Desconozco si ustedes son muy amigos de la redes sociales en internet, o por lo contrario mantienen reticencias hacia estas nuevas formas de relación a medio camino entre virtuales y reales. Yo, por mi parte, intento ser incoherente, y así no caer ni en el proselitismo integrista militante, ni en un conservadurismo antimoderno que podríemos llamar “amish 2.0”. Es decir, que no tengo Facebook ni Tuenti, pero me lo paso bomba con Twitter, i de tanto en tanto me paseo por Flickr o LinkedIn.
Y es precisamente esta última red social la que últimamente me ha dado de qué pensar. No sé si la conocen, de forma que le dedicaré un breve excurso: LinkedIn es una red social temática, centrada en el perfil profesional de sus miembros. Así, mientras en Facebook la gente cuelga las fotos familiares en la playa, en LinkedIn se comparten las fotos de la presentación de los últimos productos de la empresa. O la presentación de diapositivas de la útima conferencia. Y no se anuncian los cumpleaños, sino las actualizaciones del currículum. Y, sobretodo, las redes no se forman a partir de “amigos”, sino de relaciones profesionales: la persona con quién se ha colaborado en un proyecto, el cliente o el proveedor, el companyero de equipo… Como toda red que se precie, LinkedIn permite la creación de grupos de debate, dónde los usuarios pueden participar. Éstos pueden ser cerrados (para reuniones de trabajo), semiabiertos (cualquiera puede apuntarse, pero debe ser aceptado por el administrador) o abiertos. Y, por lo general, son grupos que intentan facilitar las relaciones entre professionales de un mismo ámbito, territorio, interés…
Pensaba yo en LinkedIn, y me preguntaba: ¿cómo puede ser que, en el mundo de las religiones, todavía nadie se haya atrevido con una red social? Y empecé a imaginarla, con LinkedIn como modelo. Así pues, cada persona entra en la red, i crea su perfil. Allí explica de dónde es, su sexo y edad, cuáles son sus intereses, cómo se define religiosamente… Si alguien quiere presentarse como metodista, o como cristiano, o como budista-cristiano, o como católico homosexual, puede hacerlo, sin que nadie le cuestione su definición. Una vez abierto el perfil, puede empezar a enlazar otros recursos: un blog, un perfil de Twitter, una web personal…
A partir de aquí, puede empezar a generar actividad: explicar qué libro lee, recomendar un texto de oración, recordar sus últimos ejercicios espirituales, o criticar el sermón del pastor. Al mismo tiempo, puede buscar por la red los perfiles de sus compañeros de congregación o de parroquia, o los de personas interesantes. Yo, de entrada, seguiría las actualizaciones de Lupa Protestante, que seguro que tendríe allí un perfil. Y así, al mismo tiempo que la persona aporta contenido, puede también estar al caso de lo que publica la gente que le es de interés.
Finalmente, esta persona podría apuntarse a algunos grupos: algunos abiertos, como “Meditaciones de Taizé” o “Archidiócesis de Lima”, otros semiabiertos, como “Iglesia Bautista de la calle de San Ignacio”, y otros de cerrados como “Grupo de preparación del encuentro que se celebrará en no-sé-qué-sitio”. Además, podría crear su propio grupo, i ser su administrador: “Grupo de discusión sobre la dimensión femenina de Dios”.
Podría darse el caso que una persona se apuntara a grupos cristianos, budistas e hinduistas. ¿Quién se lo impediría? Además, podría apuntarse y desapuntarse de los grupos, sin que nadie se lo reprochara. Y hasta modificar la definición de su perfil.
Pensaba en esto, cuando me estremecí. Es indudable que este es el modelo de la libertad religiosa, de la espiritualidad sana. Un mundo de las religioses totalmente horizontal, sin jerarquías. Si no existe todavía esta red social, ¿será a lo mejor porque el mundo de las religiones es incompatible con estos parámetros?
Y ahí sigo, dándole vueltas al asunto…
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