“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva…” (Apo. 21:1-6)
Sinceramente desearía cambiar el típico “feliz año nuevo” de estas horas, por algo más consistente como pudiera ser “feliz cielo nuevo y tierra nueva”. Y ello porque no sólo habría pasado un año, sino que habría dejado de existir este modelo de sociedad que día tras día corrobora su éxito para crear más y mejor pobreza y dolor en nuestro mundo.
Desearía que llegara el día en el que con mis propios ojos pudiera ver descender del cielo el modelo de sociedad que se origina en los valores que dieron sentido a la vida y la muerte del Mesías Jesús –así como a su resurrección. Ese día en el que “Dios mismo estará con nosotros” de una forma incomparablemente mejor que la que podemos experimentar hoy.
Desearía, de corazón, abrazar el día en el que toda lágrima, todo llanto, todo clamor, todo dolor serán extinguidos por el cálido aliento de Dios, padre de nuestro Señor, el Mesías Jesús. Todo indicaría que desde el vientre de este viejo mundo alumbraría lo nuevo, por obra y gracia de Dios.
Sinceramente desearía cambiar el típico “feliz año nuevo” de estas horas, por algo más consistente como pudiera ser “feliz cielo nuevo y tierra nueva”. Pero como sé lo que sucederá, si Dios –nunca mejor dicho- no lo remedia, os deseo que, durante el año que está a punto de comenzar, calméis vuestra sed de justicia, misericordia y consuelo en la fuente de vida que brota del Cordero de Dios. Ese Cordero que quita el pecado y la sinrazón de este mundo. Nadie os va a cobrar por ello, ¡es gratis! Por ello brindo, por todos vosotros, con la copa de la Nueva Alianza en Jesús en el deseo de que en este año podamos experimentar en medio de nuestras comunidades y en nuestro mundo el reinado de Dios. ¡Maranata!
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