Actitudes ecuménicas en el protestantismo español y de la Iglesia Católica
Para entender el estado de las relaciones ecuménicas en España es preciso mencionar algo de la historia del protestantismo en nuestro país, ya que fue en pleno nacional-catolicismo que se dieron los primeros contactos entre católicos y protestantes.
En primer lugar hay que recordar que el Protestantismo no arraigó en España en el siglo XVI como en los países del centro y norte de Europa. La actividad de la Inquisición lo hizo imposible. Las primeras comunidades protestantes que se crearon en los orígenes de la Reforma, especialmente en Sevilla y en Valladolid, fueron aniquiladas cruelmente por la inquisición en dos autos de fe celebrados en Sevilla y en Valladolid en 1559 y 1560. Desde entonces, y por espacio de 300 años, la inquisición mantuvo estrecha vigilancia para que ningún grupo protestante se estableciera en el país. Si algún español abrazaba las doctrinas reformadas debía ausentarse y fijar su residencia en países donde era posible hacerlo. Inglaterra, Suiza y especialmente Gibraltar, fueron los lugares donde se refugiaron.
No fue hasta 1868 que el protestantismo fue permitido en España y esto fue debido al triunfo de la Revolución de Septiembre, llamada “la Gloriosa”, encabezada por Prim, Serrano y Topete. Así, pues, las primeras comunidades protestantes que se fundaron en España datan de finales de 1868 y principios de 1869. Es decir, el protestantismo español sólo está presente en España desde hace unos 140 años.
La historia de estos 140 años es muy diversa. Se estableció una especie de tolerancia religiosa, tanto por parte de las autoridades, como por parte de la Iglesia Católica, muy celosa de sus privilegios, y del pueblo en general que estaba muy mal informado sobre quienes eran y qué querían los protestantes en España. Había un especial interés en calificarlos de agentes al servicio de intereses extranjeros y enemigos de la patria. Los únicos períodos en que hubo verdadera libertad para los no católicos fueron los que se vivieron durante las efímeras primera y segunda repúblicas.
La época más dura fueron los 40 años de régimen franquista. Franco siempre estuvo en contra de los protestantes y fue defensor acérrimo de la unidad religiosa de España. Ya durante la contienda, y en las partes ocupadas por Franco, hubo represalias contra pastores y miembros destacados de las comunidades protestantes. Se los perseguía como a los comunistas y masones. La victoria de las tropas franquistas en 1939 significó el cierre de todas las iglesias evangélicas, excepto las de Madrid. Los protestantes pasaron a la clandestinidad y tuvieron que limitarse a reuniones en las casas particulares, con las consecuentes redadas de la policía y la imposición de multas. Fue la época más difícil en que ser protestante en España era una heroicidad. Debía enfrentarse a la marginalidad en la que las leyes lo situaban, a la incomprensión familiar y a los prejuicios de la gente.
En 1945 se dio una tímida apertura del régimen. Se publicó el Fuero de los Españoles, en cuyo artículo 34 se establecía el derecho al culto privado, lo que permitió la reapertura de los templos, siempre sujetos a la vigilancia de la policía y sin ningún signo exterior. Decía textualmente: “La profesión y práctica de la religión católica, que es la del Estado Españoñ, gozará de la protección oficial” y con referenciaa los no católicosdecía: Nadie será molestado por sus creencias religiosas ni el ejercicio privado de su culto”y“No se permitirán otras ceremonias ni manifestaciones externas que las de la religión católica”. Esto significó un alivio, pero no resolvió los problemas que los protestantes tenían que confrontar. La Ley reguladora del derecho civil a la libertad religiosa no fue publicada hasta el año 1967 (Ley 44/1967). Fue sólo a partir de esta ley que se permitió la existencia jurídica de las iglesias evangélicas que hasta entonces legalmente no existían.
Me refiero a todo esto para explicar el estado de ánimo de los protestantes españoles no sólo ante el Estado sino también ante la Iglesia Católica que, en todo momento, respaldó la política del ejecutivo. Para los protestantes fue muy difícil separar la Iglesia del nacional catolicismo, imperante entonces, de las decisiones del Estado. Eran una y la misma cosa y, por tanto, si los protestantes eran de ideología republicana, también eran anticatólicos. Sus sufrimientos y marginación venían tanto del Estado como de la Iglesia. Recordamos los problemas de los jóvenes en el servicio militar a la hora de ser obligados a asistir a la misa de la jura de bandera, las tremendas dificultades de las parejas protestantes a acceder al matrimonio civil, si un día habían sido bautizados en la Iglesia Católica, la casi imposibilidad de abrir nuevos lugares de culto y multitud de otras trabas que los protestantes tenían que afrontar. El templo de mi iglesia, entonces en la calle Ripoll de Barcelona, fue asaltado y sus muebles destrozados por jóvenes requetés en 1947.
Es necesario tener en cuenta esta historia a la hora evaluar el ecumenismo protestante en España y, asimismo, la división interna de los protestantes ante el hecho ecuménico. El protestantismo español es muy dispar. La mayoría de los protestantes pertenecen a comunidades fundamentalistas con fuerte acento doctrinal. No hay actualmente un anticatolicismo como el que podíamos identificar a principios del siglo pasado, pero hay una corriente de pensamiento en estos grupos que no pertenecen al protestantismo histórico que tiene un criterio muy negativo a la hora de evaluar a la Iglesia Católica. Las únicas excepciones a este criterio general son las dos iglesias que pertenecen al Consejo Mundial de Iglesias: la Iglesia Evangélica Española y la Iglesia Española Reformada Episcopal. Una tercera comunión de iglesias, la Unión Bautista Española, tiene en su seno fuertes influencias ecuménicas, a partir de pastores que se distinguen por su posición de apertura a los problemas del ecumenismo. El resto del protestantismo, con actitudes muy conservadoras, son muy escépticos hacia el movimiento ecuménico. Juan Antonio Monroy, conocido predicador conservador, decía en 2006: “En España, algunos sacerdotes, pocos, y muy contados obispos dejaron de referirse a los protestantes como herejes y comenzaron a llamarles hermanos separados. ¡Había nacido la era del ecumenismo! Una era engañosa, tramposa, que deslumbró a algunos dirigentes protestantes en España. ¡Incautos! Para la Iglesia católica, por muchos y muy grandes que sean sus cambios, los protestantes, siempre, hasta el día de hoy, seremos herejes, herederos de un fraile católico rebelde y excomulgado que vivió, según ellos, amancebado con una monja. Todo lo demás es cloroformo para dormir el pensamiento, la voluntad y la conciencia de los herejes o hermanos separados; no es el tratamiento el que prima.” Y eso es especialmente cierto de los nuevos evangélicos, que han llegado al país como inmigrantes y han creado nuevas comunidades. Tener esto en cuenta es importante para valorar la incidencia del ecumenismo en España.
Si los ecuménicos protestantes fueron –y todavía son- una minoría en los orígenes del ecumenismo en España, lo mismo pasaba con los católicos. Fueron unos pocos sacerdotes y laicos católicos los que se comprometieron en el movimiento ecuménico español. El ecumenismo surgió de la base del pueblo cristiano en España. Fueron hombres y mujeres creyentes que sintieron el llamamiento del Espíritu para acercarse unos a otros y organizarse paulatinamente para promover un acercamiento entre sus respectivas iglesias. Más allá de las incomprensiones del pasado y de las mutuas condenaciones, leyeron correctamente los signos de los tiempos y entendieron que había llegado el momento para una renovada búsqueda de la unidad de los cristianos. No se trataba de buscar, como objetivo principal e inmediato, la unión de las iglesias. Este es un proceso muy complicado. Se trataba ante todo de encontrarse, ya no como enemigos o rivales, sino como hermanos miembros del cuerpo de Cristo.
Cuando llegó a España, el movimiento ecuménico ya llevaba muchos años de vida en Europa. Si hemos de señalar una fecha para sus orígenes, debería ser la que hemos celebrado este mismo año al conmemorar el 100 aniversario de la Conferencia de Edimburgo. Fue allí, en 1910, que la urgencia del ecumenismo se hizo patente en el campo de la misión. No se podía llevar a cabo una auténtica misión cristiana desde la controversia, la descalificación mutua y la rivalidad. Era preciso encontrar aquello que nos une a todos y de lo que todos podemos dar testimonio común. Y esto es lo que, en principio, se alcanzó en Edimburgo. Las principales iglesias protestantes y organizaciones misioneras pusieron sobre la mesa sus diferencias, reconocieron el pecado de la desunión de los cristianos y, si bien no fue posible resolver todos los problemas planteados, se inició un camino sin retorno, el de la unidad en la misión de la Iglesia.
Es cierto que la Iglesia Católica no quiso participar en este encuentro. Su pretensión de ser la única verdadera Iglesia de Cristo, le ha impedido a menudo comprometerse en las relaciones con otras iglesias. Blazquez, el entonces obispo de Bilao, lo expresaba así: “Si la Iglesia es de orden sacramental, también lo es su unidad; consiguientemente, la unidad interior y visible en la fe, los sacramentos y la comunión con los sucesores de los apóstoles presididos por el Obispo de Roma es la meta del ecumenismo”, una manera muy poco ecuménica del entonces presidente de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales. Sin embargo, desde entonces, y a partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica se ha involucrado en el diálogo y la colaboración ecuménicos. Son numerosos los documentos y los mensajes del Papa y de los Obispos que llaman a una búsqueda conjunta de los caminos que nos pueden llevar a un testimonio común “para que el mundo crea”, es decir, para responder adecuadamente a la urgencia de la misión cristiana en el mundo. Se ha llegado al convencimiento de que si la Iglesia ha de ser un instrumento en las manos de Dios para la evangelización del mundo, ésta no puede realizarse si no es a partir de la unión de todos los cristianos en Cristo.
Principios del ecumenismo en España
Podemos hablar de ecumenismo en España a partir de 1954, es decir, en plena época franquista. Las iglesias protestantes surgían de la clandestinidad y se iban afianzando en el país. Su vida se iba regularizando y sus más prominentes pastores, en contacto con el Consejo Mundial de Iglesias, creado en 1948, entraban en el círculo de los contactos ecuménicos y veían más y más la necesidad de que el espíritu ecuménico entrara en España. Al mismo tiempo, es decir, por los mismos años, en la Iglesia Católica surgía un hombre de arraigadas convicciones ecuménicas que debía ser persona clave para que tuvieran lugar los primeros contactos ecuménicos entre católicos y protestantes en España. Se trata de Juan Misser, un joven laico barcelonés que conocía a fondo a los protagonistas de la Reforma y estaba en relación epistolar con el Padre Michalon, continuador de la obra ecuménica del abad Paul Couturier. Este joven ha de ser considerado providencial para el inicio y primeros pasos del ecumenismo en España. Su celo ecuménico le llevó a entrar en relación con un pastor luterano sueco, Gunnar Rosendal, a quien interesó por las cuestiones españolas especialmente en relación al ecumenismo. Este pastor fue invitado a visitar España y lo hizo en 1954, siendo acogido y agasajado por los católicos, entre los que se encontraban Juan Misser y Josep Desumbila, un laico católico muy comprometido con el ecumenismo. Lo hospedaron los PP Capuchinos de Sarriá. Sus contactos en España fueron especialmente con católicos que encontraron en él un protestante atípico, muy influido por el catolicismo. Sin embargo, lo más importante es que promovió un encuentro entre católico y protestantes que tuvo lugar en Barcelona en 1954. El primer contacto fue con el pastor de la IEE Benjamín Heras quien invitó a asistir, y lo hicieron, a los pastores Capó, Busquets y Vargas y el entonces laico José Luis Lana. Por parte católica estuvieron presentes, además de Juan Misser, Carmelo Abando, Francisco Corominas , Juan Gomis, Josep Desumbila y Francisco Nubiola. Dejar constancia de esta reunión es importante para subrayar el inicio del ecumenismo en España. Por primera vez en la historia, católicos y protestantes se reunían y oraban juntos con la oración que nos enseñó Jesús.
El ecumenismo al margen de las Instituciones
¿Cómo se desarrolló el movimiento ecuménico a partir de esta fecha de 1954? Podríamos señalar una primera época que se caracterizaría por las iniciativas particulares, tanto católicas como protestantes, de encuentros de tipo ecuménico. Este período llegaría hasta mediados o finales de los años 60 en que se dan unos hechos que, evidentemente, fueron muy importantes para la marcha del movimiento ecuménico en España. Estos hechos serían, por una parte, la celebración del Concilio Vaticano II (1962-1964) que aprobó dos documentos importantes que tuvieron que ser forzosamente examinados por los obispos españoles: El Decreto sobre ecumenismo titulado “Unitatis redintegratio” (1964) y la Declaración sobre libertad religiosa que llevaba el título “Dignitatis Humanae” (1965) y, por otra, la promulgación en España de la Ley 44/1967 reguladora del derecho civil a la libertad religiosa, que daba a las iglesias disidentes la posibilidad de alcanzar personalidad jurídica, algo de lo que carecían a pesar de lo establecido en el Fuero de los Españoles.
La característica principal de este primer período de la historia del ecumenismo en España se caracteriza por ser un movimiento de base, movidos por la inquietud de la división de los cristianos y empeñados en la promoción de un nuevo espíritu de relación y fraternidad entre cristianos de diferentes confesiones. Tuvieron que moverse en el terreno movedizo de los recelos y los prejuicios. Era relaciones nuevas, jamás tenidas. Protestantes y católicos, como judíos y samaritanos, no se reconocían como hermanos ni participantes de una misma vocación. Entre los protestantes abundaban las sospechas sobre las intenciones verdaderas de los católicos, teniendo presente la historia reciente, en especial, las actitudes del nacional-catolicismo que tanto había hecho contra los protestantes. Estos no eran reconocidos en España, ni por el Estado ni por la Iglesia Católica, que siempre había minimizado su presencia en España como una minoría insignificante. Vivían de una minima tolerancia y no tenían acceso a ningún medio de comunicación. Vivían en el anonimato y, desde siempre, se habían acostumbrado a ver en la Iglesia Católica como participante activa en las limitaciones y opresión que sufrían. Por parte católica, había el temor a una invasión protestante y estaba realmente preocupada por la unidad religiosa del país, a la que de ninguna forma quería renunciar. Para ellos, los protestantes eran o bien extranjeros o extranjerizantes que vivían del oro extranjero.
En estos 10 o 15 años prevalecieron las iniciativas personales. En Barcelona, a partir de la experiencia obtenida a raíz de la visita de Gunnar Rosendal, católicos y protestantes continuaron reuniéndose, unidos por el diálogo y la oración, proyectándose como movimiento de ecumenismo espiritual a otras ciudades. Este grupo decidió organizarse oficialmente y en 1984 se creó el Centre Ecumènic de Catalunya, con unos estatutos presentados y aprobados como asociación civil, no estando, pues, bajo la jurisdicción de ninguna autoridad eclesiástica. Surgió como una iniciativa de cristianos católicos, protestantes y ortodoxos y siempre ha mantenido completa independencia. Es uno de los pocos centros que funcionan al margen de las instituciones eclesiásticas y está dirigido por un equipo interconfesional. Este centro se ha ido manteniendo y, desde hace muchos años publica una circular trimestral denominada OIKUMENE, que ha llegado al número 84. Su actividad está dedicada a la promoción del ecumenismo mediante reuniones de oración, conferencias, encuentros, etc. El principal promotor de este Centro es el Padre Juan Botam, capuchino, que lo preside desde el principio. Su Junta Directiva es mixta, tanto en lo que se refiere a hombre y mujeres, como a católicos, protestantes y ortodoxos.
En este clima no era fácil abordar la cuestión ecuménica. Demasiados prejuicios por ambas partes. Sin embargo, las primeras figuras del ecumenismo no se arredraron ante las dificultades y paso a paso trataron de encontrase unos a otros, establecer relaciones de amistad y empezar el diálogo y la oración propiamente ecuménicos.
El ecumenismo se institucionaliza.
El Vaticano II fue importantísimo para establecer un nuevo clima en las relaciones interconfesionales. Las decisiones del Concilio Vaticano II llevaron al episcopado español a asumir el ecumenismo y así en 1966, la Conferencia Episcopal Española acordó: “crear un secretariado de ecumenismo que cuidara de las relaciones con los no católicos, los no cristianos y los no creyentes”. Como puede verse, todos en un mismo saco. No aparece muy claro hasta qué punto la decisión venía de una convicción profunda o del pensamiento que expresó uno de los obispos “hacer todo lo que manda la Santa Madre Iglesia”. Lo cierto es que hubo un ecumenismo en la Iglesia Católica que fue muy peculiar, un mirar hacia adentro, dejando muy de lado la realidad de las otras iglesias cristianas. Hay toda una actividad ecuménica por parte de la Iglesia Católica que tiene vida propia y se mueve en el campo de la reflexión teológica, pero tiene poco que ver con la realidad del país. En 1993 se llegó a la aprobación por Juan Pablo II del “Directorio para la aplicación de principios y normas sobre el ecumenismo” que actualizaba los de 1966 y 1970. En España este Directorio fue recibido fríamente y sólo en parte modificó criterios y actitudes.
De todas formas, el ecumenismo había entrado en España para quedarse y ha sido un movimiento que ha tenido sus horas bajas, pero que ha perdurado. Como decía el obispo Blazquez de Bilabo “la causa de la unidad de los cristianos ha ido calando poco a poco entre nosotros”. Así, cuando consideramos su historia vemos como se ha manifestado en diferentes partes del país.
Se han venido celebrando anualmente la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, con desigual participación, en la que ha habido intercambio de púlpitos, es decir, pastores han predicado en templos católicos y viceversa. Al principio hubo recelos por parte de la jerarquía católica e incluso el obispo Narcís Jubany se negó a aprobar en 1958 la edición de los folletos explicativos de la Semana. Sin embargo, al año siguiente lo hizo el obispo de Tarragona Dr. Pont i Gol. A partir de este año, la celebración se ha hecho normalmente en Barcelona y en otras ciudades españolas y ha constituido una de las citas anuales en la que nos sentimos llamados a no olvidar esta prioridad en la vida de la Iglesia.
Otra de las realidades ecuménicas importantes ha sido la creación de Centros Ecuménicos. No todos tienen las mismas características. Se han creado a partir de las oportunidades y necesidades del momento. Representan la inquietud ecuménica que busca formas de expresión y las encuentra en estos lugares donde el diálogo es posible y el conocimiento mutuo se profundiza. Se dan especialmente dos tipos de organizaciones ecuménicas: las oficialmente establecidas en los obispados, siguiendo las directrices episcopales y las que no tienen ninguna adscripción confesional. José Luis Diez Moreno, en su Historia del Ecumenismo en España, contabiliza hasta 10 Centros aunque son muy diferentes entre sí. Destacan, por su profunda reflexión teológica, los centros de Salamanca, “Juan XXIII”, inspirado por el profesor Sánchez Vaquero, que en 1972 la Universidad Pontificia de Salamanca transformó en Instituto Ecuménico Juan XXIII y el de las Misioneras de la Unidad, creado por el recordado Julián García Hernando, con quien el ecumenismo en España tiene una gran deuda de gratitud. En Zaragoza, ya en 1967, el obispo Mons. Cantero Cuadrado dedicó especial atención a promover las relaciones con iglesias disidentes.
El organismo más importante, aun no teniendo ninguna representación por parte de las iglesias, fue el Comité Cristiano Interconfesional que se creó en 1958 en Madrid. Aun contando con el beneplácito de las iglesias involucradas (católicos, protestantes y ortodoxos), los que pertenecían a este Comité actuaban sin representación oficial ni oficiosa. Lo hacían solamente a título personal. Pero su existencia permitió dialogar sobre asuntos y problemas que afectaban a las relaciones entre ellas. En el primer encuentro interconfesional acudieron, además del Presidente del Secretariado Nacional de Ecumenismo de la Iglesia Católica, Mons. Cantero Cuadrado, arzobispo de Zaragoza, otros destacados ecumenistas católicos. Por parte protestante estuvieron pastores de la IEE, la IERE, así como bautistas, de las asambleas de hermanos, de iglesias luterana y anglicana, y de la Iglesia Ortodoxa griega. Miembros destacados de este Comité fueron D. Julián García Hernando y D. Luis Ruiz Poveda. En 1969, en Majadahonda (Madrid) se aprobaron unas bases sencillas de funcionamiento. Estaban presentes pastores y laicos de las Iglesias Católica, Ortodoxa, IEE, IERE, anglicana y luterana. Este Comité permitió a las iglesias tratar temas de interés común, tales como el Concordato con la Santa Sede, las relaciones iglesia-estado entre diferentes comunidades acatólicas, la ley de libertad religiosa, el tema de la enseñanza, etc. Este Comité dejó de funcionar a partir de las conversaciones sobre la creación de un Consejo de Iglesias Cristianas.
Sin embargo, esta tentativa de crear un Consejo de Iglesias Cristianas de España que tuviera carácter oficial como existen ya en muchos países, no tuvo éxito, a pesar de las buenas perspectivas que tuvo en sus principios, especialmente por parte de las iglesias evangélicas. Se veía muy claro que, si el ecumenismo iba a desarrollarse de manera efectiva, era imprescindible que hubiera un lugar de diálogo interconfesional. En este proyecto se pusieron, tanto por parte católica como protestante, muchas esperanzas. Parecía que el proyecto marchaba viento en popa y ya por el año 2000, la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales había elaborado, con la participación de diversas iglesias, unos estatutos para este Consejo de Iglesias Cristianas. Todo estaba ya muy avanzado cuando, al buscar la aprobación de la Conferencia Episcopal, surgieron críticas muy duras y la oposición frontal de la mayoría de los obispos. El obispo Blazquez, de Bilbao, Presidente de la Comisión Episcopal para las relaciones Interconfesionales, expresa el rechazo de la Conferencia Episcopal en estos términos: “La opinión mayoritaria manifestada en la última sesión de la Comisión Permanente va en sentido contrario a que la Iglesia católica participe en la erección de un este Consejo de Iglesias. Los pareceres se pueden resumir seguramente de esta manera: de acuerdo en que prosigan los encuentros, relaciones y trabajos entre todos. Por lo que se refiere a la institucionalización de las relaciones en la forma de un Consejo de Iglesias, previsto por el Directorio de Ecumenismo, no se ve conveniente por ahora. Las razones que aparecieron son diversas: no existe suficiente base ecuménica para la creación de esta estructura de colaboración y diálogo; no todas las diócesis sienten la misma conveniencia del posible Consejo; en algunas diócesis hay todavía experiencias poco gratificantes de las relaciones con otras Iglesias; se necesitaría recorrer un camino más largo para que el Consejo fuera eficaz y no sólo existiera erigido en los papeles; por supuesto, dada la desproporción inmensa del arraigo social de las diferentes Iglesias, sería un Consejo sólo formalmente paritario.”
Así terminó la mejor iniciativa para poner el ecumenismo español a nivel europeo. Lo que ha podido ser en la gran mayoría de países del mundo no fue posible, y todavía no lo es, a pesar del hecho de que el Directorio de Ecumenismo elaborado por el Papa lo prevé. La Conferencia Episcopal Española siempre ha ido a remolque y sólo a regañadientes ha cedido a las orientaciones dadas desde el Vaticano. Es de destacar el hecho de que las iglesias protestantes ecuménicamente comprometidas han continuado con su actitud abierta, incluso después de la publicación por parte de la “Congregación para la doctrina de la fe” (Año 2000, dirigida por el Cardenal Ratzinger) de la Declaración llamada Dominus Iesus en la que se niega a los protestantes incluso el título de Iglesia.[1]
Ecumenismo y misión.
¿Qué nos depara el futuro en este campo del ecumenismo en España? Poco a poco hemos ido avanzando en el camino del entendimiento mutuo entre cristianos. El clima es óptimo, las relaciones son fraternales, el respeto de los unos para con los otros es una realidad. Sin embargo, las perspectivas de futuro no son buenas. Por parte de los protestantes, están apareciendo, como resultado de la emigración de gentes de América Latina, comunidades centradas en la evangelización y el proselitismo muy ajenas a los problemas del escándalo de las divisiones entre los cristianos. Por parte católica hay un status quo por parte oficial que no parece que avance hacia nuevas iniciativas de acercamiento de los unos con los otros. Da la impresión de conformismo con la situación actual, lo que puede ser muy peligroso. Hay una actitud de repliegue a posiciones conservadoras y una atonía general en cuanto a la necesidad de seguir adelante, en obediencia a la palabra de Cristo en su oración sacerdotal “que todos sean uno para que el mundo crea”. El movimiento ecuménico no puede olvidar que la división de los cristianos es un escándalo para el mundo y que daña enormemente su testimonio. Si en el corazón de la Iglesia –de todas las iglesias- está la misión, es decir, la evangelización del mundo, es preciso recordar que no será posible hacerlo desde la división. No podemos llamar a los no creyentes a la paz con Dios si somos incapaces de reconciliarnos los unos con los otros.
[1] Existe, por lo tanto, una única Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él.58 Las Iglesias que no están en perfecta comunión con la Iglesia católica pero se mantienen unidas a ella por medio de vínculos estrechísimos como la sucesión apostólica y la Eucaristía válidamente consagrada, son verdaderas iglesias particulares.59 Por eso, también en estas Iglesias está presente y operante la Iglesia de Cristo, si bien falte la plena comunión con la Iglesia católica al rehusar la doctrina católica del Primado, que por voluntad de Dios posee y ejercita objetivamente sobre toda la Iglesia el Obispo de Roma.60
Por el contrario, las Comunidades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico,61 no son Iglesia en sentido propio; sin embargo, los bautizados en estas Comunidades, por el Bautismo han sido incorporados a Cristo y, por lo tanto, están en una cierta comunión, si bien imperfecta, con la Iglesia.62 En efecto, el Bautismo en sí tiende al completo desarrollo de la vida en Cristo mediante la íntegra profesión de fe, la Eucaristía y la plena comunión en la Iglesia.63
« Por lo tanto, los fieles no pueden imaginarse la Iglesia de Cristo como la suma —diferenciada y de alguna manera unitaria al mismo tiempo— de las Iglesias y Comunidades eclesiales; ni tienen la facultad de pensar que la Iglesia de Cristo hoy no existe en ningún lugar y que, por lo tanto, deba ser objeto de búsqueda por parte de todas las Iglesias y Comunidades ».64 En efecto, « los elementos de esta Iglesia ya dada existen juntos y en plenitud en la Iglesia católica, y sin esta plenitud en las otras Comunidades ».65 « Por consiguiente, aunque creamos que las Iglesias y Comunidades separadas tienen sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia ».66
Sobre el autor:
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Enric Capó, pastor de la Església Evangèlica de Catalunya (IEE) y Director de la revista CRISTIANISMO PROTESTANTE. Por muchos años fue Presidente de la Comisión Permanente de la Iglesia Evangélica Española |
Actitudes ecuménicas en el protestantismo español y de la Iglesia Católica
Para entender el estado de las relaciones ecuménicas en España es preciso mencionar algo de la historia del protestantismo en nuestro país, ya que fue en pleno nacional-catolicismo que se dieron los primeros contactos entre católicos y protestantes.
En primer lugar hay que recordar que el Protestantismo no arraigó en España en el siglo XVI como en los países del centro y norte de Europa. La actividad de la Inquisición lo hizo imposible. Las primeras comunidades protestantes que se crearon en los orígenes de la Reforma, especialmente en Sevilla y en Valladolid, fueron aniquiladas cruelmente por la inquisición en dos autos de fe celebrados en Sevilla y en Valladolid en 1559 y 1560. Desde entonces, y por espacio de 300 años, la inquisición mantuvo estrecha vigilancia para que ningún grupo protestante se estableciera en el país. Si algún español abrazaba las doctrinas reformadas debía ausentarse y fijar su residencia en países donde era posible hacerlo. Inglaterra, Suiza y especialmente Gibraltar, fueron los lugares donde se refugiaron.
No fue hasta 1868 que el protestantismo fue permitido en España y esto fue debido al triunfo de la Revolución de Septiembre, llamada “la Gloriosa”, encabezada por Prim, Serrano y Topete. Así, pues, las primeras comunidades protestantes que se fundaron en España datan de finales de 1868 y principios de 1869. Es decir, el protestantismo español sólo está presente en España desde hace unos 140 años.
La historia de estos 140 años es muy diversa. Se estableció una especie de tolerancia religiosa, tanto por parte de las autoridades, como por parte de la Iglesia Católica, muy celosa de sus privilegios, y del pueblo en general que estaba muy mal informado sobre quienes eran y qué querían los protestantes en España. Había un especial interés en calificarlos de agentes al servicio de intereses extranjeros y enemigos de la patria. Los únicos períodos en que hubo verdadera libertad para los no católicos fueron los que se vivieron durante las efímeras primera y segunda repúblicas.
La época más dura fueron los 40 años de régimen franquista. Franco siempre estuvo en contra de los protestantes y fue defensor acérrimo de la unidad religiosa de España. Ya durante la contienda, y en las partes ocupadas por Franco, hubo represalias contra pastores y miembros destacados de las comunidades protestantes. Se los perseguía como a los comunistas y masones. La victoria de las tropas franquistas en 1939 significó el cierre de todas las iglesias evangélicas, excepto las de Madrid. Los protestantes pasaron a la clandestinidad y tuvieron que limitarse a reuniones en las casas particulares, con las consecuentes redadas de la policía y la imposición de multas. Fue la época más difícil en que ser protestante en España era una heroicidad. Debía enfrentarse a la marginalidad en la que las leyes lo situaban, a la incomprensión familiar y a los prejuicios de la gente.
En 1945 se dio una tímida apertura del régimen. Se publicó el Fuero de los Españoles, en cuyo artículo 34 se establecía el derecho al culto privado, lo que permitió la reapertura de los templos, siempre sujetos a la vigilancia de la policía y sin ningún signo exterior. Decía textualmente: “La profesión y práctica de la religión católica, que es la del Estado Españoñ, gozará de la protección oficial” y con referenciaa los no católicosdecía: Nadie será molestado por sus creencias religiosas ni el ejercicio privado de su culto”y“No se permitirán otras ceremonias ni manifestaciones externas que las de la religión católica”. Esto significó un alivio, pero no resolvió los problemas que los protestantes tenían que confrontar. La Ley reguladora del derecho civil a la libertad religiosa no fue publicada hasta el año 1967 (Ley 44/1967). Fue sólo a partir de esta ley que se permitió la existencia jurídica de las iglesias evangélicas que hasta entonces legalmente no existían.
Me refiero a todo esto para explicar el estado de ánimo de los protestantes españoles no sólo ante el Estado sino también ante la Iglesia Católica que, en todo momento, respaldó la política del ejecutivo. Para los protestantes fue muy difícil separar la Iglesia del nacional catolicismo, imperante entonces, de las decisiones del Estado. Eran una y la misma cosa y, por tanto, si los protestantes eran de ideología republicana, también eran anticatólicos. Sus sufrimientos y marginación venían tanto del Estado como de la Iglesia. Recordamos los problemas de los jóvenes en el servicio militar a la hora de ser obligados a asistir a la misa de la jura de bandera, las tremendas dificultades de las parejas protestantes a acceder al matrimonio civil, si un día habían sido bautizados en la Iglesia Católica, la casi imposibilidad de abrir nuevos lugares de culto y multitud de otras trabas que los protestantes tenían que afrontar. El templo de mi iglesia, entonces en la calle Ripoll de Barcelona, fue asaltado y sus muebles destrozados por jóvenes requetés en 1947.
Es necesario tener en cuenta esta historia a la hora evaluar el ecumenismo protestante en España y, asimismo, la división interna de los protestantes ante el hecho ecuménico. El protestantismo español es muy dispar. La mayoría de los protestantes pertenecen a comunidades fundamentalistas con fuerte acento doctrinal. No hay actualmente un anticatolicismo como el que podíamos identificar a principios del siglo pasado, pero hay una corriente de pensamiento en estos grupos que no pertenecen al protestantismo histórico que tiene un criterio muy negativo a la hora de evaluar a la Iglesia Católica. Las únicas excepciones a este criterio general son las dos iglesias que pertenecen al Consejo Mundial de Iglesias: la Iglesia Evangélica Española y la Iglesia Española Reformada Episcopal. Una tercera comunión de iglesias, la Unión Bautista Española, tiene en su seno fuertes influencias ecuménicas, a partir de pastores que se distinguen por su posición de apertura a los problemas del ecumenismo. El resto del protestantismo, con actitudes muy conservadoras, son muy escépticos hacia el movimiento ecuménico. Juan Antonio Monroy, conocido predicador conservador, decía en 2006: “En España, algunos sacerdotes, pocos, y muy contados obispos dejaron de referirse a los protestantes como herejes y comenzaron a llamarles hermanos separados. ¡Había nacido la era del ecumenismo! Una era engañosa, tramposa, que deslumbró a algunos dirigentes protestantes en España. ¡Incautos! Para la Iglesia católica, por muchos y muy grandes que sean sus cambios, los protestantes, siempre, hasta el día de hoy, seremos herejes, herederos de un fraile católico rebelde y excomulgado que vivió, según ellos, amancebado con una monja. Todo lo demás es cloroformo para dormir el pensamiento, la voluntad y la conciencia de los herejes o hermanos separados; no es el tratamiento el que prima.” Y eso es especialmente cierto de los nuevos evangélicos, que han llegado al país como inmigrantes y han creado nuevas comunidades. Tener esto en cuenta es importante para valorar la incidencia del ecumenismo en España.
Si los ecuménicos protestantes fueron –y todavía son- una minoría en los orígenes del ecumenismo en España, lo mismo pasaba con los católicos. Fueron unos pocos sacerdotes y laicos católicos los que se comprometieron en el movimiento ecuménico español. El ecumenismo surgió de la base del pueblo cristiano en España. Fueron hombres y mujeres creyentes que sintieron el llamamiento del Espíritu para acercarse unos a otros y organizarse paulatinamente para promover un acercamiento entre sus respectivas iglesias. Más allá de las incomprensiones del pasado y de las mutuas condenaciones, leyeron correctamente los signos de los tiempos y entendieron que había llegado el momento para una renovada búsqueda de la unidad de los cristianos. No se trataba de buscar, como objetivo principal e inmediato, la unión de las iglesias. Este es un proceso muy complicado. Se trataba ante todo de encontrarse, ya no como enemigos o rivales, sino como hermanos miembros del cuerpo de Cristo.
Cuando llegó a España, el movimiento ecuménico ya llevaba muchos años de vida en Europa. Si hemos de señalar una fecha para sus orígenes, debería ser la que hemos celebrado este mismo año al conmemorar el 100 aniversario de la Conferencia de Edimburgo. Fue allí, en 1910, que la urgencia del ecumenismo se hizo patente en el campo de la misión. No se podía llevar a cabo una auténtica misión cristiana desde la controversia, la descalificación mutua y la rivalidad. Era preciso encontrar aquello que nos une a todos y de lo que todos podemos dar testimonio común. Y esto es lo que, en principio, se alcanzó en Edimburgo. Las principales iglesias protestantes y organizaciones misioneras pusieron sobre la mesa sus diferencias, reconocieron el pecado de la desunión de los cristianos y, si bien no fue posible resolver todos los problemas planteados, se inició un camino sin retorno, el de la unidad en la misión de la Iglesia.
Es cierto que la Iglesia Católica no quiso participar en este encuentro. Su pretensión de ser la única verdadera Iglesia de Cristo, le ha impedido a menudo comprometerse en las relaciones con otras iglesias. Blazquez, el entonces obispo de Bilao, lo expresaba así: “Si la Iglesia es de orden sacramental, también lo es su unidad; consiguientemente, la unidad interior y visible en la fe, los sacramentos y la comunión con los sucesores de los apóstoles presididos por el Obispo de Roma es la meta del ecumenismo”, una manera muy poco ecuménica del entonces presidente de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales. Sin embargo, desde entonces, y a partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica se ha involucrado en el diálogo y la colaboración ecuménicos. Son numerosos los documentos y los mensajes del Papa y de los Obispos que llaman a una búsqueda conjunta de los caminos que nos pueden llevar a un testimonio común “para que el mundo crea”, es decir, para responder adecuadamente a la urgencia de la misión cristiana en el mundo. Se ha llegado al convencimiento de que si la Iglesia ha de ser un instrumento en las manos de Dios para la evangelización del mundo, ésta no puede realizarse si no es a partir de la unión de todos los cristianos en Cristo.
Principios del ecumenismo en España
Podemos hablar de ecumenismo en España a partir de 1954, es decir, en plena época franquista. Las iglesias protestantes surgían de la clandestinidad y se iban afianzando en el país. Su vida se iba regularizando y sus más prominentes pastores, en contacto con el Consejo Mundial de Iglesias, creado en 1948, entraban en el círculo de los contactos ecuménicos y veían más y más la necesidad de que el espíritu ecuménico entrara en España. Al mismo tiempo, es decir, por los mismos años, en la Iglesia Católica surgía un hombre de arraigadas convicciones ecuménicas que debía ser persona clave para que tuvieran lugar los primeros contactos ecuménicos entre católicos y protestantes en España. Se trata de Juan Misser, un joven laico barcelonés que conocía a fondo a los protagonistas de la Reforma y estaba en relación epistolar con el Padre Michalon, continuador de la obra ecuménica del abad Paul Couturier. Este joven ha de ser considerado providencial para el inicio y primeros pasos del ecumenismo en España. Su celo ecuménico le llevó a entrar en relación con un pastor luterano sueco, Gunnar Rosendal, a quien interesó por las cuestiones españolas especialmente en relación al ecumenismo. Este pastor fue invitado a visitar España y lo hizo en 1954, siendo acogido y agasajado por los católicos, entre los que se encontraban Juan Misser y Josep Desumbila, un laico católico muy comprometido con el ecumenismo. Lo hospedaron los PP Capuchinos de Sarriá. Sus contactos en España fueron especialmente con católicos que encontraron en él un protestante atípico, muy influido por el catolicismo. Sin embargo, lo más importante es que promovió un encuentro entre católico y protestantes que tuvo lugar en Barcelona en 1954. El primer contacto fue con el pastor de la IEE Benjamín Heras quien invitó a asistir, y lo hicieron, a los pastores Capó, Busquets y Vargas y el entonces laico José Luis Lana. Por parte católica estuvieron presentes, además de Juan Misser, Carmelo Abando, Francisco Corominas , Juan Gomis, Josep Desumbila y Francisco Nubiola. Dejar constancia de esta reunión es importante para subrayar el inicio del ecumenismo en España. Por primera vez en la historia, católicos y protestantes se reunían y oraban juntos con la oración que nos enseñó Jesús.
El ecumenismo al margen de las Instituciones
¿Cómo se desarrolló el movimiento ecuménico a partir de esta fecha de 1954? Podríamos señalar una primera época que se caracterizaría por las iniciativas particulares, tanto católicas como protestantes, de encuentros de tipo ecuménico. Este período llegaría hasta mediados o finales de los años 60 en que se dan unos hechos que, evidentemente, fueron muy importantes para la marcha del movimiento ecuménico en España. Estos hechos serían, por una parte, la celebración del Concilio Vaticano II (1962-1964) que aprobó dos documentos importantes que tuvieron que ser forzosamente examinados por los obispos españoles: El Decreto sobre ecumenismo titulado “Unitatis redintegratio” (1964) y la Declaración sobre libertad religiosa que llevaba el título “Dignitatis Humanae” (1965) y, por otra, la promulgación en España de la Ley 44/1967 reguladora del derecho civil a la libertad religiosa, que daba a las iglesias disidentes la posibilidad de alcanzar personalidad jurídica, algo de lo que carecían a pesar de lo establecido en el Fuero de los Españoles.
La característica principal de este primer período de la historia del ecumenismo en España se caracteriza por ser un movimiento de base, movidos por la inquietud de la división de los cristianos y empeñados en la promoción de un nuevo espíritu de relación y fraternidad entre cristianos de diferentes confesiones. Tuvieron que moverse en el terreno movedizo de los recelos y los prejuicios. Era relaciones nuevas, jamás tenidas. Protestantes y católicos, como judíos y samaritanos, no se reconocían como hermanos ni participantes de una misma vocación. Entre los protestantes abundaban las sospechas sobre las intenciones verdaderas de los católicos, teniendo presente la historia reciente, en especial, las actitudes del nacional-catolicismo que tanto había hecho contra los protestantes. Estos no eran reconocidos en España, ni por el Estado ni por la Iglesia Católica, que siempre había minimizado su presencia en España como una minoría insignificante. Vivían de una minima tolerancia y no tenían acceso a ningún medio de comunicación. Vivían en el anonimato y, desde siempre, se habían acostumbrado a ver en la Iglesia Católica como participante activa en las limitaciones y opresión que sufrían. Por parte católica, había el temor a una invasión protestante y estaba realmente preocupada por la unidad religiosa del país, a la que de ninguna forma quería renunciar. Para ellos, los protestantes eran o bien extranjeros o extranjerizantes que vivían del oro extranjero.
En estos 10 o 15 años prevalecieron las iniciativas personales. En Barcelona, a partir de la experiencia obtenida a raíz de la visita de Gunnar Rosendal, católicos y protestantes continuaron reuniéndose, unidos por el diálogo y la oración, proyectándose como movimiento de ecumenismo espiritual a otras ciudades. Este grupo decidió organizarse oficialmente y en 1984 se creó el Centre Ecumènic de Catalunya, con unos estatutos presentados y aprobados como asociación civil, no estando, pues, bajo la jurisdicción de ninguna autoridad eclesiástica. Surgió como una iniciativa de cristianos católicos, protestantes y ortodoxos y siempre ha mantenido completa independencia. Es uno de los pocos centros que funcionan al margen de las instituciones eclesiásticas y está dirigido por un equipo interconfesional. Este centro se ha ido manteniendo y, desde hace muchos años publica una circular trimestral denominada OIKUMENE, que ha llegado al número 84. Su actividad está dedicada a la promoción del ecumenismo mediante reuniones de oración, conferencias, encuentros, etc. El principal promotor de este Centro es el Padre Juan Botam, capuchino, que lo preside desde el principio. Su Junta Directiva es mixta, tanto en lo que se refiere a hombre y mujeres, como a católicos, protestantes y ortodoxos.
En este clima no era fácil abordar la cuestión ecuménica. Demasiados prejuicios por ambas partes. Sin embargo, las primeras figuras del ecumenismo no se arredraron ante las dificultades y paso a paso trataron de encontrase unos a otros, establecer relaciones de amistad y empezar el diálogo y la oración propiamente ecuménicos.
El ecumenismo se institucionaliza.
El Vaticano II fue importantísimo para establecer un nuevo clima en las relaciones interconfesionales. Las decisiones del Concilio Vaticano II llevaron al episcopado español a asumir el ecumenismo y así en 1966, la Conferencia Episcopal Española acordó: “crear un secretariado de ecumenismo que cuidara de las relaciones con los no católicos, los no cristianos y los no creyentes”. Como puede verse, todos en un mismo saco. No aparece muy claro hasta qué punto la decisión venía de una convicción profunda o del pensamiento que expresó uno de los obispos “hacer todo lo que manda la Santa Madre Iglesia”. Lo cierto es que hubo un ecumenismo en la Iglesia Católica que fue muy peculiar, un mirar hacia adentro, dejando muy de lado la realidad de las otras iglesias cristianas. Hay toda una actividad ecuménica por parte de la Iglesia Católica que tiene vida propia y se mueve en el campo de la reflexión teológica, pero tiene poco que ver con la realidad del país. En 1993 se llegó a la aprobación por Juan Pablo II del “Directorio para la aplicación de principios y normas sobre el ecumenismo” que actualizaba los de 1966 y 1970. En España este Directorio fue recibido fríamente y sólo en parte modificó criterios y actitudes.
De todas formas, el ecumenismo había entrado en España para quedarse y ha sido un movimiento que ha tenido sus horas bajas, pero que ha perdurado. Como decía el obispo Blazquez de Bilabo “la causa de la unidad de los cristianos ha ido calando poco a poco entre nosotros”. Así, cuando consideramos su historia vemos como se ha manifestado en diferentes partes del país.
Se han venido celebrando anualmente la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, con desigual participación, en la que ha habido intercambio de púlpitos, es decir, pastores han predicado en templos católicos y viceversa. Al principio hubo recelos por parte de la jerarquía católica e incluso el obispo Narcís Jubany se negó a aprobar en 1958 la edición de los folletos explicativos de la Semana. Sin embargo, al año siguiente lo hizo el obispo de Tarragona Dr. Pont i Gol. A partir de este año, la celebración se ha hecho normalmente en Barcelona y en otras ciudades españolas y ha constituido una de las citas anuales en la que nos sentimos llamados a no olvidar esta prioridad en la vida de la Iglesia.
Otra de las realidades ecuménicas importantes ha sido la creación de Centros Ecuménicos. No todos tienen las mismas características. Se han creado a partir de las oportunidades y necesidades del momento. Representan la inquietud ecuménica que busca formas de expresión y las encuentra en estos lugares donde el diálogo es posible y el conocimiento mutuo se profundiza. Se dan especialmente dos tipos de organizaciones ecuménicas: las oficialmente establecidas en los obispados, siguiendo las directrices episcopales y las que no tienen ninguna adscripción confesional. José Luis Diez Moreno, en su Historia del Ecumenismo en España, contabiliza hasta 10 Centros aunque son muy diferentes entre sí. Destacan, por su profunda reflexión teológica, los centros de Salamanca, “Juan XXIII”, inspirado por el profesor Sánchez Vaquero, que en 1972 la Universidad Pontificia de Salamanca transformó en Instituto Ecuménico Juan XXIII y el de las Misioneras de la Unidad, creado por el recordado Julián García Hernando, con quien el ecumenismo en España tiene una gran deuda de gratitud. En Zaragoza, ya en 1967, el obispo Mons. Cantero Cuadrado dedicó especial atención a promover las relaciones con iglesias disidentes.
El organismo más importante, aun no teniendo ninguna representación por parte de las iglesias, fue el Comité Cristiano Interconfesional que se creó en 1958 en Madrid. Aun contando con el beneplácito de las iglesias involucradas (católicos, protestantes y ortodoxos), los que pertenecían a este Comité actuaban sin representación oficial ni oficiosa. Lo hacían solamente a título personal. Pero su existencia permitió dialogar sobre asuntos y problemas que afectaban a las relaciones entre ellas. En el primer encuentro interconfesional acudieron, además del Presidente del Secretariado Nacional de Ecumenismo de la Iglesia Católica, Mons. Cantero Cuadrado, arzobispo de Zaragoza, otros destacados ecumenistas católicos. Por parte protestante estuvieron pastores de la IEE, la IERE, así como bautistas, de las asambleas de hermanos, de iglesias luterana y anglicana, y de la Iglesia Ortodoxa griega. Miembros destacados de este Comité fueron D. Julián García Hernando y D. Luis Ruiz Poveda. En 1969, en Majadahonda (Madrid) se aprobaron unas bases sencillas de funcionamiento. Estaban presentes pastores y laicos de las Iglesias Católica, Ortodoxa, IEE, IERE, anglicana y luterana. Este Comité permitió a las iglesias tratar temas de interés común, tales como el Concordato con la Santa Sede, las relaciones iglesia-estado entre diferentes comunidades acatólicas, la ley de libertad religiosa, el tema de la enseñanza, etc. Este Comité dejó de funcionar a partir de las conversaciones sobre la creación de un Consejo de Iglesias Cristianas.
Sin embargo, esta tentativa de crear un Consejo de Iglesias Cristianas de España que tuviera carácter oficial como existen ya en muchos países, no tuvo éxito, a pesar de las buenas perspectivas que tuvo en sus principios, especialmente por parte de las iglesias evangélicas. Se veía muy claro que, si el ecumenismo iba a desarrollarse de manera efectiva, era imprescindible que hubiera un lugar de diálogo interconfesional. En este proyecto se pusieron, tanto por parte católica como protestante, muchas esperanzas. Parecía que el proyecto marchaba viento en popa y ya por el año 2000, la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales había elaborado, con la participación de diversas iglesias, unos estatutos para este Consejo de Iglesias Cristianas. Todo estaba ya muy avanzado cuando, al buscar la aprobación de la Conferencia Episcopal, surgieron críticas muy duras y la oposición frontal de la mayoría de los obispos. El obispo Blazquez, de Bilbao, Presidente de la Comisión Episcopal para las relaciones Interconfesionales, expresa el rechazo de la Conferencia Episcopal en estos términos: “La opinión mayoritaria manifestada en la última sesión de la Comisión Permanente va en sentido contrario a que la Iglesia católica participe en la erección de un este Consejo de Iglesias. Los pareceres se pueden resumir seguramente de esta manera: de acuerdo en que prosigan los encuentros, relaciones y trabajos entre todos. Por lo que se refiere a la institucionalización de las relaciones en la forma de un Consejo de Iglesias, previsto por el Directorio de Ecumenismo, no se ve conveniente por ahora. Las razones que aparecieron son diversas: no existe suficiente base ecuménica para la creación de esta estructura de colaboración y diálogo; no todas las diócesis sienten la misma conveniencia del posible Consejo; en algunas diócesis hay todavía experiencias poco gratificantes de las relaciones con otras Iglesias; se necesitaría recorrer un camino más largo para que el Consejo fuera eficaz y no sólo existiera erigido en los papeles; por supuesto, dada la desproporción inmensa del arraigo social de las diferentes Iglesias, sería un Consejo sólo formalmente paritario.”
Así terminó la mejor iniciativa para poner el ecumenismo español a nivel europeo. Lo que ha podido ser en la gran mayoría de países del mundo no fue posible, y todavía no lo es, a pesar del hecho de que el Directorio de Ecumenismo elaborado por el Papa lo prevé. La Conferencia Episcopal Española siempre ha ido a remolque y sólo a regañadientes ha cedido a las orientaciones dadas desde el Vaticano. Es de destacar el hecho de que las iglesias protestantes ecuménicamente comprometidas han continuado con su actitud abierta, incluso después de la publicación por parte de la “Congregación para la doctrina de la fe” (Año 2000, dirigida por el Cardenal Ratzinger) de la Declaración llamada Dominus Iesus en la que se niega a los protestantes incluso el título de Iglesia.[1]
Ecumenismo y misión.
¿Qué nos depara el futuro en este campo del ecumenismo en España? Poco a poco hemos ido avanzando en el camino del entendimiento mutuo entre cristianos. El clima es óptimo, las relaciones son fraternales, el respeto de los unos para con los otros es una realidad. Sin embargo, las perspectivas de futuro no son buenas. Por parte de los protestantes, están apareciendo, como resultado de la emigración de gentes de América Latina, comunidades centradas en la evangelización y el proselitismo muy ajenas a los problemas del escándalo de las divisiones entre los cristianos. Por parte católica hay un status quo por parte oficial que no parece que avance hacia nuevas iniciativas de acercamiento de los unos con los otros. Da la impresión de conformismo con la situación actual, lo que puede ser muy peligroso. Hay una actitud de repliegue a posiciones conservadoras y una atonía general en cuanto a la necesidad de seguir adelante, en obediencia a la palabra de Cristo en su oración sacerdotal “que todos sean uno para que el mundo crea”. El movimiento ecuménico no puede olvidar que la división de los cristianos es un escándalo para el mundo y que daña enormemente su testimonio. Si en el corazón de la Iglesia –de todas las iglesias- está la misión, es decir, la evangelización del mundo, es preciso recordar que no será posible hacerlo desde la división. No podemos llamar a los no creyentes a la paz con Dios si somos incapaces de reconciliarnos los unos con los otros.
[1] Existe, por lo tanto, una única Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él.58 Las Iglesias que no están en perfecta comunión con la Iglesia católica pero se mantienen unidas a ella por medio de vínculos estrechísimos como la sucesión apostólica y la Eucaristía válidamente consagrada, son verdaderas iglesias particulares.59 Por eso, también en estas Iglesias está presente y operante la Iglesia de Cristo, si bien falte la plena comunión con la Iglesia católica al rehusar la doctrina católica del Primado, que por voluntad de Dios posee y ejercita objetivamente sobre toda la Iglesia el Obispo de Roma.60
Por el contrario, las Comunidades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico,61 no son Iglesia en sentido propio; sin embargo, los bautizados en estas Comunidades, por el Bautismo han sido incorporados a Cristo y, por lo tanto, están en una cierta comunión, si bien imperfecta, con la Iglesia.62 En efecto, el Bautismo en sí tiende al completo desarrollo de la vida en Cristo mediante la íntegra profesión de fe, la Eucaristía y la plena comunión en la Iglesia.63
« Por lo tanto, los fieles no pueden imaginarse la Iglesia de Cristo como la suma —diferenciada y de alguna manera unitaria al mismo tiempo— de las Iglesias y Comunidades eclesiales; ni tienen la facultad de pensar que la Iglesia de Cristo hoy no existe en ningún lugar y que, por lo tanto, deba ser objeto de búsqueda por parte de todas las Iglesias y Comunidades ».64 En efecto, « los elementos de esta Iglesia ya dada existen juntos y en plenitud en la Iglesia católica, y sin esta plenitud en las otras Comunidades ».65 « Por consiguiente, aunque creamos que las Iglesias y Comunidades separadas tienen sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia ».66
Sobre el autor:
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Enric Capó, pastor de la Església Evangèlica de Catalunya (IEE) y Director de la revista CRISTIANISMO PROTESTANTE. Por muchos años fue Presidente de la Comisión Permanente de la Iglesia Evangélica Española |
Actitudes ecuménicas en el protestantismo español y de la Iglesia Católica
Para entender el estado de las relaciones ecuménicas en España es preciso mencionar algo de la historia del protestantismo en nuestro país, ya que fue en pleno nacional-catolicismo que se dieron los primeros contactos entre católicos y protestantes.
En primer lugar hay que recordar que el Protestantismo no arraigó en España en el siglo XVI como en los países del centro y norte de Europa. La actividad de la Inquisición lo hizo imposible. Las primeras comunidades protestantes que se crearon en los orígenes de la Reforma, especialmente en Sevilla y en Valladolid, fueron aniquiladas cruelmente por la inquisición en dos autos de fe celebrados en Sevilla y en Valladolid en 1559 y 1560. Desde entonces, y por espacio de 300 años, la inquisición mantuvo estrecha vigilancia para que ningún grupo protestante se estableciera en el país. Si algún español abrazaba las doctrinas reformadas debía ausentarse y fijar su residencia en países donde era posible hacerlo. Inglaterra, Suiza y especialmente Gibraltar, fueron los lugares donde se refugiaron.
No fue hasta 1868 que el protestantismo fue permitido en España y esto fue debido al triunfo de la Revolución de Septiembre, llamada “la Gloriosa”, encabezada por Prim, Serrano y Topete. Así, pues, las primeras comunidades protestantes que se fundaron en España datan de finales de 1868 y principios de 1869. Es decir, el protestantismo español sólo está presente en España desde hace unos 140 años.
La historia de estos 140 años es muy diversa. Se estableció una especie de tolerancia religiosa, tanto por parte de las autoridades, como por parte de la Iglesia Católica, muy celosa de sus privilegios, y del pueblo en general que estaba muy mal informado sobre quienes eran y qué querían los protestantes en España. Había un especial interés en calificarlos de agentes al servicio de intereses extranjeros y enemigos de la patria. Los únicos períodos en que hubo verdadera libertad para los no católicos fueron los que se vivieron durante las efímeras primera y segunda repúblicas.
La época más dura fueron los 40 años de régimen franquista. Franco siempre estuvo en contra de los protestantes y fue defensor acérrimo de la unidad religiosa de España. Ya durante la contienda, y en las partes ocupadas por Franco, hubo represalias contra pastores y miembros destacados de las comunidades protestantes. Se los perseguía como a los comunistas y masones. La victoria de las tropas franquistas en 1939 significó el cierre de todas las iglesias evangélicas, excepto las de Madrid. Los protestantes pasaron a la clandestinidad y tuvieron que limitarse a reuniones en las casas particulares, con las consecuentes redadas de la policía y la imposición de multas. Fue la época más difícil en que ser protestante en España era una heroicidad. Debía enfrentarse a la marginalidad en la que las leyes lo situaban, a la incomprensión familiar y a los prejuicios de la gente.
En 1945 se dio una tímida apertura del régimen. Se publicó el Fuero de los Españoles, en cuyo artículo 34 se establecía el derecho al culto privado, lo que permitió la reapertura de los templos, siempre sujetos a la vigilancia de la policía y sin ningún signo exterior. Decía textualmente: “La profesión y práctica de la religión católica, que es la del Estado Españoñ, gozará de la protección oficial” y con referenciaa los no católicosdecía: Nadie será molestado por sus creencias religiosas ni el ejercicio privado de su culto”y“No se permitirán otras ceremonias ni manifestaciones externas que las de la religión católica”. Esto significó un alivio, pero no resolvió los problemas que los protestantes tenían que confrontar. La Ley reguladora del derecho civil a la libertad religiosa no fue publicada hasta el año 1967 (Ley 44/1967). Fue sólo a partir de esta ley que se permitió la existencia jurídica de las iglesias evangélicas que hasta entonces legalmente no existían.
Me refiero a todo esto para explicar el estado de ánimo de los protestantes españoles no sólo ante el Estado sino también ante la Iglesia Católica que, en todo momento, respaldó la política del ejecutivo. Para los protestantes fue muy difícil separar la Iglesia del nacional catolicismo, imperante entonces, de las decisiones del Estado. Eran una y la misma cosa y, por tanto, si los protestantes eran de ideología republicana, también eran anticatólicos. Sus sufrimientos y marginación venían tanto del Estado como de la Iglesia. Recordamos los problemas de los jóvenes en el servicio militar a la hora de ser obligados a asistir a la misa de la jura de bandera, las tremendas dificultades de las parejas protestantes a acceder al matrimonio civil, si un día habían sido bautizados en la Iglesia Católica, la casi imposibilidad de abrir nuevos lugares de culto y multitud de otras trabas que los protestantes tenían que afrontar. El templo de mi iglesia, entonces en la calle Ripoll de Barcelona, fue asaltado y sus muebles destrozados por jóvenes requetés en 1947.
Es necesario tener en cuenta esta historia a la hora evaluar el ecumenismo protestante en España y, asimismo, la división interna de los protestantes ante el hecho ecuménico. El protestantismo español es muy dispar. La mayoría de los protestantes pertenecen a comunidades fundamentalistas con fuerte acento doctrinal. No hay actualmente un anticatolicismo como el que podíamos identificar a principios del siglo pasado, pero hay una corriente de pensamiento en estos grupos que no pertenecen al protestantismo histórico que tiene un criterio muy negativo a la hora de evaluar a la Iglesia Católica. Las únicas excepciones a este criterio general son las dos iglesias que pertenecen al Consejo Mundial de Iglesias: la Iglesia Evangélica Española y la Iglesia Española Reformada Episcopal. Una tercera comunión de iglesias, la Unión Bautista Española, tiene en su seno fuertes influencias ecuménicas, a partir de pastores que se distinguen por su posición de apertura a los problemas del ecumenismo. El resto del protestantismo, con actitudes muy conservadoras, son muy escépticos hacia el movimiento ecuménico. Juan Antonio Monroy, conocido predicador conservador, decía en 2006: “En España, algunos sacerdotes, pocos, y muy contados obispos dejaron de referirse a los protestantes como herejes y comenzaron a llamarles hermanos separados. ¡Había nacido la era del ecumenismo! Una era engañosa, tramposa, que deslumbró a algunos dirigentes protestantes en España. ¡Incautos! Para la Iglesia católica, por muchos y muy grandes que sean sus cambios, los protestantes, siempre, hasta el día de hoy, seremos herejes, herederos de un fraile católico rebelde y excomulgado que vivió, según ellos, amancebado con una monja. Todo lo demás es cloroformo para dormir el pensamiento, la voluntad y la conciencia de los herejes o hermanos separados; no es el tratamiento el que prima.” Y eso es especialmente cierto de los nuevos evangélicos, que han llegado al país como inmigrantes y han creado nuevas comunidades. Tener esto en cuenta es importante para valorar la incidencia del ecumenismo en España.
Si los ecuménicos protestantes fueron –y todavía son- una minoría en los orígenes del ecumenismo en España, lo mismo pasaba con los católicos. Fueron unos pocos sacerdotes y laicos católicos los que se comprometieron en el movimiento ecuménico español. El ecumenismo surgió de la base del pueblo cristiano en España. Fueron hombres y mujeres creyentes que sintieron el llamamiento del Espíritu para acercarse unos a otros y organizarse paulatinamente para promover un acercamiento entre sus respectivas iglesias. Más allá de las incomprensiones del pasado y de las mutuas condenaciones, leyeron correctamente los signos de los tiempos y entendieron que había llegado el momento para una renovada búsqueda de la unidad de los cristianos. No se trataba de buscar, como objetivo principal e inmediato, la unión de las iglesias. Este es un proceso muy complicado. Se trataba ante todo de encontrarse, ya no como enemigos o rivales, sino como hermanos miembros del cuerpo de Cristo.
Cuando llegó a España, el movimiento ecuménico ya llevaba muchos años de vida en Europa. Si hemos de señalar una fecha para sus orígenes, debería ser la que hemos celebrado este mismo año al conmemorar el 100 aniversario de la Conferencia de Edimburgo. Fue allí, en 1910, que la urgencia del ecumenismo se hizo patente en el campo de la misión. No se podía llevar a cabo una auténtica misión cristiana desde la controversia, la descalificación mutua y la rivalidad. Era preciso encontrar aquello que nos une a todos y de lo que todos podemos dar testimonio común. Y esto es lo que, en principio, se alcanzó en Edimburgo. Las principales iglesias protestantes y organizaciones misioneras pusieron sobre la mesa sus diferencias, reconocieron el pecado de la desunión de los cristianos y, si bien no fue posible resolver todos los problemas planteados, se inició un camino sin retorno, el de la unidad en la misión de la Iglesia.
Es cierto que la Iglesia Católica no quiso participar en este encuentro. Su pretensión de ser la única verdadera Iglesia de Cristo, le ha impedido a menudo comprometerse en las relaciones con otras iglesias. Blazquez, el entonces obispo de Bilao, lo expresaba así: “Si la Iglesia es de orden sacramental, también lo es su unidad; consiguientemente, la unidad interior y visible en la fe, los sacramentos y la comunión con los sucesores de los apóstoles presididos por el Obispo de Roma es la meta del ecumenismo”, una manera muy poco ecuménica del entonces presidente de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales. Sin embargo, desde entonces, y a partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica se ha involucrado en el diálogo y la colaboración ecuménicos. Son numerosos los documentos y los mensajes del Papa y de los Obispos que llaman a una búsqueda conjunta de los caminos que nos pueden llevar a un testimonio común “para que el mundo crea”, es decir, para responder adecuadamente a la urgencia de la misión cristiana en el mundo. Se ha llegado al convencimiento de que si la Iglesia ha de ser un instrumento en las manos de Dios para la evangelización del mundo, ésta no puede realizarse si no es a partir de la unión de todos los cristianos en Cristo.
Principios del ecumenismo en España
Podemos hablar de ecumenismo en España a partir de 1954, es decir, en plena época franquista. Las iglesias protestantes surgían de la clandestinidad y se iban afianzando en el país. Su vida se iba regularizando y sus más prominentes pastores, en contacto con el Consejo Mundial de Iglesias, creado en 1948, entraban en el círculo de los contactos ecuménicos y veían más y más la necesidad de que el espíritu ecuménico entrara en España. Al mismo tiempo, es decir, por los mismos años, en la Iglesia Católica surgía un hombre de arraigadas convicciones ecuménicas que debía ser persona clave para que tuvieran lugar los primeros contactos ecuménicos entre católicos y protestantes en España. Se trata de Juan Misser, un joven laico barcelonés que conocía a fondo a los protagonistas de la Reforma y estaba en relación epistolar con el Padre Michalon, continuador de la obra ecuménica del abad Paul Couturier. Este joven ha de ser considerado providencial para el inicio y primeros pasos del ecumenismo en España. Su celo ecuménico le llevó a entrar en relación con un pastor luterano sueco, Gunnar Rosendal, a quien interesó por las cuestiones españolas especialmente en relación al ecumenismo. Este pastor fue invitado a visitar España y lo hizo en 1954, siendo acogido y agasajado por los católicos, entre los que se encontraban Juan Misser y Josep Desumbila, un laico católico muy comprometido con el ecumenismo. Lo hospedaron los PP Capuchinos de Sarriá. Sus contactos en España fueron especialmente con católicos que encontraron en él un protestante atípico, muy influido por el catolicismo. Sin embargo, lo más importante es que promovió un encuentro entre católico y protestantes que tuvo lugar en Barcelona en 1954. El primer contacto fue con el pastor de la IEE Benjamín Heras quien invitó a asistir, y lo hicieron, a los pastores Capó, Busquets y Vargas y el entonces laico José Luis Lana. Por parte católica estuvieron presentes, además de Juan Misser, Carmelo Abando, Francisco Corominas , Juan Gomis, Josep Desumbila y Francisco Nubiola. Dejar constancia de esta reunión es importante para subrayar el inicio del ecumenismo en España. Por primera vez en la historia, católicos y protestantes se reunían y oraban juntos con la oración que nos enseñó Jesús.
El ecumenismo al margen de las Instituciones
¿Cómo se desarrolló el movimiento ecuménico a partir de esta fecha de 1954? Podríamos señalar una primera época que se caracterizaría por las iniciativas particulares, tanto católicas como protestantes, de encuentros de tipo ecuménico. Este período llegaría hasta mediados o finales de los años 60 en que se dan unos hechos que, evidentemente, fueron muy importantes para la marcha del movimiento ecuménico en España. Estos hechos serían, por una parte, la celebración del Concilio Vaticano II (1962-1964) que aprobó dos documentos importantes que tuvieron que ser forzosamente examinados por los obispos españoles: El Decreto sobre ecumenismo titulado “Unitatis redintegratio” (1964) y la Declaración sobre libertad religiosa que llevaba el título “Dignitatis Humanae” (1965) y, por otra, la promulgación en España de la Ley 44/1967 reguladora del derecho civil a la libertad religiosa, que daba a las iglesias disidentes la posibilidad de alcanzar personalidad jurídica, algo de lo que carecían a pesar de lo establecido en el Fuero de los Españoles.
La característica principal de este primer período de la historia del ecumenismo en España se caracteriza por ser un movimiento de base, movidos por la inquietud de la división de los cristianos y empeñados en la promoción de un nuevo espíritu de relación y fraternidad entre cristianos de diferentes confesiones. Tuvieron que moverse en el terreno movedizo de los recelos y los prejuicios. Era relaciones nuevas, jamás tenidas. Protestantes y católicos, como judíos y samaritanos, no se reconocían como hermanos ni participantes de una misma vocación. Entre los protestantes abundaban las sospechas sobre las intenciones verdaderas de los católicos, teniendo presente la historia reciente, en especial, las actitudes del nacional-catolicismo que tanto había hecho contra los protestantes. Estos no eran reconocidos en España, ni por el Estado ni por la Iglesia Católica, que siempre había minimizado su presencia en España como una minoría insignificante. Vivían de una minima tolerancia y no tenían acceso a ningún medio de comunicación. Vivían en el anonimato y, desde siempre, se habían acostumbrado a ver en la Iglesia Católica como participante activa en las limitaciones y opresión que sufrían. Por parte católica, había el temor a una invasión protestante y estaba realmente preocupada por la unidad religiosa del país, a la que de ninguna forma quería renunciar. Para ellos, los protestantes eran o bien extranjeros o extranjerizantes que vivían del oro extranjero.
En estos 10 o 15 años prevalecieron las iniciativas personales. En Barcelona, a partir de la experiencia obtenida a raíz de la visita de Gunnar Rosendal, católicos y protestantes continuaron reuniéndose, unidos por el diálogo y la oración, proyectándose como movimiento de ecumenismo espiritual a otras ciudades. Este grupo decidió organizarse oficialmente y en 1984 se creó el Centre Ecumènic de Catalunya, con unos estatutos presentados y aprobados como asociación civil, no estando, pues, bajo la jurisdicción de ninguna autoridad eclesiástica. Surgió como una iniciativa de cristianos católicos, protestantes y ortodoxos y siempre ha mantenido completa independencia. Es uno de los pocos centros que funcionan al margen de las instituciones eclesiásticas y está dirigido por un equipo interconfesional. Este centro se ha ido manteniendo y, desde hace muchos años publica una circular trimestral denominada OIKUMENE, que ha llegado al número 84. Su actividad está dedicada a la promoción del ecumenismo mediante reuniones de oración, conferencias, encuentros, etc. El principal promotor de este Centro es el Padre Juan Botam, capuchino, que lo preside desde el principio. Su Junta Directiva es mixta, tanto en lo que se refiere a hombre y mujeres, como a católicos, protestantes y ortodoxos.
En este clima no era fácil abordar la cuestión ecuménica. Demasiados prejuicios por ambas partes. Sin embargo, las primeras figuras del ecumenismo no se arredraron ante las dificultades y paso a paso trataron de encontrase unos a otros, establecer relaciones de amistad y empezar el diálogo y la oración propiamente ecuménicos.
El ecumenismo se institucionaliza.
El Vaticano II fue importantísimo para establecer un nuevo clima en las relaciones interconfesionales. Las decisiones del Concilio Vaticano II llevaron al episcopado español a asumir el ecumenismo y así en 1966, la Conferencia Episcopal Española acordó: “crear un secretariado de ecumenismo que cuidara de las relaciones con los no católicos, los no cristianos y los no creyentes”. Como puede verse, todos en un mismo saco. No aparece muy claro hasta qué punto la decisión venía de una convicción profunda o del pensamiento que expresó uno de los obispos “hacer todo lo que manda la Santa Madre Iglesia”. Lo cierto es que hubo un ecumenismo en la Iglesia Católica que fue muy peculiar, un mirar hacia adentro, dejando muy de lado la realidad de las otras iglesias cristianas. Hay toda una actividad ecuménica por parte de la Iglesia Católica que tiene vida propia y se mueve en el campo de la reflexión teológica, pero tiene poco que ver con la realidad del país. En 1993 se llegó a la aprobación por Juan Pablo II del “Directorio para la aplicación de principios y normas sobre el ecumenismo” que actualizaba los de 1966 y 1970. En España este Directorio fue recibido fríamente y sólo en parte modificó criterios y actitudes.
De todas formas, el ecumenismo había entrado en España para quedarse y ha sido un movimiento que ha tenido sus horas bajas, pero que ha perdurado. Como decía el obispo Blazquez de Bilabo “la causa de la unidad de los cristianos ha ido calando poco a poco entre nosotros”. Así, cuando consideramos su historia vemos como se ha manifestado en diferentes partes del país.
Se han venido celebrando anualmente la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, con desigual participación, en la que ha habido intercambio de púlpitos, es decir, pastores han predicado en templos católicos y viceversa. Al principio hubo recelos por parte de la jerarquía católica e incluso el obispo Narcís Jubany se negó a aprobar en 1958 la edición de los folletos explicativos de la Semana. Sin embargo, al año siguiente lo hizo el obispo de Tarragona Dr. Pont i Gol. A partir de este año, la celebración se ha hecho normalmente en Barcelona y en otras ciudades españolas y ha constituido una de las citas anuales en la que nos sentimos llamados a no olvidar esta prioridad en la vida de la Iglesia.
Otra de las realidades ecuménicas importantes ha sido la creación de Centros Ecuménicos. No todos tienen las mismas características. Se han creado a partir de las oportunidades y necesidades del momento. Representan la inquietud ecuménica que busca formas de expresión y las encuentra en estos lugares donde el diálogo es posible y el conocimiento mutuo se profundiza. Se dan especialmente dos tipos de organizaciones ecuménicas: las oficialmente establecidas en los obispados, siguiendo las directrices episcopales y las que no tienen ninguna adscripción confesional. José Luis Diez Moreno, en su Historia del Ecumenismo en España, contabiliza hasta 10 Centros aunque son muy diferentes entre sí. Destacan, por su profunda reflexión teológica, los centros de Salamanca, “Juan XXIII”, inspirado por el profesor Sánchez Vaquero, que en 1972 la Universidad Pontificia de Salamanca transformó en Instituto Ecuménico Juan XXIII y el de las Misioneras de la Unidad, creado por el recordado Julián García Hernando, con quien el ecumenismo en España tiene una gran deuda de gratitud. En Zaragoza, ya en 1967, el obispo Mons. Cantero Cuadrado dedicó especial atención a promover las relaciones con iglesias disidentes.
El organismo más importante, aun no teniendo ninguna representación por parte de las iglesias, fue el Comité Cristiano Interconfesional que se creó en 1958 en Madrid. Aun contando con el beneplácito de las iglesias involucradas (católicos, protestantes y ortodoxos), los que pertenecían a este Comité actuaban sin representación oficial ni oficiosa. Lo hacían solamente a título personal. Pero su existencia permitió dialogar sobre asuntos y problemas que afectaban a las relaciones entre ellas. En el primer encuentro interconfesional acudieron, además del Presidente del Secretariado Nacional de Ecumenismo de la Iglesia Católica, Mons. Cantero Cuadrado, arzobispo de Zaragoza, otros destacados ecumenistas católicos. Por parte protestante estuvieron pastores de la IEE, la IERE, así como bautistas, de las asambleas de hermanos, de iglesias luterana y anglicana, y de la Iglesia Ortodoxa griega. Miembros destacados de este Comité fueron D. Julián García Hernando y D. Luis Ruiz Poveda. En 1969, en Majadahonda (Madrid) se aprobaron unas bases sencillas de funcionamiento. Estaban presentes pastores y laicos de las Iglesias Católica, Ortodoxa, IEE, IERE, anglicana y luterana. Este Comité permitió a las iglesias tratar temas de interés común, tales como el Concordato con la Santa Sede, las relaciones iglesia-estado entre diferentes comunidades acatólicas, la ley de libertad religiosa, el tema de la enseñanza, etc. Este Comité dejó de funcionar a partir de las conversaciones sobre la creación de un Consejo de Iglesias Cristianas.
Sin embargo, esta tentativa de crear un Consejo de Iglesias Cristianas de España que tuviera carácter oficial como existen ya en muchos países, no tuvo éxito, a pesar de las buenas perspectivas que tuvo en sus principios, especialmente por parte de las iglesias evangélicas. Se veía muy claro que, si el ecumenismo iba a desarrollarse de manera efectiva, era imprescindible que hubiera un lugar de diálogo interconfesional. En este proyecto se pusieron, tanto por parte católica como protestante, muchas esperanzas. Parecía que el proyecto marchaba viento en popa y ya por el año 2000, la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales había elaborado, con la participación de diversas iglesias, unos estatutos para este Consejo de Iglesias Cristianas. Todo estaba ya muy avanzado cuando, al buscar la aprobación de la Conferencia Episcopal, surgieron críticas muy duras y la oposición frontal de la mayoría de los obispos. El obispo Blazquez, de Bilbao, Presidente de la Comisión Episcopal para las relaciones Interconfesionales, expresa el rechazo de la Conferencia Episcopal en estos términos: “La opinión mayoritaria manifestada en la última sesión de la Comisión Permanente va en sentido contrario a que la Iglesia católica participe en la erección de un este Consejo de Iglesias. Los pareceres se pueden resumir seguramente de esta manera: de acuerdo en que prosigan los encuentros, relaciones y trabajos entre todos. Por lo que se refiere a la institucionalización de las relaciones en la forma de un Consejo de Iglesias, previsto por el Directorio de Ecumenismo, no se ve conveniente por ahora. Las razones que aparecieron son diversas: no existe suficiente base ecuménica para la creación de esta estructura de colaboración y diálogo; no todas las diócesis sienten la misma conveniencia del posible Consejo; en algunas diócesis hay todavía experiencias poco gratificantes de las relaciones con otras Iglesias; se necesitaría recorrer un camino más largo para que el Consejo fuera eficaz y no sólo existiera erigido en los papeles; por supuesto, dada la desproporción inmensa del arraigo social de las diferentes Iglesias, sería un Consejo sólo formalmente paritario.”
Así terminó la mejor iniciativa para poner el ecumenismo español a nivel europeo. Lo que ha podido ser en la gran mayoría de países del mundo no fue posible, y todavía no lo es, a pesar del hecho de que el Directorio de Ecumenismo elaborado por el Papa lo prevé. La Conferencia Episcopal Española siempre ha ido a remolque y sólo a regañadientes ha cedido a las orientaciones dadas desde el Vaticano. Es de destacar el hecho de que las iglesias protestantes ecuménicamente comprometidas han continuado con su actitud abierta, incluso después de la publicación por parte de la “Congregación para la doctrina de la fe” (Año 2000, dirigida por el Cardenal Ratzinger) de la Declaración llamada Dominus Iesus en la que se niega a los protestantes incluso el título de Iglesia.[1]
Ecumenismo y misión.
¿Qué nos depara el futuro en este campo del ecumenismo en España? Poco a poco hemos ido avanzando en el camino del entendimiento mutuo entre cristianos. El clima es óptimo, las relaciones son fraternales, el respeto de los unos para con los otros es una realidad. Sin embargo, las perspectivas de futuro no son buenas. Por parte de los protestantes, están apareciendo, como resultado de la emigración de gentes de América Latina, comunidades centradas en la evangelización y el proselitismo muy ajenas a los problemas del escándalo de las divisiones entre los cristianos. Por parte católica hay un status quo por parte oficial que no parece que avance hacia nuevas iniciativas de acercamiento de los unos con los otros. Da la impresión de conformismo con la situación actual, lo que puede ser muy peligroso. Hay una actitud de repliegue a posiciones conservadoras y una atonía general en cuanto a la necesidad de seguir adelante, en obediencia a la palabra de Cristo en su oración sacerdotal “que todos sean uno para que el mundo crea”. El movimiento ecuménico no puede olvidar que la división de los cristianos es un escándalo para el mundo y que daña enormemente su testimonio. Si en el corazón de la Iglesia –de todas las iglesias- está la misión, es decir, la evangelización del mundo, es preciso recordar que no será posible hacerlo desde la división. No podemos llamar a los no creyentes a la paz con Dios si somos incapaces de reconciliarnos los unos con los otros.
[1] Existe, por lo tanto, una única Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él.58 Las Iglesias que no están en perfecta comunión con la Iglesia católica pero se mantienen unidas a ella por medio de vínculos estrechísimos como la sucesión apostólica y la Eucaristía válidamente consagrada, son verdaderas iglesias particulares.59 Por eso, también en estas Iglesias está presente y operante la Iglesia de Cristo, si bien falte la plena comunión con la Iglesia católica al rehusar la doctrina católica del Primado, que por voluntad de Dios posee y ejercita objetivamente sobre toda la Iglesia el Obispo de Roma.60
Por el contrario, las Comunidades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico,61 no son Iglesia en sentido propio; sin embargo, los bautizados en estas Comunidades, por el Bautismo han sido incorporados a Cristo y, por lo tanto, están en una cierta comunión, si bien imperfecta, con la Iglesia.62 En efecto, el Bautismo en sí tiende al completo desarrollo de la vida en Cristo mediante la íntegra profesión de fe, la Eucaristía y la plena comunión en la Iglesia.63
« Por lo tanto, los fieles no pueden imaginarse la Iglesia de Cristo como la suma —diferenciada y de alguna manera unitaria al mismo tiempo— de las Iglesias y Comunidades eclesiales; ni tienen la facultad de pensar que la Iglesia de Cristo hoy no existe en ningún lugar y que, por lo tanto, deba ser objeto de búsqueda por parte de todas las Iglesias y Comunidades ».64 En efecto, « los elementos de esta Iglesia ya dada existen juntos y en plenitud en la Iglesia católica, y sin esta plenitud en las otras Comunidades ».65 « Por consiguiente, aunque creamos que las Iglesias y Comunidades separadas tienen sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia ».66
Sobre el autor:
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Enric Capó, pastor de la Església Evangèlica de Catalunya (IEE) y Director de la revista CRISTIANISMO PROTESTANTE. Por muchos años fue Presidente de la Comisión Permanente de la Iglesia Evangélica Española |
Actitudes ecuménicas en el protestantismo español y de la Iglesia Católica
Para entender el estado de las relaciones ecuménicas en España es preciso mencionar algo de la historia del protestantismo en nuestro país, ya que fue en pleno nacional-catolicismo que se dieron los primeros contactos entre católicos y protestantes.
En primer lugar hay que recordar que el Protestantismo no arraigó en España en el siglo XVI como en los países del centro y norte de Europa. La actividad de la Inquisición lo hizo imposible. Las primeras comunidades protestantes que se crearon en los orígenes de la Reforma, especialmente en Sevilla y en Valladolid, fueron aniquiladas cruelmente por la inquisición en dos autos de fe celebrados en Sevilla y en Valladolid en 1559 y 1560. Desde entonces, y por espacio de 300 años, la inquisición mantuvo estrecha vigilancia para que ningún grupo protestante se estableciera en el país. Si algún español abrazaba las doctrinas reformadas debía ausentarse y fijar su residencia en países donde era posible hacerlo. Inglaterra, Suiza y especialmente Gibraltar, fueron los lugares donde se refugiaron.
No fue hasta 1868 que el protestantismo fue permitido en España y esto fue debido al triunfo de la Revolución de Septiembre, llamada “la Gloriosa”, encabezada por Prim, Serrano y Topete. Así, pues, las primeras comunidades protestantes que se fundaron en España datan de finales de 1868 y principios de 1869. Es decir, el protestantismo español sólo está presente en España desde hace unos 140 años.
La historia de estos 140 años es muy diversa. Se estableció una especie de tolerancia religiosa, tanto por parte de las autoridades, como por parte de la Iglesia Católica, muy celosa de sus privilegios, y del pueblo en general que estaba muy mal informado sobre quienes eran y qué querían los protestantes en España. Había un especial interés en calificarlos de agentes al servicio de intereses extranjeros y enemigos de la patria. Los únicos períodos en que hubo verdadera libertad para los no católicos fueron los que se vivieron durante las efímeras primera y segunda repúblicas.
La época más dura fueron los 40 años de régimen franquista. Franco siempre estuvo en contra de los protestantes y fue defensor acérrimo de la unidad religiosa de España. Ya durante la contienda, y en las partes ocupadas por Franco, hubo represalias contra pastores y miembros destacados de las comunidades protestantes. Se los perseguía como a los comunistas y masones. La victoria de las tropas franquistas en 1939 significó el cierre de todas las iglesias evangélicas, excepto las de Madrid. Los protestantes pasaron a la clandestinidad y tuvieron que limitarse a reuniones en las casas particulares, con las consecuentes redadas de la policía y la imposición de multas. Fue la época más difícil en que ser protestante en España era una heroicidad. Debía enfrentarse a la marginalidad en la que las leyes lo situaban, a la incomprensión familiar y a los prejuicios de la gente.
En 1945 se dio una tímida apertura del régimen. Se publicó el Fuero de los Españoles, en cuyo artículo 34 se establecía el derecho al culto privado, lo que permitió la reapertura de los templos, siempre sujetos a la vigilancia de la policía y sin ningún signo exterior. Decía textualmente: “La profesión y práctica de la religión católica, que es la del Estado Españoñ, gozará de la protección oficial” y con referenciaa los no católicosdecía: Nadie será molestado por sus creencias religiosas ni el ejercicio privado de su culto”y“No se permitirán otras ceremonias ni manifestaciones externas que las de la religión católica”. Esto significó un alivio, pero no resolvió los problemas que los protestantes tenían que confrontar. La Ley reguladora del derecho civil a la libertad religiosa no fue publicada hasta el año 1967 (Ley 44/1967). Fue sólo a partir de esta ley que se permitió la existencia jurídica de las iglesias evangélicas que hasta entonces legalmente no existían.
Me refiero a todo esto para explicar el estado de ánimo de los protestantes españoles no sólo ante el Estado sino también ante la Iglesia Católica que, en todo momento, respaldó la política del ejecutivo. Para los protestantes fue muy difícil separar la Iglesia del nacional catolicismo, imperante entonces, de las decisiones del Estado. Eran una y la misma cosa y, por tanto, si los protestantes eran de ideología republicana, también eran anticatólicos. Sus sufrimientos y marginación venían tanto del Estado como de la Iglesia. Recordamos los problemas de los jóvenes en el servicio militar a la hora de ser obligados a asistir a la misa de la jura de bandera, las tremendas dificultades de las parejas protestantes a acceder al matrimonio civil, si un día habían sido bautizados en la Iglesia Católica, la casi imposibilidad de abrir nuevos lugares de culto y multitud de otras trabas que los protestantes tenían que afrontar. El templo de mi iglesia, entonces en la calle Ripoll de Barcelona, fue asaltado y sus muebles destrozados por jóvenes requetés en 1947.
Es necesario tener en cuenta esta historia a la hora evaluar el ecumenismo protestante en España y, asimismo, la división interna de los protestantes ante el hecho ecuménico. El protestantismo español es muy dispar. La mayoría de los protestantes pertenecen a comunidades fundamentalistas con fuerte acento doctrinal. No hay actualmente un anticatolicismo como el que podíamos identificar a principios del siglo pasado, pero hay una corriente de pensamiento en estos grupos que no pertenecen al protestantismo histórico que tiene un criterio muy negativo a la hora de evaluar a la Iglesia Católica. Las únicas excepciones a este criterio general son las dos iglesias que pertenecen al Consejo Mundial de Iglesias: la Iglesia Evangélica Española y la Iglesia Española Reformada Episcopal. Una tercera comunión de iglesias, la Unión Bautista Española, tiene en su seno fuertes influencias ecuménicas, a partir de pastores que se distinguen por su posición de apertura a los problemas del ecumenismo. El resto del protestantismo, con actitudes muy conservadoras, son muy escépticos hacia el movimiento ecuménico. Juan Antonio Monroy, conocido predicador conservador, decía en 2006: “En España, algunos sacerdotes, pocos, y muy contados obispos dejaron de referirse a los protestantes como herejes y comenzaron a llamarles hermanos separados. ¡Había nacido la era del ecumenismo! Una era engañosa, tramposa, que deslumbró a algunos dirigentes protestantes en España. ¡Incautos! Para la Iglesia católica, por muchos y muy grandes que sean sus cambios, los protestantes, siempre, hasta el día de hoy, seremos herejes, herederos de un fraile católico rebelde y excomulgado que vivió, según ellos, amancebado con una monja. Todo lo demás es cloroformo para dormir el pensamiento, la voluntad y la conciencia de los herejes o hermanos separados; no es el tratamiento el que prima.” Y eso es especialmente cierto de los nuevos evangélicos, que han llegado al país como inmigrantes y han creado nuevas comunidades. Tener esto en cuenta es importante para valorar la incidencia del ecumenismo en España.
Si los ecuménicos protestantes fueron –y todavía son- una minoría en los orígenes del ecumenismo en España, lo mismo pasaba con los católicos. Fueron unos pocos sacerdotes y laicos católicos los que se comprometieron en el movimiento ecuménico español. El ecumenismo surgió de la base del pueblo cristiano en España. Fueron hombres y mujeres creyentes que sintieron el llamamiento del Espíritu para acercarse unos a otros y organizarse paulatinamente para promover un acercamiento entre sus respectivas iglesias. Más allá de las incomprensiones del pasado y de las mutuas condenaciones, leyeron correctamente los signos de los tiempos y entendieron que había llegado el momento para una renovada búsqueda de la unidad de los cristianos. No se trataba de buscar, como objetivo principal e inmediato, la unión de las iglesias. Este es un proceso muy complicado. Se trataba ante todo de encontrarse, ya no como enemigos o rivales, sino como hermanos miembros del cuerpo de Cristo.
Cuando llegó a España, el movimiento ecuménico ya llevaba muchos años de vida en Europa. Si hemos de señalar una fecha para sus orígenes, debería ser la que hemos celebrado este mismo año al conmemorar el 100 aniversario de la Conferencia de Edimburgo. Fue allí, en 1910, que la urgencia del ecumenismo se hizo patente en el campo de la misión. No se podía llevar a cabo una auténtica misión cristiana desde la controversia, la descalificación mutua y la rivalidad. Era preciso encontrar aquello que nos une a todos y de lo que todos podemos dar testimonio común. Y esto es lo que, en principio, se alcanzó en Edimburgo. Las principales iglesias protestantes y organizaciones misioneras pusieron sobre la mesa sus diferencias, reconocieron el pecado de la desunión de los cristianos y, si bien no fue posible resolver todos los problemas planteados, se inició un camino sin retorno, el de la unidad en la misión de la Iglesia.
Es cierto que la Iglesia Católica no quiso participar en este encuentro. Su pretensión de ser la única verdadera Iglesia de Cristo, le ha impedido a menudo comprometerse en las relaciones con otras iglesias. Blazquez, el entonces obispo de Bilao, lo expresaba así: “Si la Iglesia es de orden sacramental, también lo es su unidad; consiguientemente, la unidad interior y visible en la fe, los sacramentos y la comunión con los sucesores de los apóstoles presididos por el Obispo de Roma es la meta del ecumenismo”, una manera muy poco ecuménica del entonces presidente de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales. Sin embargo, desde entonces, y a partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica se ha involucrado en el diálogo y la colaboración ecuménicos. Son numerosos los documentos y los mensajes del Papa y de los Obispos que llaman a una búsqueda conjunta de los caminos que nos pueden llevar a un testimonio común “para que el mundo crea”, es decir, para responder adecuadamente a la urgencia de la misión cristiana en el mundo. Se ha llegado al convencimiento de que si la Iglesia ha de ser un instrumento en las manos de Dios para la evangelización del mundo, ésta no puede realizarse si no es a partir de la unión de todos los cristianos en Cristo.
Principios del ecumenismo en España
Podemos hablar de ecumenismo en España a partir de 1954, es decir, en plena época franquista. Las iglesias protestantes surgían de la clandestinidad y se iban afianzando en el país. Su vida se iba regularizando y sus más prominentes pastores, en contacto con el Consejo Mundial de Iglesias, creado en 1948, entraban en el círculo de los contactos ecuménicos y veían más y más la necesidad de que el espíritu ecuménico entrara en España. Al mismo tiempo, es decir, por los mismos años, en la Iglesia Católica surgía un hombre de arraigadas convicciones ecuménicas que debía ser persona clave para que tuvieran lugar los primeros contactos ecuménicos entre católicos y protestantes en España. Se trata de Juan Misser, un joven laico barcelonés que conocía a fondo a los protagonistas de la Reforma y estaba en relación epistolar con el Padre Michalon, continuador de la obra ecuménica del abad Paul Couturier. Este joven ha de ser considerado providencial para el inicio y primeros pasos del ecumenismo en España. Su celo ecuménico le llevó a entrar en relación con un pastor luterano sueco, Gunnar Rosendal, a quien interesó por las cuestiones españolas especialmente en relación al ecumenismo. Este pastor fue invitado a visitar España y lo hizo en 1954, siendo acogido y agasajado por los católicos, entre los que se encontraban Juan Misser y Josep Desumbila, un laico católico muy comprometido con el ecumenismo. Lo hospedaron los PP Capuchinos de Sarriá. Sus contactos en España fueron especialmente con católicos que encontraron en él un protestante atípico, muy influido por el catolicismo. Sin embargo, lo más importante es que promovió un encuentro entre católico y protestantes que tuvo lugar en Barcelona en 1954. El primer contacto fue con el pastor de la IEE Benjamín Heras quien invitó a asistir, y lo hicieron, a los pastores Capó, Busquets y Vargas y el entonces laico José Luis Lana. Por parte católica estuvieron presentes, además de Juan Misser, Carmelo Abando, Francisco Corominas , Juan Gomis, Josep Desumbila y Francisco Nubiola. Dejar constancia de esta reunión es importante para subrayar el inicio del ecumenismo en España. Por primera vez en la historia, católicos y protestantes se reunían y oraban juntos con la oración que nos enseñó Jesús.
El ecumenismo al margen de las Instituciones
¿Cómo se desarrolló el movimiento ecuménico a partir de esta fecha de 1954? Podríamos señalar una primera época que se caracterizaría por las iniciativas particulares, tanto católicas como protestantes, de encuentros de tipo ecuménico. Este período llegaría hasta mediados o finales de los años 60 en que se dan unos hechos que, evidentemente, fueron muy importantes para la marcha del movimiento ecuménico en España. Estos hechos serían, por una parte, la celebración del Concilio Vaticano II (1962-1964) que aprobó dos documentos importantes que tuvieron que ser forzosamente examinados por los obispos españoles: El Decreto sobre ecumenismo titulado “Unitatis redintegratio” (1964) y la Declaración sobre libertad religiosa que llevaba el título “Dignitatis Humanae” (1965) y, por otra, la promulgación en España de la Ley 44/1967 reguladora del derecho civil a la libertad religiosa, que daba a las iglesias disidentes la posibilidad de alcanzar personalidad jurídica, algo de lo que carecían a pesar de lo establecido en el Fuero de los Españoles.
La característica principal de este primer período de la historia del ecumenismo en España se caracteriza por ser un movimiento de base, movidos por la inquietud de la división de los cristianos y empeñados en la promoción de un nuevo espíritu de relación y fraternidad entre cristianos de diferentes confesiones. Tuvieron que moverse en el terreno movedizo de los recelos y los prejuicios. Era relaciones nuevas, jamás tenidas. Protestantes y católicos, como judíos y samaritanos, no se reconocían como hermanos ni participantes de una misma vocación. Entre los protestantes abundaban las sospechas sobre las intenciones verdaderas de los católicos, teniendo presente la historia reciente, en especial, las actitudes del nacional-catolicismo que tanto había hecho contra los protestantes. Estos no eran reconocidos en España, ni por el Estado ni por la Iglesia Católica, que siempre había minimizado su presencia en España como una minoría insignificante. Vivían de una minima tolerancia y no tenían acceso a ningún medio de comunicación. Vivían en el anonimato y, desde siempre, se habían acostumbrado a ver en la Iglesia Católica como participante activa en las limitaciones y opresión que sufrían. Por parte católica, había el temor a una invasión protestante y estaba realmente preocupada por la unidad religiosa del país, a la que de ninguna forma quería renunciar. Para ellos, los protestantes eran o bien extranjeros o extranjerizantes que vivían del oro extranjero.
En estos 10 o 15 años prevalecieron las iniciativas personales. En Barcelona, a partir de la experiencia obtenida a raíz de la visita de Gunnar Rosendal, católicos y protestantes continuaron reuniéndose, unidos por el diálogo y la oración, proyectándose como movimiento de ecumenismo espiritual a otras ciudades. Este grupo decidió organizarse oficialmente y en 1984 se creó el Centre Ecumènic de Catalunya, con unos estatutos presentados y aprobados como asociación civil, no estando, pues, bajo la jurisdicción de ninguna autoridad eclesiástica. Surgió como una iniciativa de cristianos católicos, protestantes y ortodoxos y siempre ha mantenido completa independencia. Es uno de los pocos centros que funcionan al margen de las instituciones eclesiásticas y está dirigido por un equipo interconfesional. Este centro se ha ido manteniendo y, desde hace muchos años publica una circular trimestral denominada OIKUMENE, que ha llegado al número 84. Su actividad está dedicada a la promoción del ecumenismo mediante reuniones de oración, conferencias, encuentros, etc. El principal promotor de este Centro es el Padre Juan Botam, capuchino, que lo preside desde el principio. Su Junta Directiva es mixta, tanto en lo que se refiere a hombre y mujeres, como a católicos, protestantes y ortodoxos.
En este clima no era fácil abordar la cuestión ecuménica. Demasiados prejuicios por ambas partes. Sin embargo, las primeras figuras del ecumenismo no se arredraron ante las dificultades y paso a paso trataron de encontrase unos a otros, establecer relaciones de amistad y empezar el diálogo y la oración propiamente ecuménicos.
El ecumenismo se institucionaliza.
El Vaticano II fue importantísimo para establecer un nuevo clima en las relaciones interconfesionales. Las decisiones del Concilio Vaticano II llevaron al episcopado español a asumir el ecumenismo y así en 1966, la Conferencia Episcopal Española acordó: “crear un secretariado de ecumenismo que cuidara de las relaciones con los no católicos, los no cristianos y los no creyentes”. Como puede verse, todos en un mismo saco. No aparece muy claro hasta qué punto la decisión venía de una convicción profunda o del pensamiento que expresó uno de los obispos “hacer todo lo que manda la Santa Madre Iglesia”. Lo cierto es que hubo un ecumenismo en la Iglesia Católica que fue muy peculiar, un mirar hacia adentro, dejando muy de lado la realidad de las otras iglesias cristianas. Hay toda una actividad ecuménica por parte de la Iglesia Católica que tiene vida propia y se mueve en el campo de la reflexión teológica, pero tiene poco que ver con la realidad del país. En 1993 se llegó a la aprobación por Juan Pablo II del “Directorio para la aplicación de principios y normas sobre el ecumenismo” que actualizaba los de 1966 y 1970. En España este Directorio fue recibido fríamente y sólo en parte modificó criterios y actitudes.
De todas formas, el ecumenismo había entrado en España para quedarse y ha sido un movimiento que ha tenido sus horas bajas, pero que ha perdurado. Como decía el obispo Blazquez de Bilabo “la causa de la unidad de los cristianos ha ido calando poco a poco entre nosotros”. Así, cuando consideramos su historia vemos como se ha manifestado en diferentes partes del país.
Se han venido celebrando anualmente la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, con desigual participación, en la que ha habido intercambio de púlpitos, es decir, pastores han predicado en templos católicos y viceversa. Al principio hubo recelos por parte de la jerarquía católica e incluso el obispo Narcís Jubany se negó a aprobar en 1958 la edición de los folletos explicativos de la Semana. Sin embargo, al año siguiente lo hizo el obispo de Tarragona Dr. Pont i Gol. A partir de este año, la celebración se ha hecho normalmente en Barcelona y en otras ciudades españolas y ha constituido una de las citas anuales en la que nos sentimos llamados a no olvidar esta prioridad en la vida de la Iglesia.
Otra de las realidades ecuménicas importantes ha sido la creación de Centros Ecuménicos. No todos tienen las mismas características. Se han creado a partir de las oportunidades y necesidades del momento. Representan la inquietud ecuménica que busca formas de expresión y las encuentra en estos lugares donde el diálogo es posible y el conocimiento mutuo se profundiza. Se dan especialmente dos tipos de organizaciones ecuménicas: las oficialmente establecidas en los obispados, siguiendo las directrices episcopales y las que no tienen ninguna adscripción confesional. José Luis Diez Moreno, en su Historia del Ecumenismo en España, contabiliza hasta 10 Centros aunque son muy diferentes entre sí. Destacan, por su profunda reflexión teológica, los centros de Salamanca, “Juan XXIII”, inspirado por el profesor Sánchez Vaquero, que en 1972 la Universidad Pontificia de Salamanca transformó en Instituto Ecuménico Juan XXIII y el de las Misioneras de la Unidad, creado por el recordado Julián García Hernando, con quien el ecumenismo en España tiene una gran deuda de gratitud. En Zaragoza, ya en 1967, el obispo Mons. Cantero Cuadrado dedicó especial atención a promover las relaciones con iglesias disidentes.
El organismo más importante, aun no teniendo ninguna representación por parte de las iglesias, fue el Comité Cristiano Interconfesional que se creó en 1958 en Madrid. Aun contando con el beneplácito de las iglesias involucradas (católicos, protestantes y ortodoxos), los que pertenecían a este Comité actuaban sin representación oficial ni oficiosa. Lo hacían solamente a título personal. Pero su existencia permitió dialogar sobre asuntos y problemas que afectaban a las relaciones entre ellas. En el primer encuentro interconfesional acudieron, además del Presidente del Secretariado Nacional de Ecumenismo de la Iglesia Católica, Mons. Cantero Cuadrado, arzobispo de Zaragoza, otros destacados ecumenistas católicos. Por parte protestante estuvieron pastores de la IEE, la IERE, así como bautistas, de las asambleas de hermanos, de iglesias luterana y anglicana, y de la Iglesia Ortodoxa griega. Miembros destacados de este Comité fueron D. Julián García Hernando y D. Luis Ruiz Poveda. En 1969, en Majadahonda (Madrid) se aprobaron unas bases sencillas de funcionamiento. Estaban presentes pastores y laicos de las Iglesias Católica, Ortodoxa, IEE, IERE, anglicana y luterana. Este Comité permitió a las iglesias tratar temas de interés común, tales como el Concordato con la Santa Sede, las relaciones iglesia-estado entre diferentes comunidades acatólicas, la ley de libertad religiosa, el tema de la enseñanza, etc. Este Comité dejó de funcionar a partir de las conversaciones sobre la creación de un Consejo de Iglesias Cristianas.
Sin embargo, esta tentativa de crear un Consejo de Iglesias Cristianas de España que tuviera carácter oficial como existen ya en muchos países, no tuvo éxito, a pesar de las buenas perspectivas que tuvo en sus principios, especialmente por parte de las iglesias evangélicas. Se veía muy claro que, si el ecumenismo iba a desarrollarse de manera efectiva, era imprescindible que hubiera un lugar de diálogo interconfesional. En este proyecto se pusieron, tanto por parte católica como protestante, muchas esperanzas. Parecía que el proyecto marchaba viento en popa y ya por el año 2000, la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales había elaborado, con la participación de diversas iglesias, unos estatutos para este Consejo de Iglesias Cristianas. Todo estaba ya muy avanzado cuando, al buscar la aprobación de la Conferencia Episcopal, surgieron críticas muy duras y la oposición frontal de la mayoría de los obispos. El obispo Blazquez, de Bilbao, Presidente de la Comisión Episcopal para las relaciones Interconfesionales, expresa el rechazo de la Conferencia Episcopal en estos términos: “La opinión mayoritaria manifestada en la última sesión de la Comisión Permanente va en sentido contrario a que la Iglesia católica participe en la erección de un este Consejo de Iglesias. Los pareceres se pueden resumir seguramente de esta manera: de acuerdo en que prosigan los encuentros, relaciones y trabajos entre todos. Por lo que se refiere a la institucionalización de las relaciones en la forma de un Consejo de Iglesias, previsto por el Directorio de Ecumenismo, no se ve conveniente por ahora. Las razones que aparecieron son diversas: no existe suficiente base ecuménica para la creación de esta estructura de colaboración y diálogo; no todas las diócesis sienten la misma conveniencia del posible Consejo; en algunas diócesis hay todavía experiencias poco gratificantes de las relaciones con otras Iglesias; se necesitaría recorrer un camino más largo para que el Consejo fuera eficaz y no sólo existiera erigido en los papeles; por supuesto, dada la desproporción inmensa del arraigo social de las diferentes Iglesias, sería un Consejo sólo formalmente paritario.”
Así terminó la mejor iniciativa para poner el ecumenismo español a nivel europeo. Lo que ha podido ser en la gran mayoría de países del mundo no fue posible, y todavía no lo es, a pesar del hecho de que el Directorio de Ecumenismo elaborado por el Papa lo prevé. La Conferencia Episcopal Española siempre ha ido a remolque y sólo a regañadientes ha cedido a las orientaciones dadas desde el Vaticano. Es de destacar el hecho de que las iglesias protestantes ecuménicamente comprometidas han continuado con su actitud abierta, incluso después de la publicación por parte de la “Congregación para la doctrina de la fe” (Año 2000, dirigida por el Cardenal Ratzinger) de la Declaración llamada Dominus Iesus en la que se niega a los protestantes incluso el título de Iglesia.[1]
Ecumenismo y misión.
¿Qué nos depara el futuro en este campo del ecumenismo en España? Poco a poco hemos ido avanzando en el camino del entendimiento mutuo entre cristianos. El clima es óptimo, las relaciones son fraternales, el respeto de los unos para con los otros es una realidad. Sin embargo, las perspectivas de futuro no son buenas. Por parte de los protestantes, están apareciendo, como resultado de la emigración de gentes de América Latina, comunidades centradas en la evangelización y el proselitismo muy ajenas a los problemas del escándalo de las divisiones entre los cristianos. Por parte católica hay un status quo por parte oficial que no parece que avance hacia nuevas iniciativas de acercamiento de los unos con los otros. Da la impresión de conformismo con la situación actual, lo que puede ser muy peligroso. Hay una actitud de repliegue a posiciones conservadoras y una atonía general en cuanto a la necesidad de seguir adelante, en obediencia a la palabra de Cristo en su oración sacerdotal “que todos sean uno para que el mundo crea”. El movimiento ecuménico no puede olvidar que la división de los cristianos es un escándalo para el mundo y que daña enormemente su testimonio. Si en el corazón de la Iglesia –de todas las iglesias- está la misión, es decir, la evangelización del mundo, es preciso recordar que no será posible hacerlo desde la división. No podemos llamar a los no creyentes a la paz con Dios si somos incapaces de reconciliarnos los unos con los otros.
[1] Existe, por lo tanto, una única Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él.58 Las Iglesias que no están en perfecta comunión con la Iglesia católica pero se mantienen unidas a ella por medio de vínculos estrechísimos como la sucesión apostólica y la Eucaristía válidamente consagrada, son verdaderas iglesias particulares.59 Por eso, también en estas Iglesias está presente y operante la Iglesia de Cristo, si bien falte la plena comunión con la Iglesia católica al rehusar la doctrina católica del Primado, que por voluntad de Dios posee y ejercita objetivamente sobre toda la Iglesia el Obispo de Roma.60
Por el contrario, las Comunidades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico,61 no son Iglesia en sentido propio; sin embargo, los bautizados en estas Comunidades, por el Bautismo han sido incorporados a Cristo y, por lo tanto, están en una cierta comunión, si bien imperfecta, con la Iglesia.62 En efecto, el Bautismo en sí tiende al completo desarrollo de la vida en Cristo mediante la íntegra profesión de fe, la Eucaristía y la plena comunión en la Iglesia.63
« Por lo tanto, los fieles no pueden imaginarse la Iglesia de Cristo como la suma —diferenciada y de alguna manera unitaria al mismo tiempo— de las Iglesias y Comunidades eclesiales; ni tienen la facultad de pensar que la Iglesia de Cristo hoy no existe en ningún lugar y que, por lo tanto, deba ser objeto de búsqueda por parte de todas las Iglesias y Comunidades ».64 En efecto, « los elementos de esta Iglesia ya dada existen juntos y en plenitud en la Iglesia católica, y sin esta plenitud en las otras Comunidades ».65 « Por consiguiente, aunque creamos que las Iglesias y Comunidades separadas tienen sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia ».66
Sobre el autor:
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Enric Capó, pastor de la Església Evangèlica de Catalunya (IEE) y Director de la revista CRISTIANISMO PROTESTANTE. Por muchos años fue Presidente de la Comisión Permanente de la Iglesia Evangélica Española |
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