Llevo ya algún tiempo debatiendo con mis amigos creyentes sobre este asunto: institución de la iglesia versus movimiento cristiano. Y cada vez llego más a la conclusión de que me parece que Jesús no pensaba en términos de institución eclesiástica. O al menos no como la conocemos ahora.
Jesús inaugura un movimiento cuya meta es el Reinado Nuevo de Dios. A este Reinado no se llega parándonos, sino haciendo camino, siempre en marcha, siguiendo los pasos del maestro, que es el único que tiene claro cómo se llega.
Una iglesia institucional necesita pararse, echar raíces, construir, comprar y vender, afirmarse y reafirmarse, y ponerse a sí misma en cuestión lo justito, lo imprescindible para encontrar nuevas formas de echar raíces, construir, comprar y vender…. Es una tentación muy grande convertir un movimiento en religión institucionalizada. Unas cosas llevan a otras; pim, pam, pim, pam… Et voilà, ya la tenemos aquí. La institución ha llegado, y lo ha hecho para quedarse. Quedarse: ésa es la tentación.
Un movimiento no echa raíces, no se ata a nada porque no tiene nada, y por lo tanto nada que perder. No hay compromisos que cumplir ni peajes que pagar. El vivo retrato de Jesús y sus discípulos. ¿Hubiera perdurado el movimiento cristiano sin institución? No lo sé, probablemente no. Pero no deberíamos olvidar que la institucionalización del movimiento es un mal menor. Con todos los riesgos y las tentaciones de los males, aunque sean menores. Porque la iglesia-institución tiende a ser fijista, inamovible, paquidérmica en su lentitud para asimilar nuevos soplos de la creatividad.
Quizá no haya otra opción, y la iglesia-institución sea imprescindible para que el mensaje perdure. Pero sería útil no perder la perspectiva, no olvidar los orígenes, no dejar de beber de la fuente primera y primaria, primitiva.
Y apostar, entonces, por creyentes renovados, apasionados por el mensaje de Jesús, combatientes del amor, de la solidaridad y del perdón, con una única doctrina hecha a la imagen del Dios de Amor, que irrumpe como un ciclón en el corazón de los que lo descubren en el aliento del Espíritu de su Creatividad. Creyentes renovados y en marcha. A eso creo que es llamado el cristianismo actual.
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