«Jesús respondió: Si yo me alabara a mí mismo, mi alabanza carecería de valor. Pero el que me alaba es mi Padre; el mismo que vosotros decís que es vuestro Dios. En realidad no le conocéis; yo, en cambio, lo conozco…»
Juan 8:54-55
(La Palabra, Sociedad Bíblica de España, 2010)
Alabarse a uno mismo puede verse como algo normal, y hasta saludable para la autoestima. Sin embargo, y conociendo nuestra subjetividad, la autoalabanza corre siempre el riesgo del autoengaño. Creer en nuestra bondad, inteligencia, paciencia, justicia y santidad, no es suficiente; se necesita alguien externo que lo reconozca o lo confirme.
¡Podemos estar equivocados y no darnos cuenta! Un buen ejemplo de esto es el grupo que está conversando con Jesús en esta ocasión. Él los conoce mejor de lo que ellos se conocen a sí mismos. Ellos ni idea tenían de lo que estaban diciendo. Creen tener fe, pero no la tienen; dicen conocer a Dios, pero no lo conocen. ¡Hasta dijeron que Jesús estaba endemoniado! (Juan 8:58).
Entonces, ¿Quién nos juzga? ¿De parte de quiénes viene el elogio verdadero? Viene de Dios quien pesa los corazones: «A uno le puede parecer intachable su conducta, pero el Señor juzga las intenciones« (Proverbios 16:2). Y viene también de la gente a la que nos debemos. La comunidad a la que servimos y que nos sirve, en la iglesia, en el barrio, en el lugar de estudio o de trabajo… en la familia. Para Jesús, la comunidad que avaló su ministerio fueron los ciegos, los leprosos, los sordos, los muertos que había resucitado; los niños y las niñas, las viudas y los empobrecidos.
Hay que creer en los elogios que vienen de Dios (Mateo 7:37) y de la comunidad (Lucas 7:22). ¡Esos son los que más valen!
Para seguir pensando:
«Todo el arte consiste en no engañarse a sí mismo: mínimas islas de rocas en todo un mar de autoengaños. Lo que más puede lograr un hombre es aferrarse a ellas y no ahogarse»
Elías Canetti (Premio Nobel de Literatura, 1981)
Vale que nos preguntemos:
¿Cuento con una persona de confianza que me ayude a ver mis propios errores? ¿Estoy dispuesto a hablar con otras personas acerca de mis actuaciones?
Oración:
Tú, Señor, me conoces. Nada está oculto ante ti. Conoces la intimidad de mi corazón y la juzgas. Quiero escuchar tu voz y aprender a caminar en humildad. Escuchar también la voz de la comunidad y aprender a vivir sirviendo. Amén.
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