Posted On 28/08/2013 By In Cultura, Música With 9271 Views

44 años de Woodstock: casi cuatro días de paz, amor y música

“Dedicado a Los Jaivas. Músicos chilenos, precursores del rock, que de alguna manera  reflejaron el espíritu de Woodstock en Chile y que este mes cumplen 50 años de vida musical” (Víctor Rey)

Con mi hermano y otros amigos, fuimos al antiguo cine Normandie de la calle Alameda en la ciudad de Santiago a ver la película Woodstock. Fue una experiencia mística ver a nuestros grupos musicales de los cuales conocíamos todas sus canciones. Ya habían pasado dos años de ese famoso festival y entre los amigos comentábamos ese evento cuando escuchábamos sus canciones en los antiguos discos longs plays en vinilo.

Se cumplen 44 años del festival que cambió para siempre la historia del rock.  Realizado en Bethel, estado de Nueva York, entre el 17 y el 18 de agosto de 1969. Woodstock reunió a muchos de los principales exponentes del rock anglosajón de su época y fue un acontecimiento artístico que marcó a fuego una generación. Cuatro décadas después sus efectos se siguen sintiendo.

La era de los grandes eventos de rock al aire libre había comenzado dos años antes con el Festival Monterrey Pop, en California, pero el de Woodstock fue el que ha quedado en las retinas. Esto tiene que ver, sin duda, con la difusión mundial que adquirieron los discos y la película del festival, pero también con un año que condensó el espíritu de la época.

Para mi ver y escuchar a Carlos Santana fue lo mejor de ese festival. Santana y su banda comenzaron a tocar a las 17:15 horas del sábado 16 de agosto.  Empezaron con Waiting, luego Evil Ways, Tou Just dont care, Sabor, Jingo, Persuasion, Fried Neckbones y terminaron con la interpretación mítica de Soul Sacrifice.

Concluía la década de los ’60 y la generación de los llamados chicos concebidos en la posguerra estaba adquiriendo un protagonismo cada vez mayor en la vida social y política de los EE. UU. Luchaba por los derechos civiles de las minorías y por tener voz y voto en cuestiones relacionadas con su educación, se oponía a la guerra de Vietnam y buscaba alternativas a la sociedad de sus mayores, a la que consideraba excesivamente conservadora y centrada en el materialismo.

La llamada Generación de Acuario pugnaba, también, por derribar tabúes ancestrales. Practicaba el amor libre y buscaba expandir la mente con drogas psicodélicas. Los más osados renegaron de la familia y de las carreras tradicionales y buscaron un sistema de vida alternativo en comunidades rurales. El rock era el elemento aglutinante porque representaba, en letra y música, la esencia de sus anhelos. No fue sencillo organizar Woodstock. Los granjeros de la región veían con recelo la perspectiva de un aluvión de hippies descendiendo sobre sus propiedades y el sitio elegido para el festival debió cambiarse en el último momento. Gracias a la constancia de los organizadores, Michael Lang, Artie Kornfeld, John Roberts y Joel Rosenman, y a la buena voluntad del granjero Max Yasgur que cedió sus campos de Bethel, Woodstock se puso en marcha a mediados de 1969. Lang y Kornfeld, los más avezados en cuestiones musicales, querían que el festival tuviese un repertorio artístico abarcante, con espacio para el rock ultra popular de Creedence Clearwater Revival, la conciencia cósmica de Grateful Dead y el novedoso jazz-rock de Blood, Sweat & Tears, pero también para las ragas hindúes de Ravi Shankar y el folk místico de Incredible String Band. Muchos de los músicos que participaron, sobre todo los que figuraron en el filme de Michael Wadleigh, recibieron un fuerte espaldarazo para sus carreras. Fue el caso de Joe Cocker, quien actúo con The Grease Band. El ex plomero de Sheffield, Inglaterra, tenía un gran hit con su emotivo Cover con una ayudita de sus amigos, los Beatles. Woodstock potenció también la trayectoria de otros dos artistas británicos. The Who atravesaba por uno de sus picos artísticos con el estreno de su Opera rock Tommy, y tenía uno de los shows escénicos más excitantes del momento. Ten Years After, surgido de la segunda ola de blues británico, era hasta entonces un grupo de culto, pero su maratonesca versión de I’m Going Home los puso en la liga de las megabandas. También recibió un sólido impulso la banda de Carlos Santana, un virtuoso guitarrista mexicano radicado en San Francisco. Woodstock tuvo su cuota de situaciones límite. Carreteras atestadas pronto aislaron el lugar -muchos músicos tuvieron que llegar en helicóptero- y la situación climática bordeó los extremos: hubo momentos de sol abrasador y también furibundas tormentas que pusieron a prueba la resistencia de público, artistas y personal técnico. Las previsiones en cuanto a sanitarios y comida se vieron superadas: la concurrencia -que los cálculos previos estimaban en 150.000 personas- triplicó esa cantidad, forzando a los organizadores a dar entrada libre para evitar avalanchas y estampidas, y a los grupos de voluntarios, vecinos e incluso la guardia civil a aportar alimentos y ropas secas.

Volviendo a la música, el rock más intenso y eléctrico tuvo su contrapartida en artistas que tomaban al folk como punto de partida para sus propuestas. Tal es el caso de The Band, Richie Havens, Melanie, John Sebastian, Arlo Guthrie y Joan Baez. Esta última recordó el compromiso de los presentes con las luchas sociales con Joe Hill. La corriente más militante de la contracultura continuó con las actuaciones de Jefferson Airplane y de Country Joe McDonald (líder de Country Joe & the Fish), quien brindó en I Feel Like I’m Fixin’ to Die Rag una aguda arenga antibélica cantada a coro por más de 300.000 personas. Asimismo, Woodstock fue testigo del nacimiento de un supergrupo de la fusión folk-rock: Crosby, Stills & Nash que crearon una atmósfera increíble con varios clásicos de su álbum debut y anticiparon su ampliación a cuarteto invitando a Neil Young. Woodstock también tuvo funk de la mano de Sly & the Family Stone, y blues, con Janis Joplin, Canned Heat, Johnny Winter y la Paul Butterfield Blues Band, pero si hubiera que señalar un símbolo del festival, sin duda fue la actuación de Jimi Hendrix. En esos días, el guitarrista de Seattle venía de disolver a la Experience, el power trío que le había dado fama, y estaba por armar Band of Gypsys con otros dos músicos afroamericanos, para profundizar sus raíces de soul y de blues. Woodstock encontró a Hendrix en plan experimental liderando una banda numerosa a la que llamó Gypsy Sons & Rainbows. Tocaron al amanecer del cuarto día, cuando ya quedaban apenas unas 40.000 personas en el predio, pero los estoicos tuvieron su recompensa, porque fue un show dramático, que alcanzó su pico cuando Hendrix hizo su versión del himno de los Estados Unidos imitando con su guitarra el sonido de las bombas cayendo sobre Vietnam.

Hoy, 44 años después, la polémica sigue abierta entre los que sostienen que Woodstock fue el despertar de una nueva conciencia y los que consideran, en cambio, que se trató del final de una era de idealismo e inocencia, tras la cual el rock se transformó en el negocio millonario. En cualquier caso, está claro que el festival de Woodstock marcó un antes y un después en la historia de la música popular del siglo veinte.

Víctor Rey Riquelme
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