«…Jesús se quedó solo, con la mujer allí en medio. Se incorporó y le preguntó: Mujer, ¿dónde están todos esos? ¿Ninguno te condenó? Ella le contestó: Ninguno, Señor. Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar»
Juan 8:10-11
(La Palabra, Sociedad Bíblica de España, 2010)
La escena es conmovedora: Jesús se queda solo frente a la mujer que había sido acusada de cometer adulterio (al hombre nunca lo trajeron). Los que la condenaban se han ido. Todos salieron cuando Jesús les dijo que si había alguno que no tuviera pecado, podía lanzarle la primera piedra. Claro, puestas las cosas en el plano de las consideraciones personales, ya sabemos, todos tenemos nuestros pecados… y aún más graves que los que condenamos en los demás.
En la escena se presenta una imagen sorprendente de Jesús como maestro espiritual. Es una imagen que contradice lo que se esperaba de él y lo que caracteriza a los grandes maestros religiosos. Se supone, que los líderes espirituales son ardorosos defensores de la ley, la moral y las buenas costumbres; que están para defender las normas divinas y para condenar las conductas humanas. Por lo tanto, lo que se espera que haga un predicador como Jesús es que condene a la mujer adúltera y que, ¡por favor!, salga en defensa de los mandamientos absolutos que vienen del cielo.
Pero lo que pasó fue muy diferente: los que habían acusado a la mujer se fueron mortificados por la culpa de sus propios pecados y Jesús, que vive libre de culpas, tampoco la condenó. ¡Qué nobleza la de Jesús! Es la nobleza que procede de quien vive en paz consigo mismo y con Dios.
Eso es cierto. Quien goza de una conciencia tranquila y libre de injusticias, trata bien a los demás y, en lugar de reprocharlos, los perdona, los anima y los acompaña en el camino hacia una nueva vida: «Vete y en adelante no vuelvas a pecar».
Para seguir pensando:
«Nunca debemos separar la paz en el mundo y la paz del corazón… El trabajo de la paz es un espectro que se extiende desde los rincones escondidos de nuestro yo más recóndito hasta las deliberaciones internacionales más complejas»
Henry J. M. Nouwen (1932-1996)
Vale que nos preguntemos:
¿Qué cosas son las que más condeno y critico en los demás? ¿Cómo puedo contribuir a que mi corazón esté en paz con Dios y con el prójimo?
Oración:
Dios de paz y de perdón, a mí, como a la mujer de la historia, también me has mirado con amor y me has invitado a irme en paz y hacer de mi vida algo mejor. Teniendo tu perdón, quiero dar perdón a los demás; teniendo tu paz, quiero ayudar a construir un mundo en paz.
Amén.
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