Posted On 25/06/2014 By In América Latina y el Caribe, Historia, Teología With 10038 Views

La Teología de la Liberación: Perspectivas protestantes, sus implicaciones liberadoras hoy

A Luis Rivera Pagán, amigo, hermano y maestro

Este breve trabajo pretende esbozar las dimensiones liberadoras que hicieron de la Reforma Protestante una revolución religiosa en el siglo XVI y sus implicaciones liberadoras en el siglo XXI. El intento se dirige a buscar algunas constantes y detectar su dinámica liberadora después de casi 500 años y las contribuciones protestantes a la teología de la liberación latinoamericana y caribeña.

Cuando se habla del concepto “cristiandad medieval” lo que se pretende es referirse a una compleja realidad socio-política, religiosa y cultural. Es un sistema con estructuras que rigen el colectivo social. La vida está regida por un patrón de autoridades con actores que obedecen a una realidad última: la cristiandad. Ser cristiano es ser ciudadano y ser ciudadana es ser cristiana. No se concibe que ninguna persona viva al margen de la vida social, ni al margen de la iglesia.

La iglesia es el eje sacramental-litúrgico de toda la vida. Hay una dimensión trascendente que “sacraliza” el orden social y pone en la esfera de lo misterioso las fuerzas desconocidas, hostiles y antagónicas. Por eso todas las personas deben ser bautizadas. La herejía, el ateísmo, la apostasía, la brujería, y toda clase de expresión que marque lo diferente es considerado sospechoso o pecaminoso. Las opiniones o reflexiones están enmarcadas en aquella genial frase de Miguel de Unamuno sobre “la fe del carbonero” que enunciaba: “Qué creo yo, lo que cree la iglesia, y qué cree la iglesia, lo que creo yo” Creer es ante todo un acto de obediencia y sometimiento.

Surgen del mismo seno de la cristiandad los gérmenes de la disolución. Las estructuras que dieron estabilidad ahora se deslegitiman. Se rompe la unidad medieval. Hay una división político-nacional que va a configurar una nueva Europa. Nuevas fuerzas y actores sociales van a perfilar la nueva ciudadanía, la nueva ciudad, la nación y el nuevo orden. Hacia finales del siglo XV se respiran cambios profundos en la sociedad europea medieval.

La insatisfacción del pueblo con las estructuras religiosas y la falta de un cristianismo más cercano a la necesidad de ese pueblo, provoca nuevos ensayos, búsqueda de una piedad más pertinente, afectiva, personal.

Y es en esa transición en la que se debe entender el surgimiento de la Reforma Protestante, que nunca pretendió crear algo radicalmente nuevo. Lo que deseaba era renovar, poner al día estructuras decadentes, sin renunciar al núcleo básico de la vida en sociedad, la fe cristiana.

La época de la Reforma Protestante en Europa ha sido llamada una era de cambios. En alguna medida, como acontece a fines del siglo XX y principios del XXI, podríamos hablar de un cambio de época en la que antiguos paradigmas se disuelven y nuevos modelos surgen a todos los niveles. Los siglos XIV y XV habían traído un fermento comercial que llevaría a la transición del feudalismo decadente al naciente capitalismo.

Varias fuerzas se unieron a este ímpetu comercial. El imperio, bajo la imagen monárquica y su derecho divino, y el sacerdocio bajo el manto sacramental y la estructura eclesiástica, constituían los dos ejes de la cristiandad y su sistema jerárquico-jurídico. Estos dos ejes competían como fuerzas dirigentes, aunque muchas veces coincidían en sus intereses. Con el surgimiento de los estados nacionales y las monarquías constitucionales se fueron abriendo nuevos espacios con nuevas fuerzas y actores.

El misticismo ofreció elementos religiosos que apoyaron un incipiente individualismo, cuestionando la síntesis medieval tan piramidal y promoviendo un nuevo sujeto en formación, el sujeto burgués moderno. La base filosófica del individualismo (luz interior y experiencia personal) la da el nominalismo como filosofía nueva y dominante. Solo existen individualidades. De igual forma, el humanismo cristiano, con su crítica a la corrupción moral y espiritual, va reclamando la necesidad de volver a las fuentes clásicas de la sabiduría y del conocimiento. El puente que quieren tender los humanistas se basa en una nueva ciencia literaria crítica y en una nostalgia por la recuperación de la edad de oro en el pasado.

Hay, además, en las postrimerías del medioevo, inconformidades a nivel popular, aspiraciones por necesidades sentidas en diferentes lugares de Europa. Esta era convulsa trae una ola nacionalista impetuosa. Cierto profetismo apocalíptico saturado de esa piedad popular pretende canalizar estas ansias del pueblo. En medio de la turbulencia de los tiempos surgen nuevos pensamientos y aspiraciones, tanto en lo político como en lo religioso. La nueva burguesía en ascenso, el campesinado empobrecido y un nuevo sector social (músicos, poetas, artesanos) que van a conformar las nuevas ciudades, comienzan a luchar. Unos por una mejor distribución de la riqueza y los recursos, como fue el caso de los campesinos en Alemania, y otros buscando agremiarse en la ciudades para proteger sus intereses (artesanos y músicos). El descubrimiento de la imprenta será agente catalizador para estos cambios, como lo ha sido la computadora en el siglo XX.

¿Qué significa todo esto para la así llamada Reforma Protestante? En Alemania se daban luchas sociales y políticas, que presagiaban el advenimiento de una nueva nación. Las luchas  de los campesinos por salarios más justos frente a un régimen de servidumbre y acaparamiento, convirtieron al territorio alemán en un campo de batalla. Las luchas más importantes son las llamadas guerras campesinas entre los años 1521-1525. Mientras éstas se daban en el campo, en las ciudades se organizaban los gremios artesanales y las casas bancarias. La lucha en el campo era contra los señores feudales; en las ciudades se afianzaban los monopolios y se planeaba la expansión comercial ultramarina.

La Reforma Protestante se inserta en este proceso. Intenta canalizar las aspiraciones religiosas del pueblo y surge dentro del capitalismo incipiente de la época. Los reformadores, bajo la influencia de todas las fuerzas, lanzan una protesta religiosa que prende en las aspiraciones de las nuevas naciones europeas. Al quebrantar el sistema penitencial-sacramental, la Reforma debe suplir una nueva modalidad eclesiástica. La Reforma Protestante no tiene reparos en incorporar la nueva ciencia en su pensamiento y vivir el proceso de reacomodo económico. Solo la llamada Reforma Radical (grupos campesinos disconformes y sectores pauperizados en las ciudades) mantendrá una postura contestataria.

Hay tres figuras principales en la Reforma Protestante Clásica, así llamada para distinguirla de la Reforma Radical, Martín Lutero, Ulrico Zuinglio y Juan Calvino. Cada uno de ellos hizo su aportación a la formación del núcleo central de las doctrinas sustentadas por la Reforma Protestante. Cada uno mantuvo su distintivo teológico, como parte de la diversidad que plantea el propio movimiento.

Lutero era un monje agustino-eremita, experto en las Sagradas Escrituras y profesor de ellas. Gozaba de una alta estima entre sus colegas y estudiantes, logrando muy pronto en su carrera un significativo número de seguidores. Buscaba beber en diferentes fuentes filosóficas y teológicas, con un criterio crítico pero, sobre todo buscando una más íntima relación con Dios y una verdadera libertad cristiana. Seguía estudiando con afán las Sagradas Escrituras, redescubrió al apóstol Pablo, y a partir de ahí comenzó a construir una vida y un sistema teológico que, con los años, llevaría a una total ruptura con la Iglesia Católico-Romana. Al encontrarse con la libertad de la justificación por la fe en la gracia que redescubre en Pablo, se decide a mantener su postura frente a la Iglesia, que finalmente lo expulsa. Aunque solo quiso ser reformador, terminó rompiendo con la Iglesia. Nunca deseó fundar un nuevo movimiento religioso, pero culminó sentando las bases para lo que hoy se conoce como la tradición luterana.

Ulrico Zuinglio, reformador suizo, sacerdote católico, que decidió romper con el pensamiento teológico medieval, particularmente el tomismo, y forjar su pensamiento con dos fuentes principales: el humanismo y las Sagradas Escrituras, se apegó a una fuerte crítica humanista, particularmente por el papel predominante de la Iglesia Católica en lo social y en lo político.

A Zuinglio no le gustaban los ritos y ceremonias elaboradas, siendo más radical en su concepción de los sacramentos que Lutero y Calvino, y reduciendo casi toda la experiencia religiosa al ámbito espiritual con una buena dosis de racionalismo. Para Zuinglio la religión es una recta moral que habita en los seres humanos. El Evangelio es la nueva ley que se graba en el corazón y es en Jesucristo donde toda religiosidad tiene su culminación. Por ello, el Evangelio libera para una vida sencilla sin ritualismos. Al recibir la gracia de Dios en la fe la persona creyente acepta el camino del discipulado. Su gran amor por el texto bíblico en los textos originales  (consultaba directamente la Biblia en sus idiomas de origen) le llevó a ser un fervoroso predicador, apegado al texto bíblico. Cuando oyó de las ideas que Lutero exponía en Alemania abrazó con más fervor la causa de los reformadores. A diferencia de Lutero, Zuinglio adoptó una postura militante contra la Iglesia Católica  y se unió a los grupos armados que procuraban la liberación de los cantones suizos de la presencia católico-romana, muriendo en batalla como héroe nacionalista. Por eso hoy en Zurich, Suiza, hay un monumento a Zuinglio con la Biblia en una mano y la espada en la otra.

Juan Calvino, oriundo de Francia, vino a ser el otro líder indiscutible de la Reforma Protestante. Calvino poseía una mente privilegiada, con una educación esmerada y gran erudición. Cuando oyó de las posturas expuestas por Lutero y Zuinglio, abrazó también la causa de la Reforma Protestante. Cuando se extendía ese fervor evangélico-reformador por Suiza, Calvino se constituyó en el gran sistematizador y conductor de la Reforma en ese territorio. Incluso, su influencia fue mucho mayor que la del propio Zuinglio, a pesar de que éste era oriundo de Suiza. Su liderazgo se extendió por toda Europa, incluyendo su Francia natal, donde ejerció una notable influencia.

Calvino, por un lado desarrolla un pensamiento claro y sistemático de las principales doctrinas reformadoras, dándoles su propio aporte y ampliando temas teológicos, sociales y culturales. Bajo su liderazgo se creó la república ginebrina en ese cantón. Era una casi teocracia con ordenanzas civiles, políticas, sociales y morales. Fue el precursor del sistema constitucional moderno con las tres ramas del estado: el ejecutivo, el legislativo y el judicial, con leyes para regir la vida religiosa que debía mantenerse separada de las otras tres instancias. Cuando los puritanos llegan a lo que hoy conocemos como los Estados Unidos, llevan una gran influencia de Calvino que radicalizan y expanden para su propio proyecto y experimento de sociedad.

En Inglaterra la Reforma toma otro rumbo. Comienza con la ruptura de Enrique VIII con el papado de Roma. Las razones están más relacionadas con el temperamento, la conducta y los deseos personales del monarca inglés que con alguna diferencia doctrinal más profunda. De hecho, dentro de la evolución de lo que se conoció después como la Reforma Anglicana, Enrique VIII aparece como un católico tradicional. Lo que sucedió es que en las Islas Británicas (incluida Escocia) la influencia reformada de Calvino y la presencia de algunos grupos de la Reforma Radical, configuraron un protestantismo muy particular y distinto.

Se habla, entonces, de la Reforma Anglicana como via media (un punto intermedio) entre los protestantismos y la Iglesia Católico-Romana. Hay aspectos doctrinales, teológicos, litúrgicos y eclesiásticos, así como políticos, que forjan una reforma inglesa diferente a las otras reformas protestantes. A través de los siglos XVI y XVII se conformó una Reforma Anglicana que seleccionó y perfiló su propia identidad, muy influida por los monarcas que asumieron el poder y las controversias políticas y doctrinales que provocaron. La Iglesia de Inglaterra, como la oficial  de la monarquía constitucional inglesa, mantiene una relación histórico-jurídica entre el estado y la iglesia; el trono y el altar.

Ya hemos mencionado la Reforma Radical. Este movimiento se caracteriza en grandes líneas por no aceptar ninguna componenda con los estados. En este sentido asumen una postura radical de cuestionamiento y sospecha ante toda estructura gubernamental o estatal que pretenda manipularlos o dictarles principios morales, espirituales o políticos. Hay varias figuras destacadas, pero es Tomás Muntzer, un seguidor inicial de Lutero convertido en un profeta apocalíptico y revolucionario, el que más se destaca. Muntzer es considerado como precursor en el siglo XVI en Alemania de la teología de la liberación. En su militancia revolucionaria acompaña a los campesinos en sus luchas, promulgando la lucha armada como justa, combinada con un mensaje profético y de comunitarismo cristiano. Creía que las personas creyentes debían levantarse para pelear la “causa justa de Dios”, frente a los príncipes opresores y a los reformadores traidores como Lutero. Iluminado por sueños y visiones, más allá del texto bíblico, Muntzer convocaba un nuevo reino que Dios iba a inaugurar. Durante los años 1524-25, Muntzer se dedica a la última fase de confrontación armada contra los príncipes electores del territorio alemán.

Derrotados y diezmados, Muntzer y sus campesinos reflejan el compromiso evangélico radical con la justicia y a favor de los pobres y la verticalidad revolucionaria de entregarse hasta la muerte en promoción de un régimen político distinto, más propiciador de una sociedad fraterna, pacífica y humana. Su compromiso evangélico y su postura revolucionaria se entrelazan en un modelo único dentro de la Reforma Protestante. Muntzer fue decapitado y casi desconocido por varios siglos y resurgió en el siglo XX gracias a la tenacidad de científicos políticos como Federico Engels y Kart Kautsky, y filósofos como Ernst Bloch.

Como parte de la Reforma Radical existieron diferentes grupos apocalípticos espirituales, sumamente escatológicos y separados de toda contienda política y muchas veces en franca huelga social. Su principal énfasis fue la experiencia de fe personal, disciplinados a vivir como comunidades del Reino en la fuerza del Espíritu. Muchos de ellos fueron perseguidos y martirizados por negarse a someterse al estado, jurar por la nación o servir en los ejércitos. La mayoría de estos grupos formaron comunidades cerradas como los Amish en Estados Unidos.

Otros grupos como los Menonitas formaron comunidades de servicio y testimonio e iglesias, radicalmente opuestas a la violencia con su pacifismo radical, pero industriosas en áreas como la educación, la salud, las comunicaciones y el apoyo a objetores de conciencia a la guerra. Su ética de discipulado radical los mantiene como comunidades de resistencia y testimonio en muchos lugares de mundo. Han producido un pensamiento teológico crítico y profético, participando en esfuerzos ecuménicos que propicien la paz con justicia. Estas iglesias Menonitas se han caracterizado por su laboriosidad y fervor evangélico con una disciplina muy cercana a la de la Orden Benedictina en la tradición católico-romana.

Estos protestantismos formaron parte de un movimiento religioso que hizo un impacto en la cultura occidental durante los últimos 500 años. La llamada modernidad no puede ser entendida, en parte, sin destacar la influencia de las teologías protestantes. Tanto el pensamiento filosófico como el cultural y político recibieron la influencia de ideas fraguadas desde la experiencia religiosa que llamamos protestantismo. Para muchos pensadores e intérpretes de los protestantismos iniciados en el siglo XVI es imposible separar lo específico del protestantismo de la ideología del sujeto burgués capitalista desarrollado durante estos casi 500 años. Hay que explorar cómo los protestantismos ejercieron esa influencia, cuáles fueron las ideas más predominantes y qué dimensión liberadora ha ofrecido este movimiento protestante tan diverso. Hay que preguntarse si la fuerza renovadora y el ansia de libertad siguen desafiando a las iglesias protestantes y si ese aporte será una fuerza de liberación en la historia contemporánea. ¿Qué harán las iglesias protestantes en el futuro de América Latina? Esa pregunta es crucial.

Fue Max Weber, el eminente sociólogo alemán, el que planteó la famosa tesis sobre la influencia y determinación del protestantismo en los orígenes del capitalismo moderno en su famosa obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo moderno. En realidad Weber lo que hace es intentar relacionar el núcleo ideológico-teológico de las ideas planteadas por La Reforma Protestante. Apoyado en ese determinismo ideológico Weber busca en las doctrinas protestantes justificaciones y conexiones con el Renacimiento y el desarrollo del capitalismo. El ve que Europa se desarrolla como ninguna otra región del mundo en su capitalismo y cree detectar que aquellas doctrinas protestantes son el caldo de cultivo para sustentar la ideología del capitalismo.

Weber conoce el concepto de vocación (beruf) en Lutero y subraya que la idea del creyente industrioso, dedicado al trabajo por el don gratuito de Dios adviene el nuevo burgués moderno. De Calvino saca lo que él llama “la ascesis intramundana” como el, principio que ve la santidad siendo transformada en una exigencia de eficacia, dedicación, llamado a ser ciudadanos ejemplares, productores en una economía capitalista en el siglo XVI todavía incipiente. El creyente predestinado a la gracia, elegido y bendecido por Dios muestra en su ganancia, en la acumulación de capital signos palpables y visibles del favor. El ser humano, imbuido de estos principios, prospera, se hace burgués, se disciplina para vivir una ética del trabajo.

En realidad Weber se está refiriendo más al puritanismo inglés y posteriormente al norteamericano. Calvino no había formulado una ética tan consciente relacionada con el capitalismo como lo intenta plantear Weber. Calvino atisba y señala pistas hacia un mundo moderno que él todavía no comprende totalmente. Es un momento de transición, de cambio de época. No cabe duda de que el puritanismo norteamericano y su incidencia en la formación de un “republicanismo cristiano” a partir del siglo XVII, aporta estos principios que conforman la nueva nación.

Las iglesias protestantes que salieron de la Reforma se expandieron en el mundo moderno y fueron afectadas por las ideologías del progreso, la ilustración y corrientes del capitalismo liberal hasta muy entrado el siglo XX. En América Latina y el Caribe este proceso vino presidido por el liberalismo económico y político que vio en aquel protestantismo norteamericano y europeo una fuerza civilizadora y progresista frente a lo que ellos consideraban era el oscurantismo de un catolicismo decadente y retrógrado. Los propios misioneros norteamericanos y europeos se vieron como  agentes progresistas que coincidían con una etapa superior de progreso liberal en el mundo proclamando la libertad y la democracia.

Los protestantismos que surgieron del cristianismo reformador del siglo XVI fueron movimientos que mostraron una gran diversidad desde sus propios orígenes. Esta ha sido la más grande fortaleza y también la gran debilidad. Durante casi 500 años estas iglesias, con una pluralidad de expresiones y agrupaciones, hicieron su impacto en el mundo moderno. Ya Martín Lutero había planteado que la salvación estaba íntimamente ligada al sujeto oprimido que ahora recibía por gracia su libertad. El sujeto liberado existencialmente proclamaba su salida de la incertidumbre y de la angustia, afirmando un Dios gratuito y compasivo. Pero inmediatamente Lutero relacionó en el plano ético la necesidad de que la persona creyente liberada asumiera un compromiso de servicio y comunión con las demás personas desde su libertad adquirida. La fe provoca la salida del sujeto hacia una acción activa y amorosa hacia el prójimo. Lutero desarrollará dentro de esos parámetros una ética social de responsabilidad en todas las esferas de la vida, asumiendo que para la persona creyente el valor supremo es su propia conciencia y vocación ante Dios.

Calvino tomará algunos de estos principios, pero asumirá un papel más decidido en promover una ética social que vigila, promueve y auspicia estructuras que rijan y normen la vida civil y política. La iglesia, en esa dimensión, es comunidad que vive proclama y se nutre por la Palabra y los sacramentos moviéndose hacia la esfera civil para así promover un gobierno justo y eficiente La ética reformada perfila una persona ciudadana activa en la sociedad, pero obediente a la voluntad de Dios, sin confundir su lealtad última. La reforma ginebrina en Suiza fue un modelo único en el que se conjugan ambos planos, el religioso y el civil.

La tradición reformada que promovieron Zuinglio y Calvino enfatizó un principio protestante que mantiene en tensión  la relación institución-movimiento con el principio ecclesia reformata semper reformanda (iglesia reformada, siempre reformándose). Hay un germen crítico que no le permite instalarse, anquilosarse, mantenerse en un status quo. En este sentido la iglesia tiene que liberarse constantemente para ser un agente transformador en la historia. El principio protestante afirma un sí evangélico como elemento constitutivo de su fe y un no protestante como signo de indignación y una postura ética y profética contra la injusticia y a favor de la justicia y la liberación.

La Reforma Radical asumió posturas decididamente más militantes y desafiantes ante la sociedad política. Su ética de discipulado radical insiste en una discontinuidad total con el estado y una resistencia a cualquier inherencia en materias de fe y ética personal. Muchos de esos grupos construyeron comunidades exclusivas desarrollando su propio estilo de vida como una especie de contracultura. Su pacifismo radical fue mantenido en tiempos de guerra, negándose a servir en las fuerzas armadas. Esas posturas generaron también actitudes más positivas de servicio comunitario como se expuso anteriormente.

Hay una línea de continuidad histórica en los protestantismos liberadores. Se destacan Tomás Muntzer y los campesinos en Alemania, los cuáqueros en Europa y Estados Unidos, los Menonitas en México, Uruguay y otras partes de América Latina. Esta herencia liberadora llega en su mayor expresión profética en figuras como Martin Luther King, Jr. y la lucha por la liberación de la población afro-americana en Estados Unidos, y el Arzobispo Desmond Tutu en Sudáfrica, paladín de la lucha contra el apartheid y a favor de la liberación de los pueblos africanos. Ambos recibieron el premio Nobel de la paz.

En Latinoamérica y el Caribe, cabe recordar a teólogos como Rubem Alves, quien escribió el libro Religión, ¿opio o instrumento de liberación?, primer aporte protestante a la teología de la liberación, y José Míguez Bonino, quien con su libro Fe en busca de eficacia, profundizó en una dimensión liberadora del Evangelio, con una propuesta que incluía aspectos eclesiológicos, bíblicos e históricos con una clara visión y compromiso ecuménico. Julio de Santa Ana elaboró un análisis desde la teología de la liberación en su libro Ecumenismo y Liberación, que aborda temas como el trasfondo histórico del movimiento ecuménico, las definiciones de lo que es el ecumenismo en sus vertientes bíblicas, culturales, históricas y políticas. Este esfuerzo proveyó un aporte necesario para ayudar al diálogo ecuménico en la comprensión del amplio marco de referencia histórica donde se inscribe la teología de la liberación. Santa Ana también aportó análisis importantes en artículos y libros sobre economía y teología, trabajos pioneros sobre ese tema.

En el Caribe surgieron voces destacadas que desde su propia realidad cubana  ofrecieron aportes significativos. Un aporte que sorprendió a todo el continente americano fue la obra colectiva de connotados teólogos protestantes cubanos, Cristo vivo en Cuba (de las primeras obras editadas por el DEI en Costa Rica, a finales de la década de los 70). Cabe recordar a Sergio Arce Martínez, teólogo y profesor presbiteriano que como escritor pionero ofreció interpretaciones desde la revolución cubana que él mismo denominó “teología en revolución”. Sergio Arce también ofreció sus dones y capacidades a su Iglesia Presbiteriana y Reformada en la formulación de una Confesión de Fe promulgada en 1977. Rafael Cepeda, ya fallecido, fue un  pastor pleno y un escritor prolífico que en clara tesitura evangélica y martiana produjo una literatura variada y rica en propuestas teológicas, bíblicas e históricas, que constituyen un acervo impresionante cuando de teología de la liberación desde Cuba se trata. De igual forma le sucedió a Rafael Cepeda Reinerio Arce Valentín, profesor de teología y rector del Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, quien presentó una sólida tesis doctoral en la Universidad de Tubinga bajo la dirección del Dr. Jurgen Moltmann, y adaptada y publicada en español bajo el sugestivo título: Religión: Poesía del Mundo Venidero. Implicaciones teológicas de la obra de José Martí. Otros aportes valiosos fueron compartidos por teólogos-pastores de la talla de Adolfo Ham, René Castellanos, Raúl Suárez, Odén Marichal, Carlos Camps, entre otras figuras del protestantismo cubano.

En Puerto Rico fue Domingo Marrero Navarro el precursor de una teología de la liberación. Habiendo bebido de la filosofía existencialista, José Ortega y Gasset y la teología liberal norteamericana, Marrero se ubica dentro del nacionalismo puertorriqueño y como luchador en pro de la independencia de Puerto Rico de los Estados Unidos. Es así como escribe un breve tratado, Los fundamentos de la libertad (1949). Este es un intento de ubicar, desde su confesión evangélica y humanista, el genuino derecho del pueblo puertorriqueño a su libertad. El tratado es un discurso de graduación en la Universidad Interamericana de Puerto Rico, instando a los graduandos a la búsqueda de su identidad en la vocación hacia la libertad.

Dos voces innovadoras y ejemplares han sido Samuel Silva Gotay y Luis Rivera Pagán. Silva Gotay, profesor universitario y buceador de la historia y la sociología de la religión nos ha dado, entre otras, una obra definitiva y de clara inserción en la teología de la liberación, El Pensamiento Cristiano Revolucionario en América Latina y el Caribe (1989), que es su tesis doctoral presentada en la Universidad Nacional Autónoma de México. Silva Gotay ha escrito sendas obras sobre el protestantismo y el catolicismo en Puerto Rico. Rivera Pagán ha escrito Evangelización y Violencia (1992), una obra histórico-teológica que encuadra y da cuenta de la ideología providencialista de la gesta española en América, con un profundo y bien documentado análisis de su justificación teológica. Rivera Pagán ha producido, además, una obra excepcional, A la sombra del Armagedón: reflexiones críticas sobre el desafío nuclear y la militarización de la ciencia (1989), que es un manifiesto ético de corte profético que debió recibir mayor atención por la fuerza de su advertencia, y que aguarda ser reconocida como un hito importante en el desarrollo de la teología de la liberación. No cabe duda de que los aportes valiosísimos de Samuel Silva Gotay y Luis Rivera Pagán son lo más significativo desde Puerto Rico, y desde la vertiente caribeña, a la teología de la liberación.

El teólogo-poeta que desde Puerto Rico constituye una figura cimera y ejemplar es Moisés Rosa Ramos, que en una obra definitiva plasma su ministerio profético-pastoral con ribetes de mística revolucionaria comparable con Ernesto Cardenal en Nicaragua. Su obra poética, Albúm de casa, es una recopilación acertada de sus poemas de todas las épocas, inspirada y revisada unas semanas antes de morir Allí en ofertorio pleno dibuja un perfil crístico que asume la cruz-resurrección en búsqueda del encuentro definitivo con Dios. Es un esfuerzo bien logrado, sin espiritualidades vacuas, en clara opción por los y las pobres, personas marginadas y excluidas, que evoca como signo de haber optado desde ese pueblo por la teología de la liberación.

Fue Idris Hamid, figura pionera de la teología de la liberación caribeña, quien desde su convocatoria, y como teólogo presbiteriano, produjo tres obras esenciales: In Search of New Perspectives, Troubling Waters y Out of the Depths, en la década de los setenta El estilo colectivo, la configuración y elaboración de ciertas categorías específicas y necesarias desde el Caribe ingles, proveyeron una plataforma indispensable para avanzar en los diálogos que se sucedieron en los años siguientes. Ese aporte fue un hito histórico muy valioso. Tres teólogos que también aportaron significativamente fueron: Kortright Davis, Emancipation Still ´Coming (1990), Noel Leo Erskine, Decolonizing Theology: A Caribbean Perspective (1981) y

De igual forma cabe apuntar los aportes significativos de dos mujeres protestantes que han brindado su visión liberadora desde la teología feminista latinoamericana: Ofelia Ortega y Elsa Tamez. El libro de Elsa Tamez, Contra Toda Condena es una relectura de la epístola a los Romanos desde la hermenéutica de la liberación, con aportes importantes para actualizar el pensamiento paulino en una perspectiva más integradora y claramente reclamando la justicia comunitaria y cósmica.

Estas dos educadoras teológicas han dado una producción sólida en la edición de libros desde la perspectiva feminista, la publicación de artículos en reconocidas revistas latinoamericanas e internacionales como RIBLA, PASOS, Concilium, The Ecumenical Review y Voices from the Third World, entre muchas otras.

La figura protestante revolucionaria menos conocida fue Frank País, líder y fundador con Fidel Castro del Movimiento 26 de julio en Santiago de Cuba. Frank era miembro activo de la iglesia Bautista en Santiago. Frank fue asesinado mientras organizaba la resistencia a la cruenta dictadura de Fulgencio Batista. Pero su dedicación y entrega es reconocida sobre todo en la provincia de Santiago de Cuba y entre los protestantes cubanos. Su itinerario de fe y su ideario revolucionario hablan de un creyente evangélico-protestante y un defensor de la cubanía y la liberación de su patria y de todos los pueblos de América.

En Venezuela hay que recordar al Rdo. Exeario Sosa Luján, uno de los fundadores de la UEPV (Unión Evangélica Pentecostal Venezolana), iglesia nacional que promoviera la lucha por la justicia y se ubicara claramente en una línea profética, liberadora, comprometida con la paz con justicia. Recientemente el gobierno bolivariano de Venezuela, a través de la Zona Educativa del estado Lara, designó el nombre de Exeario Sosa Luján a una escuela ejemplar bolivariana en Villa Crepuscular a las afueras de la ciudad de Barquisimeto. Es la primera vez que un líder pentecostal es honrado con tan alta designación. Igualmente, hay que mencionar al Rdo. Ramón Castillo, miembro de la UEPV y fundador del CEVEJ (Comité Evangélico Venezolano por la Justicia), organización que se distinguió en los años 70 y 80 por la denuncia pública de las injusticias y el anuncio de los valores del Reino de Dios. Estos movimientos deben ser referentes a la hora de señalar las voces proféticas del protestantismo venezolano y pioneros en promover el pensamiento bolivariano mucho antes de la revolución bolivariana liderada por Hugo Chávez.

Estos aportes presentados aquí como ejemplos, sirven como marco de referencia en lo que ha sido la trayectoria liberadora de un sector del protestantismo latinoamericano y caribeño. La pregunta central es, ¿podrá el protestantismo latinoamericano y caribeño ser una fuerza profética y liberadora  en las realidades que vive Latinoamérica y el Caribe hoy? ¿Cómo lo asumirán las iglesias protestantes? ¿Qué nuevos aportes son necesarios?

 

Bibliografía mínima

Alvarez, Carmelo. Una Iglesia en Diáspora. San José: DEI, 1991.

Buss, Theo. El Movimiento Ecuménico en la perspectiva de la liberación. Quito-La Paz: CLAI-Hisbol, 1996.

Egido López, Teófanes. Las Reformas Protestantes. Madrid: Editorial Síntesis, 1992.

Carmelo Álvarez

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