Posted On 04/12/2013 By In Biblia, Historia, Teología With 3233 Views

La certeza del consuelo: En los 450 años del Catecismo de Heidelberg

1. “…Ante tan grande nube de testigos” 

Estamos, pues, rodeados de una ingente muchedumbre de testigos. Así que desembaracémonos de todo impedimento, liberémonos del pecado que nos cerca y participemos con perseverancia en la carrera que se nos brinda. Hagámoslo con los ojos puestos en Jesús, origen y plenitud de nuestra fe. Hebreos 11.1-2a, La Palabra (Hispanoamérica)

“Estamos, pues, rodeados de una ingente muchedumbre de testigos”. El autor de la carta a los Hebreos concluye su exhaustivo pase de lista de héroes y heroínas de la fe con una exhortación tan elocuente y conmovedora que bien podrá servir en estos tiempos para celebrar, una vez más, y desde otro ángulo, la gesta de las reformas religiosas del siglo XVI, especialmente lo realizado por el par de teólogos que redactó el Catecismo de Heidelberg a fines de 1562 y que se dio a conocer en enero del siguiente año, uno antes de la muerte de Juan Calvino. Ellos mismos, quienes salieron del anonimato por obra y gracia de Dios y también de la decisión del príncipe elector alemán Federico III, gobernante del Palatinado, región de Alemania que abrazó el protestantismo, forman parte también de la “ingente muchedumbre de testigos”, de la gran masa de seguidores/as de Jesucristo que nos han antecedido y que dieron fe de su adhesión a la esperanza en la presencia real y efectiva del Reino de Dios en el mundo. Con ello fundaron una estirpe espiritual en cuya estela haremos bien en continuar, pues esa compañía selecta, tan comprometida con el Evangelio, ha sido ya probada por sus frutos en el tiempo. “Del sacrificio de Abel hasta los mártires del tiempo de los Macabeos, pasando por Henoc, Noé, Abrahán y Moisés, la historia de la salvación es historia de la fe. La fe sola es capaz de obtener las mayores victorias y de soportar las pruebas más tremendas”.[1] Lo mismo se puede decir de la época y los iniciadores de la Reforma Protestante. Federico III, Zacarías Ursino (1534-1583) y Gaspar Oleviano (1536-1587) pertenecen a esa dinastía de la que habla Hebreos 11, pues su legado doctrinal y espiritual ha llegado hasta nosotros para enriquecer y fortalecer la fe de todos los sectores de la iglesia. Su propósito, ayudar a las iglesias y a las escuelas para enseñar los fundamentos cristianos, sigue vigente.

Georg Plasger resume la situación religiosa en ese principado, con el telón de fondo de la reforma luterana en marcha:

En el Palatinado como conjunto, sin embargo, la Reforma luterana fue introducida recién bajo el príncipe elector Federico II (quien gobernó desde 1544 hasta 1556) y su sucesor y sobrino Ottheinrich (1556-1559). El Palatinado Elector presenta un luteranismo con diversos matices: hay luteranos estrictos, discípulos de Melanchthon (Felipe Melanchthon era originario de Bretten en el Palatinado) e incluso algunos que adhieren a las convicciones reformadas. Después del corto gobierno de Ottheinrich asume Federico III, llamado el Devoto. Su gobierna dura desde 1559 hasta 1576. Las dispersas corrientes evangélicas le exigen expresar claramente su pertenencia a una de las confesiones. Entretanto, la confesión reformada es considerada como una dimensión importante, no tanto en Alemania, pero sí, en Europa.[2]

“Así que desembaracémonos de todo impedimento, liberémonos del pecado que nos cerca”. Esta exhortación bien puede aplicarse a muchos de los ímpetus que dieron origen a las reformas religiosas que recordamos como fundadoras del redescubrimiento de algunas bases de la fe cristiana. Librarse de “todo impedimento” o prohibición, que en el caso de la carta alude a las prohibiciones y reglamentos de la ley antigua, para los reformadores y redactores del Catecismo consistió en replantear toda la existencia de la iglesia y de la fe a fin de adaptarla a las nuevas circunstancias. La difícil superación de lo antiguo y la instalación de nuevas formas de culto y espiritualidad obligaron a tomar medidas para fortalecer la fe de las comunidades en ciudades como Heidelberg, que tenían profesores-predicadores (la universidad de esa ciudad era la más antigua del país), pero necesitaban consolidar la doctrina de las nuevas generaciones. De ahí el encargo del príncipe para que, a causa de las disputas sobre la Santa Cena, se redactara este documento con la intención de hacer llegar los resultados de la investigación teológica a todos los niveles de la iglesia, un ideal que no siempre se ha cumplido, como lo sugiere Karl Barth en su comentario: “una declaración coherente de lo que creemos así como una confesión de lo que creemos”.

Federico III es un caso extraño de príncipe-teólogo, pues participó directamente en la elaboración del catecismo:

Su formación teológica y la discusión de Heidelberg sobre la Santa Cena (1560), llevan a Federico a la Reforma. Otros factores que contribuyen a esta decisión son su inclinación por la comprensión reformada de la Santa Cena, su creciente crítica teológica a Lutero y algunos “luteranos” polémicos de Heidelberg. El Palatinado Elector se convierte como el primer territorio alemán a la Reforma evangélica reformada. El Catecismo de Heidelberg es, en el marco del nuevo reglamento eclesiástico del Palatinado, un documento que expresa esta nueva orientación.[3]

“Y participemos con perseverancia en la carrera que se nos brinda”. El llamado a la perseverancia y a participar en la “carrera cristiana” habla de una decisión persistente por fortalecer continuamente aquello en lo que se ha creído. Los reformadores de segunda generación que estaban recibiendo la estafeta de los anteriores (Lutero había muerto en 1546 y Zwinglio en ) habían trazado y caminado por una ruta crítica plagada de obstáculos y oposición, pero con el apoyo divino y la determinación de diversos sectores sociales y políticos (en cuya confluencia muchos han visto un maridaje más allá de lo tolerable) fue posible que llevaran las consecuencias de la Reforma a espacios tan disímbolos como el Palatinado con sede en Heidelberg, ciudad que fue visitada por Lutero en abril de 1518 y en donde presentó unas tesis con el nombre de la misma y que, al parecer, no tuvieron efecto inmediato, aunque años más tarde la orientación teológica se cargó al lado de la fe reformada o calvinista. Allí, Martín Bucero se convirtió a la Reforma.[4] Por esos antecedentes, el Catecismo muestra una tendencia más bien ecuménica, pues retoma de ambas lo mejor en una amalgama “que apela al corazón al mismo tiempo que a la mente”, dado que combina “la intimidad de Lutero, la caridad de Melanchton y el fuego de Calvino”.[5] Sobre esta combinación de elementos escribe Georg Plasger:

En muchos momentos, el Catecismo de Heidelberg muestra influencias del Pequeño Catecismo de Lutero y del Catecismo de Ginebra de Calvino. Después de su introducción en el Palatinado, el documento se convierte poco a poco en la confesión más importante y conjuntiva de los territorios alemanes, pero se establece también fuera de Alemania (por ejemplo, en los Países Bajos). Bajo el gobierno de Federico III, la universidad de Heidelberg se convierte en uno de los centros más importantes de la teología reformada. Numerosos estudiantes extranjeros demuestran el atractivo de Heidelberg.[6]

“Hagámoslo con los ojos puestos en Jesús, origen y plenitud de nuestra fe”. La doctrina es un aspecto esencial para la vida cristiana, pues no se trata de una teoría o de un corpus de conocimientos que hay que afirmar únicamente. Prueba de ello son los primeros postulados del Catecismo de Heidelberg que apuntan sólidamente a esta exhortación cristológica de la carta al preguntar: “¿Cuál es tu único consuelo en la vida en la muerte?” y responder tajantemente con una apertura que se ha vuelto famosa dada su sencillez y contundencia:

Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte,a no me pertenezco a mí mismo,b sino a mi fiel Salvador Jesucristo,c que me libró del poder del diablo,d satisfaciendo enteramente con preciosa sangre por todos mis pecados,e y me guarda de tal maneraf que sin la voluntad de mi Padre celestial ni un solo cabello de mi cabeza puede caerg antes es necesario que todas las cosas sirvan para mi salvación.h Por eso también me asegura, por su Espíritu Santo, la vida eternai y me hace pronto y aparejado para vivir en adelante según su santa voluntad.

a. Ro. 14:8; b. 1 Co. 6:19; c. 1 Co. 3:23; Tit. 2:14; d. He. 2:14; 1 Jn. 3:8; Jn. 8:34-36; e. 1 P. 1:18-19; 1 Jn. 2:2, 12; f. Jn. 6:39; Jn. 10:28; 2 Ts. 3:3; 1 P. 1:5; g. Mt. 10:30; Lc. 21:18; h. Ro. 8:28; i. 2 Co. 1:22; 2 Co. 5:5, Ef. 1:14; Ro. 8:16; j. Ro. 8:14; 1 Jn. 3:3.

Barth explica muy bien los alcances y limitaciones de la responsabilidad doctrinal de la iglesia: “La doctrina cristiana es el intento por resumir el evangelio de Jesucristo. En sí mismo el evangelio es ilimitado, eterno y, por ello, inagotable. Ningún intento de la doctrina cristiana puede reproducirlo en su totalidad. La doctrina puede ser, entonces, siempre el sumario de varias líneas básicas de pensamiento y de sus puntos principales”.[7] En ese mismo camino nos encontramos hoy y debemos responder a los desafíos bíblicos y de nuestra tradición teológica por igual.

2. Fe, convicciones y doctrina en tiempos críticos

Por tu parte, permanece fiel a lo que aprendiste y aceptaste. Sabes quiénes fueron tus maestros, y que desde la cuna te han sido familiares las sagradas Escrituras como fuente de sabiduría en orden a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. II Timoteo 3.14-15, La Palabra (Hispanoamérica)

Las llamadas “epístolas pastorales” (1ª y 2ª a Timoteo, y Tito), conocidas así desde el siglo XVIII, llevan el nombre de San Pablo, pero corresponden a una etapa en la que la iglesia cristiana comenzó a adaptarse a una nueva situación socio-política: “Pablo murió durante la persecución de Nerón, [por lo que] la mayoría de los ministerios y funciones que se mencionan en estas epístolas no corresponden a la iglesia del siglo I sino a la del siglo II. La iglesia igualitaria del primer siglo —retratada en el libro de Hechos y en las epístolas paulinas— ha desaparecido en las pastorales para dar paso a una iglesia institucionalizada, que se está conformando cada vez más según los modelos jerárquicos del imperio romano”[8]. No resultaba tan extraño que la iglesia siguiera el modelo institucional romano, aunque también hubo cambios en la aplicación de los carismas o dones de las comunidades, en el camino de la institucionalización. “Sin embargo, no sería exacto decir que ya en las cartas o epístolas Pastorales encontramos un episcopado monárquico. En esta etapa, se trata más bien de un modelo inspirado en la familia patriarcal, con un obispo pater familias. La iglesia de cada ciudad es como una gran familia con un padre (el obispo), bajo cuya autoridad se subordina el resto de esa iglesia” (Idem).

Una de las preocupaciones de esta nueva etapa en la vida de las comunidades cristianas era la estabilidad doctrinal, ideológica y espiritual, puesto que comenzaron a enfrentar fuertes debates con “falsos maestros”: “Si nos atenemos a la mención de ‘fábulas y genealogías interminables’ (I Tim 1.4) y a la advertencia contra el falso ‘conocimiento’ (I Tim 4.3), parecen estar sosteniendo alguna doctrina gnóstica. Los gnósticos solían elaborar genealogías de los seres divinos y especular sobre los primeros capítulos de Génesis. Además, I Tim 6.20 dice que esos falsos maestros prohibían el matrimonio y se abstenían de alimentos. Es bien sabido que el gnosticismo cristiano propugnaba un ascetismo riguroso” (Idem). Varios círculos de dirigentes más ortodoxos empezaron a hacerse del poder y a advertir sobre la necesidad de reaccionar ante los embates de las nuevas ideas, para lo que recurrieron a tres estrategias muy claras: consolidar la fuerza organizacional mediante obispos (pastores) y presbíterios (ancianos), redactar credos y establecer un canon de textos autorizados.

El origen del Catecismo de Heidelberg coincide con la segunda parte de la estrategia de las cartas pastorales pues desde el gobierno de la ciudad se consideró necesario fortalecer la fe, las convicciones y la doctrina de sus habitantes, luego de que la decisión desde el poder fue la opción por el protestantismo, corriendo el riesgo de que por decreto todas la personas fueran creyentes en esa línea teológica. Pero en sí el propósito estrictamente eclesial fue muy sensible a la vida litúrgica de la comunidad dado que el diseño del catecismo estuvo pensado para que en las iglesias y escuelas se transmitiera según un ritmo anual: “El producto terminado consistía en 128 (que después serían 129) preguntas y respuestas, cada una con referencias bíblicas en los márgenes. Asimismo, el CH estaba dividido en 52 secciones, o Días del Señor, de modo que un ministro pudiera cubrir todo el catecismo una vez al año, en sermones doctrinales, durante un segundo servicio de adoración, los domingos por la tarde”.[9]

De este modo, el interés político de Federico III coincidió con la urgencia eclesiástica y práctica de consolidar la Reforma religiosa como una realidad social, cultural, ideológica y espiritual. Este tipo de coyunturas no siempre resultan afortunadas, pues los intereses transitorios de los gobernantes no siempre resultan adecuados para la adecuada marcha de la iglesia. Aquí es importante destacar las características del Catecismo en orden a su utilidad formativa en los terrenos bíblico-teológico, doctrinal y eclesiástico:

Al igual que todos los catecismos durante mil años antes de la Reforma, es en esencia una explicación de los elementos básicos de la Cristiandad: el Credo de los apóstoles, los Diez Mandamientos, el Padre Nuestro y los sacramentos. Los Mandamientos, el Padre Nuestro, las instituciones del bautismo y la Cena del Señor son, por supuesto, partes de la Escritura misma e incluso los versos del Credo se encuentran basados directamente en el texto de la Biblia. Desde tiempos antiguos, la comunidad cristiana había considerado importante enseñar estas partes clave de la Escritura a niños, nuevos cristianos y laicos como una manera de implantar en ellos los fundamentos de la fe cristiana.[10]

Además, el tema del consuelo, asumido como central desde el principio del texto, respondió a la situación prevaleciente porque

los autores tenían en mente las ansiedades espirituales de la época. Al contrario del sistema sacramental de la Edad Media, que requería actos de penitencia para ayudarle a uno a pagar por sus pecados, el CH proclama el consuelo de pertenecer a Cristo, “que ha pagado enteramente por todos mis pecados” (PyR: 1). En una época de guerra constante, hambre, desastres y peste, el CH proclama el consuelo de pertenecer a Cristo, “que me guarda de tal manera que […] todas las cosas sirven para mi salvación” (PyR: 1). Más aun, contra una idea medieval de la piedad que exhortaba a la gente a hacer lo mejor y a esperar lo mejor, el CH proclama el consuelo de pertenecer a Cristo, “que me asegura, por su Espíritu Santo, la vida eterna” (PyR: 1).[11]

Eso hace del catecismo un documento pastoral “sensible al des-consuelo espiritual de su público y responde a éste con las consoladoras verdades del Evangelio”. La pregunta 2 y su respuesta, y muchas más, van en ese sentido:

Para vivir y morir en el gozo de tal consuelo, continúa la PyR 2, debo saber tres cosas: cuán grandes son mis pecados y miserias, de qué manera puedo ser liberado de ellas, y cómo puedo vivir con gratitud hacia Dios por su redención. Estos subtemas de la miseria, la liberación y la gratitud forman las tres divisiones principales del CH, y las explicaciones de los elementos básicos de la Cristiandad se van tejiendo a través de ellos. Llego a conocer mi miseria por medio de los Diez Mandamientos (en su conjunto) (PyR 3-5). Llego a conocer mi liberación a través del Evangelio tal como está resumido en el Credo de los Apóstoles (PyR 19-58), y me siento seguro de esa liberación gracias a los sacramentos (PyR 65-85). Finalmente es a través de los Diez Mandamientos (cada uno individualmente) (PyR 92-115) y del Padre Nuestro (PyR 116-129) como llego a conocer las maneras de expresar mi gratitud por esta liberación. En pocas palabras, el CH dirige todos los fundamentos de la fe cristiana hacia el consuelo del creyente.[12]

Todo el catecismo irradia este tono personal y práctico. Por ejemplo, el CH trata cada uno de los artículos del Credo de los Apóstoles no sólo como hechos a explicar, sino como promesas que Dios ha cumplido en la vida de los creyentes. No pregunta sólo “¿Qué significa este artículo del credo?”, sino también “¿Cómo puede ayudarnos este conocimiento?” (PyR 28). “¿Cómo te beneficia esta enseñanza?” (e.g., PyR 36, 45, 49, 51), “¿De qué manera esto te consuela?” (e.g., PyR 52, 57, 58), y “¿Qué bien es para nosotros?” (PyR 59). Y en la sección sobre los sacramentos enfatiza la seguridad en la salvación que viene del lavado del agua y la participación en la Cena. Esto no es teología académica abstracta, sino teología pastoral y relacional, doctrina que se conecta con la vida espiritual de los catecúmenos.[13]

Estamos pues, ante un documento que quiso ser contextual y lo logró ampliamente al consolidar la fe y las convicciones de las personas con un sólido sustrato doctrinal.

3. Confesar y enseñar la fe permanentemente

Porque vendrán tiempos en que no se soportará (anéxomai) la auténtica enseñanza (jugiainouses didaskalías), sino que, para halagar el oído, quienes escuchan se rodearán de maestros a la medida de sus propios antojos, se apartarán de la verdad y darán crédito a los mitos. Pero tú permanece siempre alerta, proclama el mensaje de salvación, desempeña con esmero el ministerio. II Timoteo 4.3-5

“No soportar la auténtica enseñanza”. Este lenguaje pos-paulino manifiesta la preocupación de las comunidades por establecer pautas de orden doctrinal y organización que con muchas dificultades pasaron la prueba de la verticalidad jerárquica. Ciertamente, en nuestra época ése sigue siendo un obstáculo difícil de superar a la hora de continuar la hermosa tradición igualitaria instaurada por Jesús de Nazaret cuando formó su grupo de seguidores/as. La “uniformidad doctrinal” ha sido el sueño dorado de gobernantes, dirigentes eclesiásticos y de vastos sectores de la comunidad que la aprecian como una necesidad real para la buena marcha de la Iglesia, a veces con cierto menoscabo de los valores del Reino de Dios.

El autor de la epístola advierte a Timoteo de que hay una verdad y que únicamente ésta debe prevalecer. Todas las otras deben ser combatidas. Timoteo debe tener cuidado con algunos adversarios y, al mismo tiempo, instruir a cada grupo de su comunidad a permanecer fiel en su función en la comunidad y en la sociedad. […].

Era necesario reprender y advertir a aquellos que estaban enseñando otra enseñanza que no era la indicada por el autor de la epístola. Ese grupo, denominado doctores de la ley, es acusado de practicar la caridad, de no tener una buena fe, no tener una buena conciencia, no tienen un corazón puro y practican una fe hipócrita. Según el autor, esos se desviaron. El contenido de sus enseñanzas no pasa de palabras vanas.[14]

El texto orienta en el sentido de ejercer un control en busca del orden en medio de situaciones conflictivas, como la participación de las mujeres en la enseñanza. Las “otras enseñanzas” presentes en la comunidad también reclamaban ser de herencia paulina.[15] Se promueve una predisposición contra el diálogo con el ánimo de combatir las enseñanzas que comienzan a ser vistas como heterodoxas (los “maestros a la medida de sus propios antojos”): “El autor de la carta cierra cualquier posibilidad de encontrar la verdad fuera de la iglesia”,[16] pues se considera a sí mismo, “orientador y maestro de la verdad para todos los pueblos” (kerys, apóstolos, didaskalós: I Tim 2.7; II Tim 1.11), en los límites de la arrogancia. Si consideramos que existe alguna forma de continuidad y discontinuidad entre estos impulsos surgidos a comienzos del segundo siglo de nuestra era, los correspondientes a las reformas religiosas del siglo XVI y lo que acontece hoy en las comunidades reformadas, será posible percibir la necesidad de redefinir continuamente el papel de la doctrina en las vida de las iglesias, puesto que, aunque no se logre el ideal de una uniformidad de creencias impuesta, debería ser viable alcanzar consensos básicos que permitan una sana convivencia mediante el estudio serio y el diálogo abierto.

La insistencia del texto en lo que se estableció como una meta obsesiva para algunos (defender e imponer la “sana doctrina”) debe ser vista a la luz de una auténtica responsabilidad pastoral empeñada en guiar a las comunidades por rumbos doctrinales libres de influencias perniciosas. Fue eso lo que movió al príncipe Federico III a encargar el que Heinrich Bullinger, líder de la Iglesia Reformada de Zurich, calificó como “el mejor catecismo jamás publicado”, y que llegaría a formar, junto con la Confesión Belga (1561) y los Cánones de Dort (1619) el conjunto conocido como Tres Formas de Unidad en la tradición reformada holandesa. “Aunque cada documento trabajó diferentes aspectos de la doctrina bíblica, existe entre ellos una magnífica armonía, y proveen a los creyentes confesantes afirmaciones concisas y rigurosas sobre lo que creemos y por qué lo creemos”.[17] En medio de un proceso de confesionalización geográfica y cultural en los diversos estados alemanes del siglo XVI, este príncipe (“primer miembro de la iglesia”) promovió la unidad de la iglesia y, sobre todo, el culto de la misma.[18]

Karl Barth sintetiza en siete aspectos la sustancia de la fe reformada tal como está contenida en el Catecismo de Heidelberg:

1) Contiene un concepto particular de Dios, un Dios diferente de todas las criaturas que permanece libre y superior sobre todo ser humano. Un Dios majestuoso.

2) Dios no es una divinidad escondida, es “Dios en Cristo Jesús”, la Palabra misma (preguntas 25, 95, 117).

3) Afirma la benevolencia de Dios, aun cuando un tanto limitada a la iglesia, pero que quiere abarcar todo el mundo. “Dios debería ser alabado [y conocido] a través de nosotros (la iglesia)” (preguntas 86, 99, 122).

4) Rotundamente protestante, coloca al ser humano como receptor de esa benevolencia divina a través de la fe, por encima de cualquier obra. “Así, la libertad por la gracia es fundada en la libertad del Dios lleno de gracia”.

5) “Pero la fe significa precisamente la libertad humana para la acción. La charis (gracia) es el fundamento de la eucharistia (acción de gracias) humana y convoca como una llamada invoca un eco”. Para él, “no existe conflicto alguno entre la majestad de Dios y que el ser humano trabaje duro”. Es una clara guía calvinista sobre la relación entre dogmática (“teoría”) y ética (“práctica”).

6) “El lugar de donde se encuentran las libertades divina y humana es la comunidad” que está al servicio del Evangelio. “El nombre de Dios es alabado mediante el servicio de la comunidad, la comunión de los santos, y no a través del servicio especial de teólogos y sacerdotes”.

7) Pero todo queda subordinado al consuelo divino futuro afirmado inicialmente, que se espera con ansiedad.[19]

Y su conclusión es tajante: “Tenemos aquí el patrimonio común de la totalidad de la Reforma. ¿Qué pueden significar las diferencias entre las confesiones evangélicas que se han basado en estas siete verdades básicas? ¿No es una pérdida de tiempo y de energía aferrarse tenazmente a tales diferencias en vez de concentrarse en la gran verdad común que fue reconocida nuevamente en la Reforma?”.[20]

4. Vigencia y pertinencia de los credos y confesiones reformadas

Glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor, estando dispuestos en todo momento a dar razón de su esperanza a cualquiera que les pida explicaciones. I Pedro 3.15a

Es muy llamativo que, en un contexto de persecución, el apóstol Pedro exhorta a sus lectores a responder a ella con una sólida explicación del contenido de su fe. La disposición a que en todo momento deba darse “razón de la esperanza” obligó a desarrollar documentos que resumieran las creencias y doctrinas que conforman el “corpus teológico” con que las comunidades definían su comprensión de Dios y de su obra de redención. Así surgirían con el tiempo los primeros credos, varios de los cuales, de manera fragmentaria, pero significativa, se encuentran desde el Nuevo Testamento (I Co 15.1-11; Fil 2.6-11; I Co 8.6; I Tim 2.5ss; 3.16; I P 3.18-22).[21] Además, existió también una fuerte conciencia de que era preciso confesar, profesar (jomologías, Mt 10.32; Ro 10.9-10, 15.9; Fil 2.11; I Jn 2.23, etcétera) la fe como demostración de claridad en los principios y como fundamento de la totalidad de la vida, entendida como espacio de aplicación y vivencia de la obra redentora de Dios. Aceptar el contenido de la doctrina no es un acto monótono y simple sino la afirmación pública de que la persona ha interiorizado las creencias y son la base de su vida y pensamiento.

Los credos, por lo tanto, han querido siempre ser resúmenes de la fe de la iglesia, encaminados a redactar en pequeñas fórmulas accesibles a todos los creyentes su visión doctrinal. Han surgido también por exigencias muy concretas para actualizar o movilizar la vida de la iglesia. Es el caso de la Declaración de Barmen, que en medio de la problemática planteada por el ascenso del nazismo en Alemania, concentró en pocos puntos la respuesta de las iglesias que se negaron a aceptar las imposiciones del régimen político pues atentaban contra su libertad e independencia.[22] En la época de la Reforma, fueron un recurso muy socorrido al momento de definir las nuevas condiciones de las iglesias que iban surgiendo en el fragor de los reacomodos sociales, culturales y políticos que implicó liberarse del yugo del Vaticano en las diversas regiones europeas. Cada país, región e iglesia que abrazaba la Reforma estaba en condiciones de formular su nueva visión de la fe y de la doctrina. Los credos reformados, en opinión de Karl Barth, son etapas en el camino histórico de la iglesia para clarificarse a sí misma su fidelidad al Evangelio de Jesucristo.[23]

Algo similar, puede decirse de las confesiones, que al ser documentos más amplios y articulados representan puntos de partida para la preparación de otros documentos más cortos y de divulgación formativa para las comunidades. Así sucedió con los documentos de Ginebra en la época de Calvino, las confesiones Helvéticas (1536, 1562), Belga (1561), el Catecismo de Heidelberg (1563), los Cánones de Dort (1619), y la Confesión de Westminster (1647), entre varios, que produjeron textos más breves para el estudio y la formación de los candidatos a ser miembros de la iglesia. Todos ellos conjuntaron los saberes bíblicos, teológicos y doctrinales y los pusieron al servicio de las iglesias que se organizaban y definían todas las áreas de su vida, desde la organización hasta los ministerios, pasando por el culto, la educación y la evangelización.

Ése es el sentido de la existencia de estos documentos que no buscan suplantar, en absoluto, la autoridad de las Escrituras sino, por el contrario, desplegar, desglosar y aplicar sus enseñanzas para beneficio de la totalidad de la iglesia. Deben ser vistos como patrimonio doctrinal de todas las comunidades cristianas históricas, a fin de que cada miembro acuda a ellos para enriquecer y fortalecer su conocimiento de la obra de Dios en la humanidad, la iglesia y el mundo. Como en el caso del Catecismo de Heidelberg, aportan una visión profunda de las doctrinas cristianas e intentan clarificar las posibles dudas acerca de los resultados del trabajo teológico que las expone. Así, la opción específica que sus autores tomaron de no incluir la doctrina de la predestinación respondió a la necesidad de subrayar aspectos más “positivos” y menos problemáticos de la salvación. A cambio, incluyó una de las mejores definiciones, desde el campo reformado, de la doctrina de la justificación por la fe, pues la respuesta a la pregunta 60 la establece como sigue:

¿Cómo eres justo ante Dios?

R. Por la sola verdadera fe en Jesucristo,(a) de tal suerte que, aunque mi conciencia me acuse de haber pecado gravemente contra todos los mandamientos de Dios, no habiendo guardado jamás ninguno de ellos,(b) y estando siempre inclinado a todo mal,(c) sin merecimiento alguno mío,(d) sólo por su gracia,(e) Dios me imputa y da(f) la perfecta satisfacción,(g) justicia y santidad de Cristo(h) como si no hubiera yo tenido, ni cometido algún pecado, antes bien como si yo mismo hubiera cumplido aquella obediencia que Cristo cumplió por mí,(i)con tal que yo abrace estas gracias y beneficios con verdadera fe.(j)

a. Ro 3:21-22, 24; Ro 5:1-2; Gá 2:16, Ef 2:8-9; Fil 3:9; b. Ro 3:19; c. Ro 7:23; d. Tito 3:5; Dt 9:6; Ez 36:22; e. Ro 3:24; Ef 2:8; Ef 4:4; 2 Co 5:19; g. 1 Jn 2:2; h. 1 Jn 2:1; i. 2 Co 5:21; j. Ro 3:22; Jn 3:18.[24]

Se aprecia cómo se ha procesado, mediante el filtro de la reflexión y el análisis desde esta tradición teológica, esta doctrina se ha “asentado” aún más, para presentarse como un fundamento sólido para la fe y la práctica de una espiritualidad sana, autocrítica y responsable en el mundo y en la historia, pues atiende las varias vertientes derivadas de su precisión espiritual y hasta psicológica, en el sentido de la superación absoluta de la culpabilidad por el pecado cometido por los seres humanos dispuestos a aceptar la obra de la gracia de Dios en sus vidas. Así, cumplió plenamente con el propósito del catecismo y sigue siendo un modelo de concisión y hondura para todas las generaciones. Ése es el propósito de estos textos: sumarse a la larga cadena de seguidores/as de Jesucristo que buscan ser consecuentes con sus creencias y su esperanza.[25]


[1] A. Vanhoye, “Carta a los Hebreos”, en Diccionario de teología bíblica, http://mercaba.org/DicTB/H/hebreos_carta__a_los.htm.

[2] Georg Plasger, “La confesionalización reformada en Alemania y Alemania del Sur”, en Curso Básico Historia y Teología Reformada, p. 29, www.reformiert-online.net/t/span/bildung/grundkurs/gesch/lek4/print4.pdf.

[3] Idem.

[4] Idem.

[5] Shirley C. Guthrie, “Heidelberg Catechism”, en D.K. McKim, ed., Encyclopedia of Reformed Faith. Louisville-Edimburgo, Westminster/John Knox Press-Saint Andrew Press, 1992, p. 167.

[6] G. Plasger, op. cit., p. 30.

[7] K. Barth, “Christian doctrine according to the Heidelberg Catechism”, en The Heidelberg Catechism for today. Richmond, John Knox Press, 1964, p. 19. Agradezco, como siempre, el apoyo y la complicidad de Rubén Arjona M. para conseguir materiales de difícil acceso.

[8] Cristina Conti, “Introducción a las epístolas pastorales”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 55, www.claiweb.org/ribla/ribla55/introduccion.html.

[9] Lyle D. Bierma, “The Heidelberg Catechism”, en Tabletalk, abril de 2008 www.ligonier.org/learn/articles/heidelberg-catechism/; como “Contexto histórico y teológico”, en Compartiendo la fe: Catecismo de Heidelberg 1563-2013. Ginebra, Comunión Mundial de Iglesias Reformadas, 2013, p. 5.

[10] Idem.

[11] Idem.

[12] Ibid., p. 6.

[13] Idem. Énfasis agregado.

[14] Clemildo Anacleto da Silva, “Tolerancia e intolerancia entre los grupos sociales, en Timoteo y en Tito”, en RIBLA. Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 55, www.claiweb.org/ribla/ribla55/tolerancia.html. Otro comentario señala: “…la ‘enseñanza sana’ se ve rechazada por los hombres, que se descargan de ella como de un yugo insoportable, se hace intolerable la predicación seria sobre el pecado y el juicio, sobre la redención y la santificación, porque no responde o no se adapta al gusto natural de los hombres. Estos, guiados por el egoísmo y el capricho, buscarán la propia satisfacción intelectual, sólo querrán oír cosas ingeniosas, interesantes y sensacionales, e irán pasando de un maestro a otro, de una doctrina a otra”. Joseph Reuss, “Segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo”, http://mercaba.org/FICHAS/BIBLIA/Timoteo/2TIMOTEO_04.htm.

[15] Elsa Tamez, Luchas de poder en los orígenes del cristianismo. Un estudio de la 1ª carta a Timoteo. San José, DEI, 2004, p. 113.

[16] C.A: da Silva, op. cit.

[17] Burk Parsons, “Confessionally challenged”, en Tabletalk, abril de 2008, p. 32, www.ligonier.org/learn/articles/heidelberg-catechism.

[18] K. Barth, “Christian doctrine according to the Heidelberg Catechism”, en The Heidelberg Catechism for today. Richmond, John Knox Press, 1964, p. 23. Cf. el contexto eclesial y socio-político del catecismo en “Reform in the Palatinate”, www.heidelberg-catechism.com/en/history; G. Plasger, “La confesionalización reformada en Alemania y Alemania del Sur”, www.reformiert-online.net/t/span/bildung/grundkurs/gesch/lek4/print4.pdf; y Charles D. Gunnoe, Jr., “The Reformation of the Palatinate and the origins of the Heidelberg Catechism, 1500-1562”, en D.L. Bierma et al., An introduction to the Heidelberg Catechism. Sources, history, and theology. Grand Rapids, Baker Academic, 2005, pp. 15-47.

[19] K. Barth, op. cit., pp. 25-28.

[20] Ibid., p. 28.

[21] Cf. J.N.D. Kelly, “Elementos de credo en el Nuevo Testamento”, en Primitivos credos cristianos. Salamanca, Secretariado Trinitario, 1980 (Koinonía, 13), pp. 15-46.

[22] Recientemente, ha aparecido el volumen Símbolos doctrinales de la iglesia. Credos, confesiones y catecismos de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (Publicaciones El Faro, junio de 2013, 606 pp.), una mala copia del Libro de Confesiones de la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos (2004, comité a cargo de la traducción al español: M.I. de García, C. Arrastía, J. Garza, y J.L. Velazco M., www.pcusa.org/media/uploads/curriculum/pdf/confessions-spanish.pdf), puesto que la mayor parte de las introducciones a los documentos fue tomada de sitios de internet, con lo que el trabajo del Ministerio de Educación deja mucho que desear, una vez más, puesto que, en el colmo del pésimo trabajo editorial (que deja pasar una errata como “Catesismo”, p. 585) y renuncia a hacer el trabajo que le ha sido encomendado, incluye como prólogo un texto de Óscar Hernández Juárez, anciano de iglesia y empleado de larga trayectoria de El Faro. Además, a diferencia del Libro de Confesiones y sin explicación alguna, se excluyó del volumen la Declaración de Barmen (1934), documento fundamental de las iglesias reformadas del siglo XX, y se incluyen tres páginas dedicadas a la Institución de la Religión Cristiana, de Juan Calvino, como muestra de otra falla teológica más.

[23] K. Barth, The theology of the reformed confessions. Louisville-Londres, Westminster John Knox Press, 2002 (Columbia Series of Reformed Theology), pp. 38-39.

[24] Catecismo de Heidelberg. Enseñanza de la doctrina cristiana. 4ª ed. Rijskwijk, Países Bajos, Fundación Editorial de Literatura Reformada, 1993, pp. 32-33.

[25] Recientemente, ha aparecido el volumen Símbolos doctrinales de la iglesia. Credos, confesiones y catecismos de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (Publicaciones El Faro, junio de 2013, 606 pp.), una mala copia del Libro de Confesiones de la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos (2004, comité a cargo de la traducción al español: M.I. de García, C. Arrastía, J. Garza, y J.L. Velazco M., www.pcusa.org/media/uploads/curriculum/pdf/confessions-spanish.pdf), puesto que la mayor parte de las introducciones a los documentos fue tomada de sitios de internet, con lo que el trabajo del Ministerio de Educación deja mucho que desear, una vez más, puesto que, en el colmo del pésimo trabajo editorial (que deja pasar una errata como “Catesismo”, p. 585) y renuncia a hacer el trabajo que le ha sido encomendado, incluye como prólogo un texto de Óscar Hernández Juárez, anciano de iglesia y empleado de larga trayectoria de El Faro. Además, a diferencia del Libro de Confesiones y sin explicación alguna, se excluyó del volumen la Declaración de Barmen (1934), documento fundamental de las iglesias reformadas del siglo XX, y se incluyen tres páginas dedicadas a la Institución de la Religión Cristiana, de Juan Calvino, como muestra de otra falla teológica más.

Leopoldo Cervantes-Ortiz

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