Toda aquella persona que está en un lugar de autoridad, sea de la corriente cristiana que sea, tiene sobre sus hombros una enorme responsabilidad. Cuando habla y actúa es visto por una gran mayoría de aquellos que componen su comunidad como que lo hace desde el lugar de Dios. De hecho lo normal es que estos mismos dirigentes usen frases en las que expresan a las claras que aquello que ellos están postulando es la misma voluntad divina, que sus palabras no son otra cosa que la correcta interpretación bíblica.
Así desde los púlpitos y plataformas de todo el mundo la Biblia es usada para resolver cualquier eventualidad, una enfermedad, un quebranto económico o una depresión.
Cada domingo o cada campaña se presentan palabras que abordan toda situación posible por la que pueda pasar una persona. Abusos o crisis familiares, da lo mismo, para todo ello existe, o se busca, algún pasaje, algunos versículos bíblicos para aplicar.
Recomendar desde estos mismos púlpitos una visita al psicólogo, o si una persona está sufriendo un serio abuso decirle que salga cuanto antes de ese hogar, se considera como algo, en muchos casos, que evidencia falta de fe. Se argumenta que Dios es poderoso para resolver cualquier situación, sólo hay que tener, precisamente, fe.
Es cierto que existen numerosos testimonios en los que un hombre o una mujer, con una terrible experiencia vital, al encontrar a Cristo tuvieron una transformación milagrosa. Drogadictos que de un día para otro fueron liberados de su adicción o personas que odiaban a toda la humanidad pasaron en un instante a llorar de gozo. Pero no todas las personas han pasado por lo mismo, ni son todas ellas iguales, ni el mismo versículo produce en una lo que en otra sí ha hecho.
Seguro que ya ha habido algunos lectores que al llegar a este punto se han sentido incómodos. Para ellos la Biblia es suficiente y lo es para todo. Sostener que los dirigentes de las iglesias deberían tener un equipo en donde hubiera especialistas capacitados en salud mental es una especie de atentado contra esta suficiencia. Pero la Biblia no lo resuelve todo. No es una especie de libro mágico en donde hay que buscar el texto adecuado, recitarlo y creerlo. Después sólo habría que esperar que la contestación divina viniera. Esto es una concepción mágica de las Escrituras y su procedencia es pagana.
La Biblia es un libro de salvación. Es el mensaje de Dios para el hombre desorientado y perdido, pero ni es un libro de ciencia en general, ni de psicología en particular. Deberíamos ver como algo ya superado la imagen del pastor que, con su buena intención y la Biblia bajo el brazo, va a aconsejar de la misma forma a un hombre que fue abusado desde la infancia y a otro que ha perdido su trabajo. Después, este bienintencionado pastor regresa a su casa. Piensa que ha aplicado la Palabra, el resto depende de la persona y del poder de Dios.
Los casos extremos son las campañas de sanidades y milagros y la teología de la prosperidad. Se toman versículos bíblicos concretos, se sacan de contexto y se construye sobre ellos toda una cosmovisión. Estos ministros, algunos gustan llamarse apóstoles, profetas u hombres de Dios, proponen una idea bien definida que depende de dos elementos esenciales: Dios quiere y es todopoderoso para sanar o prosperar al creyente y ello se recibe por fe.
Ante tanta dificultad, dolor y miseria es normal que las gentes acudan en masa a estos eventos, que crean de todo corazón a ese “profeta”, “apóstol” o como quieran llamarse. Ya en el primer siglo el historiador judío Flavio Josefo, citado por Geza Vermes (1994, 105), decía en relación a supuestos hacedores de milagros y pretendidos mesías de su tiempo que “en la adversidad el hombre se deja persuadir en seguida; cuando el falsario ofrece la liberación de los horrores y padecimientos, los que los sufren se abandonan del todo a la esperanza” [1].
Estos ministros del presente deberían rendir cuentas a alguien por lo que dicen. Todos tratan con personas y deberían hacerlo desde la total responsabilidad, desde el ser conscientes de que sus palabras, al ser consideradas por muchos como verdaderas, pueden causar o un gran bien o un gran mal. Esto no es un juego de niños.
Si a un creyente que está pasando por una depresión se le aconseja que en la Biblia está la respuesta, que Dios es suficiente para que se recupere y nada más y, sin embargo, acaba suicidándose, ese «hombre de Dios» que le aconsejó debería ser retirado de su cargo de inmediato. Es un auténtico peligro para la vida de otras personas. Hasta que no se dé cuenta de su error y haya pedido perdón a la familia, como mínimo, no debería regresar.
¿Cómo se le explica a una pequeña que su mamá ha muerto aún siendo cristiana? ¿Es que Dios no es bueno? Ella no podrá entender que la clave de todo estaba en ideas erradas sobre la fe y en la incapacidad manifiesta del consejero.
Ya hay algunos estudios que están dando la voz de alarma. Lejos de considerar a los cristianos como personas que encaran las dificultades de una forma que hace posible, en muchos casos, la superación de las mismas, se están convirtiendo en un grupo de riesgo. Son un colectivo de personas especialmente vulnerables para caer en toda clase de hundimientos psicológicos. El contraste es terrible, de manifestar a amigos y familiares que se ha hallado el sentido a la existencia a existir en profunda tristeza.
Se crean unas expectativas irreales, se presentan unos resultados falsos y todo ello se enmascara como Palabra de Dios y actos de fe. Así, al doliente se le deja sólo en su oscuridad interior, sin recursos, esperando día a día que algo sobrenatural suceda… pero nada ocurre. Entonces la tristeza se hace más profunda, se carga de culpa por no poder “creer” y los resultados, en todo caso, son terribles.
No se trata de otras formas de espiritualidad, sino de errores muy peligrosos, tremendamente dañinos. Cuando alguien decide no seguir con el tratamiento que el médico le mandó para enfrentar su enfermedad, por ejemplo contra el cáncer, tras haber asistido a una predicación sobre el poder sanador de Dios ¿quién es responsable de ello? ¿Dios? Cuando esta persona fallece precisamente por no seguir la medicación prescrita, ¿quién es el culpable? ¿Ella porque no tuvo fe?
¡Por favor ya está bien! El responsable fue quien desde su lugar de autoridad pronunció aquellas palabras homicidas. Este tipo de responsabilidad debería ser hasta penal, ser denunciado por haber sido el causante directo de una muerte, por fraude y engaño.
Debemos seguir confiando en la Biblia. Su mensaje nos lleva al encuentro con Dios a través de la persona de Jesús. Son las Buenas Noticias de esperanza y salvación a la humanidad, pero seamos claros, la fe no lo logra todo, las oraciones no lo pueden todo y el debate en todo caso está en cómo la fe y las oraciones influyen en este mundo, el porqué unas parecen ser contestadas y otras ignoradas. También es una simpleza, y según la situación por la que esté pasando la persona peligrosa, sostener que si sucede esto último es que Dios está probando nuestra fe. Tal vez esto tenga un pase cuando se trata de la pérdida de un trabajo, pero si han violado a nuestra hija que ningún desalmado “lleno de fe” venga a sostener que esto también nos ocurre para madurar como creyentes. Esta imagen de Dios es terrible y está incluida en frases que están por todos lados.
Esta vida es muy compleja, es una guerra moral, espiritual. Deberíamos ser más humildes y reconocer que hay mucho que no llegamos a comprender.
Por favor, de la misma forma a como vamos al médico si nos hemos partido un brazo hagámoslo con un buen psicólogo cuando se nos rompa el alma. Al mismo tiempo, oremos y leamos la Palabra. Esto no es falta de fe o espiritualidad, es sentido común y negarse a dejarse manipular por ministros profundamente desorientados o por modernos mercaderes que venden a Dios a cambio de suculentas ofrendas.
Toda Escritura está inspirada por Dios y es provechosa para enseñar, para argumentar, para corregir, para enseñar y educar en la rectitud, a fin de que el creyente esté perfectamente equipado para hacer toda clase de bien. (2 Timoteo 3:16)
[1] Josefo, Flavio. Guerra Judía 6, 286. Citado en Geza Vermes. 1994. Jesús el Judío. Muchnik Editores, Barcelona.