En la década de 1960 apareció un libro escrito por un teólogo protestante, Gabriel Vahanian, hablando de la muerte de Dios en nuestra cultura, a este le siguieron otros títulos y otros autores, que llegaron a captar la atención del público secular hasta lograr llamar la atención de la prensa y convertirse en portada de una de las revistas de mayor tirada de la época, Time, con la pregunta en letras rojas sobre un fondo negro: Is God Dead? (8 de abril de 1966). Todos aquellos autores eran teólogos protestantes o intelectuales que se movían en un contexto académico liberal, que hacían referencia muy concreta a la sociedad norteamericana y al cristianismo en ese país desde una óptica radical que partía de la constatación de la muerte de Dios en la sociedad moderna, pese a la renovación religiosa promovida aquí y allá por predicadores al estilo de Billy Graham.
Entonces en España seguía vivo el nacionalcatolicismo, que se había afirmado sobre la exaltación de la cruzada militar y religiosa contra los impíos comunistas, masones y protestantes enemigos de la patria, católica por esencia y definición. Sorprende que en ese ambiente —que ya comenzaba a mostrar algunas fisuras—, regido por la censura y la vigilancia estrecha de todo lo que atentara contra los valores morales e intelectuales del régimen, se publicara en España las obras principales de esa corriente de pensamiento que tan atrevidamente postulaba la muerte de Dios, los valores seculares y el fin de la era cristiana.
La filósofa Victoria Camps fue la primera en España en publicar un estudio sobre Los teólogos de la muerte de Dios, publicada por la Editorial Nova Terra (Barcelona 1968), fundada por la Juventud Obrera Católica (JOC). Ese mismo año, se traduce y publica el ensayo de Jourdain Bishop, Los teólogos de la muerte de Dios (Herder, Barcelona 1968). Pero la cosa no para ahí. A partir de ese momento casi todas las obras principales de esta corriente teológica, comienzan a publicarse en castellano comenzando por la obra señera y primera de Gabriel Vahanian, La muerte de Dios. La cultura de nuestra era postcristiana (Grijalbo, Barcelona 1968). Una obra densa, culta, muy protestante en las referencias históricas, sociales y religiosas. Aguda en su análisis teológico y filosófico y cultural. No era una obra apta para todos los públicos. Pero aún así se publicó en aquella España y en aquel tiempo, demostrando la existencia de un lector español, tanto del clero regular como secular, como de la academia y la política, inquieto y abierto a las corrientes foráneas más radicales. La misma editorial Grijalbo, había publicado un año antes otra obra señera, la de Thomas J. Altizer y William Hamilton, Teología radical y la muerte de Dios (Barcelona 1967). De William Hamilton, muerto en 2012, también se publica La nueva esencia del cristianismo. (Sígueme, Salamanca 1969). Y de Paul van Buren, El significado secular del evangelio (Península, Barcelona 1968). Todas ellas obras retadoras y enjundiosas.
La obra de mayor impacto fue la del prolífico teólogo Harvey Cox, La Ciudad Secular; secularización y urbanización en una perspectiva teológica (Ediciones Península, Barcelona 1968), que en unos meses alcanzó tres ediciones. Cos se inspiraba parcialmente en Gogarten y Bonhoeffer. Del también teólogo radical Thomas J. Altizer, se publica El evangelio del ateísmo cristiano unos años después: Ediciones Ariel, Barcelona 1972. En Altizer la proclamación religiosa de la muerte de Dios aparece como un proceso que comienza en la creación del mundo y llega a su fin a través de Jesucristo, cuya crucifixión en realidad derramaba un espíritu lleno de Dios en este mundo. Para el desarrollo de su posición, Altizer se basó en el pensamiento dialéctico de Hegel, los escritos visionarios de William Blake y otros autores. Según afirmó repetidamente Altizer, sus escritos fueron recibidos con desprecio, indignación e incluso amenazas de muerte.
Paralelamente a estas obras pioneras se traducen al castellano y publican los ensayos más representativos de la controversia generada por esta teología. A saber: Thomas W. Ogletree, Controversia sobre “La muerte de Dios” (Editorial Kairós, Barcelona 1968); David E. Jenkins, Guía para el debate sobre Dios (Marova/Fontanella, Madrid/Barcelona 1968); Charles N. Bent, El movimiento de la muerte de Dios (Sal Terrae, Santander 1969); M.D. Chenu, J.M. González Ruiz; C. Moeller y W. Hamilton, La muerte de Dios. Ateísmo y religión frente a la realidad actual (Cuadernos para el Diálogo, Madrid 1968); Patrick Fannon, La faz cambiante de la teología (Sal Terrae, Santander 1970); Christian Duquoc, Ambigüedad de las teologías de la secularización (Desclee de Brouwer, Bilbao 1974).
En el debate intervienen varios teólogos españoles, entre ellos Lluís M. Xirinacs, Secularización y cristianismo. Una aportación crítica a la teología de la muerte de Dios (Editorial Nova Terra, Barcelona 1969) y Eusebi Colomer, Dios no puede morir. Una aproximación histórico-crítica a la teología radical (Editorial Nova Terra, Barcelona 1970).
Mientras se siguen publicando obras posteriores de los mencionados autores y de otros autores en la misma estela, muestra del interés del lector español por saber más de estos temas. Así:
- Gabriel Vahanian, Ningún otro Dios (Marova/Fontanella, Madrid/Barcelona 1972);
- Harvey Cox, El cristiano como rebelde (Marova/Fontanella, Madrid/Barcelona 1970); La seducción del espíritu: el uso y el abuso de la religión del pueblo (Sal Terrae, Santander 1979); La religión en la ciudad secular. Hacia una teología postmoderna (Sal Terrae, Santander 1984); La fiesta de los locos (Taurus, Madrid 1983); El futuro de la Fe. Ediciones Océano, México 2011).
- Gabriel Ph. Widmer, El evangelio y al ateo. Marova/Fontanella, Madrid/Barcelona 1968.
- E.L. Mascall, Cristianismo secularizado. Editorial Kairós, Barcelona 1969.
- Georges Morel, Dios: ¿Alienación o problema del hombre? Marova/Fontanella, Madrid/Barcelona 1970.
Otro autor que causó verdadera sensación fue el obispo anglicano John A.T. Robinson, con su éxito de ventas (“una continua fascinación”, en palabras de A. MacIntyre): Sincero para con Dios (Ediciones Ariel, Barcelona 1967); seguido de El debate en torno a “Honest to God” (Editorial Kairós, Barcelona 1968); Exploración en el interior de Dios (Ediciones Ariel, Barcelona 1969); y ¿La nueva reforma? (Ediciones Ariel, Barcelona 1971).
Yo era un muchacho cuando todo esto estaba ocurriendo en España, pero recuerdo que bien pronto me llegaron noticias sobre esta cosa que a mí me sonó tan extraña y enigmática como la “muerte de Dios”. La verdad es que me sumió en un mar de perplejidades. ¿Acaso puede morir Dios? Si muere es que nunca ha sido Dios. ¿En qué sentido puede morir Dios si es Dios? ¿Qué significa eso de que Dios ha muerto dicho por un religioso, cuya tarea parece ser todo lo contrario, asegurar la existencia de Dios? La cosa era más compleja de lo que uno mismo pudiera imaginarse. Vahanian de hecho, no era ateo, en línea con Kierkegaard, acusaba a la religiosidad cristiana de haber provocado la muerte de Dios, porque el cristianismo ha reducido a Dios, el totalmente otro, a un mero ídolo, y nuestra cultura se ha desembarazado de él. En una obra posterior, Vahanian se disoció de los ateos cristianos, afirmando que rendir culto a Jesús, sin Dios, no es más que una nueva forma de idolatría (No Other God / Ningún otro Dios, Barcelona 1972).
Desde la adolescencia he venido dándole vueltas al tema y tratando de hacerme de todas las obras mencionadas y así poder estudiarlas con tranquilidad y el criterio que dan los años y los estudios. Pero los tiempos han cambiado mucho, y no hay otra institución que esté tan afectada por el tiempo como la religión, según escribía Charles Williams. La sociedad occidental, y principalmente la europea, se ha ido descristianizando a marchas forzadas. Aquello que en un principio nos pareció tan tremendo y apocalíptico, el paso de una “era cristiana” a otra “era postcristiana” —que ocupó los titulares de los grandes diarios del país—, hoy es un vago recuerdo en la memoria de unas cuantas personas, porque la cosa no paró ahí. El cristianismo ha dejado de contar hasta en la cuestión de determinar fechas y épocas. La sociedad secular se revuelve contra él, y como si no hubiera existido, o como si hubiera sido una influencia molesta, se quiere eliminar cualquier referencia a su mismo nombre en libros de historia. Ya no se quiere hablar de a. C., o d. C., antes de Cristo o después de Cristo, sino de componendas como a.n.e. o a.d.e, antes o después de nuestra era; ¿qué era, la helénica, la romana, la germánica? De lo postcristiano se ha pasado a los postmoderno.
Las nuevas generaciones cada vez saben menos de sus raíces, como Adán en el paraíso se creen que con ellas comienza la vida, la historia, y que están autorizadas, por la fuerza de su ignorancia y el vigor de una juventud amnésica, a reescribir la historia a su gusto, quitando aquí, poniendo allá referencias a su placer.
El debate sobre la muerte de Dios parece estar cerrado, finiquitado. Hace tanto tiempo de aquello que ya nadie siente su pérdida, ni lamenta su ausencia. No hay duelo por él. Aquello pasó en una edad tan lejana que, agotado todo lamento, toda lagrima que se pudiera derramar y toda nostalgia de algo conocido, su cadáver ha sido arrojado a la fosa del olvido y ya nadie sabe dónde está.
En la resolución de este problema sin solución, a ojos humanos, el creyente tiene que encontrar la manera de afirmar la transcendencia absoluta de Dios y de poner en relación su convicción de haber sido salvado por Cristo en el mundo de su experiencia, dando lugar al Nuevo Hombre en Cristo que vive por el poder de su Resurrección. Un reto arduo.
El actual eclipse de Dios en gran parte del mundo occidental, indicaría, según el filósofo judío Martin Buber, no la muerte de Dios, o su asesinato simbólico, sino que ciertamente existe un eclipse de Dios de igual forma que existe un eclipse solar. Y existe eclipse porque hay algo que eclipsa (Buber, El eclipse de Dios. Sígueme, Salamanca). Eso es lo que el cristiano actual tiene que descubrir para ser eficaz en su misión en la situación presente.