Cervantes y la Biblia

Posted On 20/10/2016 By In Cultura, Opinión, portada With 8194 Views

Cervantes y la Biblia

Dice el profesor Eustaquio Sánchez Salor, escribiendo para la monumental Enciclopedia cervantina, que Cervantes nunca cita la Biblia en sus obras. Argumenta su afirmación diciendo que “topar con la Biblia es topar con la Iglesia. De manera que no es extraño que Cervantes trate de evitar hablar y citar a la Biblia, ya que era una cuestión de profundo calado teológico en la época”[1].

No sólo esto. Era una cuestión peligrosa, conocidas las cortapisas del Concilio de Trento a la traducción de la Biblia en lengua vulgar. De hecho, aparte de la célebre traducción de Reina y Valera, en España no fue hasta los tiempos de Scio de San Miguel (1791-93), Petisco (hacia 1800) y Torres Amat (1823-25), no se hicieron en castellano versiones populares de la Biblia por parte de los católicos, de modo que el conocimiento que de ella había era indirecto, mediante la predicación de la Iglesia. Las alusiones a la Biblia en los famosos Autos Sacramentales del llamado Siglo de Oro, pertenecen al fondo oral de los predicadores de la época, nunca a una lectura directa de la Biblia. Miguel de Cervantes que, ante todo, era un escritor de comedias y del pueblo, no tenía especiales estudios teológicos ni bíblicos. Sin embargo, como hacer notar el Dr. y prelado Salvador Muñoz Iglesias, Cervantes escribe y hacer hablar a sus personajes, en su mayoría literatos con un conocimiento nada desdeñable de la Biblia. En total, considera que las referencias bíblicas en el Quijote pasan de ochenta. “El número, sin ser excesivo, marca una cuota elevada por tratarse de un obra de entretenimiento donde el tema religioso no se toca ex profeso[2].

Recientemente, Krzysztof Sliwa, profesor de literatura en la Fayetteville State University (Carolina del Norte), en su voluminosa y documentada biografía de nuestro gran clásico, asegura sin lugar a dudas que “a ciencia cierta, Cervantes leía la Biblia, la conocía irreprochablemente y aludía a sus citas a lo largo de sus obras”[3]. Y a continuación cita en su obra algunos ejemplos notorios. Cervantes llama a la Biblia “divina escritura”, “palabra del mismo Dios”, “consejos de la divina escritura”, “letras divinas ”(Don Quijote I, 37).

En los primeros años de 1960, el predicador y escritor, Juan Antonio Monroy, dio a luz la primera edición de una obra novedosa, a saber, La Biblia en el Quijote[4], una tesis original y atrevida en su día, donde demostraba que Cervantes leyó y asimiló la Biblia en profundidad, como se echa a ver en las más de 300 citas y referencias directas e indirectas del libro sagrado en ambas partes del Quijote, que el autor se encargaba de documentar. “De entre la inmensa bibliografía cervantina, no hay noticia de que al menos en idioma español, se haya realizado un trabajo específico análogo al que se ofrece en las páginas de este libro”, decía Rafael María Martínez, Delegado Internacional de la Sociedad Cervantina de Tánger, al aparecer la obra de Monroy.

Hoy está más que demostrado que las citas explícitas de la Biblia en la versión latina de la Vulgata aparecen con la frecuencia que es de esperar de una obra de literatura como el Quijote. Varios estudiosos han dedicado al tema una detenida investigación[5].

Del Quijote se han dicho muchas cosas, en toda época ha llamado la atención de historiadores, filósofos, literatos, religiosos, psicólogos y un largo etcétera que justifica la afirmación que dice que “El Quijote es la Biblia española”[6]. Para Américo Castro, es “una forma secularizada de espiritualidad religiosa”[7]. Por el contrario, para Mariano Delgado, decano de la Facultad de Teología de Friburgo (Suiza), El Quijote es la defensa de un cristianismo místico-mesiánico[8].

Decía del incisivo escritor italiano, Giovanni Papini, que después de haber estudiado con denuedo a los grandes héroes de la literatura universal, sólo a uno dejaría traspasar el umbral de la puerta de su casa. Por supuesto, jamás a Hamlet o Macbeth, tampoco a Edipo o Antígona, mucho menos a Don Juan o Fausto, sólo compartiría con deleite mantel y mesa con el personaje más humano y generoso que el hombre había sido capaz de crear, con Don Quijote, el héroe más cuerdo y más bondadoso, el más desprendido e ingenioso, él único capaz de ver la realidad que le rodeaba con claridad y sin preocuparse del bien propio lanzarse de bruces contra ella para ayudar a los desfavorecidos. Sin olvidarnos a Sancho, que no hay que identificar con el sentido común del pueblo apegado al cuerpo y la tierra. “Sancho —dice Papini— es más creyente que Don Quijote. Don Quijote cree (o finge creer) en los antiguos caballeros; pero Sancho cree en Don Quijote, lo que es una fe más difícil. Sancho encuentra en la creciente veneración por su dueño un ideal terreno inmensamente alejado de sus bienes seguros: tiene un sueño, y cuando llega a realizarlo en la ínsula, demuestra estar más enamorado de la justicia que de la riqueza”[9].

Fiodor M. Dostoievski, otro escritor fascinado y deslumbrado por la grandeza de la obra magna de Cervantes, le dedicó numerosas y significativas menciones en sus novelas, en sus cartas y sobre todo en Diario de un escritor (1873-1881). En él afirma rotundamente que “en todo el mundo no hay obra de ficción más profunda y fuerte que esta. Hasta ahora representa la suprema y máxima expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que pueda formular el hombre y, si se acabase el mundo y alguien preguntase a los hombres: «Veamos, ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida y qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?», podrían los hombres mostrar en silencio el Quijote y decir luego: «Ésta es mi conclusión sobre la vida y… ¿podríais condenarme por ella?»”[10].

Desde cualquier ángulo que se mire, Don Quijote no deja de despertar interés a lo largo del tiempo y del espacio, y su contenido no deja indiferente a nadie. Por ese motivo, ¿qué mejor que aprovechar la oportunidad que nos ofrece el cuarto centenario de la muerte de Cervantes, leer el Quijote al mismo tiempo que la Biblia, pero leerla en espíritu de libertad y justicia, como hace Don Quijote en todo momento.

El profesor y rabino sefardí José Faur, catedrático de Derecho en la Universidad de Netanya en Israel, se detiene en el mismo nombre de Don Quijote, y se pregunta de dónde procede, de dónde deriva; y deduce que viene de qeshot, “verdad” en hebreo[11]. Este origen lo deduce él de la muy probable condición de Cervantes de “cristiano nuevo”[12], es decir de perteneciente a una familia de judío conversos, teoría por la que luchó toda su vida Américo Castro[13]. Y sigue diciendo el profesor sefardí José Faur, que él mismo hecho de situar a Don Quijote en La Mancha, explica muy bien que pueda tratarse de una alusión a un pasado no lo suficientemente puro como para cumplir con los edictos de “pureza de sangre” vigentes en su época. Los que nos daría un título tan prosaico como: Don Verdad, Hombre del Pasado Manchado[14].

Conjeturas aparte, es un hecho que Don Quijote nos muestra que la verdad es peligrosa, pero que vale la pena luchar por ella. Verdad en la relación humana, verdad en la justicia, verdad en toda aspiración a un mundo mejor. Don Quijote nos anima a leer la Biblia con radical valentía, con la decisión inquebrantable de mantenernos firmes, no en la visión de molinos como gigantes, sino en la visión del invisible, en Aquél que fue considerado “imagen visible del Dios invisible” (Colosenses 1,15). Mantener la fe ante la propia duda que se nos introduce racionalmente; ante la tentación de un mundo de imágenes que nos desafían con sentido ambiguo, es toda una acción quijotesca, una “aventura”, el compromiso con la verdad de Cristo y su mensaje. Un compromiso total con el Reino de Dios y su justicia.

[1] Eustaquio Sánchez Salor, “Biblia”, en Carlos Alvar, dir., Gran Enciclopedia Cervantina, vol. II, p. 1317. Editorial Castalia, Madrid 2006.

[2] Salvador Muñoz Iglesias, Lo religioso en El Quijote, p. 45. ETSI, Toledo 1989.

[3] Krzysztof Sliwa, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, p. 228. Edition Reichenberger, Kassel 2005.

[4] Juan Antonio Monroy, La Biblia en el Quijote. Editorial Victoriano Suárez, Madrid 1963. Reeditado por Editorial CLIE, Barcelona 2011, 2016.

[5] C. Bañeza Román, “Citas bíblicas literales de Cervantes en castellano”, en Anales Cervantinos, 33 (1995-1997) pp. 61-83; Id., “Citas bíblicas en latín”, en Anales Cervantinos, 31 (1993), pp. 39-50; J. M. Melero Martínez, “El Quijote y la Biblia”, en Ensayos: Revista de la Facultad de Educación de Albacete, 20 (2005), pp. 155-166.

[6] José Luis Abellán, en Alvaro Armero, Visiones del Quijote, p. 130 (Editorial Renacimiento, Sevilla 2005); Id., Los secretos de Cervantes y el exilio de don Quijote, p. 115 (Centro Estudios Cervantinos, Madrid 2006).

[7] A. Castro, El pensamiento de Cervantes, p. 16. Revista de Filología Española, Madrid, 1925, 2 ed. Reeditado por la Editorial Noguer (Barcelona 1972), con notas del autor y de Julio Rodriguez-Puértolas. Para Castro, “las ideas cristianas de Cervantes cuadran bien con su filiación renacentista. Esta aspiración a la sencillez rústica de la naturaleza está en lógica correlación con esta idea de un cristianismo más simple y más ingenuo, no recargado por cuanto los hombres añadieron a la prístina pureza del Evangelio. San Pablo y no Santiago Matamoros; castidad y caridad y no abstinencias ni teologías” (Id., p. 300).

[8]El Quijote es el relato ameno de las aventuras de un caballero andante que defiende los ideales místico-mesiánicos de verdad, libertad, justicia y sobre todo misericordia o compasión en un mundo que, como el nuestro, parece ir por otros derroteros […] La lectura del Quijote despierta en nosotros los mejores y más nobles sentimientos, también en el campo religioso: pasión por la verdad, la libertad, la justicia y la misericordia, así como por el socorro y alivio de los menesterosos y afligidos de toda clase”. M. Delgado, “El cristianismo místico y mesiánico del Quijote”, en Anuario de Historia de la Iglesia, 15 (2006), p. 233.

 

[9] G. Papini, Retratos. Luis de Caralt, Barcelona 1958.

[10] Diario de un escritor (1876), en Obras completas, III, pág. 943. Aguilar, Madrid 1977.

[11] En la misma línea se mueven quienes dicen que Dulcinea sería una metáfora de la Shehina, la presencia Divina en la religión judía, y por ello Don Quijote insiste en que las personas que encuentra en su viaje “rindan omaje a la ermozura de Dulcinea, malgrado ke no la konosen i no la vieron nunca” (Moshé Shaúl, “Cervantes: desendiente de konversos?”, Aki Yerushalayim, Revista Judeoespañola de Jerusalén).

[12] El hecho de ser “cristiano nuevo” podía significar, y mayormente lo era, ser un cristiano fiel a la religión católica, ortodoxo e incluso fanático, pero que no era aceptado totalmente por la sociedad como ciudadano de primera clase y eso redundaba en las profesiones y actividades que podía ejercer, como el acceso a cargos eclesiásticos.

[13] Américo Castro, Cervantes y los casticismos españoles (Alianza Editorial, Madrid 1966, 1974). Cervantes provenía de una familia de origen cordobés. Está documentado que algunos de sus antepasados y abuelos fueron médicos y recaudadores de tributos, profesiones destinadas a los “cristianos nuevos”. Cervantes contrajo matrimonio con una mujer de origen converso comprobado, Catalina de Salazar. Estos datos no demuestran nada, pero son significativos (cf. Ruth Fine, “Presencia de lementos de la tradición judía en Cervantes”, en Hispania Judaica Bulletin, No. 5 5767/2007, 178-211.

[14] José Faur, “Don Quixote-Talmudist and Mucho Más”, en Review of Rabbinic Judaism 4.1 (2001), 139-57.

Alfonso Ropero Berzosa

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