Posted On 03/10/2014 By In Biblia, Ética, Opinión, Pastoral With 4316 Views

La fuerza de la comunidad en medio de la individualidad

La sociedad se encuentra envuelta en una atmósfera de soledad e individualidad incluso a pesar de que su población es cada día más elevada. Sin embargo, cada uno va a lo suyo, en lo particular, nos enfrentamos con una frialdad social. Una de las razones del deterioro de la sociedad, de la violencia del mundo, de la destrucción de la naturaleza, es que no existe un verdadero compromiso de los habitantes del planeta con el cambio de esta situación, cada cual asume que algún otro se hará responsable de lo que, por deber y por derecho me toca hacer a mí. El individualismo y la arrogancia nos colman; las cosas más elementales, como unos buenos días, unas buenas tardes, o unas buenas noches, o pedir un favor, se han perdido de nuestro lenguaje, ya están en vía de extinción; pasamos atropellando a la gente sin pedirle permiso. Vivimos en un mundo muy poblado y, al mismo tiempo, muy indiferente.

Esta individualidad ha invadido todas las esferas de la vida, incluso la eclesial. Escuchamos en muchas de las emisoras y canales cristianos el discurso de que mi relación con Dios es individual, igual que la salvación. La urgencia de muchos líderes cristianos es llenar las comunidades de fe, y la relación entre los hermanos empieza a perderse, a deteriorarse. En la iglesia cada uno va a lo suyo en esa “relación individual con Dios”, y se olvida de que somos una asamblea y de que los problemas del hermano también son los míos. Es interesante observar en las librerías cristianas métodos de iglesia-crecimiento, es decir de cómo poder hacer crecer rápidamente la membresía. Curioso afán, aunque es difícil encontrar libros que le enseñen a los líderes cristianos, pastores de estas grandes iglesias cómo potenciar la idea y la práctica del sentido de comunidad en las mega-iglesia, por ejemplo.

El texto de Mateo 18,19-20 nos invita a retomar la práctica de ser comunidad.  Es un texto enriquecedor porque nos permite comprender que la comunidad de fe, cuando se compromete en los procesos sociales y eclesiales, posee un poder explosivo (dunamis) que sería interesante que volviéramos a mirar y a no dejar de practicar.

El texto, en un principio, nos invita a reflexionar desde dos perspectivas:

Comienza con la siguiente frase: “si dos personas…”, una idea de colectividad, no de individualidad; es la manera en la que la Biblia nos quiere expresar el sentir de la comunidad, de la cooperación, de la ayuda mutua. Por naturaleza, el ser humano vive en comunidad. y gracias a ella ha subsistido desde la antigüedad. Jesús nos recuerda, de alguna manera, este principio.

  1. a) [Yo estoy en medio de ellos] (vs.20). Para las culturas de oriente medio la cuestión de la presencia era mucho más amplia y compleja que la nuestra.  La presencia de “eso”, que podía ser físico o etéreo, tenía que ver con la continuidad de sus ideas, anhelos, sentimientos y prácticas del que se hace presente; en pocas palabras, no solo era una cuestión física, sino también espiritual, se trataba de su esencia misma, la totalidad de su ser  la que también se hacía presente. Sólo cuando dos o más se reúnen, Jesús se hace presente. Es decir, se activa en la comunidad (dos o tres) el  compromiso de Jesús por la vida, el respeto por la dignidad humana, el amor al prójimo y su compromiso social (dando de comer al hambriento y agua al sediento). Esa es la obligación de la comunidad, la presencia de los ideales de Jesús en un mundo necesitado del  mensaje del evangelio y de su práctica, y que se sienta en la comunidad de fe y en la sociedad. La ekklesía de Dios, principio de la comunidad paulina, tuvo un impactó importante en su cultura, y las razones, entre otras, pueden ser las siguientes:
  • Las personas se amaban, compartían sus vidas sin que importara si eran griegos, romanos, libres, esclavos, hombres, mujeres, todos eran uno en Cristo.
  • Se ayudaban entre sí, se sostenían unas a otras; las más ricas económicamente, proveían a las más débiles y a los misioneros que llevaban el evangelio. Resultaba ser una red interesante.
  • Las viudas y huérfanos eran acogidos y ayudados. Las niñas y los niños ya no eran violados en los caminos y en las ciudades, y mucho menos esclavizados: eran sostenidos por la iglesia. Si analizamos lo dicho, nos encontramos ante un concepto nuevo de sociedad para la época, lo que supone una nueva comprensión de la presencia de Jesús en la comunidad de fe.

Lastimosamente hoy existen muchas iglesias que carecen del sentido de comunidad, no son verdaderas comunidades donde los problemas de mi hermano son mis problemas y su necesidad es mi necesidad, base del concepto de amor al prójimo, la empatía. Muchos llegan y se van de allí después de escuchar un mensaje bonito pero no se conocen, no comparten y eso no es el sentido de la asamblea, pues la ekklesia es la comunidad, la asamblea que comparte.

  1. b) El segundo aspecto a analizar está en el versículo 19, sigue la misma frase: “si dos…”, nuevamente es un principio de comunidad. Este versículo usualmente se ha utilizado para hablar de los milagros, de esos que son sobrenaturales, donde dos se ponen de acuerdo para que ocurra algo. Sin embargo, el versículo 19 es mucho más profundo nos revela del poder de la comunidad para hacer que las cosas puedan suceder, que los milagros ocurran. Es interesante cuando la comunidad de fe, tiene una visión clara, pues si toda ella se direcciona en la búsqueda de esa visión entonces ocurrirá el milagro, la materialización de esa visión.

Si la iglesia dirige sus esfuerzos a propiciar algún objetivo, sea compra de inmuebles o muebles, ayuda humanitaria, participación política y social, etc., ocurrirá el milagro; pero cuando la iglesia, la comunidad de fe no tiene unidad no se puede hacer nada. He encontrado comunidades de muchos años y he visto pastores un poco frustrados porque sus comunidades no han logrado desarrollarse, no bendicen, no poseen incidencia social, porque no han logrado que la iglesia entienda que es una comunidad de amor, de fe en Cristo Jesús y que a partir de la unidad que él nos permite pueden suceder milagros extraordinarios en la vida de la iglesia. Es decir, los proyectos por más difíciles que parezcan, esos que nacen en el interior de la iglesia que entiende verdaderamente qué es ser comunidad, pueden consolidarse, hacerse viables.  Desgraciadamente muchas veces aquellos anhelos como justicia, vista a los ciegos, pan, entre otros han tomado otro rumbo ideológico, como ya lo diría Samuel Silva Gotay “El pan, la justicia y la liberación han perdido su materialidad y su realidad, a tal punto que la prédica sobre su promesa sólo sirve para domesticar las masas y resignarlas a la espera de estas promesas en otro mundo, después de la muerte, para que soporten y mantengan las condiciones existentes en la tierra tal y como están” (Silva, 1981). De alguna manera, la iglesia debe rescatar la utopía, el sueño de Dios, y demostrar que estos “milagros” son posibles aquí y ahora.

En la gran mayoría de las organizaciones sociales suele darse el principio de vivir en comunidad. Cada una, desde su misión, procura que sus ideales se consoliden y se materialicen; sus miembros luchan mancomunadamente para que los ideales crezcan y se reproduzcan, para que la utopía sea una realidad, es la esperanza de la comunidad. Es interesante cuando nos encontramos con estos miembros luchando contra corriente, aún en medio de la persecución de los gobiernos o de manos inescrupulosas, como en Colombia (paramilitares), que siempre atentan en contra de los nobles ideales de aquellos que levantan su voz profética en contra de las injusticias a las que son sometidos la mayoría de los habitantes de nuestros países. Estos grupos sociales revelan la fuerza de resistencia de los pueblos, como diría Leonardo Boff: “La fuerza de su resistencia y de liberación del pueblo es proporcional a su capacidad de unión de las comunidades entre sí y de su articulación con los movimientos populares” (Boff, 1986).

La iglesia que se reúne para vivir su fe, para hacerla práctica comprende y hace vivo su compromiso cristiano desde esa vocación social que posee (Boff, 1986). Sólo cuando entiende qué es ser comunidad se activa su voz profética, porque comprende que el sufrimiento de unos es el sufrimiento de todos, y participa en propuestas de cambio social y político. Todos somos reflejo de Jesús, y nos alimentamos de su presencia y dirección en la comunidad para salir y llevar el mensaje y hacerlo práctico para el bienestar de los menos favorecidos. Esa es la utopía, nuestra esperanza: hacer viva la presencia de Jesús entre aquellos que tienen sed de justicia, entre los que lloran y gimen deseando que Dios irrumpa en este sistema económico mezquino que ha penetrado incluso en la iglesia, porque entiende que la individualidad le resta poder a la comunidad. Sólo con una iglesia comprometida por aquellos que tienen menos, por los que sufren, será posible el milagro de Dios: hacer que las cosas que no son, sean en un mundo que desea vida, y esa que es plena, que tendrá como fin permitir relaciones humanas de verdad y no interesadas ni mezquinas.

 

Bibliografía

Boff, L. (1986). E a igreja se fez povo. . Petrópolis : Editora Vozes.

Bornkamm, G. (1978). Pablo de Tarso. Salamanca: Ediciones Sígueme.

Dominic, J. C. (1994). Jesús: Vida de un campesino judío. . Barcelona: Crítica.

Horsley, R. (2004). Paulo e o Imperio: reiligião e poder na sociedade imperial romana. São Paulo: Paulus.

Pagola, J. A. (2007). Jesús, aproximación historica . Madrid: PPC, Editorial y Distribuidora S.A.

Piñero, A. (2007). Los Cristianismo Derrotados. ¿Cuál fue el pensamiento de los primeros cristianos heréticos y heterodoxos? Madrid: Editorial Edaf.

Silva, S. (1981). El pensamiento cristiano y revolucionario en América Latina y el Caribe. Implicaciones de la teología de la liberación para la sociología de la religión. . Salamanca: Ediciones Sígueme.

Theissen, G. (2005). El movimiento de Jesús. Salamanca: Ediciones Sigueme.

 

Hary Cantillo

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