard, pero en este punto, cardinal para él, lo pone siempre como ejemplo de la situación en que el protestantismo puede tener algún sentido: Lutero es alguien que pasa la vida en medio de la batalla, y por eso tiene siempre por delante las presuposiciones con referencia a las cuales su mensaje tiene sentido[9]. Pero imaginemos, escribe Kierkegaard, una situación en la que la conclusión a la que Lutero llegó es mantenida, pero introducida en un lugar en el que no hay noción de las presuposiciones, en una situación en la que no queda signo de la batalla dada en tensión. “Imaginemos un país remoto, desconectado en todos los sentidos del catolicismo, en el que se introduce la conclusión luterana; ahí vive una generación que jamás ha oído hablar del otro lado de la historia, expresado en el monasterio, el ascetismo, etc., el lado exagerado por la Edad Media –una generación que desde la infancia ha sido criada y malcriada por la conclusión de Lutero respecto de cómo consolar a la conciencia atribulada. ¡Pero aquí no hay nadie, nótese bien, nadie que en el más mínimo sentido tenga una conciencia atribulada!”[10] La tensión está, por tanto, particularmente bien eliminada ahí donde no sólo hay distancia cronológica respecto de la Reforma, sino donde hay distancia geográfica respecto del catolicismo, donde se llega a tener países protestantes. Por eso las referencias a Dinamarca no son algo casual que podamos pasar por alto los de otras latitudes, sino que son algo que lleva a Kierkegaard a plantear la pregunta por la capacidad de existencia independiente del protestantismo. La respuesta parece a todas luces negativa.

Sería raro leer este conjunto de posiciones como una sencilla preparación para un eventual paso al catolicismo romano. Kierkegaard mismo describe la situación diciendo que “mi interés no es reintroducir el monasticismo, incluso si fuese capaz de ello; sólo estoy intentando ayudar a que, a través de ciertas admisiones, lleguemos a un entendimiento con la verdad”[11]. Hay que leer afirmaciones como ésta con sus dos énfasis: así como muestra que Kierkegaard no estaba “a un paso del catolicismo”, muestra también que hay una verdad fundamental con la que el protestantismo según Kierkegaard tenía que ser confrontado, y que para enfrentar tal verdad el protestantismo tendría que hacer “admisiones”. Por otra parte, esto convive con una valoración positiva de diversos aspectos y figuras específicas del protestantismo. Hay, en primer lugar, un aprecio positivo por el énfasis personal del mensaje de Lutero, por el “para mí”. Pero no se trata de una influencia de Lutero sobre Kierkegaard (como la que le gustaría encontrar a quienes interpreten a Kierkegaard como un subjetivista a causa de su luteranismo). En 1847, de hecho, Kierkegaard lee un sermón de Lutero y afirma que su propio llamado a la interioridad “es propio de Lutero”, pero –añade- “jamás he leído algo de Lutero”[12]. Sólo entonces comenzaría a leerlo, en particular los sermones, de un modo que le permite acentuar el contraste entre Lutero y el protestantismo posterior. También en esos casos, sin embargo, Lutero suele ser objeto de duras críticas, que lo responsabilizan por dicho posterior desarrollo, por ejemplo por la liviandad de sus charlas de sobremesa: “un hombre de Dios sentado en plácida comodidad, rodeado por admiradores que creen que cualquier exabrupto suyo es una revelación”[13]. Al margen de cualquier objeción específica que se quiera hacer de tal lectura de Lutero (y se puede hacer varias)[14], puede ser importante notar que dichas dudas respecto de Lutero lo llevan a buscar una alternativa en otros autores del protestantismo de segunda generación, notoriamente Melanchthon y Calvino. De éstos había antes de 1847 leído tan poco como sobre Lutero, pero entre dicha fecha y 1851 eso cambia.

¿Qué es lo que busca en ellos? En 1852 Kierkegaard escribe que “si el cristianismo va a ser reintroducido en la cristiandad, tiene que volver a ser incondicionalmente proclamado como imitación [Efterfølgese, seguimiento, discipulado], como ley”[15]. Tal modo de plantear la cuestión puede por supuesto sonar chocante para quienes se están esforzando particularmente por huir de una concepción legalista del cristianismo (huida que entienden como muy protestante). Pero Kierkegaard, de un modo peculiar, se encuentra aquí parado en el centro de la tradición protestante, en la dialéctica entre ley y evangelio, tan típica del protestantismo de segunda generación[16]. No está buscando “reintroducir el cristianismo en la cristiandad” desde fuera de esa dialéctica, sino desde dentro de ella. Pero aparentemente considera que la forma que esta dialéctica tiene en Lutero lleva a finalmente sólo quedar con el evangelio; pero éste, arrancado de tal dialéctica, deja de ser evangelio (desde luego no es “buena notica” si no lo es respecto de algo, cosa que no puede ser si ha quedado solo). Podríamos decir que para Kierkegaard un pensamiento puramente “evangélico” –desarraigado de la dialéctica entre ley y evangelio- deja de ser evangélico; esa misma dependencia es la que lo vuelve sospechoso de un protestantismo que se busca entender a sí mismo al margen de la tradición católica. La dialéctica entre ley y evangelio, formulada por el protestantismo de segunda generación, está, en efecto, en el trasfondo del radical mensaje de seguimiento del Kierkegaard tardío. Aunque rara vez explicitada como una fórmula (“ley-evangelio” no es un binomio frecuente en su obra), tal tensión le permite, por decirlo así, mantener en un contexto protestante un protestantismo en tensión, el único protestantismo que considera puede ser legítimo.

Ahora bien, si Kierkegaard considera que el protestantismo puede ser legítimo como correctivo, pero no como norma, la idea de un “pensamiento protestante” como algo normativo debiera entonces palmariamente resultarle absurda. Y hay más motivos para dudar de alinear a Kierkegaard con un proyecto de esas características. En el invierno de 1838-39 el obispo Hans Lassen Martensen dictó un conjunto de lecciones en las que Descartes era presentado como originador de una “filosofía protestante” que alcanzaría su culminación en el idealismo alemán[17]. La respuesta de Kierkegaard es su novela Johannes Climacus o de todo hay que dudar, uno de sus proyectos más tempranos, en que toma una posición sumamente crítica respecto de la filosofía moderna. Resulta irónico, por decir lo menos, que siendo Kierkegaard uno de los grandes adversarios de tal tradición filosófica, y más aún de Martensen -quien aquí propone una “filosofía protestante” precisamente del tipo rupturista con la tradición precedente-, se espere de Kierkegaard tal filosofía protestante.

Tal proyecto de “pensamiento protestante” parece pues ser difícil de poner en relación con Kierkegaard, además de todas las dudas que en sí mismo merezca como ideal. Ahora bien, puede haber un segundo sentido en que la idea no sea tan descabellada. No hay necesidad de pensar en una tradición como algo autosuficiente: pensar dentro de la tradición protestante, es compatible con sentirse deudor de una tradición más amplia también. Un pensamiento con tal apertura podrá seguir calificándose como pensamiento protestante; en una acepción más débil de la expresión, claro está, pero aunque débil tal vez sea la única que tenga sentido. Kierkegaard, teniendo tal apertura a una tradición más amplia, efectivamente es alguien que se nutrió de modo particularmente significativo de autores en la tradición protestante. Y eso desde luego tiene importancia para el tipo de pensamiento que encontramos en su obra: el escribir desde dentro de una tradición permite darse a entender a la misma, hacerlo con mayor conciencia de los problemas que le son propios a tal tradición, y poner al mismo tiempo algunos énfasis que para dicha tradición pueden ser particularmente significativos. En ese sentido puede decirse que la idea de un pensamiento protestante parece un proyecto legítimo, y que bien puede pensarse en Kierkegaard como alguien que en cada uno de esos puntos parece un buen exponente: es alguien cuya obra logró encontrar eco entre lectores protestantes, que conserva énfasis característicos del protestantismo, pero que también está particularmente consciente de los riesgos propios de nuestra tradición.

Pero Kierkegaard no es un filósofo para el protestantismo, porque la filosofía rechaza esas restricciones provincianas; a ella le es fundamental la libertad para ser desvergonzadamente católica en su orientación intelectual. Quienes se arrojan a la tarea de pensar tendrán en esa convicción, en esa libertad, un faro mucho más luminoso que la idea de una filosofía protestante. Podemos reconocer en Kierkegaard a alguien que ha obrado con tal libertad, y por lo mismo debemos rechazar los llamados a usarlo como una “alternativa” protestante a otros modos de pensamiento. ¿Qué clase de domesticación es ésa? En su peculiar modo, Kierkegaard nos recuerda más bien que puede haber un “pensamiento cristiano clásico” que no por eso sea “pensamiento cristiano tradicional”. Pero ese reconocimiento ciertamente debiera ser supraconfesional.



[1] Brunner, Emil. Revelation and Reason Chanticleer, Wake Forest, 1946. pág. 394. Véase toda la discusión entre las págs. 374-395.

[2] Castellani, Leonardo. De Kirkegord a Tomás de Aquino Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1973. pág. 9.

[3] Para una reflexión más extensa al respecto véase Mulder, Jack. Kierkegaard and the Catholic Tradition. Conflict and Dialogue Indiana University Press, Bloomington, 2010. Stewart, Jon. Kierkegaard’s Influence on Theology. Tome III: Catholic and Jewish Theology (KRSRR 10) Ashgate, Aldershot, 2012.

[4] Juan Pablo II, Fides et Ratio n. 76.

[5] Brandes, Georg. Søren Kierkegaard: en kritisk Fremstilling i Grundrids Gyldendal, Copenhague, 1967. pág. 197.

[6] Bonhoeffer, Dietrich. Barcelona, Berlin, New York: 1928-1931 (Dietrich Bonhoeffer Works vol. 10) Fortress Press, Minneapolis, 2008. pág. 460.

[7] NB31:101 / SKS 26, 75. Las obras de Kierkegaard son aquí citadas según la edición crítica recientemente finalizada: Søren Kierkegaards Skrifter [SKS] N. J. Cappelørn, J. Garff y otros (eds.) G. E. C. Gads Forlag, Copenhague, 1997-2013.

[8] Papir 455 / SKS 27, 565.

[9] Papir 455 / SKS 27, 563.

[10] Papir 455 / SKS 27, 564.

[11] Papir 455 / SKS 27, 567.

[12] NB3:61 / SKS 20, 274-5.

[13] NB29:12 / SKS 25, 303-4.

[14] En particular debe ser mecionado que Kierkegaard no presta atención alguna a las controversias tardías (e intraprotestantes) de Lutero, ni a las primeras controversias internas del luteranismo tras la muerte de Lutero. Ahí habría encontrado una temprana expresión de sus propias inquietudes.

[15] NB27:42SKS 25, 156.

[16] Para el trasfondo del siglo XVI puede verse Wengert, Timothy. Law and Gospel. Philip Melanchthon’s Debate with John Agricola of Eisleben over Poenitentia Baker, Grand Rapids, 1997 y Horton, Michael. “Calvin and the Law-Gospel Hermeneutic” en Pro Ecclesia 6, 1997. Para la tardía atención prestada por Kierkegaard a estos autores véase Yoon-Jung Kim, David. “John Calvin: Kierkegaard and the Question of the Law’s Third Use” en Stewart, Jon. Kierkegaard and the Renaissance and Modern Traditions. Tome II: Theology (KRSRR 5) Ashgate, Farnham, 2009.

[17] Al respecto véase Hannay, Kierkegaard. A Biography Cambridge University Press, Cambridge, 2001. págs. 230-231.

Manfred Svensson
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