Alguien que se etiqueta como reformado y que no me conoce me ha invitado a formar parte de un grupo antiecuménico en internet. Así que lo primero que hice fue buscar fotos de mi abuela materna llevandóme de la mano a la Escuela Sabática de una iglesia rural. Después me puse a recordar las veladas familiares donde leímos la Biblia con mis primos católicos. Y por último me remangué las mangas de la camisa y me puse a cocinar frijoles negros para rememorar a mis padres presbiterianos que me dieron el mejor de los regalos en cuestiones eclesiológicas: la libertad.
No, definitivamente no. No todos los reformados somos iguales. Aunque desde lejos parezca que sí, puedo asegurarles que hay cierta diversidad de vocaciones e impulsos entre nosotros. Antes no era tan fácil distinguir las diferencias pues bastaba con presentar una confesión de fe, casi siempre una copia mejorada de la anterior con un lenguaje más actualizado, que decía sin reparo alguno quiénes eramos, de dónde veníamos y a dónde íbamos. Antes teníamos muchas cosas en común, por ejemplo, la sobriedad. Antes leíamos más, sobre todo, la historia.
Hoy, Mark Zuckerberg nos los pone mucho más fácil. Basta con abrirte un grupo en facebook y declarar qué tipo de oposición haces y a qué anti perteneces. Pero la estrategia sigue siendo antigua: decimos lo que no somos con un derroche de objetivos y de tiempo que causa espanto, aclaramos bien y con todo tipo de detalles con quien no queremos estar unidos y hundimos en la miseria a quienes piensan diferente a nosotros. Herejía, apostasía, heterodoxia y sacrilegio, son palabras del pasado que usaron contra nosotros, y como somos buenos aprendices, las hemos vuelto a escribir ahora contra los demás. Contra nuestros disidentes.
Cierta vez Calvino escribió sobre la total depravación del hombre; y nosotros creímos que se estaba refiriendo a los que estaban fuera del salero, a los que habían rechazado la soberanía de Dios, a los que se negaban a reconocer la obra expiatoria de Cristo, pero ahora me temo que nos incluía a nosotros también, a los que deberíamos ser sal y luz, a los que nos escudamos de versículos de las Escrituras para darle a nuestras opiniones un carácter canónico, a los que en nombre del puritanismo damos un rodeo para no tropezarnos con el prójimo que esta desnudo y golpeado en la cuneta.
No, definitivanmente no. No todos los reformados somos iguales. Así que cuando escucho las palabras iglesia reformada siempre reformándose tiemblo. Cuando la falta de libertad y el desamor entren en la iglesia lo harán en el nombre del pasado, dirán que las cosas siempre se han hecho así, se erigirán en defensores de Dios y sus atributos, y nos recordarán que en Egipto vivíamos mejor.
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