«María tomó un frasco de perfume muy caro —casi medio litro de nardo puro— y lo derramó sobre los pies de Jesús; después lo secó con sus cabellos. La casa entera se llenó de la fragancia de aquel perfume»
Juan 12:3
(La Palabra, Sociedad Bíblica de España, 2010)
Perfumar a Jesús, ¡qué cosa más bella y al mismo tiempo más sorprendente! La mujer que derramó el frasco de nardo puro fue María, la hermana de Lázaro. Ella, queriendo honrar a Jesús hizo este gesto a la vista de los discípulos. Ellos la criticaron, en especial Judas, el tesorero del grupo, diciendo que el perfume era muy costoso y que mejor hubiera sido invertir su precio en favor de los pobres. ¡Cálculo exacto y certero! El relato aclara que «…dijo esto porque era ladrón y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero, robaba de lo que depositaban en ella» (Juan 12:6).
Tenemos, entonces, a una mujer generosa que con amplitud de corazón da todo lo que tiene para honrar a Jesús, y un hombre ambicioso que con estrechez de espíritu invoca el servicio a los pobres para obtener su propio provecho.
¡La mujer está en el centro de la escena! «Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo es bueno» (Marcos 14:6), replica Jesús ante la avalancha de murmuraciones que lanzan los discípulos (porque no fue sólo Judas). ¿Ha hecho algo bueno? Sí, bueno, y más que eso, hermoso (el término griego que usa el evangelista Marcos es kalós, que significa propiamente lindo, bonito o hermoso).
He aquí el camino de una nueva espiritualidad tan necesaria como la del servicio a los necesitados: la de hacer cosas lindas que demuestren abiertamente nuestro amor a Dios. Es de este amor que surge el amor a todo lo demás.
Para seguir pensando:
«Amar es darlo todo, incluso darse a sí mismo»
Teresa de Lixieus (1873-1897)
Vale que nos preguntemos:
¿Qué cosas lindas o hermosas pudiera hacer para expresar mi amor a Dios? Si lo hago, ¿a qué críticas me expongo por parte de otras personas de la comunidad de fe?
Oración:
Padre nuestro, gracias por tu amor. Alabo tu nombre porque eres grande, tierno y majestuoso. De ti viene la fuerza del amor, para servir al prójimo sin fingimiento y para amarte a ti, Señor, de corazón. Amén.
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