Posted On 04/06/2014 By In América Latina y el Caribe, Opinión, Sociología With 2744 Views

El protestantismo a debate

Breve comentario a “Protestantismo entre Norte, Centro y Sudamérica. Iglesias históricas, avivamiento pentecostal, nuevas formas religiosas”, de Leopoldo Cervantes-Ortiz*

Porque ¿quién sino Él? ¿Quién sino una cosa sin forma, sin principio ni fin, sin medida, puede cerrar las puertas de tal manera? Todas las puertas cerradas en nombre de Dios. Dios de los ejércitos; Dios de los dientes apretados; Dios fuerte y terrible, hostil y sordo, de piedra ardiendo, de sangre helada. Y eso era ahí y en todo lugar porque Él, según una vieja y enloquecedora maldición, está en todo lugar: en el silencio siniestro de la calle; en el colérico trabajo; en la sorprendida alcoba matrimonial; en los odios nupciales y en las iglesias, subiendo en anatemas por encima del pavor y de la consternación”.

Dios en la tierra, José Revueltas

Un trabajo que en la actualidad se proponga examinar la presencia de los protestantismos en México y América Latina está obligado a someter a debate su objeto de estudio. La gran influencia que los trabajos de Jean Pierre Bastian han tenido sobre la interpretación de la presencia protestante, han ofuscado nuevas miradas que puedan continuar con la labor explicativa sobre estas minorías religiosas. En esta tarea, todo esfuerzo, personal o colectivo es importante, tal como lo hace el trabajo de Leopoldo Cervantes-Ortiz presentado en Roma en el marco del Congreso “Escuchando América: encuentros entre pueblos, culturas y religiones. Caminos para el futuro”. Su trabajo es una reflexión muy importante que permite comprender las diversas vetas de la presencia protestante y pentecostal, así como las nuevas formas de religiosidad en América Latina.

En su reflexión, Cervantes-Ortiz desarrolla un marco de interpretación que permite situar la presencia de estas minorías religiosas que han jugado un papel importante en diversos procesos en el continente, ya sea como minoría activa al lado de una posición liberal en el siglo XIX, o incluso de acuerdo con los gobiernos autoritarios, como lo acaecido en Guatemala durante la dictadura de José Efraín Ríos Montt. Esta presencia paradójica ya determina la complejidad del tema y la dificultad de encontrar categorías sociológicas para aprehender a estas minorías. No obstante, Cervantes-Ortiz detecta en buena manera algunas problemáticas que exponen al debate a las diversas expresiones que devienen de lo que genéricamente se ha llamado protestantismo.

Uno de los puntos de análisis de Cervantes-Ortiz es la preocupación de algunos sectores eclesiásticos tradicionales en torno a la denominada “pentecostalización” de las iglesias, venida a más en las últimas décadas. Por ello le presta gran atención como teólogo preocupado por la falta de definición de un pensamiento adecuado a los Signos de los tiempos, a un protestantismo que está diversificado en sus tendencias tanto estructurales como internas, y que debe reacomodar su propuesta de sociedad.

Los derroteros que ha tomado son diversos. Por un lado, corrientes que apelan a un huelga social que reafirma los valores bunkers. En el otro extremo, movimientos, iglesias o tendencias más abiertas a los nuevos Signos con fuertes recuerdos de su herencia contestataria y liberal, pero aún sin bases eclesiales que les permitan posicionarse con fuerza en el escenario público. Ante ello, cita el autor:

Optar por la tradición o por mantener solamente una imagen monolítica y victoriosa han sido acciones doblemente suicidas, pues por un lado, al abandonar paulatinamente el maridaje ideológico con el liberalismo decimonónico se quedaron sin un sustento sólido e identificable que les diera credibilidad o congruencia política, y por el otro, cayeron en la red de la “renovación” de corte pentecostal que también les ha desligado de sus orígenes incluso sociales.

Estas formas tan paradójicas del papel de las iglesias conducen a participaciones disimiles hasta el grado de que es imposible hablar de una minoría homogénea. Como ya lo anticipó Carlos Garma, especialista en el pentecostalismo: es impensable hablar de una cultura evangélica. Por ello, se observan tanto tendencias evangélicas que se suman a proyectos incapaces de pensar una sociedad bajo un nuevo pacto social, como aquellas que niegan los derechos de las minorías, al ser ellas mismas minorías.

Una segunda apreciación. Los “avivamientos” pentecostales y en mayor medida el crecimiento del denominado neopentecostalismo han generado procesos que la modernidad trató de ocultar. Ejemplo de ello es el “retorno” a lo mágico. Para una mejor comprensión de esto, cabe aclarar el punto. Para explicar la participación del protestantismo en la construcción de la modernidad, Peter Berger indicó que éste excluyo tres factores esenciales de la cultura católica: el misterio, el milagro y la magia. Con el auge del neopentecostalismo y expresiones particulares como “Pare de sufrir”, estas características vuelven a situarse en el corazón de la modernidad. No obstante, se puede usar otra argumentación más clara y sencilla: aludir a que ni el misterio, ni el milagro, ni la magia se fueron de Occidente.

Estas categorías cobran importancia en la sociología de la religión, tanto para Max Weber, y posteriormente para Pierre Bourdieu, para quienes la disputa por los bienes de salvación se propicia entre un agente institucionalizado y un agente carismático. Cervantes-Ortiz considera, aunque sin mayor detalle, esta discusión que resulta muy importante para comprender la afluencia de iglesias con liderazgos carismáticos y el advenimiento de mega iglesias donde la emoción es exaltada como objetivo para crear ambientes espirituales idóneos para el ritual. Pero también, para propiciar ambientes de seguridad ante la sociedad de la incertidumbre, donde los factores estructurales crean peores condiciones para la clase media y trabajadora.

En estos paradigmas eclesiales se sitúa un abanico amplio de proyectos cristianos que deben determinar sus pastorales para poder reproducir sus creencias y no verse mermados por el desinterés de la sociedad.

Un tercer punto, aún inconcluso, se refiere a las nuevas formas de religiosidad. Cervantes-Ortiz considera oportuno hablar de estas nuevas formas de religiosidad que, según los especialistas, no se encuentran sólo en las zonas fronterizas, ni geográficas, ni imaginarias. Cada día adquieren mayor relevancia las devociones en torno a figuras como la Santa Muerte –también llamada Niña Blanca–, Jesús Malverde –en el imaginario, el santo de los narcos–, San Judas Tadeo –el patrono de las causas difíciles–, etc. Pero también, en el campo religioso se ha visto un aumento de prácticas ligadas a otras espiritualidades como el yoga, o la lectura y consulta de especialistas como chamanes, etc. En fin, una carta abierta para que los individuos puedan hacer elección de sus creencias.

Finalmente, se extrañan las conclusiones y/o reflexiones en torno al devenir del protestantismo y las microsociedades que de él emanan. No hay conclusiones fáciles ante este panorama. La pregunta queda en la mesa de discusión: ¿Hacia dónde va el protestantismo?

*A invitación de Leopoldo Cervantes-Ortiz para comentar su ponencia en la Iglesia Ammy-Shadday el pasado 11 de mayo de 2014.

 

Ariel Corpus

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