Posted On 01/04/2015 By In Opinión, Teología With 2401 Views

La Educación Teológica en un escenario de perplejidades

Conferencia presentada a la Junta Directiva y Secretariado de CLAI, 17 – 22 de marzo del 2015. (Fuente: Comunidad Teológica Evangélica de Chile)

J.Alarcón

Jaime Alarcón, autor de la conferencia

 

Me corresponde hablar de algunos desafíos a la Educación Teológica Evangélico/Protestante. Y realizo esta reflexión, a partir de mi experiencia como docente, en una casa de estudios teológicos como lo es la Comunidad Teológica Evangélica de Chile, cuya presencia educativa ya se ha extendido por más de cincuenta años.Prof. Jaime Alarcón V. (Decano de la C.T.E. de Chile)

Me propongo, más que dar respuestas, levantar preguntas a una preocupación que a todos nos convoca como comunidades de fe y como instituciones eclesiales con vocación ecuménica: ¿Cómo afecta al mundo protestante, en Chile, la crisis del ecumenismo? y ¿Cómo afecta a la educación teológica dicha crisis?

Como ya muchos lo han afirmado, el inicio del siglo XXI no sólo es un nuevo siglo, también es el nacimiento de una nueva época, en donde la razón abandona su tiranía para buscar su complemento en la emoción y la intuición. Esto hará surgir, esa es nuestra esperanza, una nueva humanidad: más sabia, más equilibrada, más humanizada. El inicio de este nuevo siglo nos seduce y nos conduce hacia el nacimiento de una ‘nueva espiritualidad’ y, desde allí, hacia el nacimiento de una ‘nueva humanidad’.

     Hablar de posmodernidad resulta un tanto contradictorio, pues se supone que lo ‘moderno’ es lo último, lo nuevo, aquello actual, lo de ahora. En general los diferentes autores usan un lenguaje técnico muy complejo para referirse a ella, lo que hace muy difícil su comprensión; haciendo referencia mayoritariamente a una crítica de la sociedad y las culturas posmodernas.[1] Vista la posmodernidad  desde su lado positivo, ésta viene siendo una crítica a la propia modernidad, es decir se confronta al ser humano con una crisis de la razón, trayendo de vuelta la revalorización de lo ‘subjetivo’, de la emoción y de la intuición, como una dimensión importante para la complementación de la persona y del conocimiento de la realidad.  En esta perspectiva la mística y la espiritualidad, como aspectos esencialmente internos y subjetivos de la persona, resurgen con mucha fuerza en el siglo XXI, como herramientas valiosas para lograr su aporte al proceso de humanización del ser humano.

El  estudioso del fenómeno religioso dentro de la posmodernidad, Dr. In Sik Hong, reconoce que esta época se caracteriza por un resurgimiento o retorno de lo sagrado, aunque este resurgimiento no significa, necesariamente, una revitalización del cristianismo[2]. El hombre/mujer posmoderno urbano reconoce la importancia de la religión para su ser, pero no desea ser parte de una religión institucionalizada[3]. Hoy día, la religión no ha desaparecido de la sociedad secularizada, ella se encuentra diluida y transformada,  presente en todos los aspectos de la cultura, difundida por los Medios de Comunicación de Masas e incluso en la Economía. Sin embargo, al estar ésta contenida y diluida en medio de las diversas expresiones culturales de la sociedad posmoderna, ella no cumple su función de ‘religar’ al ser humano. De esta forma la persona está invadida por mensajes provenientes de una religiosidad popular que sobrevive en medio del mundo de imágenes aportadas por la televisión y el cine. [4] Por lo tanto, debemos poner mucha atención a las múltiples formas de expresión del hombre/mujer posmoderno, para distinguir lo religioso impregnado en medio de lo secular. De esta forma podremos apreciar como la religiosidad popular posmoderna expresa y socializa valores, esperanzas y estructura la vida a través de estos medios modernos de comunicación.

La posmodernidad ha hecho resurgir el sentimiento religioso, pero se trata de una espiritualidad con características altamente subjetivas e individualizantes. Se trata de una espiritualidad que le falta ‘religar’ al ser humano, desde su experiencia personal con el Dios personal, con el cosmos en su integralidad, religarlo con su contexto socio-cultural como una persona perteneciente a una clase social y a una comunidad. Deseamos destacar la valoración de la ‘experiencia religiosa’, pues la experiencia vivencial o emocional es también, desde el punto de vista de la psicología de la religión,  una percepción valorativa de la realidad[5]. Podemos decir que la experiencia religiosa es la percepción que la persona hace del mundo, como signo de la realidad divina. Esta intuición perceptiva del simbolismo religioso de la realidad, para la subjetividad, se expresa luego con ritos, símbolos y relatos, tornándose cultura.

Estamos conscientes que hablamos de posmodernidad desde una realidad latinoamericana. En este continente se ha vivido y se continúa viviendo en medio de una modernidad fraccionada, en cuotas, conviviendo ésta al lado de formas de vida pre-modernas, tanto a un nivel social, económico, como religioso, caracterizado éste último por medio de un lenguaje colonizador y un pensamiento mítico-mágico. En primer lugar,  debemos asumir el desafío de reflexionar a partir de un contexto latinoamericano colonizado  y subdesarrollado, asumiendo que esta realidad obliga a considerar la posmodernidad en una forma más mesurada, no concibiéndola como una etapa que deja de lado los presupuestos e ideales emancipatorios propios de la modernidad; sino como una continuidad más crítica de los límites y debilidades del pensamiento moderno.

Por lo tanto, el primer desafío que nos presenta la postmodernidad para la educación teológica es el socializar una teología que libere a los cristianos/as evangélicos/as del clásico discurso ‘colonizador’, tan arraigado en el discurso de muchas teologías tradicionales. Discurso que funciona ‘cosificando’ al otro/otra, con el propósito de etiquetarlo, manipularlo y oprimirlo.

1.- La Educación Teológica desde un contexto de conservadurismos.

Después del atentado a las ‘torres Gemelas’ en los Estados Unidos, la reacción fue el fortalecimiento de los conservadurismos y fundamentalismos, como un mecanismo de defensa a lo ‘otro’ diferente, a lo otro que viene desde fuera, a aquello se observa como una eminente amenaza. Y este reflorecimiento de los conservadurismos ha encontrado un rápido eco en muchos movimientos evangélicos de nuestro país, los que acentuaron su tradicional posición conservadora imponiéndose y, muchas veces acallando, la voz de las Iglesias identificadas con un pensamiento y acción más progresista. Dándose origen al fenómeno de los pastores de farándula, quiénes abiertamente han difundido sus posiciones homofóbicas, anti-aborto, y anti-todo.

Desde América Latina pensamos que el cristianismo vive en medio de un mundo de ‘perplejidades’ y para salir de esta crisis necesita volver a sus orígenes, a sus raíces originales. Tan sólo revisando el pasado y releyendo crítica y amorosamente el proceso que nos ha conducido hasta nuestro presente, lograremos fortalecernos y rearticularnos en medio de un mundo religioso pluralista que busca nuevos paradigmas para interpretar la realidad y dar sentido a la vida; y de esta forma confrontándonos con el pasado e implementando las acciones correctivas en nuestro presente lograremos vislumbrar un futuro como personas y como comunidades de fe. Tal como lo enuncia Justo González, ni los fundamentalistas ni los progresistas aportan luces con sus respuestas a la perplejidad en que vive el cristianismo en el presente siglo[6].

Tal parece que a las Iglesias Evangélicas les avergüenza la crisis de la religión, que todos y todas vivimos en el siglo XXI. Y queriendo fortalecerse viven un proceso de ‘enclaustramiento’ que les hace abandonar los escenarios de diálogo ecuménico que antes les eran propios. Y muchas de ellas creen encontrar la respuesta a la perplejidad, atrincherándose en posiciones doctrinales conservadoras, e incluso fundamentalistas, intentando salvar la institucionalidad de sus congregaciones, en desmedro y descuido de la vivencia comunitaria de su fe, y la denuncia profética.

Tal parece que ofrecer un curriculum de una teología confesional y contextual, en diálogo con las  ciencias sociales e interreligiosas, que incluya como objetivo transversal la ‘equidad de género’ y la ‘eco-teología’ no resulta atractivo para un gran sector de las Iglesias evangélicas chilenas, las que sólo están preocupadas de su propia sobrevivencia institucional.

En Chile la presencia protestante-evangélica ya se acerca a los 150 años de existencia, y todavía la Educación Teológica no tiene un reconocimiento ni valoración por parte del Estado. Y esto es en gran parte una deuda de las propias Iglesias Evangélico-Protestantes con las instituciones educativas que ellas mismas han formado. Las preocupaciones y prioridades de las Iglesias han sido otras, los intereses de los líderes evangélicos han sido otros ajenos a la formación teológica; empobreciéndose así la formación integral de todos y todas los cristianos y cristianas evangélicos de nuestro país.

 2) La Educación Teológica articuladora de un diálogo sobre verdades de fe particulares.

El quehacer teológico, en medio de un mundo globalizado, nos demanda salir del clásico paradigma de las “verdades de fe universales”, para acostumbrarnos a dialogar dentro de la concepción de fe de ‘verdades de fe particulares’ y transitorias. Las Iglesias a las cuales servimos y educamos teológicamente, deberán acostumbrarse y aprender a concebirse como ‘Comunidades particulares de fe’ que se asumen frente al ‘otro’ de una manera más intencional como “pueblos del Libro”[7]. La teología del siglo XXI nos reclama un quehacer dentro de un ambiente de un pluralismo religioso y cultural que hará afirmaciones confesionales y contextuales complejas. No puede haber, en este contexto, escenarios miopes de la Teología que nieguen el reconocimiento del “otro” que está presente, tanto en el texto bíblico como en su contexto cultural.

Es necesario, como dice Walther Brueggemann, que la teología del siglo XXI, se identifique como un “pueblo del Libro” sin pretensiones universalistas, conscientes de los otros “pueblos” del libro. Así la teología cristiana se realizará en un diálogo fraternal entre diferentes congregaciones, diferentes religiones, y cada una aportando su perspectiva particular de la verdad religiosa a una gran verdad total, que sólo puede lograrse en ese diálogo universal de todos/as y con todos/as.

3.- La Educación Teológica que fortalece la vivencia en lo comunitario.

Necesitamos una Educación Teológica que valore y potencie la vivencia de la fe en medio de lo comunitario, como comunidades teologales. Es lo comunitario lo que da existencia a lo institucional, y no al revés. Por lo tanto, si las iglesias desean fortalecerse en lo institucional, deberán entonces fortalecer lo ‘comunitario’.

Es difícil definir lo que es una comunidad. En general el concepto presupone una pluralidad de individuos que se unen e interrelacionan con vínculos personales. La comunidad se diferencia de la sociedad por el hecho de que no se forma por las relaciones jurídicas o por los simples objetivos comunes (patria, religión, profesión, etc.), sino  fundamentalmente por las relaciones interpersonales entre sus miembros. La comunidad siempre presenta una dimensión de fe y amor que une y enriquece a sus miembros. La familia es ciertamente la comunidad natural más espontánea y más íntimamente unida, aunque debemos asumir que existen muchos modelos de familia, siendo la familia nuclear tan sólo uno de estos múltiples modelos. De aquí se puede pasar a formas de comunidad más amplias, tales como: Iglesia, asociaciones o clubes, patria, etc. La Iglesia puede ser considerada como una comunidad, ya que se asume como un espacio relacional, a través de los vínculos religiosos personalizantes entre los individuos que la constituyen; en la medida que el amor y la fe acerquen a todos los miembros con vínculos potenciales, capaces de expresarse realmente a través de un encuentro auténtico[8].

Sin embargo, el desarrollo de la convivencia comunitaria está unido al proceso de personalización de sus miembros.  En muchos aspectos, la propia familia pasó de la condición de una sociedad con fines económicos y sociales hacia la condición de una auténtica comunidad, inspirada por el amor.  El valor se concentra en la persona y en su valor universal, que la destaca de la multitud anónima. Y entonces, cuando los individuos están personalizados, ocurren las condiciones necesarias para el encuentro más propiamente comunitario, basado en las relaciones personales que se establece entre ellos.

Se debe tener en cuenta que la comunidad también expresa las inevitables tensiones entre el individuo y el grupo. Por un lado, la comunidad surge en medio de la expansión de la persona en un amplio grupo de personas que la complementan; pero, por otro lado, constituye un campo de conflictos y tensiones entre los diversos egoísmos. El pecado vino a agravar esta situación, razón por la cual la relación con los otros siempre tiene algo de conflictivo. Pero, precisamente porque en la comunidad  se da una relación interpersonal, en la cual los espíritus son capaces de abrirse mutuamente y establecer un diálogo, ella constituye un lugar privilegiado para formar al ser humano en el encuentro con las otras personas en las circunstancias más anónimas y conflictivas de la sociedad. Es en comunidad en donde realmente nos humanizamos.

La sociedad posmoderna cada día incentiva y privilegia el individualismo y competencia entre todas las personas. La tan anhelada democracia en Chile, vista románticamente como la instancia necesaria para reconstruir la nación sobre las sendas de la justicia social  e igualdad de oportunidades para todos, no ha sido capaz de superar y acabar con la pobreza, ni con la cultura del tráfico de  influencias (el conocido ‘pituto’ para acceder a un trabajo), ni con la corrupción. Hoy día, Chile es una sociedad de clases profundamente dividida, el abismo que separa a  los ricos de los pobres es cada día más grande; se ha construido una sociedad peligrosamente intolerante[9], y sus ciudadanos continúan divididos profundamente entre simpatizantes y opositores de ideologías y gobiernos que ya no existen. Los lazos solidarios se debilitan cada día más y más, hoy día, ser solidario se entiende como el tener dinero para contribuir depositando una cantidad en la cuenta bancaria de alguna institución de beneficencia.

La sociedad Capitalista Neoliberal, cada día, separa más y más a las personas, lo más trágico es que las familias se están desintegrando fruto de: la falta de tiempo, afecto y, muchas veces, despreocupación de los padres, los que deben trabajar para solventar los gastos de sus familias; quedando los hijos – en muchos casos – bajo el afecto y cuidado de la tradicional ‘nana’, cuando hay medios para pagarla-, o simplemente solos y bajo llave. Por otro lado, se establece una  división generacional: niños, jóvenes,  adultos y ancianos todos reclaman un espacio en esta sociedad y, que se les respeten sus derechos. Se debe reconocer que  estas minorías y sectores sociales  han quedado relegados a un segundo plano, por no tener medios económicos para ser atractivos para el mercado, privilegiándose una sociedad adulto-céntrica competitiva. Se vive en medio de una sociedad de la ostentación en donde el principio del “tener” se ha constituido en el único medio de vida para acceder a las bondades del mercado.

En medio de un sistema económico impersonal que divide a la persona para gobernar y perpetuarse en el tiempo, la Iglesia – como espacio sagrado -, surge como el instrumento para formar entre sus integrantes una cultura del amor fraternal que va mas allá de la solidaridad, el espacio para desarrollar una ‘espiritualidad sororial’, a través de la cual se debe humanizar a esta sociedad. La educación teológica deberá dejar de lado sus clásicas abstracciones, para ver al ser humano desde su realidad y concreticidad histórica. Enfatizando con mucho énfasis el ‘ser’ en, contracorriente, con un mundo materialista.

La Iglesia deberá fortalecer la experiencia de lo comunitario, como una forma de contribuir al fortalecimiento de la identidad personal y colectiva de nuestros hermanos y hermanas en la fe. Facilitando la participación e integración de todos y todas como una forma de ser Iglesia-comunidad multi-pensamiento, multirracial; una iglesia-comunidad viva que camina en tensión y oposición al “pastor-centrismo”.


[1] Theo Donner, Posmodernidad y fe. Una cosmovisión cristiana para un mundo fragmentado, p.55. Este autor presenta un análisis de la Posmodernidad un tanto negativa, postura que no compartimos en la presente obra. No debemos tenerle miedo a una forma de pensamiento, pues el cristianismo siempre debe entrar en diálogo con su realidad para realizar una inculturación del evangelio en nuestra época.

[2] In Sik Hong, ¿Una Iglesia Posmoderna? En busca de un modelo de iglesia y misión en la era posmoderna,p.10.

[3] Idem., Ibidem.

[4] Jeffrey H. Mahan, “Como e por que estudamos a religião e a cultura popular”. Estudos Teológicos, p. 193. (Traducción nuestra).

[5] Omar França-Tarragó, “Variables que facilitan la experiencia religiosa”, [en línea] <http:// www.google.com.ar/search?q=cache: QB0Co6saeTEJ: www.ucu.edu.uy/ Facultades/ Psicologia/Publicaciones/VARIABLES-FACILITAN.doc> [consulta: 25 de octubre del 2006].  El autor cita las opiniones de Leonardo Boff y Jean Mouroux: “L. Boff  la define como el conocimiento (ciencia) que adquiere el hombre cuando sale de sí mismo (ex) para estudiar un objeto por todos los lados (peri). Para Jean Mouroux la experiencia consiste en el acto por el cual la persona toma conciencia de su relación con el mundo, consigo misma o con Dios. Es decir, no se restringe al sentir o al sentimiento, sino que se realiza en una zona más profunda de nuestro ser. La experiencia es un modo de conocer que abarca y compromete al hombre entero, superando los departamentos estancos en que lo ha ido dividiendo la cultura.

[6] Parafraseamos una frase del historiador Justo González. Juan Wesley. Herencia y promesa, p.15.

[7] Walther Brueggemann. Old Testament  Theology.  En: J.W. Rogerson – Judith M. Lieu (Editores). The Oxford Handbook of Biblical Studies. New York, Oxford Universities Press, 2006, p.676. cap. 38.

[8] J.L. Idígoras. Vocabulario Teológico para América Latina. São Paulo, Paulinas, 1983, p.175.

[9] MOVILH, IX Informe Anual de Derechos Humanos de la Diversidad Sexual en Chile, Santiago. http://www.movilh.cl/documentacion/union_civil.pdf. (Acceso Mayo 26 del 2014),  pp. 8-9.

Jaime Alarcón Vejar
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