Posted On 08/12/2017 By In Ética, portada, Teología With 4211 Views

Violencia contra el reino de los cielos | Pedro Álamo

“Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mat 11.12). Jesús se refiere aquí la acción de su propio pueblo que, pensando que rendía servicio a Dios, hacía violencia contra él, llevados de un fanatismo extremo y personificado en los escribas y fariseos. En nuestros días, el pueblo de Dios, formado por cristianos sinceros que buscan la verdad, puede encontrarse haciendo violencia contra el reino de los cielos empujados por una interpretación rígida de las Escrituras. Es mi convicción que, si en el siglo XXI queremos ser fieles al llamado de Jesús y huir de la violencia contra el reino de Dios, hemos asumir un sistema hermenéutico que, en lugar de quedarse anclado en el pasado, sea capaz de dar respuesta a los problemas con los que se enfrenta el ser humano hoy.

Dos extremos se mantienen abiertos en el frente ideológico; por un lado está la orientación fundamentalista que lee literalmente la Escritura y, por otro, la liberal que reniega de cualquier tipo de dogmatismo y cuestiona la Biblia contemplándola como un libro lleno de mitos. En mi opinión, ninguna de estas dos líneas ha sido capaz de encontrar el camino que permita ser fiel a la Escritura y mantener la coherencia con el mundo en el que vivimos. Por ello, no es extraño ver que, en muchas ocasiones, la sociedad va por delante de la cristiandad en avances sociales, en propuestas igualitarias, en la lucha por los más desfavorecidos…, cuando debería ser al revés.

Por ello, creo que es necesario encontrar un camino que permita distinguir los principios vitales, que son universales y atemporales, de las normas, convenciones o costumbres sociales que son particulares y transitorias. Solo así, podremos acercarnos a las Escrituras desde la coherencia de una fe genuina y el compromiso social de nuestros días.

Por ejemplo, hace tiempo que la esclavitud formaba parte de la cultura, era aceptada socialmente, estaba regulada en el Antiguo Testamento y era tolerada en tiempos de Jesús y de la iglesia primitiva; representaba un negocio extraordinario, ya que un esclavo carecía de derechos, trabajaba día y noche sin retribución; tenía el tratamiento de objeto y el amo podía hacer con él lo que quisiera, incluida la muerte sin tener que dar ningún tipo de explicación. Podríamos decir que era una norma o convención social. Sin embargo, en nuestros días, representa una aberración que hay que erradicar en cualquiera de sus manifestaciones porque entraña dominación y atenta contra el principio de igualdad. Dios crea a todos los seres humanos iguales y la sociedad establece jerarquías y estamentos que someten a unos bajo el mando y control de los otros. Esto se puede dar en cualquier tipo de relación: laboral, familiar, social, política… El principio de igualdad, como un derecho fundamental de las personas, choca con la dominación que imperaba en el tiempo en que se escribieron las Escrituras. Así, la Biblia dice: “Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor…, como a Cristo” (Ef 6.5) y añade: “Y vosotros, amos…, dejando las amenazas…” (6.9); en nuestros días sería inconcebible. Hoy exigiríamos al amo que liberara al esclavo y eso no sería ir contra la Biblia, sino la defensa de un principio fundamental vital que está por encima de cualquier otro: la libertad y dignidad de la persona. La esclavitud hace violencia al Reino de los cielos.

Llama la atención como el Apartheid de Sudáfrica era apoyado por la iglesia reformada holandesa en pleno siglo XX mientras que representaba una vergüenza para el mundo desarrollado y demócrata. Afortunadamente, la talla política y la generosidad de Nelson Mandela hizo posible el milagro para que desde la no-violencia se construyera un país reconciliado, capaz de acoger al diferente.

Los principios vitales son aquellos que permiten y favorecen la vida y una existencia digna. Así, la ley del talión (ojo por ojo y diente por diente, Lev 24.20) representó un principio social “necesario” en una época en la que la venganza era norma y, por tanto, temporal y transitoria, mientras que el perdón y la reconciliación son principios vitales que favorecen la vida y son atemporales. Los principios vitales no están sujetos al momento histórico en el que se vive, son permanentes, no cambian con el paso del tiempo.

La Biblia está plagada de principios sociales, limitados en el tiempo (transitorios) y enraizados en una cultura. Muchos cristianos sinceros han entendido que esos principios eran universales y eternos, llevándoles a alejarse de la realidad cotidiana del siglo XXI. Por ejemplo, el Nuevo Testamento enseña que hay que someterse a las autoridades superiores; y añade el texto “porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” (Rom 13.1). Si lo convertimos en principio vital y universal, tendríamos que aceptar que todos los gobernantes han sido puestos por Dios y que no deberíamos “luchar” contra un régimen corrupto y que oprime al pueblo. Entonces, chocamos con otros principios que sí son vitales y, por tanto, universales y atemporales, como la justicia, la paz, la libertad, la igualdad de todos los seres humanos… Por ello, ¿es legítimo denunciar a un gobierno que ejerce violencia hacia los ciudadanos? ¿Es legítimo enfrentarse a un gobierno dictatorial que erradica la libertad de expresión y hacer todo lo posible para derrocarlo? En mi opinión, la respuesta es afirmativa; eso sí, siempre a través de mecanismos políticos y no violentos. De esta manera, no solo los que gobiernan oprimiendo al pueblo hacen violencia al reino de los cielos sino, también, los que entienden la Escritura de una manera estrecha y literalista para justificar lo injustificable.

La Escritura recoge que los padres han de castigar con vara a sus hijos (Prov 23.13-14) y durante muchos años es lo que se ha enseñado y practicado en las comunidades cristianas porque la Biblia así lo recoge. Esto no es un principio vital, sino social y, por tanto, temporal, transitorio y enraizado en una cultura. En nuestros días sabemos que el castigo físico no es demasiado útil para instaurar conductas positivas. Imponer, castigar, usar la fuerza… es una forma de dominio y abuso que choca con la línea de enseñanza del Nuevo Testamento, a partir de Jesús de Nazaret. Castigar no es lo mismo que corregir. Por ello insisto en la necesidad de distinguir en la Escritura los principios vitales (permanentes) de los sociales (transitorio). El reino de los cielos sufre violencia de aquellos que justifican el abuso de poder en las relaciones familiares.

La autoridad de los varones es un principio social, no vital; por tanto, es temporal. Históricamente, el poder ha estado en manos de los hombres por su fuerza física, por su capacidad de someter al otro. Normalmente, el más fuerte era el que gobernaba la tribu o dirigía al pueblo. En nuestros días, la fuerza no está en el músculo, sino en el cerebro y, por lo tanto, muchas mujeres pueden (y deben) dirigir bajo el principio vital de que los más inteligentes y capacitados son los que han de gobernar, sean hombres o mujeres y, por lo tanto, la cuestión de género se relativiza. La iglesia no ha sido ajena a esto; en muchas comunidades han gobernado solamente varones que solicitaban sumisión a personas más capacitadas y de mayor talla personal y espiritual; el resultado ha sido nefasto porque se ha mantenido como principio vital algo que era meramente un principio social y cultural. No hace demasiado tiempo, las familias que tenían varios hijos y disponían de recursos económicos limitados, enviaban a los varones a estudiar y a las mujeres se les enseñaba las labores del hogar; eso era un principio social enraizado en un momento histórico determinado, pero no es un principio vital. En nuestros días, en la cultura occidental, ese planteamiento está superado; pero todavía hay quien pretende mantener que la Palabra de Dios enseña que las mujeres se han de someter a los varones, lo que representa un claro anacronismo. Así, la discriminación que se ha hecho de la mujer amparada en las Escrituras y asumida durante siglos por los cristianos, ha representado violencia contra el reino de los cielos.

Es curioso encontrar en la actualidad cristianos sinceros que publican a los cuatro vientos ciertos dogmatismos superados por la sociedad en la que viven y, sin embargo, no levantan la voz ante la injusticia, la intolerancia, el desamor, el hambre, la intransigencia, la falta de libertad… Es imprescindible que distingamos los principios vitales de aquellos que no lo son para no caer en un dogmatismo sincero pero errado, caldo de cultivo para incubar el fundamentalismo más atroz porque eso hace violencia contra el reino de los cielos.

Me fascina Jesús de Nazaret cuando enseña principios vitales que chocan frontalmente con lo establecido en la normativa judaica de los escribas y fariseos que enseñaban como doctrinas lo que eran mandamientos de hombres. Ellos eran expertos en implantar leyes nuevas y atribuirles un aura celestial; eso lo denuncia Jesús cuando se enfrenta a ellos: “Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre… Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte… invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido” (Marcos 7.10-13). Por eso, es necesario e imprescindible en el día de hoy revisar la interpretación de la Escritura para determinar lo que son los principios vitales de las convenciones o costumbres sociales, no sea que nos hallemos haciendo violencia contra el reino de los cielos.

Cuando yo era joven se identificaba la santidad con apartarse del “mundo”, sin saber muy bien que significaba eso, porque la santidad era un principio vital. El problema está en que se identificó una serie de conductas con la santidad y esas conductas ocuparon el lugar de la santidad: ir a una discoteca era considerado mundano, fumar era pecado, tomar alcohol atentaba contra Dios, que una mujer llevara pantalones era una afrenta a la Escritura… La lista podría ser interminable, pero se confundió el principio vital de la santidad con conductas que tenían que ver con el momento sociocultural que se estaba viviendo, y eso es hacer violencia contra el reino de los cielos.

En tiempos de Jesús la norma era que no se podía trabajar en sábado, la Toráh así lo recogía y, recordemos, que la Palabra de Dios permanece para siempre (1 Ped 1.25). Pues bien, el principal de la sinagoga se molestó sobremanera cuando Jesús sanó en sábado y dijo a la gente: “Seis días hay en que se debe trabajar; en estos, pues, venid y sed sanados, y no en día de reposo” (Luc 13.14). Esto nos puede provocar una sonrisa, pero el criterio de obedecer al Señor (que es un principio vital de la existencia) se transformó en un legalismo ultraortodoxo contrario a la vida. ¿Qué es más importante sanar a una persona para que lleve una vida digna o guardar el día de reposo? Se olvidó que el día de reposo estaba orientado para el descanso, la recuperación física y espiritual de la persona…, en definitiva, estaba orientado a la vida, lo mismo que la sanidad que obraba Jesús. Si convertimos en principio vital guardar el día de reposo, ¿qué harán los creyentes que trabajan como médicos, enfermeras, bomberos, pilotos, taxistas…, y lo tienen que hacer en domingo? Esto no es una cuestión baladí porque por cosas semejantes se ha excomulgado a los creyentes y eso es hacer violencia contra el reino de los cielos.

Creo que es suficiente para ilustrar la importancia de revisar nuestras convicciones personales, nuestras creencias, las doctrinas fundamentales de la fe cristiana… y verificar si lo que sostenemos como seguidores de Jesús son principios vitales (atemporales y permanentes) o convenciones sociales (sujetos a una época y a una cultura determinada y, por lo tanto, temporales). Si hacemos esta distinción correctamente, favoreceremos la paz de espíritu y facilitaremos una vida digna. Tengamos cuidado no sea que el pueblo de Dios, al igual que en tiempos de Jesús, esté favoreciendo que el Reino de los cielos sufra violencia.

Pedro Álamo

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