Posted On 16/07/2016 By In Opinión, Política, portada With 5972 Views

Brexit, estados e iglesias

La actual Europa configurada sobre el moderno nacionalismo y racionalismo de estado se dirige a un callejón sin salida si no escucha las crecientes voces de insatisfacción de sus habitantes, ya sea que hablemos de ciudadanos o de pueblos. El Brexit no ha sido más que la culminación de tal insatisfacción, por más que podamos hablar de causas particulares al caso británico.

Pero lo cierto es que la actual Unión Europea, que parece ser tierra de promisión para tantos que en ella buscan un hogar, para sus habitantes va dejando de ser un gran sueño para convertirse en lugar sin alma, sin pasión; o sea, se ha convertido en una casa que está dejando de ser un hogar para sus propios habitantes. La UE se ha convertido en una gran mesa de negociación de los estados, e incluso los elevados valores de libertad, derechos humanos, justicia social, pluralismo, etc. se muestran impotentes para ‘reanimar’ (volver a dar alma) al proyecto europeo. Se diría que son los valores más ‘primitivos’ o atávicos, como los patriotismos o nacionalismos (ya sean a escala de los grandes estados como Gran Bretaña y España o a escala de pueblos sin estado, como Escocia o Cataluña), los que ofrecen a la población europea una mayor calidez, un verdadero sentimiento de hogar. Y es que, en efecto, tengo la impresión de que el gran sueño de una Europa unida, al pasar a ser un proyecto político en manos de los estados, ha entrado en el dinamismo de una fría racionalidad política y económica, como si bastaran para materializar el sueño. Sí, la UE parece más una asamblea de tecnócratas, que el proyecto en marcha para alcanzar el sueño de una Europa que es verdadero hogar para la pluralidad de sus habitantes, pueblos, razas, creencias, estados, etc.

Así las cosas, creo que la historia del Consejo Mundial de Iglesias, creado en 1948, es tremendamente ilustrativa para el proceso europeo de unidad: el CMI se percibe como la culminación de un movimiento ecuménico muy fuerte en el ámbito protestante que nace a finales del s. XIX y alcanza efervescencia en el s. XX, pero a partir de su ‘institucionalización’ en el CMI el movimiento parece diluirse en un proceso político de negociación teológico-doctrinal entre las distintas iglesias miembro. Y a fecha de hoy, el ecumenismo (que suscribo sin fisuras) carece de impulso para incidir no sólo en la vida política de Europa, sino ni siquiera en la vida real de las propias iglesias ecuménicas, o sea, en la vida cotidiana de sus comunidades. Así las cosas, me parece que el proceso europeo que ha configurado la UE es, a pesar de todo, mucho más exitoso que el desarrollo ecuménico desde los años 90 hasta nuestros días, lo cual es una vergüenza para las iglesias (y para nosotros los creyentes ecuménicos) que proclaman tener un mismo Señor.

En resumen, cuando los procesos de materialización de un gran sueño acaban por ocultarlo a la vista de todos, o bien se recupera su centralidad visual o bien se acaba matándolo junto a los procesos a los que dio lugar. Y ante las dificultades a las que la UE ha de hacer frente, me pregunto si las Iglesias (o algunas de ellas), no deberían dar un paso al frente, de una puñetera vez (¡pido disculpas!), y alentar los procesos de unidad político-económica dando pasos decisivos hacia una unidad eclesial real basada más en la esencia fraternal de la fe cristiana que en las identidades nacionales o teológico-eclesiales. Esto podría constituir un buen reto para la propia UE, pero también para las propias iglesias, que mostrarían así su determinación por salir de su ensimismamiento de una vez por todas, recuperando quizás el impulso del Espíritu que una vez les hizo soñar con la unidad real.

Publicado con anterioridad en la revista «Entre Paréntesis«

Pedro Zamora García
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