Posted On 23/07/2013 By In Opinión With 4110 Views

La pastoral como acompañamiento

¿Quién pastorea a los pastores? Preguntaba hace algún tiempo en mi Facebook.  Algunas personas respondieron explicitando un cierto dolor ante el papel desarrollado por los pastores. Era fácil percibir detrás de algunos comentarios heridas eclesiales sin cicatrizar o mal curadas. Tal vez heridas producidas por una pastoral que no respondía al Evangelio, sino a una visión autoritaria y piramidal tanto de la comunidad cristiana como de la función pastoral.

Entre las respuestas encontré un “Y tú, ¿qué opinas?”, o “háblanos desde tu ministerio, y cómo lo ves…. pero con el corazón, por favor. Gracias” En ello estoy, dando mi opinión desde el corazón.

Mirad, no creo que todos los pastores sean unos “santos”, ni que todos los pastores sean unos “rematados pecadores”. Hay quienes se dan de forma desinteresada por sus hermanos, y también los que abusan de su posición ejerciendo como auténticos amos de sus comunidades. De todo hay en la viña del Señor.

Como pastor no soy perfecto. Tampoco lo soy como persona. Pero algo he aprendido a lo largo de los años, aunque a veces tropiece en piedras que creía superadas. En estas líneas quiero haceros partícipes  de mi comprensión de la tarea pastoral.  Como punto de referencia para haceros saber mi entendimiento de la función del pastor dentro de la comunidad cristiana, voy a utilizar un texto bíblico muy conocido. Me refiero al que recoge la narración de aquellos discípulos que caminaban hacia Emaús (Lc. 24:13-35).

En el texto evangélico encontramos a dos discípulos de Jesús. Van caminando tristes (v.17) y hurgando en la herida de la desesperanza (v. 21). Esas dos personas van caminando hacia Emaús, a unos 11 kilómetros de Jerusalén. No debían ir muy rápido dado su estado anímico y su conversación. La caminata fue de varias horas hasta llegar a su destino. En la ruta se les acerca un desconocido (vv. 15-16) que se une a ellos en el camino. Nosotros sabemos, por el texto, que era Jesús. Ellos no.

De entrada Jesús podría haberse dado a conocer y haberles dicho ¡Venga! ¡Acompañadme! ¡Debéis regresar a Jerusalén! Pero no, decide ser compañero de viaje de los discípulos, y no viceversa. El objetivo de Jesús no es Emaús, sino el corazón de los desesperanzados discípulos.

Y ahí se encuentra la primera función de toda tarea pastoral. El pastorado tiene que ver con el acompañamiento de nuestros hermanos. Me refiero con ello a acompañar a mi hermano y no a que éste me acompañe. Es un matiz importante para desarrollar una sana relación pastoral. Acompañamos a pesar de saber que la dirección escogida por mi hermano es la equivocada. Acompañamos en el dolor, la frustración y la desesperanza. Tiempo habrá en el camino para dialogar. No fuerzo, no obligo, no impongo, no apelo a mi “autoridad”. Simplemente acompaño como lo que soy, un igual, una persona tan humana como el acompañado.

También notamos en el texto que el desconocido acompañante inicia un diálogo con los acompañados interesándose por su situación anímica (v.17).  Uno de ellos, Cleofás, se explaya en la respuesta. Saca de sus tripas todo lo que éstas guardan. Es más, en el inicio de su respuesta se muestra algo ofensivo (v.18). No importa, el desconocido acompañante calla, y le deja que siga hablando de la pena que ensombrece sus existencias.

Una vez que los discípulos han mostrado en toda su magnitud su tragedia, es cuando el desconocido acompañante inicia su actividad pedagógica. Interpreta lo que ellos creen una tragedia desde las Escrituras, confiriendo de esa manera un marco adecuado para superar su tristeza y curar su herida. Y esa es la segunda función de toda tarea pastoral, escuchar atentamente en el camino para, posteriormente, arrojar luz sobre lo que está ocurriendo. Se establece una relación terapéutica – formativa no impositiva. El que acompaña propone un marco interpretativo a la situación que sufre el acompañado, no lo impone. Notemos que en el texto Jesús sigue sin darse a conocer –no desea forzarlos a que tomen la decisión que Él cree adecuada. Son ellos los que deben tomar sus propias decisiones, y no al revés.

Algo muy importante que debemos subrayar de la narración es que una vez que llegan a su destino, el acompañante no muestra ningún interés en quedarse (v.28). Son los acompañados los que toman la iniciativa y le invitan a que se quede. Dada la situación de los discípulos, bien podía Jesús haber pedido quedarse con ellos para seguir con su actividad terapéutico–formativa. Pero no, Jesús no se impone, sigue sin darse a conocer, no atosiga, no agobia… Simplemente acompaña hasta donde se lo permiten los acompañados.

Jesús acepta su invitación, se queda con ellos y, en el momento de partir el pan, los acompañados le reconocen. Y es en ese preciso instante cuando desaparece de su vista. Su presencia ya no es necesaria. La relación ha cumplido su objetivo. Ahora les toca a ellos decidir entre emprender el camino de regreso al lugar de donde nunca debieron haber salido o seguir con su tristeza… Pero ya sin acompañante. Es importante para los pastores saber el momento en el que deben desaparecer de escena con el fin de evitar ser muletas eternas de sus hermanos y hermanas. El objetivo de toda pastoral es ayudar a que las personas se hagan adultas y sean capaces de caminar solas por los vericuetos de la vida.

Para finalizar, todavía debemos fijarnos en algo más. Veamos lo que expresan los discípulos una vez que Jesús, el acompañante, ha desaparecido de su vista: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras? (v.33). A partir de aquí es cuando toman la correcta decisión de regresar a Jerusalén.

Reitero, no hay órdenes, sino decisiones tomadas desde la libertad personal a la luz de lo conversado con el que les acompañaba en el camino. Y ahí encuentro, en mi opinión, la tercera función de toda tarea pastoral. La que convierte al pastor en un animador de la comunidad cristiana. Alguien, desconozco al autor, escribió que el animador comunitario “trabaja con las personas y para las personas. Debe tener muy claro que él acompaña y que en este acompañar, tiene la función de optimizar procesos de crecimiento y de maduración personal. El educando [acompañado] debe ir descubriendo su propio camino y necesita la mano amiga de alguien que le guíe desde la experiencia, la coherencia y el amor. El líder tiene una tarea importante de apoyo a la persona que está creciendo y debe despertar en él/ella todo lo bello que tiene dentro”. Animar, desde la pastoral, consiste, entre otras cosas, en “despertar –en el acompañado- todo lo bello que tiene dentro”; lograr, con la ayuda de Dios, que el corazón de nuestros hermanos y hermanas “arda” y “descubran su propio camino” a través de la conversación y el acompañamiento.

Este es el modelo que sigo en mi quehacer pastoral, y os aseguro que es complicado y difícil, y en ocasiones malentendido. Pero tengo la convicción de que,  o bien los pastores caminamos en esa dirección, o seguiremos abriendo la puerta a un liderazgo autoritario que considera a los miembros de las comunidades cristianas como menores de edad.

Ese es el modelo de pastoración que necesitamos todos los seres humanos, seamos pastores o no. No debemos, ni podemos, aspirar a menos.

Me quedan muchas cosas en el tintero. Otro día continuaré.

 

Ignacio Simal Camps
Mis redes

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