Posted On 29/04/2013 By In Opinión With 6454 Views

¿Yahweh o Baal?

¿Hasta cuándo vais a seguir indecisos? Si el Dios verdadero es el Señor, debéis seguirlo; pero si es Baal, seguidle a él. (1 Reyes 18, 21. NVI)

Leíamos esta semana la archiconocida historia bíblica de Elías, el ciclo de Elías que dicen algunos exegetas, y nos quedábamos literalmente “enganchados” a sus distintos episodios, tal como nos los presentan los dos libros de los Reyes, especialmente el primero, no sólo por su elevada calidad literaria (su autor, quienquiera que fuere, debió ser un verdadero maestro del arte narrativo), sino por la actualidad de su mensaje, tanto en el terreno político o social como en el puramente religioso.

Para muchos lectores contemporáneos de la Biblia, el episodio capital de la vida y el ministerio de Elías, o por lo menos el que más se suele recordar, es su enfrentamiento en la cima del monte Carmelo con los sacerdotes y profetas de Baal, meros asalariados en realidad de la política expansionista fenicia introducida en Israel por la tristemente célebre reina Jezabel. Y el punto capital de aquella confrontación según lo que leemos en el sagrado texto no fue, como a veces hemos escuchado desde ciertos púlpitos, la adoración de un único Dios (Yahweh) frente a otros dioses, una disputa entre el estricto monoteísmo hebreo y el politeísmo circundante, sino algo mucho más sutil y más peligroso si cabe: estaba sobre el tapete la cuestión de quién era en realidad el Dios Verdadero, Yahweh o Baal. Es decir, cuál de las dos deidades había de ser adorada y reconocida como Dios de Israel. Pese a las apariencias, la elección no era tan simple como nos podría parecer a los lectores evangélicos de la Biblia que vivimos en el siglo XXI de la Era Cristiana. De hecho, se nos antoja que había en aquel Israel del siglo IX a.C. una gran confusión acerca de este asunto, y no sólo porque el pueblo hebreo del momento fuera impío o perverso —no lo sería en mayor medida que lo que pudiéramos serlo nosotros hoy—, sino por lo que aquellos mismos teónimos significaban.

El nombre de Yahweh (que en muchas versiones bíblicas contemporáneas aparece ortografiado como Yahveh, Yahvé, o simplemente Yavé, el clásico Jehová de la RVR60) se relacionaba sin duda en la mente de Israel con los sucesos de su historia nacional, es decir, sus orígenes; ahí entraban las tradiciones cuidadosamente conservadas y transmitidas por los levitas acerca de Moisés, el gran legislador, que había hablado con Dios en el desierto y en lo alto del monte Sinaí, que había liberado al pueblo de la esclavitud egipcia y había dirigido a las tribus hebreas durante cuarenta largos años de peregrinación hasta las puertas de la tierra de Canaán; y con toda seguridad, también formaban parte de estas historias los relatos de la conquista del país que hoy conservamos en el libro de Josué. Yahweh había reconocido a Israel como su especial tesoro, su propiedad, su hijo; lo había rescatado y guiado por el desierto, y había cumplido sus promesas introduciéndolo en la tierra prometida a sus ancestros los patriarcas. Yahweh, el Dios cuyo nombre encerraba el gran secreto, el gran misterio: el que es.

Por mucho que nos pueda sorprender hoy, el nombre de Baal no debía ser percibido por muchos israelitas de la época como un dios distinto de Yahweh. Es cierto que se aplicaba esta denominación a un dios muy particular del panteón fenicio y cananeo, aquél que velaba por el despertar de la vida en la primavera. Pero el término baal significa en la lengua hebrea antigua “señor”, “amo”, y en el lenguaje familiar incluso “marido”. ¿Y no era acaso el Dios de Moisés el Señor de Israel? ¿No se empleaba en ocasiones la figura del matrimonio para expresar el especialísimo vínculo entre el pueblo hebreo y su Dios? ¿No aparecía Yahweh en algunas tradiciones como el “marido” (¡baal!) de Israel? Cuando leemos en algún pasaje del Antiguo Testamento acerca de la existencia de un templo consagrado a una divinidad llamada Baal Berit, es decir, “el señor de la alianza”, ¿podemos imaginar lo que pasaba por la mente de un israelita de a pie que escuchara tal designación? ¿No habían insistido desde siempre los levitas en la alianza que el Señor había establecido con su pueblo? No debía resultar nada complicado pensar que el baal que había liberado a Israel de Egipto y lo había introducido en Canaán, era también quien garantizaba la prosperidad de cultivos y camadas, e incluso la continuación de la vida humana, siempre y cuando se le tributase el culto adecuado. Es decir, Yahweh era el Baal que adoraban los cananeos, los fenicios y otros pueblos.

Elías debía ser una de las pocas mentes preclaras de aquel oscuro Israel del siglo IX a.C., uno de los pocos fieles al yahvismo tradicional que se percataba del gran peligro que suponía aquel sincretismo religioso. Hacer del Dios nacional de Israel una simple divinidad que garantizase la vida y la prosperidad de sus adoradores era en realidad rebajar a Dios al nivel de un simple fetiche o un amuleto de la suerte. Era desdibujar por completo el culto divino tal como se había establecido desde mucho tiempo atrás, un culto centrado en la exaltación de Dios como Señor Misericordioso, un Dios que por pura Gracia caminaba con su pueblo y soportaba sus extravíos con una paciencia infinita, siempre compasivo, siempre dispuesto a perdonar, para sustituirlo por un espectáculo por demás decadente en el que por medio de danzas extáticas y ceremonias del todo discutibles se impetraba a gritos y con otro tipo de manifestaciones físicas la presencia de la divinidad para que respondiese a los deseos de sus adoradores. El fiel yahvista se acercaba a Dios con reverencia y santo temor para reconocer la dirección divina en su vida. El baalista exigía con grandes aspavientos bendición material abundante. El primero se sometía de forma implícita a la voluntad de Dios. El segundo pretendía encauzar o manipular la voluntad divina en su propio provecho, forzando a Dios a cumplir promesas o llevar a término ciertas acciones especiales y manifestaciones sobrenaturales.

¿Yahweh o Baal? ¿Quién de los dos era Dios en realidad?

No es, por desgracia, una disyuntiva de otro tiempo, de otra época. Lo que ya “suena” tal vez antiguo son esos nombres hebreos, pero podríamos expresarlos con un lenguaje más actual:

¿Quién es Dios en realidad? ¿El Dios revelado en Cristo o el dios que predican muchos manipuladores de mentes en el día de hoy?

Dicho de otra forma:

¿El Dios que guía nuestra vida como cristianos enseñándonos en su Palabra a obedecer su voluntad, es decir, el Dios de Elías, o el dios que muchos falsos profetas de hoy pretenden manejar a su antojo para obtener sólo dinero e influencia por medio de supuestas “alabanzas” y cultos decadentes que reflejan el más crudo paganismo?

¿Hasta cuándo seguirá indeciso el pueblo evangélico?

Créditos para la ilustración pulsar aquí

Juan María Tellería

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