El cristianismo se presenta muchas veces como una religión que ha exacerbado la separación entre lo humano y lo divino. Dios se muestra como absolutamente trascendente, separado de toda la realidad humana y, aunque se dice que esta separación no es original, sino que se debe a la “caída” del ser humano, parece olvidarse que el ser humano es creado a imagen del mismo Dios. Debido al “pecado original” la naturaleza humana, y con ella toda la realidad mundana, dejan de ser apropiadas para la “santidad” de Dios. Dios tiene que apartarse y condenar. Esta visión de la realidad deja un “gusto” negativo a toda la vida y realidad humana en general y lo único correcto a hacer es morir a lo humano y terreno para alcanzar lo divino. De ahí que ser cristiano se entienda muchas veces como algo opuesto a ser humano.
Sin embargo, si partimos mirando el relato de Jesús y su vida, y no ponemos en primer lugar el relato negativo que la iglesia nos ha trasmitido, se comienza a ver algo muy distinto. Jesús es aquel que desde su humanidad manifiesta su divinidad. Todo lo que dice y hace nos indica que perdemos el camino hacia lo divino cuando miramos exclusivamente al cielo y no bajamos nuestros ojos hacia los niños, los enfermos, los pobres, la hierba, los peces, los lirios del campo, los pájaros, las ovejas, la viña, los árboles, sus frutos, y, por supuesto, el pan y el vino.
Jesús nos muestra que cuando perdemos de vista la tierra, cuando perdemos de vista al prójimo, perdemos de vista a Dios. Ser cristiano es amar la tierra y el ser humano hasta las últimas consecuencias, tal como Dios en Jesús. Sólo cuado miramos y amamos como Jesús podemos decir que tenemos comunión con él y su Padre. Servir a Dios y servir al ser humano se pueden equiparar, tal como Jesús lo hizo al enseñarnos el gran mandamiento de amar a Dios y amar al prójimo.
Las luchas que ha tenido el protestantismo sobre si el ser humano participa de su salvación con su aprobación y apertura a la fe o si es Dios quien lo hace todo desde su soberana decisión y pre-elección dejan de tener sentido cuando ya no vivimos en el dualismo divino/humano. No se puede contraponer el esfuerzo humano por hallar a Dios y la revelación y salvación que Dios pone en marcha. Desde una perspectiva cristiana es Dios mismo que inspira en el hombre que lo busque y la autonomía del agente humano no excluye la acción divina sino que la presupone. Dios y el hombre no son dos realidades externas sino que Dios, sin dejar de ser trascendente, es inmanente en lo humano/terreno.
Las categorías de lo sagrado y lo profano se trastocan. Ser cristiano es ser radicalmente humano. (Küng) La salvación no es vivir “otra cosa” sino “eso mismo” pero radicalizado, planamente humanizado y, por tanto, divinizado. Vivir en la salvación es mirar la tierra y la humanidad y ver en ellas el Reino, la casa, el jardín, el huerto de Dios.