Posted On 22/06/2007 By In Teología With 1939 Views

Emilio Castro: Una trayectoria teológica, pastoral y ecuménica

I

Con la aparición de Pasión y compromiso con el reino de Dios: El testimonio ecuménico de Emilio Castro, de Carlos Sintado y Manuel Quintero (Buenos Aires, Kairós) comienza a hacerse justicia a toda una generación de pensadores y teólogos protestantes latinoamericanos cuya labor más intensa se llevó a cabo durante varias décadas de la segunda mitad del siglo XX. Al nombre de Castro hay que agregar los de José Míguez Bonino, Orlando Fals Borda, Mauricio López, Federico Pagura, Sergio Arce, Gonzalo Castillo Cárdenas y Rubem Alves, entre muchos más que participaron en la apertura de la mentalidad ecuménica de las iglesias evangélicas latinoamericanas. Además, este reconocimiento histórico para quien llegó a ser secretario general del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) entre 1984 y 1992, bien puede verse como la consumación de un trabajo desarrollado en diversos espacios teológicos y eclesiásticos por lo que podría denominarse la armada uruguaya: Luis E. Odell, Mortimer Arias, Beatriz Melano, Hiber Conteris, Julio de Santa Ana, Julio Barreiro, Óscar Bolioli, Carlos Delmonte y Julia Campos. Al pasar revista a sus esfuerzos, aun cuando muchas circunstancias que enfrentaron fueron verdaderamente problemáticas, el saldo es bastante positivo.

Así, los ya fallecidos Odell, Melano y Barreiro, dejaron una huella profunda en la conformación del nuevo panorama cristiano en el continente. Odell fue el espíritu que animó al movimiento Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL), Melano fue de las primeras en plantear la teología feminista: su ensayo “Sor Juana Inés de la Cruz, primera teóloga de América”, junto con su libro La iglesia y la mujer (1973), son dos hitos en este sentido., además de que fue ella quien dio a conocer tenazmente el pensamiento de Paul Ricoeur. Barreiro, quien dirigió la revista Cristianismo y Sociedad en los años 70, fue un abogado y politólogo profundamente comprometido con la transformación social de su país y del continente. Su libro El hombre en la Biblia es un ejemplo de teología laica bien pensada y estructurada.

Arias, a su vez, trabajó arduamente en el campo de la evangelización y ejerció como obispo de Bolivia, adonde dio un sólido testimonio de compromiso social. Santa Ana sigue produciendo análisis teológico-económicos, luego de trabajar en ISAL; el CMI y en Brasil. Conteris es ahora un escritor de renombre, después de ser integrante de ISAL y pasar algunos años en prisión por su opción política. Bolioli es presidente de la Iglesia Metodista Uruguaya, tras varios años de colaboración activa en la Iglesia Metodista estadounidense. Lamentablemente, no se vislumbra quiénes podrían sucederlos en la actualidad, ante las exigencias eclesiales de hoy.

Por otra parte, las nuevas generaciones de estudiantes necesitan conocer más de cerca el fruto del trabajo de estos hombres y mujeres, pues la vertiente protestante de la teología latinoamericana no ha recibido la divulgación que merece, debido entre otras cosas, al mayor realce que han recibido las obras de autores católicos. Se requiere elaborar investigaciones que tracen panoramas suficientes del desarrollo de esta teología, puesto que, a pesar de la incomprensión de la que ha sido objeto, el rostro del protestantismo latinoamericano no sería el mismo sin ella.

II

En el caso de Emilio Castro (1927), algunas de sus publicaciones siguen vigentes, pues no han aparecido en el horizonte latinoamericano otros trabajos relacionados con su campo de interés que verdaderamente sean una alternativa producida por autores latinoamericanos. Desde su texto “Misión y evangelización”, de Id por el mundo. Estructuras para la misión (1966, el mismo año de la gran participación del contingente latinoamericano en la Conferencia Mundial de Iglesia y Sociedad del CMI), hasta su libro colectivo Pastores del pueblo de Dios en América Latina (1973) muestra su enorme preocupación por ofrecer herramientas teológicas sólidas a las iglesias en la práctica pastoral y evangelizadora. Aún es posible encontrar en Hacia una pastoral latinoamericana (1974) algunas orientaciones para el trabajo pastoral. Su intensa búsqueda de un “estilo pastoral latinoamericano” se agiganta frente a las formas que ha adquirido el ejercicio pastoral en estos tiempos de la llamada teología de la prosperidad y otras corrientes. Sus páginas sobre el culto como acción política siguen desafiando a sus lectores. Sus libros de sermones son testimonio de la forma en que interrogaba la manera en que la iglesia debía responder a la realidad.

Todavía recientemente en Las preguntas de Dios. La predicación evangélica en América Latina (2004), nueva recopilación de sermones, abre con un análisis profundo del tema. Afirma, por ejemplo: “La comunidad cristiana local es todo menos pasiva frente a la predicación. La ilustra, la sostiene espiritualmente, contribuye a su preparación e incluso después la confirma, la difunde y anticipa las respuestas que el Espíritu Santo provocará en toda la comunidad reunida”.1 Los sermones exploran, con el sello protestante clásico, una serie de preguntas bíblicas que reclaman respuesta urgente. Y es que Castro, al igual que muchos de sus contemporáneos, ha insistido en subrayar la identidad protestante latinoamericana, como consecuencia directa de lo sucedido en los congresos evangélicos de la primera mitad del siglo pasado, pues al mismo tiempo que demanda una transformación consistente de las mentalidades, no olvida el intento por “aterrizar” la gran tradición protestante en sus mejores aspectos.

III

Su estancia en Basilea como el primer alumno latinoamericano de Karl Barth marcó para siempre su desarrollo personal e institucional. Al llegar a Basilea se planteaba: “Yo quiero prepararme para el ambiente intelectual uruguayo y no sé si me van a ayudar para ese propósito los estudios de Nuevo Testamento. Pero lo más importante era entender el choque entre el cristianismo y el positivismo como se lo vivió en Europa y como estábamos viviéndolo en Uruguay, en la filosofía y la teología, para responder a una interrogante: ¿qué dice esto a ese mundo secular, , cómo lo enfrento?”. (p. 107) Porque no hay que olvidar que Uruguay tal vez sea el país más secularizado de América. Y es que a los énfasis en la pastoral y la evangelización que desarrolló desde sus pastorados iniciales (en Argentina, Uruguay y Bolivia), agregó un celo teológico que nunca lo ha abandonado. Castro conoció de primera mano la importancia que Barth otorgaba a la predicación, pues, decía el teólogo suizo: “Con una conferencia usted tiene los libros y si tiene una inteligencia más o menos normal, está seguro del resultado, usted controla situación. En el sermón usted nunca sabe cuál será el resultado: el sermón es luchar con Dios, usted vive temblando, ¡es por ahí que pasa la verdadera predicación!”. (p. 111) Esta influencia imborrable marca un contraste con otros discípulos latinoamericanos de Barth, alguno de los cuales, mientras trabajaba en México recibía el regaño de Orlando Costas al escucharlo predicar.

Así evalúa Castro la influencia de Barth:

¿Qué significó Barth para mí? Primero, una liberación del dilema fundamentalismo versus liberalismo, en torno al cual estaban polarizadas las iglesias latinoamericanas. Barth, con la trascendencia que da a la Palabra y con la existencialidad de la Palabra, nos enseña que a Biblia es la Palabra de Dios cuando se la abre en comunidad, o cuando se la lee invocando al Espíritu Santo. […]

Fue una revolución para mí, con pensamientos tan importantes como que al ‘no’ de los hombres a Dios corresponde el ‘sí’ de Dios a los hombres. […] En ese sentido, para mí fue también una liberación extraordinaria y noto un cambio en el contenido de mi predicación cuando regreso al Uruguay. (pp. 114, 120, cursivas originales)

Este libro, siendo una especie de biografía oficial, atrapa al lector pues es también una larga entrevista retrospectiva y, de ese modo, es posible acercarse a los contextos que explican en gran medida la trayectoria ecuménica de Castro. A lo largo de sus 17 capítulos y más de 500 páginas, palpita el entusiasmo perseverante de alguien que, proviniendo de una región pobre de Uruguay, se traslada a estudiar a Argentina y sigue su camino hacia los espacios ecuménicos internacionales. Su pastorado en la iglesia principal de Montevideo lo coloca en una situación que hoy denominaríamos como “políticamente incorrecta”, pues desde ese puesto se ve inmerso en la vorágine de la lucha política y su opción, necesariamente, fue por la izquierda, que elegiría después la ruta armada. En Montevideo fue un pastor que “inquietaba y alegraba” debido a los énfasis de sus sermones y a sus posteriores apariciones en la televisión.

Su paso por la Asociación Sudamericana de Instituciones Teológicas (ASIT) y el Movimiento por la Unidad Evangélica Latinoamericana (Unelam) hizo que tuviera estrechos contactos con otros grupos afines, precisamente en la época de la polarización ideológica en el seno del protestantismo latinoamericano. Su trabajo en Unelam resultó fundamental para enlazar las pasadas conferencias evangélicas con lo que a fines de los 70 llegaría a ser el Consejo Latinoamericano de Iglesias (reunión preparatoria de Oaxtepec). Esa fue la plataforma que lo lanzaría a espacios ecuménicos de mayor trascendencia. Cuando empieza a participar en reuniones del CMI y de otros organismos, advierte “la tensión entre una perspectiva evangélica dirigida esencialmente a la salvación del individuo y otra más preocupada por los cambios sociales y económicos, a lo que se sumaba un énfasis especial en la búsqueda de la justicia y la paz en los asuntos internacionales” (pp. 197-198). Esta tensión, familiar para él, la resolverá en la medida que participe cada vez más en el movimiento ecuménico, aun cuando en círculos juveniles no fue muy bien aceptado.

El capítulo 8 (“Conflicto social y obediencia cristiana”) es, tal vez, el que mejor refleja las dificultades de articular un discurso y una praxis protestantes acordes con los nuevos tiempos, especialmente en la época de los Tupamaros uruguayos. Castro interviene como mediador y a a dar a la cárcel, experimentando la represión y la persecución, además de la incomprensión de algunos sectores de la iglesia. Llegar a la Comisión de Evangelización y Misión del CMI, en sustitución de Philip Potter, le permitió entablar diálogos hasta entonces impensables con los espacios evangelísticos conservadores, pues las polémicas que protagonizó con otros dirigentes como Carl McIntire y Billy Graham se resolvieron de la manera más cristiana y civilizada posible. Su amistad y trabajo con Orlando Costas, establecido en los 70 en Costa Rica, tuvo frutos notables dada su actitud crítica hacia el movimiento Evangelismo a Fondo, del cual Costas era uno de los dirigentes. En 1972 participó en la Conferencia de Misiones de Bangkok, cuando se planteó el tema de la moratoria de la misión, y en 1975 en Nairobi, en la quinta Asamblea del CMI, así como en otra conferencia sobre Misiones en Melbourne, Australia (1980). En esa época entraron en escena las iglesias ortodoxas.

El capítulo 11 expone sus iniciativas para dialogar con otras religiones, algo no muy favorecido entonces. En 1984 completó su doctorado y estuvo a punto de volver a América Latina como rector de ISEDET, pero entonces surgió la posibilidad de alcanzar la secretaría general del CMI, puesto al que accedió en 1984 y donde desarrolló una intensa labor. Allí le tocó enfrentar el fin de los regímenes socialistas, por ejemplo, y acoger plenamente a los ortodoxos, además de mantener el acercamiento con la iglesia católica. Al fin de su mandato, en 1992, el rostro del CMI se preparaba para los cambios que vendrían con el fin de siglo. El libro subraya bien sus diálogos con personalidades como Fidel Castro y Nelson Mandela, en una larga lista.

Posteriormente, Castro volvió a Uruguay, pero ha regresado a Suiza y alterna estancias allí con otras en Montevideo. Su esposa Gladis falleció en 2005.

El resumen de su experiencia ecuménica es aleccionador:

En todo lo que hemos conversado hasta ahora creo que trasunta mi pasión por la misión de la iglesia, por la evangelización, por la dinámica del Reino, por el testimonio. Lógicamente, el servicio social está implícito en cada mención del Reino. […] el tema de la unidad de la iglesia sigue siendo fundamental. Cuando llego a la Comisión de Misión y Evangelización, aclaro que debíamos intentar poner al evangelización en la agenda del Consejo claramente, como realidad de la vida de las iglesias y como testimonio al mundo y a las otras iglesias cristianas que criticaban al Consejo por esa falta de expresión evangelística. Asimismo, cuando asumo la secretaría general, tengo la convicción de que la unidad de la iglesia era un tema a retomar. (p. 349)

1 E. Castro, Las preguntas de Dios. La predicación evangélica en América Latina. Buenos Aires, Kairós, 2004, p. 44.

Leopoldo Cervantes-Ortiz

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