“¿Somos una iglesia cristiana que apuesta por la dignidad humana o una iglesia indiferente al dolor y a la necesidad más sentida de las personas, somos un claustro de “santos” o somos santos llevando dignidad?”.
Recuerdo que un día en la ciudad de Lima, como sucede en otras muchas ciudades latinoamericanas, un niño de unos 8 a 10 años aproximadamente subió al bus y contó que trabajaba por la mañana porque estudiaba por la tarde, y su mamá lavaba ropa, por lo que él, para ayudar con la leche de su hermanita, vendía caramelos. Cuando pasaba por los asientos, un señor le dio una moneda y le dijo: no me des los caramelos. Lo sorprendente fue la reacción del menor quien le dijo: ¡No, señor, valore mi trabajo! Tomó cinco caramelos, se los puso en la mano y continuó vendiendo.
Esa acción me llevó a interpelarme sobre la dignidad del ser humano, ya que un niño pedía que se valorara su trabajo, o lo que es lo mismo, exigía una dignificación por lo que era y no por lo que hacía.
Sin embargo, la iglesia y muchos cristianos de hoy se han olvidado de la dignidad humana dando más importancia a la religiosidad, las tradiciones y los personalismos. Muchas iglesias, en vez de ver la necesidad de respeto y de valor que requiere la gente, prefieren, como se dice en el argot evangélico, “sacarla de la esclavitud mundo” para meterlos en la iglesia y aislarlos de una sociedad a la cual deben impactar, lo que quiere decir que tenemos esclavos sacados del mundo convertidos en esclavos de la religiosidad y, como sabemos, ningún esclavo puede vivir en dignidad.
Por tanto, ¿estará mal que la iglesia reúna a los creyentes? Por supuesto que no. Lo que esta errado es convertir la iglesia en un gueto separado del mundo y de la sociedad, y convertirla en un bunker para combatir desde las trincheras a una sociedad maligna.
La situación que he narrado me llevó a hacerme una pregunta con una cierta perspectiva exclusivista e incluso sectaria: ¿Cómo se puede recuperar la dignidad? Recuerdo que las Escrituras dicen que Jesús caminaba por las calles tocando leprosos, comiendo con pecadores y prostitutas, sanando enfermos y hasta resucitando cadáveres. Si somos cristianos, ¿no deberíamos andar como Él anduvo? ¿O es que hemos perdido la visión y nos enquistamos dentro de cuatro paredes, porque es más cómodo y fácil ser cristiano dentro de la iglesia haciendo oídos sordos a las necesidades y siendo ciegos a las injusticias que sufre esta sociedad?
No veo a un Jesús sentado en el primer banco de la iglesia pidiendo a su Padre que salve a esos pecadores sin hacer nada por ellos. Tampoco puedo imaginarme a Jesús predicando desde el púlpito y diciendo: “Esta iglesia tiene la verdad, y la santidad es separarse del mundo”, cuando el mismo murió por este mundo y convivió con él, devolviendo la dignidad a las personas. (Porque de tal manera amo Dios a este mundo, que dio a su único Hijo… Jn.3:16).
Si un niño puede demostrarnos qué es dignidad, ¿Por que a la iglesia le cuesta tanto entenderlo? Tal vez sea por ignorancia, conformismo, tradicionalismo o manejo del poder pero, sin embargo, debemos abrir los ojos y ver como el Maestro veía.
Durante estos años he visto diferentes definiciones y perspectivas en relación a la iglesia y su papel en el mundo o la sociedad, y cada vez me convenzo más de que la iglesia es un espacio de relación y de entrenamiento en el cual los cristianos celebran la vida y aprenden cómo vivirla mejor, con el acompañamiento de Dios por medio de su Espíritu Santo. Cuando realmente la iglesia cristiana salga a las calles a caminar como Jesús, y vea el dolor, el sufrimiento, la angustia, la depresión, la injusticia y tantas otras señales que producen muerte entonces, y solo entonces, comprenderá que sin dignidad no hay humanidad y sin humanidad no hay cristiandad. No debemos olvidar que para ser cristianos primero debemos ser humanos. Empecemos a buscar quienes son los leprosos de hoy, donde están los más indignos de nuestras sociedades, y procuremos que nuestros actos luchen contra los fariseos de nuestras iglesias cristianas, esos que se creen justos, santos y perfectos, olvidándose así de la misericordia que están necesitando los indignos de este mundo.
¡Qué ciertas y actuales se hacen las palabras de Juan Wesley: “Mi parroquia es el mundo.”!
- Cristianos por la dignidad - 15/09/2014