Posted On 02/06/2015 By In Opinión With 2050 Views

Perdonar

Su nombre es Iñaki Rekarte. Militó en la ETA y participó en varios atentados con víctimas mortales. El trato con un funcionario de prisiones y el nacimiento de su hijo le hicieron tomar conciencia de sus crímenes. A pesar de que cree que nunca se perdonará el mal efectuado, la participación en el programa de encuentros restaurativos con los familiares de las víctimas y percibir en ellos su generosidad, su perdón, la ausencia de odio… le está permitiendo desarrollar con normalidad una nueva vida. Son los efectos del perdón sincero.

Resuenan las palabras de Jesús en la oración modelo: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Compasión, cancelación de deudas, restitución… son actitudes y conductas no siempre fáciles de llevar a término.

En arameo, pecado y deuda (en su sentido económico) eran equivalentes. En el Padre nuestro, el perdón de Dios parece condicionado a nuestra capacidad de perdonar. ¡Como si nosotros pudiésemos darle a Dios lecciones de cómo perdonar! como recientemente ha escrito el teólogo José Ignacio González Faus.

¿Cómo hemos de entender, pues, esta vinculación? ¿Es nuestro perdón a los demás requisito sine qua non para que Dios nos perdone a nosotros? ¿Es que quizá Dios está sometido a condicionamientos humanos? O más bien, nuestra compasión a quienes nos hayan podido ofender ¿es la consecuencia o el resultado del perdón recibido de Dios? ¿Cómo conciliar la oración modelo con la expresión paulina: perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo que expresa la idea contraria?

Como bien señala José Antonio Pagola, el tono de amenaza en las palabras de Jesús si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará el mal que vosotros hacéis nos puede inducir al error. Nuestro perdón al prójimo (desde los inevitables condicionamientos de la finitud) no puede ser el modelo del perdón de Dios hacia nosotros (incondicional, completo, total…); al contrario, es el modelo divino el que deviene arquetipo a la hora de ejercer nosotros el perdón. El tono amenazante señala, más bien, la seriedad del tema y la necesidad absoluta de perdonar.

No puede haber un motivo razonable para negarnos el perdón; no tanto como exigencia normativa, sino como respuesta agradecida al perdón recibido de Dios a través de Jesús. No deja de ser paradójico que los cristianos, individualmente considerados, o las confesiones de pertenencia nos mantengamos enemistados y distanciados. Es un contrasentido predicar la paz, la armonía, la unidad… y no ser capaces de vivirla. Adolecemos de una cultura de resolución de los conflictos derivados de las naturales y necesarias diferencias en la forma de abordar las cuestiones personales o eclesiológicas.

Perdonar no es necesariamente sinónimo de olvidar. El perdón se sitúa en el plano actitudinal, mientras que el olvido tiene que ver con las leyes de la memoria cuyo sustrato es neuronal. Los hechos de la vida dejan su impronta en el cerebro y solemos recordarlos en función del impacto producido y del posible grado de deterioro de las estructuras neurológicas. El perdón y la reconciliación no consisten tanto en el olvido, sino en la forma de recordar los hechos. Mediante el perdón es posible sanar la memoria y restablecer sentimientos correctos entre ofensor y ofendido. Es un empezar de nuevo.

Lo peor que provocan las ofensas recibidas en el ofendido es una lógica perversa de resentimiento y deseos de venganza. En el plano psicológico, el resentimiento es una herida emocional mal curada que nos encadena negativamente a los hechos pasados. Martín Lutero llegó a escribir: no es quien te ofende el que te hace daño, sino tú mismo al no perdonar.

La iniciativa de la reconciliación corresponde al ofensor, reconociendo los hechos y restituyendo, cuando es posible, el mal causado. Hemos de asumir que hay pecados tan graves que su reparación es imposible (ejemplo de ello es la imposibilidad de volver a la vida a las víctimas de los atentados de Iñaki). Son tantas situaciones históricas resultado del pecado personal o estructural que sólo pueden ser perdonadas. Genocidios. Personas engañadas por las mafias que comercian con ellas como simple mercadería: redes de prostitución, inmigración… Asesinatos en tantos lugares en los que la vida de las personas cuesta menos que la bala que las mata, parafraseando a Eduardo Galeano. Sembrar dudas sobre la honorabilidad de las personas cuando estas no pueden rebatir la acusación…

Con todo, fundamentalmente en clave creyente, también hemos de perdonar aunque el ofensor no tome la iniciativa y no nos pida perdón. Jesús exoneró a sus verdugos a pesar de que no le habían pedido perdón. Sus palabras en la cruz: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen han de modelar nuestra praxis en este sentido. En realidad algunas personas que hieren, ofenden… no saben lo que hacen. Sus condicionamientos vitales (predisposición genética, estructura profunda de personalidad, entorno…) les sitúan en la insensibilidad, la falta de empatía… como sucede en determinadas psicopatías.

Quizá otras se sienten (consciente o inconscientemente) ofendidas sin poder concretar el origen de sus sentimientos y su forma de reaccionar es haciendo daño, indiscriminado muchas veces. Para poderles perdonar no debemos considerarles como enemigos, sino como personas que, por las razones que fueren, no han podido construir una estructura madura de personalidad. Seguramente, pensar de este modo es lo que hicieron algunas familias de las víctimas de Iñaki. Perdonar no es un acto de debilidad, sino una manifestación de libertad y fortaleza.

Si no perdonamos, es el ofensor quien ejerce su influencia sobre nosotros. Perdonándole nos liberamos de este poder extraño de quien pretendía o pretende ofendernos. Este perdón unilateral no necesariamente culminará en reconciliación, ya que esta requiere el restablecimiento de relaciones y ello no siempre es posible.

Si el cristiano debe ejercer la misericordia, la compasión…, la iglesia ha recibido la misión de ser un lugar de perdón y reconciliación. Un espacio en el que personas diferentes puedan vivir reconciliadas y en paz. Pero a la luz de tantos conflictos intraeclesiales e intereclesiales, surge la duda de si estamos haciendo todo el trabajo necesario para que la iglesia pueda percibirse como anticipadora del Reino de Dios. Los problemas, los conflictos… nos acompañarán siempre ya que forman parte de nuestra realidad existencial; por ello, también deberá acompañarnos la práctica del perdón.

Jaume Triginé

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