“Dios sanó las heridas
de los que habían perdido
toda esperanza.” Salmo 147:3
¿Es posible sanar todas las heridas?
¿Todas?
Sangra el árbol del bosque mutilado,
se mueren los suelos envenenados,
se derriten los hielos eternos,
se conmueve la tierra abusada,
se esconden las especies amenazadas.
Se acaban las lágrimas de la madre
que espera al hijo o a la hija que ya no volverá,
se llamen Pocho, Micaela, Santiago, Araceli, Nahuel…
Esperan justicia los injustamente encarcelados,
gritan su hastío los pibes discriminados,
escupe rabia la mujer abusada por el macho impune.
Escriben su silencio las voces acalladas.
Ocultan los mares secretos y vergüenzas.
Absorben basura los ríos y las mentes,
basura de un sistema perverso
que enferma, que insensibiliza, que mata.
Sometidas siguen las independencias,
prisioneras las libertades,
negados los derechos,
erguidos los muros,
anchas las grietas,
débiles las utopías,
frágil la compasión,
dormidas las solidaridades.
Duelen las heridas,
sí que duelen,
de este mundo roto
que anhela otro mañana,
un Adviento de sanidad,
un día en que las esperanzas,
al fin, se hagan realidad.
