La palabra “alabanza” y sus derivados aparece en 506 pasajes del AT, de los que 2/3 pertenecen a los Salmos. “Adoración” y sus derivados aparece 170 veces en el AT y 59 en el NT. “Instrumentos de música” aparece 75 veces en la Escritura. La palabra “cantar” y sus derivados aparece 147 veces en la Biblia, la mayor parte en los Salmos. La palabra “glorificar” o “enaltecer” aparece también en innumerables ocasiones.
Mucho se ha escrito sobre la inspiración de las Escrituras a pesar de que es una doctrina que está sustentada, principalmente, sobre un solo texto (2 Tim 3.16). Sin embargo, al tema de la alabanza no se le ha otorgado el mismo estatus, a pesar de que las estadísticas son arrolladoras.
A mi entender, esto nos tiene que dar una pista de la importancia que el pueblo de Dios ha dado, históricamente, a la alabanza, la adoración y la música en el culto al Señor. Además, el libro más largo de la Biblia está dedicado casi íntegramente a la alabanza, los Salmos; incluso aquellos que expresan dolor y pesar contienen notas de esperanza que se fundamenta en el Señor en medio de la calamidad.
La palabra hebrea para “alabar” (hll, hallel), tiene correspondientes en la mayor parte de las lenguas semíticas. En acádico “Alälu” significa entonar un cántico de alegría y en ugarítico, “hll” significa gritar de júbilo.
Dicho todo esto, podemos proponer que la alabanza nos orienta hacia un reconocimiento de la gloria de Dios por su intervención en medio de la humanidad, que nos lleva a elogiarle y a aclamarle de forma permanente con júbilo y alegría. Por ejemplo, el Salmo 118.1 dice: “Alabad a Jehová, porque Él es bueno; porque para siempre es su misericordia”. Salmo 34.1: “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca”.
Cuando hablo de alabar a Dios quiero decir que todo el ser personal está involucrado; de ahí las expresiones de alegría que aparecen en muchos textos. Por eso, la alabanza está relacionada con el aspecto emocional de la persona: gritar, cantar, bailar, alegrarse, reír… Se trata de un impulso interno en respuesta a la acción de Dios y es que, cuando alguien nos hace un favor, todo nuestro ser siente, vibra, se alegra, reacciona, se emociona… Por ello, al ser conscientes de la obra de Dios a nuestro favor, de nuestro interior brota el canto lleno de agradecimiento.
De esta manera, cuando la Comunidad se reúne para alabar a Dios, es una fiesta donde se celebra la acción del Señor y el pueblo muestra alegría ante su gracia. Pero, muchas veces no ocurre esto. Me atrevo a decir que, incluso en algunas ocasiones donde la música está presente en los cultos y se entonan himnos o cánticos espirituales, no se está alabando al Señor porque la alabanza es mucho más que cantar; la alabanza te hace consciente de la grandeza del Señor y de la necesidad que tenemos de Él y surge desde el interior. Por eso, la verdadera alabanza debe ser sentida y no solo pensada; debe ser pensada y no solo sentida.
Cuando alabas, piensas y, también, sientes cada palabra, cada frase, cada expresión y cada nota musical, entonces, te emocionas al saberte amado por el Señor y te hace consciente de su presencia. Por eso, alabar no solo es cantar, es pensar, es sentir… El Salmo 30.11-12 nos recuerda “Has cambiado mi lamento en baile… Me ceñiste de alegría; por tanto, a ti cantaré”. Desde la conciencia de la situación personal y de la acción de Dios (pensar), nuestros sentimientos se desbordan (alegría) para rendir homenaje al que todo lo merece.
Podríamos decir que hay tres acciones esenciales de Dios que nos impulsan a la alabanza:
- Dios consuela: “En aquel día dirás: Cantaré a ti, oh Jehová; pues aunque te enojaste contra mí, tu indignación se apartó, y me has consolado” (Is 12.1). 2).
- Dios imparte justicia: “Alabaré a Jehová conforme a su justicia, y cantaré al nombre de Jehová el Altísimo” (Salmo 7.17).
- Dios hace misericordia: “Cantaré a tu nombre. Grandes triunfos da a su Rey, y hace misericordia a su ungido, a David y a su descendencia para siempre” (Salmo 18.49-50)
Por otro lado, la alabanza es una decisión libre del pueblo de Dios. No hay obligación, es un acto de la voluntad. La palabra hebrea “yadah” incluye este matiz importante y aparece 29 veces en el Antiguo Testamento expresando el deseo y la voluntad de alabar a Dios (Salmo 79.13). Por eso, la idea de la alabanza está relacionada con la espontaneidad, en el sentido de que no puede convertirse en obligación; de ahí que haya textos que nos hablan de alabar a Dios “de todo corazón” (Salmo 86.12-13; 138.1).
En la Escritura, el corazón es la sede de todo nuestro ser: pensamientos, sentimientos, voluntad, intenciones… Por ello, cuando alabamos al Señor con todo nuestro corazón no hay nada que nos distraiga porque todo nuestro ser está centrado en agradecer a Dios su misericordia. No obstante, en muchas ocasiones, podemos observar que mientras cantamos, algunas personas están hablando con otras, se saludan con la mano o con una señal de los ojos cuando llegan tarde al culto y la Comunidad ya está entonando un canto, otros están pendientes de que los niños no hagan ruido e, incluso, hay quien canta mientras busca un texto de la Escritura…; pero eso no es alabar, eso solo es cantar. La alabanza está en otra dimensión. La alabanza tiene que ver con guiar todo nuestro ser para que se centre en el favor de Dios; al alabar de corazón tenemos un encuentro con el Señor y, cuando uno se encuentra con el Señor, no hay distracciones.
Me crié en una iglesia de más de 300 personas en la que no se podía tocar ningún instrumento de música en el culto y, cuando alguna vez excepcional se tocaba el órgano, había quien dejaba de cantar como medida de protesta. Era la década de 1970. Al pensar en esto me invade una profunda tristeza; en mi interior, tomé la decisión de que si Dios me daba la oportunidad, la iglesia donde estuviera en el futuro no sería así. Ha sido mi experiencia dirigir un grupo de alabanza que representaba más del 10% de la Comunidad; teníamos violín, bajo, flauta, batería, percusión, guitarra, piano, voces… guiando a la congregación. Una experiencia inolvidable que se fundamentaba en glorificar al Señor por su gracia manifestada en Jesús de Nazaret.
Desde esta breve reflexión quisiera animar a los pastores de las iglesias, a los miembros de las distintas Comunidades cristianas…, a dar la importancia que merece la alabanza al Señor porque aquellas iglesias que centren su atención en la gracia de Dios y decidan rendir homenaje al Dios Creador y Salvador a través de la música y la alabanza, estarán cumpliendo con su deber y serán canales de bendición para cada persona que se acerca al Señor.
Alabar es más que cantar, es tener un encuentro con el Señor que nos impulsa a reconocer su obra a nuestro favor y a alegrarnos a través de la música porque ha llenado nuestro corazón de esperanza. Ésta es la alabanza que agrada a Dios.
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