Y pasó la luna de miel. Los primeros cien días de una gestión –se dice- representan el termómetro para los tiempos venideros, aunque nunca nada está dicho de antemano.
Al indagar sobre las percepciones en torno a la figura de Francisco y lo realizado hasta aquí, nos encontramos con todo tipo de referencias. En este sentido, los contrastes son más que notorios. Por un lado, se habla de profundos cambios, de gestos constantes, hasta se utiliza la imagen de “revolución”, comparaciones con el “Che” y hasta de lógicas populistas (obviamente desde un visión peyorativa, por parte de algunos enemigos que nunca faltan). Por otro lado, están quienes creen que hasta ahora nada se ha hecho; simplemente se ha cambiado la fachada (aunque más llamativa que la anterior, por supuesto). Por último, existen posturas matizadas y posiciones cautas, con una expresión bastante repetida: “hay que darle tiempo”. Vemos pequeños cambios –no por ellos poco relevantes-, pero aún falta por hacer.
Como vemos, el panorama es complejo. Hay dos elementos a considerar a la hora de hablar de “evaluación” sobre lo acontecido. Primero, que los cambios refieren a procesos de crisis que ya se venían gestando hacía tiempo. Por ende, el análisis debe sustentarse en el modo en que comprendamos dicha instancia y las maneras de responder a ella. Segundo, una evaluación dependerá de lo que se considere prioritario como necesidad de cambio. Es aquí donde debemos reconocer la presencia de diversos niveles de encuadre que distan de ser planos aislados, sino más bien matrices que interactúan conjuntamente. Nos referimos específicamente a instancias en el ámbito simbólico (los modos y gestos de acercamiento de la iglesia y el Papa a la sociedad, y las formas en que los/las creyentes se identifican y reapropian de ellos), el ámbito institucional (transformaciones a nivel de prácticas y estructuras, en respuestas a las demandas de la comunidad, de la sociedad y desde la crisis misma de la iglesia) y el ámbito discursivo (los posicionamientos ideológicos, teológicos y políticos en consonancia con los desafíos del contexto contemporáneo) Como dijimos, estos campos no se encuentran separados como islotes independientes sino que están profundamente relacionados. Precisamente el análisis de las formas de interacción entre ellos nos dará un pantallazo de lo hecho hasta ahora.
Desde una perspectiva institucional, podríamos identificar dos grandes sucesos, que responden a importantes demandas por parte del pueblo católico como también de diversos espacios sociales. En primer lugar, se han tomado algunos pasos concretos para reformar el Instituto para las Obras de Religión (conocido como el Banco del Vaticano), cuerpo que ha estado sumido a graves denuncias por malversación, tráfico y estafas. Francisco acaba de conformar una comisión para hacer una evaluación profunda sobre los movimientos de esta tan desprestigiada institución. En segundo lugar, tampoco fue menor el nombramiento de ocho cardenales de todos los continentes con el propósito de reformar la curia, de lo cual se esperan profundos cambios en la comprensión de la iglesia, su estructura, organización interna y todo el andamiaje teológico que ello requerirá. Como dijimos, ambos “movimientos” responden a áreas en crisis que ya eran imposibles de seguir postergando su tratamiento. Pero vale mencionar también que, en este sentido, no podemos identificar más cambios relevantes.
Pasando a lo discursivo, aún no se ha realizado mucho. Han llamado la atención la catarata de expresiones de Francisco en predicaciones y pronunciamientos con respecto a cuestiones teológicas, eclesiológicas, sociales y políticas, pero ellas no han pasado más allá de su enunciación momentánea. Ya se sabe que la primera encíclica del Papa será sobre el problema de la pobreza (su antecesor, Benedicto XVI, se había centrado en el tema de la fe). Seguramente dicho documento permitirá un posterior análisis sobre los cambios a nivel teológico y socio-político.
Pero un suceso que ha llamado la atención en las últimas semanas, han sido los pronunciamientos del arzobispo Gerhard Ludwig Müller, quien mostró un reconocimiento y acercamiento a la Teología de la Libración (TL) por parte del Vaticano, lo que ha llevado a la afirmación de algunos/as de que con ello se daba por finalizada la bizantina disputa entre estas instancias. Esto llama considerablemente la atención, vistas no sólo las históricas confrontaciones entre la institución vaticana con la TL sino también el poco vínculo que el mismo Bergoglio ha sostenido con esta perspectiva teológica durante todo su peregrinaje eclesial. Por ende, es inevitable preguntarnos a qué responde dicha iniciativa de acercamiento. Podríamos sospechar si estas reubicaciones de la TL, antes que un reconocimiento, no implican más bien una reapropiación de su discurso, no sólo con el propósito de resignificar ciertos elementos de esta propuesta tan ligada al contexto latinoamericano (recordemos que “lo latinoamericano” es, precisamente, una de las banderas en torno a la persona de Francisco, por lo cual su sentido requiere ser lo suficientemente pulido para crear consensos) sino también el de las luchas, conflictos y tensiones que han estado siempre encadenadas a las demandas que la TL ha puesto sobre la mesa del Vaticano.
En otros términos, ¿de qué manera se plasma la identificación con la TL? ¿Hay una verdadera asimilación de sus desafíos y reclamos? ¿O es solo un reconocimiento superficial “políticamente correcto” y sin profundización que, al fin y al cabo, termina diluyendo su propósito fundamental? ¿No es acaso un gesto que pretende calmar las aguas para reapropiarse de una causa y dejar sin efecto toda una serie de demandas vinculadas a ella? Ejemplos en este sentido no faltan; más aún, con respecto a la TL.
Es en el campo de lo simbólico donde encontramos un escenario más amplio y diverso. Y aquí nos referimos al inmenso universo de gestos de Francisco, que han llamado considerablemente la atención del público en general como del creyente. Muchos de sus dichos provocaron grandes sorpresas. Los medios de comunicación se hacen eco de ellos, enarbolando estas expresiones como claras muestras de “lo nuevo” que se hace presente. El Papa ha sabido manejar muy bien el tratamiento de temas coyunturales, convocar personalidades de todos tipo, usar frases impactantes (“los obispos deben ser pastores y no lobos”, “pastores con olor a oveja”, “una iglesia pobre para los pobres”, “Dios nunca se cansa de perdonar”, “los cristianos debemos meternos en política”, entre muchas otras) y construir una imagen personal de austeridad, subvirtiendo el cuestionado protocolo vaticano.
Estos gestos tocan fibras muy sensibles. Responden a demandas históricas y a su vez se vinculan con temas sumamente fundamentales de la iglesia. Ciertamente no es poca cosa cuestionar los modos de hacer pastoral o remitir a una imagen tan contradictoria con la institucionalidad vaticana, como es la expresión “una iglesia pobre para los pobres”. Por ello, la pregunta es: ¿qué correlación existe entre estas apelaciones y la realidad concreta? ¿Cuáles son los pasos que se están dando para alcanzar semejantes transformaciones reflejadas en estas retóricas? Como hemos visto, las concreciones hasta el momento han sido sumamente escasas. Por supuesto que aún queda mucho camino por andar, pero tampoco podemos dejar de preguntarnos –y es saludable no dejar de hacerlo, más allá de la molestia que a veces provoca el escepticismo- cuánta coherencia hay detrás de estos gestos. ¿Será posible alcanzar los cambios que ellos mismos proclaman? ¿Son gestos que pretenden quedar en la exclamación de lo políticamente correcto o representan instancias de apertura real para la construcción de cambios profundos?
La imagen de Francisco no deja de ser una figura paradójica que apela a todo tipo de identificaciones, sentimientos y hasta utopías. Su desempeño y actuación durante este período ha mostrado una gran sensibilidad –al menos retórica- sobre temas que preocupan (y que, al fin y al cabo, han sido los fundantes de la crisis actual), abriendo con dichos gestos un espacio muy heterogéneo y complejo de construcción y disputa de sentidos, narrativas y prácticas. Pero vale recalcar que estos “movimientos” se han encarnado en las vivencias, pensamientos y reclamos de la comunidad de creyentes, afirmación que no podemos hacer con la misma contundencia sobre la persona de Francisco y el Vaticano, hasta que estos gestos se proyecten en transformaciones concretas sobre la cosmovisión teológica y los esquemas institucionales de la Iglesia.
En otras palabras, estos actos de identificación, reconocimiento y esperanza por parte del pueblo católico y el público en general no son consecuencias de una estrategia de marketing vaticano sino son en sí mismos demandas que responden a expectativas y necesidades. Ya hemos visto en la historia cómo el Vaticano y la misma figura del Papa han sabido jugar en terrenos de fuertes reclamos, apelando a gestos que no fueron más de fantasías paleativas para seguir el mismo rumbo; o sea, para legitimar su propia institucionalidad por sobre la atención a las demandas del pueblo. Está en manos de Francisco hacer realidad lo que sus mismos gestos despiertan, cuestión que por el momento se circunscribe sólo en el plano de lo simbólico. La luna de miel terminó; ahora es momento de asumir los compromisos.