Posted On 06/09/2013 By In Opinión, Teología With 6743 Views

Las iglesias pirámides

Si hay una cultura que desde niños nos ha atraído, esa es Egipto y sus pirámides. Todavía recordamos los años escolares en los que la maestra nos mostraba imágenes de las pirámides egipcias, erigidas en honor de sus reyes. Recordamos los nombres de Keops, Kefrén y Micerino, y siempre soñábamos con visitar esos lugares milenarios.

Hace algunos días me puse a pensar en las iglesias pirámides. Quizás el lector, sorprendido por la metáfora, podría estar preguntándose: “¿qué tienen que ver las pirámides con las iglesias?” Procuraré, en un breve espacio, responder esta inquietante pregunta. Una de las teorías sobre cómo fueron construidas las pirámides sostiene que miles de hombres, especialmente esclavos, fueron utilizados en su construcción. Los egipcios reclutaban pobladores de pequeñas aldeas a quienes hacían sus súbditos y mediante los cuales erigían esos monumentos.

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Alberto F. Roldán

Tomando como válida esa teoría, me puse a pensar en que, a veces, algunas iglesias se parecen a “pirámides de sacrificio”, como creativamente el sociólogo Peter Berger denomina las teorías sociales que implican el sacrificio de vidas humanas para la concreción de ciertas ideologías. Consigno que esta metáfora me la recordó mi hijo David cuando le comentaba la idea germinal de este artículo.

Las iglesias pirámides centralizan todo su mensaje, ministerio y acciones en el emprendimiento eclesiástico. Su discurso tiende a desprenderse de la historia, lo cual se expresa en mensajes tales como: “Este es el ministerio nuevo que Dios nos ha dado y por él tenemos que dar la vida”; “Aquí es donde Dios actúa y no en el mundo de las religiones”; “El mundo necesita un ministerio poderoso como el nuestro, y no iglesias muertas que se han quedado fuera del mover de Dios”, y expresiones análogas. Esas ampulosas declaraciones no tienen fundamento alguno, ni en la historia, ni en la Biblia, ni en la perspectiva de la missio Dei. Expliquemos: No tienen fundamento en la historia porque un somero análisis de las doctrinas que sostienen esas iglesias es similar al cristianismo histórico protestante: predican la salvación por la fe, enseñan la gracia de Dios –aunque muchas veces el discurso no coincide con la práctica ya que, en la mayoría de las ocasiones, se vive bajo la ley y la amenaza-, creen en la divinidad y la humanidad de Jesucristo –aunque, a menudo esta última dimensión de Jesús queda obturada por la divinidad- ; creen en la Trinidad, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna. Por lo tanto, tales discursos se enmarcan dentro de lo que son las clásicas afirmaciones del protestantismo histórico, cosa que se ignora o se silencia.

En lo que se refiere a la Biblia, una somera lectura de ella nos muestra que Dios no es sólo Dios de Israel, ni Dios de la Iglesia, sino Dios de todas las naciones; y que Él tiene un propósito de reconciliación no sólo con individuos, sino también con familias, con pueblos y con toda la creación. Según el pensamiento de San Pablo, Dios “en Cristo estaba reconciliando al mundo consigo mismo” (2 Corintios 5.19), y su objetivo es “reconciliar consigo mismo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo” (Colosenses 1.20). A la luz de ese propósito cósmico, es difícil pensar en aspectos celestiales y, sobre todo terrenales, que puedan estar fuera del interés de Dios. Por lo que, centralizar todo en esa comunidad llamada “iglesia”, por más importante que sea, no agota o sintetiza todo el propósito reconciliador de Dios en Cristo.

Finalmente, las iglesias pirámides tampoco guardan relación con la missio Dei, porque si entendemos la misión de Dios como su acción en la historia, entonces no podemos, so pena de caer en reduccionismos, afirmar que lo único que le interesa a Dios es lo que pasa por la Iglesia, siendo lo que está fuera de ella un mero apéndice. Por el contrario, su acción implica que, en su soberanía, Él no solo usa a la Iglesia como comunidad anticipadora del Reino, sino a personas que están fuera de la Iglesia visible pero a las cuales Dios utiliza soberanamente para la concreción de sus propósitos.

¿Por qué pensamos en las iglesias como pirámides de sacrificio? Nos arriesgamos a usar una metáfora provocativa y de alto riesgo, porque existen iglesias cuyo único objetivo es el crecimiento numérico y el impacto en la sociedad y que, en la consecución de tan claro objetivo, movilizan a sus miembros y los someten a una actividad sólo centrada en la iglesia. Como consecuencia de ello, llenan las agendas de los creyentes con actividades de domingo a domingo, porque eso, se afirma, es servir a Dios. De ese modo, desprenden la vida de los creyentes “de la vida mundana”, descuidando sus propias familias y, en ocasiones, sus propios trabajos y vocaciones. Olvidan que todo servicio hecho en nombre de Cristo es servicio a Dios (Colosenses 3.23), y que Martín Lutero, padre del protestantismo, rompió con la perspectiva medieval en la cual el servicio a Dios era solo el religioso, afirmando que todo trabajo en el mundo debe ser considerado un llamado (beruf) de Dios, un servicio a Él.

Es posible que el modelo de iglesias pirámides que hemos descrito pueda tener, a los ojos de muchos, una nítida visibilidad, un fuerte impacto y ser un referente para pastores y líderes, pero ningún emprendimiento eclesiástico que se realiza sacrificando vidas humanas, en los términos descritos, puede ser considerado cristiano y bíblico; porque si para algo debe servir la fe cristiana es para humanizar a los seres humanos alcanzados por la gracia salvadora de Dios en Cristo. En palabras de Paul Lehmann, se trata de “mantener humana la vida humana en la tierra”.

Alberto F. Roldán
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