Posted On 18/06/2014 By In Opinión, Pastoral With 2688 Views

Cuando la fe mata

En este mes de junio se cumple un año desde que se conoció la noticia de la muerte de una creyente al negarse ésta a seguir el tratamiento médico para paliar la anorexia que padecía. Sucedía en Argentina, la joven tenía diecinueve años.

La abuela, la madre y ella misma se opusieron a pedir asistencia médica ya que creían que Dios era suficiente para llevar a cabo la sanidad.

Tras el fallecimiento de María Antonella, así se llamaba la joven, la madre recordaba en una carta abierta (también colocaba algo parecido en su cuenta de Facebook) cómo su hija había sido liberada de una esquizofrenia a la edad de catorce años, cómo en otra ocasión sucedió lo mismo con una trombosis, y ahora habían creído que de nuevo el milagro se produciría.

Tras la muerte de Antonella ambas mujeres, madre y abuela, no retrocedieron ni un solo paso en su fe, seguían manteniendo que lo que hicieron era lo correcto y que sencillamente Dios estableció la hora exacta en la que había decidido llevarse a la joven.

El caso pasa así a sumarse a una significativa lista de creyentes que han fallecido porque tenían ”fe” en Dios, en que serían sanados por Él y en consecuencia dejaron la medicación… claro está, en la mayoría de los casos en base a las palabras de algún “hombre ungido”, o “profeta”, o “apóstol” o como grandilocuentemente quieran llamarse.

Sin duda no pocos creyentes al conocer la noticia quedaron escandalizados y argumentaron que Dios usa la medicina para curar y que por ello se debe orar y a la par acudir al médico. Pero tanto unos como otros cometen un error esencial, confunden lo que es la fe. De esta forma piensan que la fe es una confianza total en Dios en el sentido de que va a moverse de alguna manera en respuesta a la misma. Voy a expresarlo de otra forma, la idea es que si el creyente no duda en su oración provocará, en un sentido u otro, la acción divina.

Este error puede acabar en consecuencias mortales, como lo fue en este caso, y en no menos ocasiones en una decepción profunda ya que se esperaba algo de parte de Dios que jamás sucedió.

Tener fe se hace así sinónimo de creer sin dudar, de confiar pase lo que pase, da igual lo que se tenga delante. De hecho se llega a pensar que la fe es así probada. Por eso, se suelen oír frases tales como «No dudes, cree»; «No temas, sólo confía»; «Ten paciencia, Dios siempre responde».

Si somos honestos, y la fe trata precisamente de esto, Antonella, su madre y su abuela tenían una fe como pocas, mucho más grande que aquellos cristianos que hacen depender la sanidad divina de la medicina. Ellas habían pedido con todo su corazón por un milagro, sabían que Dios era todopoderoso y seguramente tenían en mente algún versículo bíblico que apuntaba en este sentido. Además no dudaban de que Dios no depende de nada ni de nadie, que ama a sus hijos y así creyeron que el milagro se produciría. Según ellas ya había sucedido en el pasado en otras dos ocasiones.

Todas estas razones son también las que mantienen a la inmensa mayoría de creyentes de a pie, aún a aquellos que recomiendan ir al médico. En realidad no existen diferencias de fondo entre unos y otros, ya que los primeros creen que Dios actúa de forma directa y así realiza milagros de forma abundante sobre la base de su misericordia y en respuesta a la fe; los segundos, que Dios se mueve sobre todo de forma indirecta (a través de la medicina) sobre la base de su misericordia y en respuesta a la fe. Pero este actuar indirecto desaparece cuando se explica ya que se cree, y en este sentido se ora, que Dios controla todas las cosas incluidas las mismas manos del facultativo. Es la misma idea, Dios actuando y controlándolo todo de una manera u otra en base a la oración y a la fe, hemos producido su acción.

Pero si acudimos a las Escrituras se evidencia que la fe no es esto ni así tampoco actúa Dios.

Enormemente relevante es Hebreos 11. Curiosamente, en su primer versículo se define la fe como certeza, definición aprendida por no pocos de memoria, pero en esta lista de los llamados por algunos «héroes de la fe» hay dos partes bien diferenciadas. La primera comienza con aquellos que podríamos catalogar como que salieron triunfantes y realizaron grandes proezas pero la segunda no empieza ni termina de la misma forma. Hay un cambio, un contraste enorme y aparecen aquellos que perecieron, que sufrieron precisamente por esta fe.

Para algunos la cuestión estaría muy clara, cuando esto sucede es que Dios está poniendo a prueba nuestra fe. Pero esta idea tampoco se sostiene a menos que consideremos que Dios dejó morir a una joven de diecinueve años, que la abandonó en sus momentos más delicados y traicionó su confianza, su fe, sencillamente para que su madre y su abuela aprendieran alguna lección de tipo espiritual, personal. Esto desde toda perspectiva me parece una inmoralidad y me niego a ver así al Abba de Jesús. Volvamos al texto de Hebreos.

Lo que la segunda parte deja claro es que en no pocas ocasiones la fe es lo que lo complica todo, la que trae la desgracia sobre el creyente. Por mucho que uno piense en positivo, que no dude y crea, su vida puede acabar en ese mismo momento o pasar por terribles sufrimientos. Lo que lo produjo todo, su fe.

Por ello, es cierto que la fe tiene en sí misma el elemento de confianza, el de creer, el de aceptar que Dios es fiel, pero esto no es garantía ni de sanidad, ni de éxito, ni de que nuestras oraciones vayan a ser contestadas en el sentido que pedimos. En muchas ocasiones lo que existe es un gran silencio celestial. La fe, así, no sería el creer que se va a recibir lo que se pide o el tener una confianza inquebrantable en la actuación divina, sino que se trata de un camino que se dirige directo a la cruz. En este camino, nuestras oraciones deben ser enfocadas para que Dios nos provea de fuerzas ante lo que no entendemos y jamás hubiéramos esperado que le pudiera ocurrir a un hijo de Dios. Si esas fuerzas faltan en el momento más difícil, no indica en absoluto que le hayamos fallado, que la fe se ha esfumado, sencillamente es que, como personas, en nuestra fragilidad, nos hemos derrumbado.

La fe tal y como aparece en las Escrituras es un seguimiento, un andar tras las pisadas del Maestro. Es por tanto una forma de vida, el resultado de haber experimentado la gracia transformadora de Dios. Una llamada a la esperanza.

La realidad que nos rodea apunta también en esta dirección. Más allá de lo que nosotros queramos creer, los indicadores son claros, la realidad no se deja doblegar ante nuestras subjetividades.

No es cierto que en los países en donde hay más número de creyentes, y por extensión debe de orarse más, la cantidad de enfermos y la mortandad resultante sea menor. Realmente estas cifras dependen de la calidad de la medicina y del acceso de la población a ella.

Si nos centramos en los países que componen Europa esto es evidente. Este continente está cada vez más lejos de sus raíces cristianas, reformadas, y sin embargo la prosperidad es mucho mayor que en otros lugares en donde el número de creyentes es enormemente superior. Las cuentas no salen y si Dios interviniera en base a las oraciones por sanidad, por prosperidad y por seguridad para con los ciudadanos las estadísticas deberían ser todo lo contrario.

Europa pasa por ser el continente en donde mayor indiferencia religiosa hay, en donde la oración, por extensión, menos se da y sin embargo es el continente con menos mortandad por razones de enfermedad, con una vida de más calidad y con más seguridad ciudadana. Esto también significa que las “curaciones”, siguiendo esta lógica, en esta Europa postmoderna, son más frecuentes que en países en donde se sostiene una idea intervencionista de Dios pero en los cuáles la medicina no es para todos.

Estos son los datos generales, los que hacen que podamos sacar conclusiones. Después, por supuesto, aparecerán los casos concretos, muy particulares, los cuales habría que tratar de esta forma, como concretos y escasos. Es precisamente esto lo que significa milagro, casos extraordinarios y no intervenciones continuas.

Una mirada a los evangelios confirma también esto. Jesús realizó sus obras de poder en una remota zona del gran Imperio Romano y a escasísimas personas. Por ejemplo, en el estanque de Betesda, de todos los enfermos que había sólo sanó a uno. A la par, no hay ni una sola vez que dijera, por ejemplo, que aquél leproso que se percibía en la distancia estaba así porque Dios estaba poniendo a prueba su fe.

Debemos ser valientes, tomar la vida tal y como es y no como nos gustaría que fuera. Por ello vivir nuestra espiritualidad desde una idea de fe errada y de acciones milagrosas continuas no es más que un escape a tanta inseguridad y tensión. También es dejarse engañar y arrastrar por falsos hombres de Dios.

Es normal orar cuando alguna desgracia ocurre, cuando una enfermedad aparece, pero la diferencia en la recuperación del enfermo la hará la medicina o la falta de ella, sólo hay que mirar sobrecogidos hacia un país de los llamados del tercer mundo independientemente del número de creyentes que tenga.

La medicina es una ciencia y se conoce cómo la misma actúa. Lo que es imperioso es que esta ciencia pueda estar al alcance de todos por igual, y entonces muchos de los que ahora mueren o sufren terriblemente no lo harán, cristianos o no. Si este momento llega sí que deberemos dar gracias a Dios por ello. Los médicos pasan a ser así los grandes aliados de Dios.

Por supuesto las creencias tienen un poderoso elemento positivo en la restauración del enfermo (la gran influencia que puede tener la mente sobre el cuerpo y aquí no estoy hablando de una especie de efecto placebo) pero si un codo se rompe será el médico o la falta del mismo lo que hará que la persona pueda volver a usar el brazo. Si el codo se restaura solo, eso es un milagro, algo que se da de forma muy escasa, por ello es un milagro.

Por favor cuando nuestro hijo enferme vayamos al médico. Pase lo que pase oremos. Dios nos conoce, sabe lo difícil que es a veces esta vida y cómo la misma nos golpea y nos deja sin aliento. También nos movemos con un insuficiente conocimiento en medio de un mundo caído en donde tanto lo bueno como lo malo existe y se afectan mutuamente. Aun así sigamos en el camino abierto por Jesús porque el mismo es el que conduce a la vida, la Vida con mayúsculas. Ahora no vemos muchas cosas con claridad pero llegará el momento en el cual veamos cara a cara a Aquél que llevó sobre sus hombros lo más oscuro y terrible de la existencia humana. Esperar este momento, a pesar de todo lo que ocurre, es sin duda el significado más esencial de la fe.

«No hay camino que lleve a la paz que transcurra junto al de la seguridad. La paz requiere osadía y, por tanto, es en sí misma una gran aventura que nunca puede implicar seguridad. Son cosas opuestas. Exigir garantías es querer protegerse. La paz significa entregarse por completo al mandamiento de Dios, no querer seguridad, sino poner el destino de las naciones en las manos del Dios Todopoderoso, por fe y en obediencia, sin intentar dirigirla para los propios beneficios egoístas. Las batallas no se ganan con armas, sino con Dios. Se vence cuando el camino conduce a la cruz.»[1]

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1 Dietrich Bonhoeffer, citado en Metaxas, Eric. 2012. Bonhoeffer, pastor, mártir, profeta, espía. Grupo Nelson, Nashville, Tenesse, p. 241.

Alfonso Pérez Ranchal

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