“Si el Norte fuera el Sur sería la misma porquería”, concluye Arjona en una de sus canciones. (Perdón Arjona, a decir verdad, me siento defraudado, pues su propuesta es como un viaje en círculos para llegar a ningún sitio). Eso sí, me ayuda a coquetear con una idea que estalla en forma de pregunta: ¿Qué pasaría si en vez de ser la mujer, quienes dieran a luz fueran los hombres? Busco respuestas entre mis amigos y amigas, y noto que el interrogante capta la atención, aunque para algunos sea una broma de mal gusto y para otros, ¡una completa estupidez! ¿Por qué?
En nuestro imaginario, esta pregunta produce contrariedad: afrenta al machismo y sacude las bases del estereotipo de hombría presente en nuestra sociedad. El hombre es símbolo de virilidad, rudeza, poder y conquista; la mujer, sinónimo de hogar, maternidad, escondida entre ropa sucia, un vaso frágil que se derrite entre algodón y azúcar. Ser niña significa jugar a las casitas y a las muñecas; ser varoncito, a las pistolas, los cochecitos, proveedor que lleva el sustento mientras la esposa espera pacientemente en casa.
Se cayó el niño: ¡No llores, los hombres no lloran! Por cierto, ¿quién patento las lágrimas como uso exclusivo de las mujeres? Todos estos son falsos paradigmas cuyas raíces se incrustan desde el seno materno, paterno y social.
Sigo sin obtener respuestas a mi pregunta inicial. A decir verdad, brotan nuevos interrogantes como venas abiertas: ¿Se señalaría al hombre en su trabajo por los permisos y las licencias de paternidad que requeriría? ¿Se despreciaría o marginaría al niño recién nacido por haber nacido con pene? ¿Se lapidaría a los hombres por un embarazo fuera del matrimonio, como efectivamente ocurre actualmente en algunos países orientales en el caso las mujeres.
Confucio y Buda, en sus tiempos, declararon: lo “más corruptible en el mundo son las mujeres”, y San Agustín, padre de la Iglesia Católica, decía: “todas las mujeres son una puerta del Diablo”. ¿Se prohibiría el rezo judío ortodoxo: “Bendito seas Dios, Rey del Universo porque no me has hecho mujer”? Todos estos y otros hombres, por supuesto, ¿opinarían lo mismo si hubieran sido engendrados por algún varón?
La estocada final: la desigualdad y la marginación de la mujer, ¿es consecuencia de su capacidad de engendrar o, en resumidas cuentas, simplemente se trata del género con el que se nace? Si al menos imagináramos a un hombre sintiendo unas cuantas pataditas en su estomago; si tuviera que cuidar del fruto de su vientre durante nueve meses, seguro que este mundo sería otro y en nuestras iglesias el machismo sería cosa del pasado.
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