Leía un texto del Evangelio cuando experimenté la interpelación del mismo. Se trataba de la perícopa lucana donde se nos narra la resurrección del hijo de la viuda de Naín (Lc 7:11-17). Son esos momentos de oro cuando la letra bíblica se hace viva y deviene en una palabra de Dios que penetra en tu ser hasta lo más profundo del alma (Heb 4:12).
En la narración evangélica me encontré con un Jesús acompañado de una comitiva gozosa y expectante: él, sus discípulos y una gran multitud que le seguía. Al llegar a los aledaños de la ciudad de Naín, la comitiva de Jesús se cruza con otra comitiva muy diferente, una comitiva fúnebre. Una viuda había perdido a su único hijo varón. Un drama terrible cuando sabemos que ese fallecimiento, para una viuda en la Palestina del siglo I, significaba la cercenación de sus expectativas de futuro. A la tragedia social de su estado de viudez se sumaba el drama de perder a su hijo.
Jesús se detiene ante la comitiva fúnebre que acompañaba a esa mujer sin nombre y desconocida para él. En el corazón de Jesús nace un sentimiento de conmiseración ante la tragedia que la mujer sin nombre está padeciendo. Ello le lleva a decirle “no llores”. Se acerca a ella y pone su mano sobre el ataúd del joven fallecido. Para acabar llamando al joven de la muerte a la vida.
En ese momento de la narración, me acordaba de una de esas ideas que uno toma prestadas porque encuentra en ellas la clave para entender muchas cosas. Es la idea tomada de uno de los jesuitas asesinados en la UCA (El Salvador), cuando decía que no sólo hay que “hacerse cargo de la realidad”, sino “encargarse de” la misma y “cargar con” ella1. Básicamente es lo que hace Jesús en la narración que el evangelista Lucas nos propone. Jesús de Nazaret, no sólo se hace cargo de la realidad de la viuda de Naín, sino que también se encarga de la misma, y carga con ella. Ello posibilita, como afirma el relato, la transformación de la realidad de muerte en una realidad de vida.
En el momento en el que nos inmiscuimos en la realidad social del prójimo, no como alcahuetes de la misma sino como personas que quieren servir como agentes de transformación social, el tiempo se detiene… la comitiva fúnebre se detiene… y sólo espera que pongamos nuestras manos en el ataúd social en el que muchos están encerrados para poder reconvertirlo en otra cosa muy diferente. Transformarlo en una realidad de vida, donde se celebra la fiesta de la justicia.
Finaliza nuestra narración afirmando el regreso del único hijo de la viuda de Naín a sus brazos, a su hogar. El resultado feliz, por ser justo, provoca una reacción de las gentes que han observado la victoria de Jesús sobre la realidad de muerte que estaban experimentando. La reacción queda expresada en dos frases: “Un gran profeta se ha levantado entre nosotros” y “Dios ha visitado a su pueblo”… a través de Jesús y su movimiento de seguidores y seguidoras. Posteriormente, Lucas añade, “Y se extendió la fama de él (Jesús) por toda Judea, y por toda la región de alrededor”. Y es que cuando se experimentan realidades de justicia y vida en un topos social, ello logra que se corra la voz. Se corra la voz de que los imperios de muerte pueden ser vencidos. Dicho en pocas palabras, cuando la misión a la que somos llamados los cristianos y cristianas, y las personas de buena voluntad, se lleva a cabo, dicha misión se expande sola.
Quiero acabar mi columna con la frase que le da título a modo de estímulo: ¡Pon tu mano sobre el ataúd!
1La cita es de Ignacio Illacuría… Se puede leer en http://cescamat.blogspot.com/2006/02/primero-hacerse-cargo-de-la-realidad.html
- «Evité decirles, —verás, saldrás de esta—» - 28/10/2022
- Predicadores del “camino estrecho” | Ignacio Simal - 30/09/2022
- ¿La soledad del pastor? Deconstruyendo el tópico | Ignacio Simal - 16/09/2022