La experiencia de la fe y de la respuesta creyente en la confesión del Dios de Jesucristo se asume desde una perspectiva simbólica–sacramental, litúrgica, teológica, pastoral y socio-cultural. En este desarrollo, queremos asumir que el cuerpo y la dimensión de la sexualidad humana se comprenden como una categoría teológica y pastoral que expresan la condición simbólica–sacramental de la experiencia creyente. Con esto, el cuerpo y lo sexual aparecen como un lugar en el cual Dios se revela y el hombre y la mujer le responden desde sus propias maneras de estar en el mundo.
En la experiencia histórica de la fe, el hombre y la mujer requieren instrumentos o mediaciones que le permitan el contacto con lo divino. Los signos, los símbolos, la cultura, la música y las artes, los afectos, las emociones, el cuerpo y la dimensión sexual, constituyen lugares de posibilidad de comunicación simbólica– sacramental. Con esto asumimos que “el sacramento es, por consiguiente, por una parte, lo completamente cercano, y por otra lo totalmente otro y lejano, por una parte es fascinans y por la otra es tremendum, pero siempre es mysterium” (Leeuw, 1975).
¿Por qué el cuerpo y la dimensión sexual se comprenden como una realidad simbólico–sacramental? Sostiene Rochetta (1990) en su libro “Hacia una teología de la corporeidad”: “es en la corporeidad donde el yo espiritual se manifiesta y realiza. El cuerpo no es sólo expresión externa o rostro de la persona humana, sino el modo mismo en el que y gracias al cual el alma deviene persona y realiza como yo personal en camino de la historia del mundo” (pág. 105). El tema fundamental es el encuentro. La vivencia sacramental cristiana asume el encuentro, la apertura y la acogida como ingredientes indispensables para la comprensión de la misma revelación. No por nada el mismo Jesucristo es identificado como la “imagen visible del Dios que es invisible” (Col 1,15). Él es la Palabra que viene al encuentro del hombre y espera ser acogido, trayendo en sí la impronta de lo que es Dios y de lo que es el hombre.
Quisiera retrotraer una obra de reflexión teológica que nos iluminará en la indagación que estamos realizando. En un libro simple por su lenguaje, pero profundo en su reflexión y teología como es el de “Los sacramentos de la vida” de Leonardo Boff, el teólogo brasileño asume que todo lo que nos rodea nos habla de Dios, así presenta como sacramentos un vaso, una colilla de cigarrillo, un pan, una vela de Navidad o hasta a la persona de un profesor primario. Detrás de cada una de estas imágenes se presenta una narrativa simbólico-antropológica que permite ayudar al hombre y a la mujer a discernir que el Dios cristiano está en cada una de las realidades temporales.
Veamos pues, cómo este libro presenta el tema del encuentro, que es fundamento de la vivencia corporal y sexual. Sostiene Boff: “El sacramento posee, por tanto, un profundo enraizamiento antropológico. Cortarlo sería cortar la misma raíz de la vida y desbaratar el juego del hombre con el mundo (…) El sacramento queda esencialmente vertebrado en términos de encuentro (…) el lenguaje religioso y sacramental apela a una apertura y a una acogida consecuentes en la vida” (págs. 13-16).
Conceptos presentes en el parágrafo anterior como ‘encuentro’, ‘enraizamiento antropológico’, ‘juego del hombre en el mundo’, ‘apertura y acogida consecuentes en la vida’, son elementos que van definiendo lo que es la corporeidad, lo sexual y la forma en la que hombre y mujer comprenden sus propias vivencias en el mundo. Al encarnarnos como seres-en-el-mundo, estamos mediados por el encuentro y nuestro ser persona, es decir, ser sujetos de relaciones interpersonales, ya evidenciamos que nuestro cuerpo y la sexualidad son presencia de Dios, son sacramento y llamadas a la Vida. No somos sólo alma ni somos sólo cuerpo. No nos fundamentamos en un dualismo, sino en una antropología holística, integral e integradora.
Para finalizar, quisiera dejar una pregunta para la reflexión, la cual está iluminada por un texto de la Carta a los Hebreos: “Por eso, al entrar Cristo en el mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste, pero me has formado un cuerpo” (Hebreos 10,5). Cristo asume la humanidad y todo lo que ella conlleva. Él es el Verbo que viene a habitar entre nosotros. No sólo un vivir pasajero, sino que habita empoderándose de todo lo que constituye al ser humano, hombre y mujer.
Desde nuestro ser creyentes en el Dios de Jesús, ¿Cómo asumimos la sacramentalidad del cuerpo y de lo sexual? ¿Sólo como una dimensión prohibitiva, o más bien como una nota fundamental y bendecida por Dios desde la creación del mundo?
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