Leí a Kafka en mi juventud, en esa época en la que la curiosidad es capaz de superar barreras que, más adelante, tal vez no encuentre uno el ánimo de afrontar. Cualquiera de sus obras resulta sorprendente: Carta al padre, El Proceso o Metamorfosis, por mencionar tan solo las más conocidas; todas ellas te transportan a un mundo agresivo, desconcertante, absurdo en grado sumo, del que cuesta un gran esfuerzo mental el desprenderse. Hasta tal punto los relatos de Kafka agreden nuestro sentido del equilibrio mental y emocional que el término kafkiano, además de hacer referencia a las obras de Franz Kafka, se utiliza para describir cualquier situación que contenga el carácter trágicamente absurdo de las situaciones descritas por este escritor en sus obras.
Después de tanto escuchar a Artur Más hablar del “Proceso catalán”, adobado los últimos días con los diferentes procesos judiciales en los que se está viendo envuelto su partido político y él mismo, mi mente ha hecho una conexión con el relato de Kafka en El Proceso, si bien no sé muy bien con cuál de sus personajes debería identificar a Mas, si con el atormentado Josef K (ambos tienen fuertes vínculos con la banca); con el subdirector, jefe de Josef, personaje de éxito dentro de la sociedad alemana de la época, que no duda en aprovecharse de su privilegiada situación, o con el tío Karl, ya que sería un atrevimiento excesivo vincularle con la mesera o con la vecina a cuyas “virtudes” no haremos referencia. Nos quedamos con la figura del protagonista, Josef K., la más adecuada al caso, ya que en el fondo percibimos a Artur Más como un acorralado por la justicia, en un proceso (no el catalán, sino el suyo propio) que le ha ido hostigando hasta llevarle a cometer actos aparentemente disparatados. De ser el representante más insigne de la burguesía catalana, ha pasado a identificarse con colectivos e ideologías ajenos a su propia identidad y a depender de ellos más allá de lo que aconseja el sentido común; un entreguismo ideológico que, según algunos de sus críticos, busca protegerse de la justicia que le acosa.
Nuestra observación en torno al paralelismo entre Más y Kafka nos lleva a percibir que el presidente interino de la Generalidad de Cataluña no deja de mostrar, además, cierta semejanza con el hijo atormentado que escribe Carta al padre, en la que Kafka vuelca todo su resentimiento hacia su padre, si bien lo que realmente busca es su acercamiento y protección. La verdadera tragedia de Más toma forma cuando salen a flote las miserias de su padre espiritual a quien ha venerado y servido durante décadas y del que ha recibido todo lo que es, incluida una herencia envenenada que le conduce irremediablemente a la ruina política y no sabemos si, incluso, a algo más sombrío a nivel personal. La visita de hace unos días a Jordi Pujol bien puede ser el sucedáneo de una carta no escrita en la que el hijo traslada al padre toda su angustia y desesperación, buscando ayuda en la dilatada experiencia del padre para encontrar alguna salida y, a ser posible, un nexo de conciliación. No sabemos si lo que Más siente hacia Pujol es un miedo irrefrenable, como Kafka sentía hacia su padre, admiración desmedida o resentimiento incontrolable. Lo cierto es que los vínculos entre ambos parecen ser incuestionables e indestructibles, sujetos ambos a un destino común.
En manera alguna deberían ser despreciables ni minusvalorados los sentimientos de una buena parte de un pueblo que, legítimamente, busca otra forma de ser país, de ser nación y de convertirse en estado. Pero si son incuestionables esos sentimientos, no lo es menos el tomar en consideración los de una mayoría de la población que ni comparte el objetivo ni el procedimiento y, bien sea de forma activa o pasiva, se sitúa al margen del Proceso de Más. Formar parte de un sistema jurídicamente ordenado, que se rige por principios democráticos, exige respetar las reglas que nos hemos dado, cosa que ni fue respetado en el proceso al que fuera sometido el personaje de Kafka, ni lo está siendo en el caso de Cataluña. Esa es una parte más del paralelismo entre ambos procesos. Otra cosa es establecer nuevas reglas de convivencia que permitan avanzar en cualquier proceso planteado con legitimidad.
Aunque lo intuyamos, no sabemos aún cómo va a terminar la historia del Proceso de Artur Más. Conocemos cómo terminó el de Franz Kafka. En la vida real murió a los 40 años. Sufrió de depresión y fobia social durante toda su vida. Más tiene en la actualidad 59 años; en ese caso no existe paralelismo. La voz de las urnas el pasado 27 de septiembre dejó en entredicho los planes separatistas al no alcanzar los objetivos que se habían propuesto sus promotores; tal vez la nueva convocatoria a las urnas para el próximo mes de diciembre, en este caso a nivel estatal, sea lo suficientemente contundente a la hora de marcar posiciones y, a ser posible, definitiva, como para abrir un espacio de diálogo y entendimiento, en un marco de respeto mutuo que redunde en el bien de Cataluña y en el del resto de España.