Ninguna Navidad es igual a la que celebramos ayer, ni será similar a la que celebraremos en pocos días. Tampoco será parecida a la Navidad del próximo año. Miro hacia un pasado que tengo delante de mis ojos, y veo a un niño rodeado de sus abuelos, padres, hermana y tíos. La mayoría de ellos se ausentaron hace muchas navidades.
No puedo volver atrás. No podré regresar a los olores de la cocina de mi abuela, cuando en la «Nochebuena» cocinaba cardos, como buena aragonesa. No volveré a deleitarme viendo a mi abuelo preparar licores (los hacía el mismo) para celebrar la Navidad. Tampoco podré volver a vivir esas horas, llenas de ilusión, cuando mis padres y mis tíos se reunían para pensar qué platos iban a preparar para celebrar las fiestas navideñas. Eran momentos mágicos.
Mi padre no volverá a decorar la casa para asemejarla a un gran árbol de Navidad (Dios mío, ¡cómo le gustaba!). Ni regresará para preparar el Belén, que el niño que yo era observaba con deleite y que me invitaba a entrar en un mundo donde todo, cualquier cosa buena, podía ocurrir. No volverá a poner en la gramola esa canción que tanto le gustaba, «Blanca Navidad«, interpretada, si no recuerdo mal, por José Guardiola. Tampoco se vestirá de «rey mago» para dar los regalos navideños a sus nietos. ¡Cómo me hubiera gustado que el tiempo se hubiera detenido! Un imposible, lo sé. Pero ese deseo esta penetrado por el dolor de no haber aprovechado, más todavía, esos momentos felices. Eran momentos mágicos.
Recuerdo unas navidades especiales. Era un culto de año nuevo organizado por los jóvenes de la iglesia donde crecí en la fe. A ese culto, por primera vez, asistieron mis padres. Lo hicieron sin avisar. Ese día decidieron seguir a nuestro Señor. Realmente fue un momento mágico, que llenó de alegría mi corazón. ¡Un año nuevo inolvidable!
Hoy, me preparo para celebrar otras navidades. Serán distintas, es verdad. Pero estaré rodeado de mi familia. En la Nochebuena nos sentaremos a la mesa mi nieta, mis hijos, mi compañera y un servidor. Después de cenar nos obsequiaremos regalos, y os aseguro que disfrutaremos. Al día siguiente iremos todos juntos a la iglesia para celebrar el culto de Navidad, luego comeremos con nuestra familia. Será, sin duda, otro momento mágico. Deseo con todas las fuerzas de mi alma que lo sea.
Y ¿sabéis? He aprendido a lo largo de la vida dos cuestiones de suma importancia: La primera tiene que ver con no malgastar el tiempo navideño -ni ningún otro momento-, y disfrutar «a tope» de todos los encuentros en torno a la mesa familiar (Carpe Diem Navideño). Y digo «familia» en el sentido extenso de la palabra. Y la segunda cuestión tiene que ver con el motivo de la celebración navideña, algo que para los cristianos y cristianas no cambia, o no debiera cambiar. Y tiene que ver con el hecho de que la Palabra se hizo carne, habitó entre nosotros, y ahora nos anuncia la buena noticia de que nuestras vidas pueden cobrar un nuevo significado gracias a Jesús de Nazaret.
¡Sí! La nostalgia de las navidades pasadas seguirá ahí, pero la veremos con nuevos ojos. Y miraremos al futuro con la esperanza de que todos, absolutamente todos, nos volveremos a reunir en torno a la mesa para celebrar unas «navidades» eternas en el mundo nuevo de Dios. Y no, no se me olvida, el anfitrión, el alma de la fiesta será Jesús de Nazaret. ¡Será un momento mágico!
¡Feliz Adviento! ¡Feliz Navidad! Soli Deo Gloria
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