Estamos ya en el tercer domingo de Adviento, sólo dos semanas nos separan de la Navidad. Este domingo es llamado “Letare”, que significa “alegría”, y el color morado es cambiado por el rosa, para significar que la Navidad está ya próxima. En este tercer domingo también cambiamos el evangelista que de Marcos pasa a Juan.
La palabra de este tercer fin de semana de Adviento es “testigo”, la cual es aplicada a Juan Bautista quien nuevamente domina el evangelio. El lugar que el Bautista asume, y como veíamos el domingo pasado, era el de mensajero y testigo. ¿De quién es testigo? El Evangelio de Juan es uno alto en imágenes simbólicas o conceptos diferentes a los sinópticos (Mt, Mc, Lc) y una de ellas es la “Luz”. Jesús es identificado con ella cuando se dice “Él (Juan Bautista) no era la luz, sino un testigo de la luz” (Jn 1,8). Pienso aquí en la Primera Lectura de la Nochebuena tomada de Isaías: “El pueblo que caminaba a oscuras vio una luz inmensa, los que habitaban un país de sombras se inundaron de luz” (Is 9,1). El que es identificado con la luz es el Mesías que permite que los que viven en las sombras de la desesperanza puedan caminar en una luz nueva e intensa. Es la gran luz que no conoce ocaso y de la cual los creyentes hemos de transformarnos en testigos.
“Testigo” y “testimonio” son palabras que van indisolublemente unidas. En el Adviento la Iglesia ha de volver a comprender que su verdadero sentido se ubica justamente en la actividad de testimonio que da a un mundo que vive en sombras y que camina a oscuras. Si indagamos un poco más en la palabra griega que se traduce como testigo nos daremos cuenta de que ésta es “mártir”. Así, la espiritualidad del Adviento es una de carácter martirial. Como cristianos y cristianas debemos aprender a correr riesgos por el sólo hecho de vivir nuestra fe. Los riesgos vienen como parte integradora de nuestra común vocación bautismal que nos hace profetas, es decir, mensajeros que anuncian la Palabra de Dios y denuncian aquellas estructuras de pecado social y personal que denigran la dignidad de la persona, imagen y semejanza de Dios.
El testimonio en éste tercer domingo de Adviento debe ser también uno profundamente alegre. Aunque en este tiempo ya no cantemos el Gloria o las flores de nuestras Iglesias ya no estén presentes, la alegría debe ser una identidad que esté incoada en lo más profundo de nuestro ser cristianos, hermanos de Jesucristo. Quizás el mayor testimonio de que la Iglesia aún tiene una palabra que decir en este mundo es que vive su vocación con alegría, con esa sonrisa que nos ha recordado el Papa Francisco. ¡No nos dejemos robar la alegría! ¡No dejemos de testimoniar con palabras y obras aquél Reino que nos trajo la Luz que iluminó para siempre la noche del mundo! ¡No nos cansemos de ser testigos de la luz!
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN
¿Cómo puedo ser testigo de la Luz?
Nuestra sociedad actual tiene como dios al dinero, ¿cómo puedo/podemos dar testimonios de la gratuidad del Dios del que fue testigo Juan Bautista?
“Esta es la patria del Adviento, de la Navidad, la que Cristo nos manda ofrecer por medio de su Iglesia, a los que tienen en sus manos las riendas, los destinos, los poderes: económicos, sociales, políticos, para que construyan junto con un pueblo tan de buena voluntad, donde si es cierto que hay terrorismo y hay maldades, no será la culpa el no haberlo comprendido bien. Hermanos, esta es la tarea de la Iglesia en la historia de cada país. Hacer de cada historia de cada país una historia de salvación” (Homilía de Mons. Óscar Arnulfo Romero Galdámez).
Tercer Domingo de Adviento