Posted On 14/10/2013 By In Cultura, Historia, Opinión With 2991 Views

La Redención llega a la Cultura

La salvación es un concepto amplio que abarca realidades tan diversas como el pecado, el hombre, Dios, la sociedad, el mundo. Comúnmente se habla de la salvación del alma, dando por entendido que se realiza mediante el perdón de los pecados gracias a la fe en Cristo como Salvador del mundo. La persona salva entra en una nueva y directa relación con Dios, con el prójimo y con sí mismo. Es una relación transformante —una nueva creación— que regenera sus ojos para ver y comprender las verdades de la revelación y abre su corazón a una esperanza y un futuro iluminado por la fe. La regeneración no se reduce a los aspectos “espirituales” de la persona, afecta a todo su ser: mente, voluntad y sentimientos. La salvación se entiende en su cabalidad cuando se equilibran los elementos positivos con los negativos. Es decir, el arrepentimiento y el dolor por el pecado no deberían ocultar el acontecimiento transcendental de la gracia que renueva sin destruir la naturaleza. La gracia elimina el pecado, en cuanto elemento patógeno de la naturaleza, pero la naturaleza no es destruida sino llevada a su perfección. El corazón redimido es puesto en el camino del amor a Dios y al prójimo por encima de su tendencia centrífuga al egoísmo; la razón redimida se eleva por encima de las tinieblas de los prejuicios e “ídolos tribales” en pos de la verdad plena que se encuentra únicamente en Dios y tira de ella; la voluntad redimida es liberada de ataduras y esclavitudes que le impiden el ascenso a lo mejor y más propio de sí mismo que se cifra en la comunión con Dios.

Las iglesias evangélicas han sido, y son, muy activas en la labor de testimonio y evangelismo, centrados en la salvación del individuo, del alma de la persona, ignorando otras dimensiones de la persona, que forman parte integrante de ella, como es su capacidad cultural; capacidad cultural que se manifiesta en el cultivo de la tierra y la domesticación de los animales; en el arte en todas sus formas; en las letras y el pensamiento; en la ordenación racional y técnica de lo que le rodea y en el gobierno de la sociedad. Si las iglesias quieren ser fieles a su misión de alcanzar a toda la persona y promocionarla así a realizar lo mejor de sí misma en el encuentro y experiencia redentores con el fundamento último de su ser, con el salvador de su existencia perdida, con la fuerza que le impele a ser cuando da todo por perdido, tienen que comenzar a integrar la cultura en la fe.

La cultura como rasgo distintivo del hombre

Antes de nada me gustaría hacer tres precisiones fundamentales sobre la cultura y su naturaleza, qué es y qué la hace posible, de modo que podamos captar aquellos elementos que la hacen susceptible de ser interpelada por el evangelio.

Primero, la cultura, no la técnica, es lo que nos diferencia de los animales. Si fuese por técnica los animales nos superarían con diferencia. No la inventan, nace con ellos; no consiste en herramientas externas, la llevan incorporada: garras, corazas, colmillos, pieles térmicas, automoción, vuelo, camuflaje, orientación. El ser humano nace indefenso, incapacitado para valerse por sí mismo. Nace como un aborto, sin completar. Al nacer, el cerebro no está totalmente cerrado, está abierto, como un signo de apertura a impresiones y conocimientos siempre nuevos; como una vida que tiene que formarse a sí misma y completarse en la transcendencia.

Segundo, no hay pueblos incultos en el planeta, por más “primitivos” que sean. Hasta los más aguerridos y violentos, han reconocido el valor de la cultura. Los asirios, que han pasado a la historia como un pueblo rematadamente cruel, dieron muestras de un arte muy logrado[1]. En el palacio de Asurbanipal en Nínive, se encontró en el siglo XIX, año 1847, los restos de una de las bibliotecas más grandes de la época. En total 22.000 tablillas, la colección más completa que se conoce de escritura cuneiforme. En ellas pueden encontrase los temas más diversos: gramática, diccionarios, listas oficiales de ciudades, tratados de matemáticas y astronomía, libros de magia, religión, ciencias, arte, historia y literatura. Una de las obras más famosas de esta biblioteca es el Poema de Gilgamesh, considerada como la obra narrativa más antigua de la humanidad.

Tercero, la cultura guarda relación con el ocio, el tiempo libre. Por eso comienza propiamente con la revolución agraria. Anteriormente el hombre estaba demasiado ocupado con la supervivencia como para desarrollar algo más que un rudimento de cultura. La revolución agraria produce por primera vez en la historia excedentes de alimentos, no demasiados, pero suficientes como permitirse el lujo de dedicar unos cuantos hombres al saber, liberados de realizar las faenas del campo y el trabajo manual para dedicarse a actividades intelectuales. Al principio serán sacerdotes, personajes que no sólo tenían que ver con la religión, con el rito y las ceremonias, sino con la administración y el calendario que regulaban el monto de las cosechas e indicaban las mejores fechas para plantar. Con ellos se originó la astronomía.

La filosofía, uno de los grandes logros del espíritu humano, fue posible gracias a una masa de esclavos que permitía a una élite pasarse todo el día dedicados a actividades relacionadas con el pensamiento y la reflexión sobre la naturaleza y el origen de las cosas. El pensamiento, el arte de raciocinar, el diálogo filosófico, exigen tiempo libre, ocio suficiente para dedicarse con provecho a esos menesteres. En la Grecia antigua  había una población mayoritaria de esclavos, un 75%, que realizaban las actividades manuales y el trabajo físico despreciado por los ciudadanos. Esto explica la existencia de un tiempo de ocio que permitía a los griegos —algunos de ellos— a dedicar sus mejores horas a teorizar y discutir con otros ciudadanos.  Es interesante notar que la palabra griega para «ocio» es la misma que nosotros usamos hoy en español para «escuela». En griego “ocio” se dice sjolé, con el significado de “ocio” principalmente, pero también de “paz”, “tranquilidad”, “estudio”, “escuela”.

Ocio frente a trabajo

El lado negativo de esta actividad cultural y de escuela de pensamiento es el alto costo humano que esto suponía. El que un tercio de la población pudiera llevar una “vida feliz” descansaba sobre las tres partes restantes de trabajadores manuales. Esto no estaría mal si no hubiese habido otro remedio y si se reconociese el sacrificio de esa gran parte de la población sacrificada para que otros pudieran tener ocio y hacer escuela, pensamiento, retórica. Pero no fue así. Las personas dedicadas al trabajo manual, al cultivo de los campos, a la edificación de los viviendas, a la confección de vestidos, etc., eran esclavos, condenados a una vida de esfuerzo y fatiga, lo que, de paso, explica la ausencia del conocimiento científico que tuviese que ver con la técnica, ya que todo trabajo manual se consideraba indigno de un hombre libre.  Por si fuese poco, los esclavos eran tenidos por menos que personas, de naturaleza inferior, sólo un poco superiores a los animales. Para muchos esclavistas griegos, el esclavo no merecía ni un nombre, en general un apodo bastaba y mejor si tenía relación con el lugar de procedencia. “Braceros” se llamaban antes en España a los trabajadores a jornal, como si sólo fueran “brazos”, no mente, corazón, voluntad, es decir, personas.

Desde el punto de vista ético, por no decir cristiano, es verdaderamente triste el desprecio que las élites han manifestado por el pueblo trabajador que con su sudor y su sacrificio hace posible la vida cómoda de los que están arriba.

Como dice el desgarrador poema de Miguel Hernández sobre el “Niño yuntero”.

Nace, como la herramienta,

a los golpes destinado,

de una tierra descontenta

y un insatisfecho arado.

Contar sus años no sabe,

y ya sabe que el sudor

es una corona grave

de sal para el labrador.

Cada nuevo día es

más raíz, menos criatura,

que escucha bajo sus pies

la voz de la sepultura.

Encima, este pueblo que se afana y desloma sobre la tierra, es descalificado como bruto e ignorante. A los que así hacen habría que contestarles con esa parte de la canción popular “La gota fría”, cuando dice:

¿Qué cultura, que cultura va a tener/si nació en los cardonales?

Y léase por cardonales todas aquellas situaciones que impiden o dificultan el acceso a la cultura a una gran masa de individuos.

Los cristianos creemos que el hombre ha sido creado creador, como Dios que lo ha hecho a su imagen y semejanza. Cierto que el pecado ha trastornado el orden de la creación, pero no hasta el punto de borrar esa imagen y semejanza de Dios que el hombre es. Aun en ruinas, el ser humano evidencia su antigua grandeza, su dignidad inigualable. No hay restos de ningún gran edificio de la antigüedad que no nos impresione con la majestad que vemos en ellos y que imaginamos que tuvo.

Digo todo esto para que entendamos bien que la educación y la cultura es una cuestión social, con las consecuencias prácticas que esto tiene, de modo que si queremos un cristianismo culto, instruido, hay que invertir en ello, es decir, en la formación y educación del pueblo cristiano[2].

Racismo cultural

Y lo digo también para contrarrestar las teorías racistas que hablan de la supremacía de unos pueblos sobre otros en cuestiones de cultura, inteligencia y aptitudes para la educación y la ciencia. Como si hubiese unos pueblos nacidos para mandar y otros para obedecer. Unos para enseñar y otros para ser enseñados. Unos para producir y otros para consumir.

Ciertamente hay desigualdades culturales entre los pueblos, pero las hay porque hay desigualdad social, no intelectual. Porque hay gobiernos que no gobiernan para el bien del pueblo, sino de las élites. No existe pueblo, por más atrasado que se encuentre en la escala de valores de los poderosos de esta tierra, que no tenga un potencial cultural igual al de cualquier otro pueblo. Valores casi siempre cifrados en términos económicos.

Hasta el llamado hombre de las cavernas, con esa mirada de bruto, escondía en su alma el genio de un artista. La gruta de Lascaux, en el suroeste de Francia, es considerada por los expertos como la “Capilla Sixtina” de la prehistoria ya que en ella se encuentra uno de los yacimientos de arte mas importantes en pinturas rupestres del paleolítico, de hasta hace 20.000 años. Otro tanto se puede decir de Altamira, ubicada en Cantabria el norte de España. Allí podemos observar las dotes de observación artística de aquellos primitivos habitantes habituados a la dura vida de la caza de animales salvajes. A pesar de los milenios transcurridos, sus pinturas siguen causando admiración por el aprovechamiento de los materiales y el conocimiento detallado de la anatomía animal. Eran artistas tan capaces y tan grandes como Miguel Ángel, por eso se considera a Lascaux la Capilla Sixtina del Paleolítico.

Aptitud universal para la cultura

Retrocedo tanto en el tiempo para que nos demos cuenta de las posibilidades intelectuales, artísticas y culturales que tiene el hombre, todo hombre, en cuanto criatura creadora, evidencia de un alma espiritual que lo eleva sobre los condicionantes materiales y que, en cuanto el Evangelio promueve salvación y promoción de la persona a imagen y semejanza de Dios —cual se refleja en la vida de Jesús—, el cristianismo tiene que incluir forzosamente un programa educativo que eleve el nivel cultural de la gente, que no es sino otra manera de cultivar el espíritu.

Cuando reparamos en estos datos extraídos de la vida natural y de la revelación divina,  no podemos mirar con indulgencia a aquellos que menosprecian a ciertos pueblos y los consideran atrasados e incapaces de progreso cultural, como si hubiera algo inherente a ellos que los incapacita, en lugar de pensar que es una cuestión social y política, donde también se manifiesta un claro ejemplo de injusticia.

Es cierto que a lo largo de la historia ha habido pueblos que se han habituado más a la guerra o al comercio que a la cultura, y que esos hábitos, convertidos en costumbres, han condicionado las disposiciones de mucha gente.

En nuestro contexto cristiano y latinoamericano, existe la creencia generalizada de que nuestro pueblo es un pueblo poco apto para la cultura, y menos todavía para la cultura libresca. En parte es cierto. El ejemplo de sus dirigentes ha contribuido poco en esta dirección. Pero no interpretemos una situación coyuntural con una determinación impuesta por la naturaleza.

Algunos cristianos han interiorizado estos prejuicios y se acogen a algunos textos bíblicos para indisponernos, o en el mejor de los casos, dispensarnos, del duro oficio del saber, el investigar, de la educación.

–       Que si los apóstoles no fueron hombres instruidos,

–       Que si Dios ha enloquecido la sabiduría del mundo

–       Que si el mismo Jesús no era un hombre de letras, que no asistió a ninguna escuela reconocida en su día.

Este último punto es bastante delicado y sensible, pues todo cuanto afecte a la imagen de Jesús nos afecta directamente a nosotros, en cuanto seguidores de él, que no sólo buscan seguir sus pasos, sino imitar su persona, ser semejantes a Él, identificados con Él.

Jesús y la Sabiduría

Jesús es una personalidad compleja, a quien muchos quieren reducir a sus categorías favoritas.  Como genio religioso que fue, si así puede decirse, manifiesta una riqueza multiforme que es imposible abarcar con unas pocas notas. De ahí esa combinación no siempre fácil de conciliar y comprender racionalmente expresada en el credo niceno y constantinopolitano, y que viene a decir que Jesucristo es verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios; que es verdadero Dios y verdadero hombre.

Dentro de la polifacética personalidad de Jesús, muchos pasan por alto o ignoran su carácter de Maestro de Sabiduría, en lo mejor de la tradición judía sapiencial, tal como evidencian el uso de parábolas y sentencias, típicas de los autores sapienciales, de los sabios de Israel. Hay quien prefiere la imagen del Jesús carpintero, sin educación formal. Pero Lucas nos recuerda que Jesús crecía en estatura y en sabiduría (Lc. 2:40,52); sentado entre los doctores de la Ley, escuchando y formulando preguntas, en la actitud de cualquier alumno inquieto (v. 46).

Robert Aron hace ver en su libro Los años oscuros de Jesús (Taurus, Madrid 1963) que José debió llevar a Jesús a la sinagoga de su pueblo, sinagoga que era a la vez lugar de plegarias y de estudio. “En ella, a lo largo de treinta años, ha sentido en la libertad de los oficios y de las frases, madurar su predestinación. A las sinagogas, igualmente en Nazareth que en otros lugares, a lo que ha venido en el curso de su ministerio, es a aportar sus interpretación personal a la Ley.  Es aquí donde ha aprendido a conocer a los fariseos, tan desacreditados después y que tuvieron, sin embargo, el mérito de haber sido los iniciadores del culto sinagogal, que salvó al monoteísmo en los períodos de dispersión y de persecución, que sirvió de inspirador a las primeras comunidades cristianas y cuya vitalidad se prolonga hasta nuestros días” (ob. cit., pp. 88-89).

La imagen de un Jesús campesino de mirada cretina, que algunos científicos británicos quisieron hacernos pasar por la imagen verdadera de Cristo, me parece aberrante y ridícula[3].

“Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán; porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás, y he aquí más que Jonás en este lugar. La reina del Sur se levantará en el juicio con esta generación, y la condenará; porque ella vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar” (Mt. 12:41-42; Lc. 11:31).

El apóstol Pablo llama a Jesús sabiduría de Dios, “el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Cor. 1:24,30).

“Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col 1:15-17, que nos recuerda el texto de la Sabiduría, Prov. 8:22-30).

Integración del helenismo en el judeocristianismo

En la gran iglesia misionera de Antioquía se dice que había “profetas y maestros” (Hch. 13:1). Hoy abundan los “profetas” y escasean los maestros. Es comprensible. Los primeros apelan a lo inefable y a su propia autoridad subjetiva, los segundos son más difíciles de imitar, de falsificar. Hay que estudiar, hay que adquirir conocimiento y demostrarlo. Exige un trabajo arduo, que muchos no parecen querer tomarse las molestias de hacer.

¿De dónde viene esta iglesia?  “Los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos. Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús” (Hch. 11:19-20).

Fueron los helenistas, aquellos que hablaban griego y conocían la cultura grecorromana, los primeros en entender y llevar a la práctica la misión a los gentiles, abriendo así las puertas al genio del cristianismo, su mensaje de reconciliación de todas las culturas y pueblos. Cuando hoy se habla de volver a las raíces judaicas, habría que anteponerles la vuelta a la cultura cristiana helenista y su capacidad de síntesis e integración en fidelidad al Evangelio.

La Ley de Dios se resume en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Amor que pone en actividad no sólo nuestras facultades emotivas, sino también las intelectivas: “amar con toda la mente”.

El olvido de estos dos elementos en el amor a Dios: corazón y mente, ha llevado al descrédito de la teología, que generalmente se ha dejado llevar por los aspectos intelectivos, académicos, a costa de los emocionales.

Invertir en cultura

Hay que ilusionar a la gente con la teología, que es don del Espíritu y ciencia divina. Para ello hay que comenzar a integrar mente y corazón. Poner mente en el corazón y corazón en la mente.

Las iglesias tienen que invertir más en educación. No pueden eludir esta cuestión, pues la nota característica del ser humano al que el Evangelio se dirige es un ser esencialmente cultural. No digamos somos pobres: se gastan cantidades ingentes de dinero para organizar actos al modo del mundo, alquilando estadios y trayendo estrellas del panorama religioso.

No lo olvidemos, la cultura es una cuestión social; la injusticia y la desigualdad social es el origen de la desigualdad intelectual. Esto se debe combatir por todos los medios. “Nosotros los latinoamericanos —decía José Martí—, hemos sido menos afortunados en educación que pueblo alguno”[4]. ¿No debería el cristianismo contribuir a remediar ese mal? El cristianismo nunca ha sido indiferente a la suerte de un pueblo, a sus luchas y tragedias. El cristianismo está por el desarrollo integral de la persona, por la promoción de la persona. Mediante la fe le devuelve la dignidad arrebatada por el pecado y por los poderes de iniquidad de este mundo, y le coloca en la senda de la verdad para que viva en libertad y progreso constante mediante al amor a Dios y al prójimo.

El cristianismo y la universidad

Los comienzos siempre han sido humildes: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Cor. 1:26-29). Pero es un hecho histórico bien establecido, que las primeras universidades europeas nacieron a la sombra de la iglesia, como consecuencia de la preocupación eclesial por la formación de sus ministros.

A partir del siglo IX, con el florecimiento de la vida monástica, empezaron a surgir escuelas cobijadas en los monasterios (particularmente los de Cister y los de Cluny). Se trataba de una institución docente para formar a sus monjes, aunque en bastantes lugares se añade una escuela exterior que recibía a otros estudiantes. La lista de las escuelas monacales de prestigio es interminable: Jarrow, York, San Martín de Tours, San Gall, Corbie, Richenau, Montecasino…

Paralelamente los obispos y los cabildos crean en las ciudades centros docentes similares a las que ya funcionaban en los monasterios. Cobran importancia sobre todo desde el siglo XI. Estas escuelas, llamadas episcopales, nacen a la sombra de las catedrales. Las de más renombre son las de Reims, Chartres, Colonia, Maguncia, Viena, Lieja… Las escuelas aportaron la tiza, el tablero, la filosofía secular, la teología, el tomismo, la escolástica, el neoplatonismo y el derecho. Las escuelas episcopales, al estar ubicadas en el centro de la ciudad, en las catedrales que se construían por doquier, establecieron un diálogo fluido con la sociedad, cosa que nunca hicieron los monasterios, debido a su clausura y lejanía.

Tanto las escuelas monásticas como las episcopales compartían un mismo programa de estudios: la enseñanza de las siete artes liberales: el trivio (gramática, retórica y dialéctica) y el cuadrivio (aritmética, geometría, astronomía y música).

Hacia el siglo XII empiezan a enseñar maestros que no están vinculados a ninguna escuela monástica o episcopal determinada y nace el fenómeno de la “movilidad” estudiantil. Los centros pasan a ser promovidos directamente por los papas y los reyes.

Paulatinamente se sustituyen las escuelas monásticas por estos nuevos centros a los que se les denomina Studium Generale (estudio general). El adjetivo general indica que están abiertos a estudiantes de todas las nacionalidades y que se imparten todas las disciplinas científicas.

Fueron los Studium Generale de más competencia los que se convirtieron en universitas (universidades). El documento más antiguo en el que aparece la palabra universitas con este significado es del papa Inocencio III e iba dirigido al Estudio General de París.

Toda universidad admitía estudiantes y maestros de las distintas naciones y aspiraba a dar títulos que fueran universalmente valederos. Esta necesidad de universalidad hace que se recurra a autoridades universales como los papas y reyes para que expidan las “licencias”.

El primer centro de Estudio General que recibió el permiso para expedir licencias (convirtiéndose por tanto en Universidad) fue la de Bolonia en 1158 (Italia), fundada por el emperador Federico I Barbarroja, y procedía de la anterior escuela eclesiástica. Ésta a su vez se originó como fusión de la escuela episcopal y la teológica del monasterio camaldulense de San Félix.

El canciller de la escuela episcopal de Nôtre Dame auspició la formación de la segunda de las universidades, la de París, organizada alrededor de 1170. Gracias al apoyo papal se convirtió en el gran centro de enseñanza de la teología ortodoxa cristiana. La Universidad de París fue la mayor y más famosa de todas y por sus aulas pasaron figuras como San Alberto y Santo Tomás de Aquino entre muchos otros.

Un grupo de estudiantes ingleses formados en París se instalaron en las escuelas monacales de Oxford y organizaron los estudios conforme al modelo académico de la Universidad de París. El papa Inocencio IV la privilegia con una carta de 1254. Fue el nacimiento de una Universidad cuya fama perdura hasta el día de hoy: la Universidad de Oxford.

En el siglo XIII existía ya una docena de universidades propiamente dichas. Además de las tres mencionadas estaban la de Cambridge —a partir de una secesión de la de Oxford— en Inglaterra (1209), las de Palencia (1212) y Salamanca (1218) en España, las de Montpellier (1220) y Toulouse (1229) en Francia, y las de Padua (1222) y Nápoles (1224) en Italia. A finales del siglo XIII y principios del siglo XIV se fundaron universidades en Valladolid, Lisboa, Lérida, Coimbra, Aviñón, Orleáns y Perusa.

El mundo germánico y las regiones periféricas se recuperaron de su retraso con la fundación, por ejemplo, de las universidades de Heidelberg (1386), Colonia (1388), Cracovia (1397), Glasgow (1451) y Uppsala (1477). De este modo, hacia 1500 había unas sesenta universidades en Europa[5].

Varios historiadores señalan, como hecho bien curioso, que las primeras universidades en América Latina fueron  fundadas a pocos años del descubrimiento, cuando aún “se olía a  pólvora y todavía se  trataba de limpiar  las armas y herrar los caballos”[6].

La primera universidad erigida por los españoles en el Nuevo Mundo fue la de Santo Domingo, en la Isla Española (28 de octubre de 1538). La última fue la de León de Nicaragua, creada por decreto de las Cortes de Cádiz el 10 de enero de 1812. Entre ambas fechas sumaron 32 las fundaciones universitarias. En 1551se fundó la Universidad Real y Pontificia de México, hoy Universidad Nacional Autónoma de México, que no sólo es una de las más antiguas en el continente americano, sino  la de mayor prestigio académico en América Latina.

Portugal no creó ninguna universidad en el Brasil durante la época colonial: la Universidad Portuguesa de Coimbra asumió buena parte de las tareas que en los dominios españoles desempeñaron las Universidades coloniales.

El naciente imperio británico no otorgó importancia alguna a la fundación de universidades en sus dominios. En esto, España constituye una gran excepción entre las potencias coloniales, en lo que se refiere a la fundación de universidades europeas fuera de Europa” (Hanns-Albert Steger)[7].

En el mundo anglosajón, las hoy tan reputadas universidades de Harvard, Yale o Princeton también tuvieron comienzos muy humildes, al calor de las pequeñas escuelas ministeriales fundadas por la iniciativa privada de algunas iglesias protestantes.

Harvard, la institución más antigua de educación superior en Estados Unidos. Fue fundada en 1636 y obedece al nombre de su primer benefactor, John Harvard, cuya estatua preside el University Hall en Harvard Yard. John Harvard era un ministro puritano, calvinista, graduado en Emmanuel College, de la Universidad de Cambridge, exiliado en las colonias americanas por cuestión de conciencia. Yale fue fundada en 1701 como una colegio o escuela para la formación de pastores en la colonia. Princeton fue fundada en1746 como College of New Jersey, originalmente una institución presbiteriana, cuyo Seminario Teológico de Princeton (su fundación se remonta a 1812) ha jugado un papel muy importante en la teología reformada[8].

Las instituciones de enseñanza superior, las universidades, no deben ser una tarea ajena a la misión de las iglesias que comprendan que la integración de la cultura en la fe es una exigencia de la fe.  “Una fe que no se hace cultura es una fe que no es plenamente acogida, enteramente pensada o fielmente vivida»[9]. La fe que el cristianismo proclama es una fides quaerens intellectum, una fe que busca comprender, una fe que cree en la regeneración del corazón y también de la mente, una fe que no da la espalda a la inteligencia sino que la llama como su don más preciado.


[1] “A pesar de la crueldad que los inspira, hay que reconocer la perfección de su modelado y la grandiosidad épica de muchas de sus escenas, lo que les convierte en una de las más expresivas muestras del talento y del talante de los escultores asirios” (Pilar González Serrano, “Prehistoria y primeras civilizaciones”, p. 85, en Historia Universal del Arte, vol. I. Espasa-Calpe, Madrid 2000).

[2] Ya decía José Ortega y Gasset, que “Todos los que reciben enseñanza superior no son todos los que podían y debían; son sólo los hijos de la clase acomodada”. La misión de la Universidad. Biblioteca Nueva, Madrid 2007, org. 1930 (Obras Completas, t. IV, pp. 313-353, Alianza Editorial, Madrid 1987).

[3] Científicos de la BBC, con la ayuda de un cráneo judío del siglo I hallado en Jerusalén y de tecnología gráfica digital de última generación, se encargaron de la cuidadosa tarea de su reconstrucción facial, labor llevada a cabo por el forense Richard Neave (Universidad de Manchester), que trató de acercarse a la cara original que tuvo el cráneo cubriendo con capas de arcilla la calavera. El resultado es el nuevo y sorprendente rostro de un Jesús con pómulos y nariz prominentes, cabello rizado y tez morena. Según Jeremy Bowen, antiguo corresponsal de la BBC en Oriente Medio y presentador de la serie titulada El hijo de Dios, para la que ha sido reconstruido el rostro, ésta podría ser la versión más fiel a la realidad.  El cráneo utilizado para la reconstrucción fue elegido por el arqueólogo Joe Zygas, miembro del grupo que inspeccionó el cementerio descubierto durante la construcción de la carretera en Jerusalén. Una vez comprobado que los esqueletos allí incluidos eran judíos por la forma en que estaban alineadas las tumbas y los objetos esparcidos por el terreno, el equipo de expertos fechó la excavación hacia el siglo I de nuestra era. Zygas escogió el cráneo que le pareció más representativo de un vecino de la época y sobre él trabajaron luego Neave y la BBC. El primero reprodujo sin problemas las cejas, la nariz y la mandíbula, que, según él, «vienen dadas por la forma misma del cráneo». El pelo, la barba y el color de la piel fueron añadidos con ayuda de la BBC, basándose en las caras de Cristo pintadas hacia el siglo III en frescos conservados en Siria e Irak. «La arqueología y la ciencia anatómica arrojan más luz que el arte sobre el posible rostro de Cristo», ha dicho Jean Claude Bragard, productor de la serie para la BBC en colaboración con el canal Discovery y France 3.

[4] Citado por M. Sánchez Gutiérrez y J. Dalama Bonachea, » Identidad cultural latinoamericana desde la perspectiva de José Martí» en Contribuciones a las Ciencias Sociales, Abril 2012, www.eumed.net/rev/cccss/20/.

La llave del acceso de Latinoamérica al primer mundo, dice Andrés Oppenheimer, no la tienen sus ministros de economía, sino los de educación, el mejor plan para combatir la pobreza” (¡Basta de historias! La obsesión latinoamericana con el pasado y 12 claves para el futuro. Debate, Barcelona 2010).

[5] Los interesados pueden leer más en Hilde de Ridder-Symoens, ed., Historia de la Universidad en Europa. I. Las universidades en la Edad Media (Universidad del País Vasco, Bilbao 2008); Jacques Le Goff, Los intelectuales en la Edad Media (Gedisa, Barcelona 2008); Margarita Menegus y Enrique González, coords., Historia de las universidades modernas en Hispanoamérica. Métodos y fuentes (Universidad Nacional Autónoma de México, México 1995); Águeda Rodríguez Cruz, Historia de las Universidades Hispanoamericanas. Período hispánico, 2 vols. (Patronato Colombiano de Artes y Ciencias, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá 1973).

[6] Cecilia Díaz, “Universidades indianas del período colonial” (Pontificia Universidad Católica Argentina. Facultad de Ciencias Sociales y Económicas. Noviembre de 2006). “La implantación cultural y el establecimiento de instituciones educativas superiores en América confieren un mayor relieve al siglo XVI, mostrando que la Iglesia, las órdenes religiosas y la Corona española, desde los primeros momentos, se preocuparon por América también desde el terreno de la instrucción y la formación” (P.M Alonso Marañón y M. Casado, “La vinculación de la Universidad de Alcalá con las Universidades Hispanoamericanas: Perspectiva histórica y proyección”. Universidad de Alcalá, UNED).

[7]Técnica y Universidad en Latinoamérica (Universidad Nacional Autónoma de México, México 1975), cit. por Carlos Tünnermann Bernheim, en “Breve historia del desarrollo de la universidad en América Latina”, en La Educación superior en el umbral del siglo XXI, pp-11-38 (CRESALC, Caracas 1996

[8] Véase A. Ropero, Los hombres de Princeton. Tradición y desafío. Ed. Peregrino, Ciudad Real 1994.

[9] Juan Pablo II, Carta autógrafa instituyendo el Consejo Pontificio de la Cultura, 20 de Mayo 1982, en AAS, t. 74, 1983, 683-688.

Alfonso Ropero Berzosa

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