El conflicto estalla: nos rompe la rutina, nos desgaja el alma. La catástrofe quiebra la historia y es un detonante para el cambio, es un parteaguas para mejorar. La desaparición de 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa el pasado 26 de septiembre en el municipio de Iguala, Guerrero, ha ocasionado innumerables reacciones en todo el mundo, tanto pacíficas como violentas: marchas, manifiestos, ayunos, oraciones, bloqueos de carreteras, quema de vehículos, de negocios. Hoy, varias semanas después, la población está en una encrucijada: olvidar y seguir (ya no adelante sino a dónde se pueda), o permanecer en el desafío abierto contra las injusticias de un gobierno represor, malorientado, neoliberal.
La historia de Israel es también nuestra historia. Podemos encontrarnos en ella. Es texto bíblico, inspirado por Dios, pauta para entrever la acción de Dios y de su pueblo en nuestros días. En ella descubro a tres mujeres que enfrentaron el caos, que en medio del dolor y de la incertidumbre inventaron un camino diferente para cortar la crueldad y exigir justicia. Dos sabemos cómo se llaman, la otra no. Me refiero a Abigail, la mujer de Tecoa y a Rispá.
Abigail: el camino de la paz
La personalidad de David es compleja y, en sus primeros años, violenta. En 1 Samuel 25 Samuel muere y Saúl se halla prácticamente sin poder. David, al contrario, ha conseguido aliados y ha aumentado su popularidad entre las tribus. Cuando llega al desierto de Maón, se entera del banquete que prepara Nabal en su hacienda. Como sabemos, la hospitalidad es un valor fundamental entre los pueblos nómadas. David manda pedir un poco de comida para él y sus hombres a cambio de proteger a los pastores de Nabal de los saqueadores: una súplica justa. Pero Nabal se niega, es un hombre necio y avaro. Cuando el futuro rey conoce la respuesta, su actitud cambia drásticamente: toma las armas y se prepara para aniquilar la casa de Nabal: su esposa, sus hijos, sus siervos. Algunos de los criados de la hacienda escuchan estos planes y, conociendo a la esposa de Nabal, mujer “inteligente y hermosa”, optan por contarle a ella la desgracia que se avecina. La reacción de Abigail es inmediata, no puede quedarse a esperar lo inminente, necesita actuar y pronto. Emprende una serie de movimientos en solidaridad con los demás trabajadores de la hacienda. Sabe que no puede hacerlo sola. Logra reunir varios bienes (quizá joyas, animales, comida) y se pone en camino a donde acampa David con sus hombres. Allí, ella presenta una alternativa de solución que impide la violencia. Es una voz de paz y de vida en medio del tumulto diabólico de la guerra. David se conmueve ante sus palabras y se arrepiente, cambia de perspectiva. Su grito de guerra se transforma en bendición: “¡Bendita tu sensatez y también tú que me has impedido derramar sangre y tomarme la justicia por mi mano!”. El evangelio de Abigail (en tanto noticias de paz) es el que instaura la justicia entre David y su familia pero también dentro de su propia casa. La muerte posterior de Nabal es la respuesta de Dios en la historia: de Él es la venganza.
La mujer de Tecoa: el Dios de la vida
No se sabe mucho sobre esta mujer que interviene en 2 Samuel 14. David ya es rey y ha comenzado a distanciarse de sus hijos a causa del poder. Así ocurre con Absalón. Como es usual en la paternidad de David, ésta tiene siempre implicaciones directas en su gobierno. Y Joab se percata de ello. David echa de menos a Absalón pero no puede hacer que regrese; si lo hace, la ley dicta que muera. Joab sabe que David perderá el reino si no se reconcilia con su hijo. Entonces elige a una mujer de Tecoa, astuta y valiente, para que hable con el rey. Ella lo hace del mismo modo que lo había hecho antes el profeta Natán (1 Samuel 12): con un cuento. La imaginación es transformadora, abre vetas ocultas. Cuando la extraña visitante tiene que hacer notoria su súplica no la esconde: “que el defensor de la sangre no aumente las desgracias acabando con su hijo” (2 Sam. 14,11). Sus palabras últimas son desafiantes, la ley avalaba la muerte pero la mujer de Tecoa sabe que Dios es el dador de la ley: “Él no quiere quitar la vida. Al contrario, desea que el desterrado no siga alejado de él” (2 Sam 14,14). El evangelio de esta mujer anónima es un reconocimiento de que a Dios pertenece también la muerte, es un grito de vida en medio del desconsuelo y el descontrol político.
Rispá: contra el odio y el olvido
La última mujer que aparece nombrada en los libros de Samuel es Rispá, concubina de Saúl (2 Samuel 21). David ha decidido acabar con la casa de Saúl y ha asesinado a los siete hijos que le habían sobrevivido. Entre ellos estaban los dos hijos de Rispá. Sus cadáveres fueron exhibidos, en un acto político –de terror– semejante al de los cancilleres que colgaban los cuerpos de los piratas en los puertos. Rispá había quedado viuda y sin hijos: en total desamparo. Sin embargo, en un acto de heroísmo cubre los siete cuerpos con sus mantos, los protege de los cuervos y las aves carroñeras: de la ignominia pública. Exige una sepultura correcta para sus descendientes. David la escucha, recoge los restos de Saúl y Jonatán de la tribu de Jabés y todos son depositados en el sepulcro familiar. Rispá no permitió que sus hijos se esfumaran entre el odio como si nunca hubiesen existido. Debían ser recordados. La muerte de las personas también merece dignidad. Rispá exhortó a David a superar las afrentas políticas y a ser justo, a no olvidar. Sólo después de eso, Dios se apiadó de la nación.
Ayotizanapa: paz, vida y memoria.
Nuestro Dios actúa en la historia, interviene para liberación y para juicio. En la encrucijada que atraviesa mi país, México, hay que evitar actuar con violencia y odio hacia los demás. Como cristianos, tenemos que vivir conforme al evangelio, ir hasta el límite. Tres mujeres en la historia de Israel nos recuerdan cómo es el Dios en el que hemos creído: Dios de paz, Dios de vida. Nuestras respuestas ante la tragedia de Ayotizanapa, y ante todas las tragedias cotidianas, tienen que buscar la paz, anclarse en la vida y estallar en un grito de esperanza: ¡Dios se acuerda siempre de nosotros, Dios no olvida las injusticias, Dios nos acompaña, Dios reina!